¿Sabes qué sucede cuando mezclas un adolescente imprudente, electricidad, una calle empapada y una tormenta eléctrica?

Seguramente no. Aunque yo lo sé de primera mano.

Esta historia comienza a finales de octubre de 2003. Halloween estaba a la vuelta de la esquina por lo que las calabazas, los fantasmas de papel y las tumbas de cartón-piedra abundaban en los porches de las casas de mi vecindario.

Esa mañana empezó como cualquier otra; aburrida y nublada.

Bajé de las escaleras, ya preparado para irme al centro de educación de secundaria cuando mi madre me llamó desde la cocina.

-Sam Hostwell -dijo mi madre levantando la vista de los huevos revueltos que estaba preparando-. ¿Puedo saber adónde vas con esa mochila?

-Al instituto mamá -dije mirando el reloj.

Mi madre puso los ojos en blanco.

-Sam, hoy no hay clases por la tormenta eléctrica.

Suspire y me senté en la silla, dejando la pesada mochila en el suelo.

-Menos mal, así me libro del examen de álgebra.

La mañana transcurrió con total normalidad, hasta que decidí ir a la casa de mi mejor amiga.

Mi madre llevaba un cesto con ropa sucia cuando me vio salir por la puerta, y con un carraspeo exageradamente falso atrajo mi atención.

-¿Puedo saber adónde vas jovencito?, te recuerdo que hay una tormenta pasando justo por encima de nosotros en este momento.

Suspiré.

-Voy a ver a Lillie mamá, vive dos calles más abajo, no me va a pasar nada por andar un poco...

Mi madre me dirigió una mirada severa y señaló arriba, en dirección a mi cuarto.

-Pero mamá...

-Ahora -dijo con aún señalando mi cuarto con su dedo esquelético.

Refunfuñé mientras subía las escaleras, derrotado.