Capítulo 12: Plan de evacuación.
Eso era un broma. Una maldita broma.
Tenía que serlo.
Le quité el mapa de las manos a Beatrice (lo cual causó un gruñido por su parte) y lo miré con más detenimiento.
Había una noticia buena y otra mala.
La buena era que no teníamos que evacuar toda la zona de Nueva York.
La mala era que teníamos que evacuar uno de los edificios más transitados y llenos de gente que había en la ciudad.
No se si era un hotel, tampoco sabia el nombre, simplemente sabía que estaba delante de un parque con un gran estanque.
Y la verdad, teníamos poco tiempo para pensar en algo, solo unas...
—¿Tenemos setenta y dos horas?, tiempo de sobra —dijo Daito mientras miraba por encima de mi hombro.
—No te creas —dijo Beatrice dándole un golpe amistoso en el hombro (lo cual me desorientó un poco)—. Son tres días. Tenemos que encontrar una base, idear un plan...
—Entonces —dije yo dándole la vuelta al mapa—, resulta que tenemos el tiempo más que limitado. Y yo aun no se siquiera que hacer exactamente.
—Pues empezemos cuanto antes —dijo Daito dándome un golpe en la cabeza.
Me giré hacia Daito.
Daito se encogió, esperando a que le devolviera el golpe.
—Estoy de acuerdo. Vamos.
Beatrice me miró de arriba a abajo y alzó una ceja.
—¿Dónde se supone que vamos, niño prodigio?
Me encogí de hombros.
—Voto por un hotel de mala muerte —dijo Daito señalando un edificio destartalado a unos metros de el edificio que teníamos que "evacuar".
—Y yo correspondo a ese voto —dije dándole un golpe medianamente suave a Daito en la nuca.
***
Setenta horas para la llegada de La tormenta.
Pues si que era un antro de mala muerte.
Las paredes estaban repletas de grietas y de agujeros (quería dejar de lado la idea de que fueran hechos por un arma de fuego), y la recepción era... ¿Cómo decirlo?
Un poco anti-higiénica.
Un par de cucarachas caminaban por encima de la mesa de recepción, mientras que algunos insectos bebían de unas gotas de líquido que había encima de la superficie.
—Ejem, disculpe —dijo Beatrice mientras tocaba el timbre.
La mueca que hizo Beatrice me confirmó que el timbre también estaba sucio.
—¿Si, niña bonita? —dijo un hombre de avanzada edad que tenía un par de manchas... un tanto extrañas en su camiseta de tirantes.
—Una habitación por favor. Para tres.
El hombre asintió y le entregó una llave oxidada a Beatrice, quien la aceptó con una mueca de asco.
—Un dólar por cabeza y por noche —dijo mientras se rascaba la tripa y encendía una pequeña televisión.
Le entregué seis dólares. Dos noches.
El hombre sonrió con una dentadura amarillenta y descuidada y volvió su atención a la televisión.
Ya cuando nos dirigimos al ascensor, miré hacia atrás. Aquel hombre estaba viendo unas grabaciones... de una mujer bañándose, con el icono de "habitación N°2" parpadeando en la esquina.
Me estremecí y me dirigí al ascensor.
Daito miró el ascensor y me dirigió una mirada desconfiada.
—Yo subo por las escaleras...
—Es un tercer piso —dijo Beatrice mientras miraba el estado del ascensor.
—Prefiero hacer algo de ejercicio a arriesgarme a cojer alguna enfermedad o a morir en ese trasto.
Beatrice se encogió de hombros.
—Buen argumento.
Subimos por las escaleras (que estaban igual de sucias que la recepción) y llegamos a la habitación.
—Me voy a dar un baño, no soporto tanta suciedad —dijo Beatrice mientras abría la puerta.
Extrañamente, la habitación estaba bastante limpia.
—Yo me andaría con ojo, el recepcionista es un maldito viejo verde. Creo que hay una cámara —dije adelantandome a ella y entrando al cuarto de baño.
Beatrice me miró extrañada.
Abrí la cortina de la ducha, buscando cualquier cosa sospechosa. Me asqueaba la idea de que un viejo se... se... bueno, no hacía falta que continuase.
Entonces ví un puntito en el medio de un azulejo. Un agujero que, cuando iluminé, ví como una cámara grababa lo que sucedía.
Saqué el dedo corazón en una señal ofensiva y tapé el agujero con un poco del chicle que había estado masticando.
No era elegante pero... aguantaría.
—Ya está. Viejo pervertido neutralizado —dije en tono de broma mientras salía del baño.
Daito se esforzó por no reír a carcajadas mientras Beatrice me fulminaba con la mirada.
—No entréis hasta que yo salga —dijo ella mientras entraba al baño.
—¿Y si tenemos que responder a la llamada de la naturaleza? —preguntó Daito serio.
—Sí quieres mear ahí tienes un cubo. Y si quieres cagar el procedimiento es exactamente el mismo, aunque los dos no salen por el...
—YA sabemos lo que hacer en ese caso —dijo Daito resaltando el "ya".
Reí. Definitivamente resultaría muy raro que aquellos dos fueran pareja, aunque no parecía imposible...
***
Sesenta y dos horas antes de la llegada de La tormenta.
Habíamos montado un mapa encima de una de las camas, por lo que yo dormía en el sofá mientras que Daito y Beatrice dormían en la misma cama.
O al menos ese era el plan hasta que Beatrice se enteró y nos mandó a los dos a dormir al sofá.
Y todo porque el maldito recepcionista nos había dado una habitación con dos camas y no tres, como le habíamos pedido.
Estudiamos el mapa a fondo, por lo que me di cuenta de que, gracias al escaso espacio en la azotea, cuando llegase la tormenta tendría que correr en círculos y después saltar al vacío.
Menudo panorama.
Además, Daito había elaborado un extenso plan sobre como y por qué se tendría que evacuar el edificio. Estuvimos durante dos horas sentados en la mesa estudiandolo a fondo.
No habíamos comido ni dormido (ya tenía mérito el haber estado dieciocho horas despiertos), así que bajé a comprar algo de comer.
Tenía un par de dólares más.
Bajé las escaleras y ví otra vez al recepcionista, aunque ésta vez con cara de pocos amigos.
—Os quiero hoy mismo fuera de mi hotel, panda de niñatos —dijo con la boca llena de migas.
Una idea se iluminó en mi cerebro.
—Vale, muy bien. Mañana cuando el ministro de sanidad y la policía vengan, yo no estaré aquí.
El recepcionista se alarmó, volviendo la vista a su pequeño televisor.
Salí por la puerta. Claramente llamaría a la policía al acabar la excursión...
Oh, era verdad. Podia ser que no fuese a sobrevivir.
Giré la esquina y me dirigí hacia una maquina expendedora cuando ví algo que me sorprendió bastante.
Robert, el padre de Lillie, estaba ahí de pie, hablando con eso hombres del logotipo dorado.
Di un paso hacia el, dispuesto a saludarle, cuando oí un fragmento de la conversación.
—... y por eso debéis esperar a que ese maldito mutante llamado Sam disipe la tormenta para matarlo. El destino de la humanidad está en juego.
Me quedé helado al oír aquello.
Debería haber oído mal... ¿Robert hablando de matarme?, eso era imposible, era como de la familia...
—... después deberéis atrapar a esos otros mutantes y torturarlos hasta que revelen la ubicación de su base. Yo solo se que está en el medio de un bosque que...
Retrocedí. Ese era el padre de Lillie, no me había confundido de persona ni me había equivocado al oír el mensaje.
Ese era el padre de mi mejor amiga.
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