
Capítulo 11: La excursión decisiva.
Llegué al patio y me quedé horrorizado.
Una especie de zorro gigante estaba lanzándole bolas de fuego a un chico.
Daito.
Corrí hasta el patio dando zancadas y agarré al vuelo a Daito, dejándolo a unos cien metros del zorro gigante.
—¡¿Qué es eso?! —le grité al dejarlo.
Daito no contestó. Simplemente se quedó ahí, en silencio, con la mirada perdida en la nada.
Gruñí y me giré a tiempo de ver como el zorro se abalanzaba sobre unos niños de no más de diez años.
Corrí hacia ellos y, como de costumbre, me pareció verlo todo a cámara superlenta. Era lo que me pasaba al correr, parecía que el mundo entero se paralizaba.
Lo cual no era nada agradable.
Podía ver cada detalle, cada colmillo y cada baba que tenía el zorro. ¿De donde había salido una cosa así?
Cogí a los niños como pude (extrañamente el efecto era casi el mismo que cuando uno se metía al agua, no pesaban casi nada) y los llevé a un lugar alejado.
Me acercé y me pregunté... ¿Qué pasaría si le doy un golpe? Recordaba aquella vez en la que había lanzado volando a uno de esos hombres de negro con sólo una palmada mal dada...
Cogí impulso y fuí corriendo hacia ese monstruo horripilante. Al llegar le dí tal puñetazo que incluso dos horas más tarde me seguía doliendo el brazo.
Fui hasta donde estaba Daito y me desplomé en el suelo. Estaba agotado a más no poder.
A lo lejos ví a ese monstruo salir volando hasta el final del campo de césped, que ya era muchísima distancia.
Al chocar con el suelo el zorro se disolvió en llamaradas de fuego y Daito se levantó gritando.
Por la puerta principal ví a Charles y a esa Beatrice mirándonos a los dos y a la zona chamuscada del campo de golf.
—¿¡Qué ha...!?, ¿¡he hecho daño a alguien!?, ¡Sam! ¡¿he hecho daño a alguien si o no?! —gritó Daito mientras se revolvía en el suelo
—Claro que no Daito, ha aparecido un monstruo que...
—Sam — me dijo Daito mirándome a los ojos—, yo era ese monstruo.
***
Ahora entendía por qué Charles se había horrorizado de la nada cuando me había pillado escuchando a escondidas. Unas cuantas mentes asustadas de ver a un zorro gigante lanza-bolas-de-fuego gritarían bastante.
Daito tenía una crisis nerviosa según Charles. Yo estaba en la enfermería junto con Daito siendo atendido por la enfermera cuando Charles irrumpió en la sala.
—Tenemos que hablar. Los tres a solas —dijo señalandonos a Daito y a mí.
Cuando la enfermera salió Charles se giró hacia Daito.
—¡¿Cómo es posible que se te haya descontrolado?!
—No es que... —susurró Daito aún en su camilla.
—¡Me da igual Daito, debes controlarlo y lo sabes!, no puedes ir por ahí calcinando a todo el que te caiga mal.
Miré extrañado a Charles.
—Sí Sam, ese monstruo era Daito —dijo Charles mirándome.
Daito me miró, claramente dolido.
—Oye Sam, lo siento por no habertelo dicho, es que... mi facultad es algo muy extraño —dijo Daito articulando con las manos.
Hice una mueca con la comisura de la boca.
—¿Hablas en serio tío?, mi facultad es mucho más rara que la tuya —dije poniendo el puño para que lo chocara.
Daito sonrió y me devolvió el gesto, con una pequeña explosión fingida al final del saludo.
—Aún me duele ese golpe... me has roto una costilla tío. Y eso que sufro el diez por ciento del daño —dijo Daito enseñando el vendaje.
Alzé una ceja.
—Le he dado el golpe al zorro, no a ti.
Daito se rió y hizo una mueca de dolor.
—Lo que le pasa a él, me pasa a mí, aunque un noventa por ciento menos. Es una faena, sobretodo cuando le acribillan a disparos los militares...
Miré extrañado y asustado a Daito, aún con la mueca de la sonrisa.
Esperaba que lo que me había dicho fuese una broma.
—La excursión no se ha cancelado Sam. Tenemos que hacerlo —me dijo Charles.
Asentí. Las rodillas me dolían horrores pero... podía soportarlo.
—¿Excursión? —preguntó Daito.
—Sí, no te lo había comentado pero vais a ir los tres en una misión.
Miré a Charles sorprendido.
—¿Los tres?
—Sí. Los dos y una tercera persona a la que Sam ya conoce...
Entonces una chica, con el pelo rubio cayéndole sobre los hombros, entró de una patada a la enfermería.
Beatrice.
***
—Me he enamorado —me dijo Daito mientras apartaba una rama.
—Ya me he dado cuenta tío. Tenías una cara digna de la de un besugo —dije abriéndome paso entre los arbustos.
—¿Se puede saber qué murmurais panda de niñatos? —gritó Beatrice unos metros más adelante.
Daito emitió un suspiro y me reí entre dientes. Esa chica le sacaba dos cabezas, la sola idea de que fueran pareja...
Me daba risa.
Miré al cielo. Las nubes tenían una tonalidad extraña, casi verduzca.
La excursión avanzaba. Beatrice en cabeza y Daito al final, mientras que yo avanzaba a paso ligero. En menos de dos días me habían puesto en las manos el destino de la humanidad... qué digo, de la vida entera.
Y solo tenía quince años.
Tragué saliva. Había dejado a Lillie sin ninguna explicación en el colegio mientras que yo me iba de excursión al campo.
Saqué la nota que me había dado Charles y miré con detenimiento las instrucciones.
1- Llegar hasta la ubicación.
2- Mirar en los alrededores en busca de civiles. No se permite herir de ninguna manera a los Homo Sapiens, por lo que deberéis evacuar la zona.
3- Sam deberá crear la suficiente fuerza cinética (en resumidas cuentas, debe correr mucho) para poder disipar La tormenta.
4- Al alcanzar el mínimo necesario debe entrar en contacto con los gases, de forma que el gas reaccione químicamente y desaparezca.
5- Volver al colegio.
Firmado por:
Charles Darwin.
Leí una y otra vez las instrucciones con la esperanza de memorizarmelas.
—Pero oye, ¿tú sabes por qué Charles me ha incluido en esta especie de excursión mortal? —me preguntó Daito mientras quemaba una rama que no le dejaba pasar.
—Pues...
—Vas a provocar un incendio —dijo Beatrice malhumorada.
Daito gruñó.
Reí por lo bajo y miré el ambiente. La ciudad estaba unos cuantos kilómetros más adelante, así que suponía que la ubicación indicaría algún campo cercano o algo por el estilo.
—Beatrice... —llamé. No me entusiasmaba hablar con ella pero... ella llevaba el mapa.
—¿Qué, niño prodigio?
—Tendremos que girar ahora para ir a esos campos, ¿no?
—Este papel no dice que tengamos que ir allí. Sino allí —dijo Beatrice señalando una ciudad.
No podía ser.
Lo que me estaba pasando era ya muy de Hollywood, pero esto...
—¿Tenemos que evacuar la ciudad de Nueva York?
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