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Capítulo 2: Lillie.

Yo no pensaba quedarme en mi habitación durante todo el día.

Lillie Clintwood, mi mejor amiga desde hacía seis años estaba pasando por lo que su madre llamaba "una etapa difícil", por lo que debía estar mas cerca que nunca para ofrecerle "un hombro donde llorar", como habría dicho mi padre.

Yo lo veía más como "una jugarreta del destino".

Sus padres se habían divorciado.

—Allá voy —mascullé para mis adentros mientras abría la ventana de mi habitación.

Al abrir la ventana una brisa leve y fresca me acarició la cara.

Acto seguido salté desde el marco hasta los matorrales que había justamente debajo de mi ventana.

La caída fué rápida y, hubiese sido mortal de no haber sido de los arbustos.

—Buff... — exclamé.

Me levanté y miré hacia mi ventana.

—Idiota. Soy un pedazo de idiota —dije insultándome a mí mismo.

¿Cómo iba a subir después?

* * *

La calle estaba completamente despejada, el cielo era de un color azul oscuro que daba la impresión de ser el fondo del océano y los pájaros cantaban en sus casas de madera fabricadas por los torpes niños de infantil.

A lo lejos la casa amarilla de la familia Clintwood destacaba entre el resto de casas de color beige y azul oscuro.

Llegué después de lo que a mí me parecieron veinte segundos. Comprobé el reloj, y en realidad fueron treinta.

Mi entrenador hubiera estado orgulloso. Aunque, claro,  estaba muerto por lo que no podía estarlo.

Yo era el mejor corredor del colegio St Creeck's Village, por lo que mi padre me apuntó a los entrenamientos de un hombre llamado George Rooseback.

Una semana después de que muriera mi padre en un accidente automovilístico, Rooseback se suicidó por depresión.

Le había dejado su pareja.

Llamé a la puerta mientras veía al "espectro" de mi padre dando vueltas a la casa.

Un efecto secundario de un trauma del pasado.

—¿Si? —preguntó Lillie con los ojos llorosos desde detrás de la puerta.

—Soy yo, Sam.

Entonces, Lillie abrió la puerta y me miró, con los rizos pelirojos aplastados contra la frente.

—Hola Sammy.

Me quedé ahí, inmóvil, en el umbral de la puerta hasta que Lillie se apartó y pude pasar al interior.

El pijama de conejos que Lillie llevaba puesto se ajustaba extrañamente a su piel a causa del sudor.
Yo, claramente, desvié la mirada.

—Siento que me hayas tenido que visitar con este tiempo. Creía que tu madre no te dejaría salir, por lo de la sobreprotección y eso —dijo Lillie mientras cogía disimuladamente un peluche del sofá.

Gruñí respecto al tema.

***

Pasaron las horas.

Desde que había llegado a la casa de Lilly, habíamos empezado a jugar a diversos juegos de mesa, a ver algunas películas e incluso leer un libro en voz alta.

Y había perdido la noción del tiempo.

—Oh , no... —exclamé al ver el reloj.

Me despedí, entristecido por el estado de mi amiga y me decidí a ir a mi casa. Estaba ya saliendo por el umbral de la puerta cuando Lillie me besó en la mejilla.

Me giré, estupefacto, y ví a Lillie con una sonrisa radiante en la cara.

—Gracias por haber venido —me dijo enmarcando sus pómulos con su sonrisa.

Sonreí como respuesta y me dirigí a mi casa.

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