VI. 𝕹𝖔𝖈𝖍𝖊 𝖉𝖊 𝖇𝖔𝖉𝖆𝖘
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Quien haya sido Dimitry Le Covanov en aquel jardín donde nos conocimos ya no lo es más. Ahora es frío, distante y parece odiarme. Su mirada y palabras no han vuelto a dirigirse desde que el cardenal nos casó. Tal vez porque no soy Trinity. La chica a la que él realmente ama y hubiera deseado casarse.
Al menos alguien se divierte aquí, mi prima Katrina yace sonrojada del rostro por danzar tanto con cuanto caballero se lo ofrece. No importa si no comprende el idioma, para ella el baile es más que suficiente lenguaje para conocer a alguien.
—Súbditos y súbitas —habla el rey, atrayendo la atención de todos. Se reincorpora de su asiento con su copa de vino que no ha dejado de servirse—. Nos llena de júbilo la unión entre mi hijo Dimitry y mi nueva hija Emmelina.
Todos aplauden con regocijo, pesé que yo solo consiga preguntarme si todos los presentes incluyendo a su hijo saben de los términos en lo que este matrimonio cedió. Al menos puedo ver el fastidio de mi esposo en su mirada. No quiere esto tanto como yo y de alguna forma eso podría hacerlo un futuro aliado.
—Frente a la representación del rey de Ryunale, Su Majestad la reina Margaret y su hijo el príncipe Jerico Scarasi, declaro que has demostrado ser digna de pertenecer a los Le Covanov. Sé bienvenida a mi familia y como comienzo de ello, concédeme el honor de tu primer baile como una feralia más en estás tierras.
La mano de Su Majestad se mueve hacía el centro del salón. Con una sonrisa a medias hago lo que pide como si pudiera olvidar la resignación de su rostro una semana atrás al saber que ocuparía el lugar de mi hermana.
—Tu padre dijo considerarte su mejor hija. Prudente, recatada, sonriente y con una responsabilidad del deber incuestionable -el rey me murmura con la vista en los espectadores—. Cualidades que sin duda son apremiantes para lidiar con mi hijo.
¿Qué significa eso último?
—Me permites a mi esposa, padre.
La grave voz de Dimitry me toma por sorpresa.
—Por supuesto —el rey sonríe al ver a su heredero en la pista. Lo ama, de eso no me cabe la menor duda.
"Ojalá el mío me hubiera amado lo suficiente para no entregarme a un reino y hombre desconocido"
Mis nudillos son besados por el padre de mi esposo antes de concederme a las frías yemas de sus dedos que tocan mi mano mientras la otra se posa a mi espalda para envolvernos al ritmo de la orquesta.
—Aprendiste los pasos —emite el príncipe con aburrimiento.
—Su madre...
—¿Puede ser buena para controlar a las personas que le rodean? Sí.
—No quise decir...
—Y es nuestra reina, tu reina ahora también. No lo olvides. Ella puede ser aliada formidable, pero de enemiga... ¿no deseas averiguarlo o sí?
—No —susurro apenas.
—Excelente. Ahora disfrutemos de nuestro encantador primer baile y guardemos silencio.
Hago lo que pide hasta que la pieza termina y con ello, un anuncio llega:
—Mis señores y señoras, la noche sagrada ha llegado. Damas, sus presentes.
Observo como todas las mujeres del salón sacan un pequeño bolso de tela.
—¿Noche sagrada?
"¿Qué significa eso? Temo que ya lo sabes, Emmelina"
—Debiste ver cuando el magistrado, corte y feligreses observaban el acto. Grotesco ¿no lo crees?
El comentario del príncipe Le Covanov seguido de una sonrisa burlona no cae sobre mi gracia, por lo que me destino a lanzarle una mirada furtiva que disfruta. Era momento de entregarme a este desconocido.
—Adelante, Emmelina —la reina me ofrece su mano y hecho una mirada a mi madre, quién yace sentada sin saber como actuar por igual.
"Ella no puede hacer nada por ti. Le perteneces a la República de Feralia ahora. A sus reyes, a su príncipe"
De pronto, camino en dirección a la puerta del salón en el mismo instante que las cortesanas me lanzan los pétalos con esperanzas de enjendrar al próximo heredero de sus tierras.
Flores, pétalos, desflorar. Que apropiado nombrarla de esa manera por parte de los Feralios. Como si no supieran que haré esto en contra de mi voluntad como lo ejecutaron el resto de sus reinas y princesas que son usadas como monedas de interés político o social.
—Tu madre te dijo lo que pasaría esta noche ¿cierto? —emite la reina Agnes.
—Sí.
—Excelente.
Nos detenemos en lo que supongo debe ser la alcoba de su hijo.
—Tus damas te alistaran.
—Puedo hacerlo sola.
Agnes se echa a reír.
—Tonterías, una futura reina no debe usar sus manos para cosas tan banales como esas —su mano se eleva para que una de sus doncellas traiga una bandeja con dos copas llenas de líquidos oscuros—. Bebe esto.
Me ofrece una de las copas.
—¿Qué es?
—Atraerá la fertilidad a tu cuerpo para esta noche, bébelo.
Su ceja se eleva ante mi tardanza.
"Vamos, Emm. No creo que estés en condiciones de negarte"
Recuerdo las palabras de su hijo no hace mucho espetadas con respecto a ella. No tengo más remedio que hacer lo que la reina pide y he de beber lo más asqueroso que he probado en toda mi vida. Una casi arcada llama a mi estómago de no ser que seguido de ello, me ofrece la segunda copa que contiene vino. Lo bebo sin restricción, pues necesito estar lo más ebria posible para poder tomar valor.
—Adelante, princesa.
La puerta se abre, revelando una muy amplia y elegante alcoba, en tonos cálidos con la chimenea crepitando con fulgor en la sala principal, sin embargo, su sobria decoración revela que no posee dueño.
Lo primero que pienso cuando el vestido de novia cae es que espero no descubran la bolsa secreta que contiene mi brebaje habitual.
"¿Habrá alguna reacción si lo mezclo con lo que bebí hace minutos? Solo existe una manera de averiguarlo"
—Déjenlo —ordeno a mis damas una vez que intentan llevarse el vestido.
Me obedecen, cepillan mi castaño y largo cabello y me dejan al pie de la cama antes de cerrar la puerta. Es entonces que corro hacía lo único que me calmará. Vierto todo el contenido del pequeño frasco que alivia mis ataques, al tiempo que intento respirar. No funciona y lágrimas emergen de mis ojos. Tal vez si me lanzo desde el balcón yo... soy cobarde o lo bastante inteligente, para no hacerlo.
Este debió ser el momento por el que mi hermana Lucinda tanto temió, lo sé, pues me quedo ahí, sola, a oscuras y temerosa de lo que ese hombre hará conmigo. Antes pude haber supuesto que Dimitry Le Covanov sería gentil conmigo, pero ahora lo dudo, sin embargo, pasa tanto tiempo que mi respiración se vuelve a neutralizar y opto por sentarme al borde de la cama hasta que las bisagras de la puerta finalmente rechinan.
—¿Mi madre los ha puesto aquí? ¿Duda de mis habilidades acaso?
Me levanto de inmediato, tras escuchar la risa y voz de mi esposo resonar con destino al par de escoltas que la reina decidió poner afuera de nuestra alcoba. Veo su silueta tambalear ante la luz de la chimenea una vez que cierra la puerta, así como cruza la antesala con lentitud. Se sostiene de los muebles para mantenerse en pie. Está ebrio, puedo notarlo.
"Al menos uno de los dos lo está. Espera... ¿eso debería tranquilizarme o preocuparme?"
—¿Continúas despierta? —el príncipe heredero trastabilla al tiempo que avanza a la habitación mientras se despoja de su saco con dificultad. Me observa de pies a cabeza con poco más que mi fondo de dormir que muestran mis brazos y clavículas expuestas, causando que no pueda evitar bajar la mirada y me abrace con vergüenza. Le escucho resoplar—. Acuéstate y ve a dormir.
¿Qué era lo que acababa de decir?
—¿Es que debo repetirtelo?
Niego con la cabeza.
—Es solo que...
—¡¿Qué?! ¿Esperabas ser mía está noche?
La mención provoca que paso a paso avance hasta mí removiendo los tirantes de su traje y desfaje su camisa del pantalón. Retrocedo hasta topar con la base de la cama y él tenga la oportunidad de tomarme de los hombros antes de que caiga a ella.
—Cierra los ojos -susurra tan cerca que soy capaz oler el alcohol en su aliento—. Hazlo, Emmelina.
Le obedezco, pesé que mi corazón late a mil por hora y siento mis músculos temblar. Soy capaz de sentir como las yemas asperas de sus dedos ascienden de mi hombro hasta mi cuello y entonces, sus dedos tomen con firmeza mi barbilla. No duele, pero hace que mis ojos se abran con temor y mi instinto me haga empujarlo, causando que casi caiga de no ser que se sostiene de la cómoda más próxima. De todas las reacciones que pude imaginar que tomaría por mi resistencia, él solo ríe.
—Pero que fiera es mi esposa —avanza hasta la cama, lo que provoca que retroceda hasta el otro extremo de la cama con miedo—. ¡Santo dios, no voy a tomarte, Emmelina!
Sus manos deshacen las sábanas para que me meta a ella mientras mi acelerado corazón no deja de palpitar con velocidad.
—No hasta que tengas la edad suficiente al menos, así que ahora ve a la cama y duérmete.
"Ya tengo dieciocho" quiero apelar, pero eso podría alentarlo a cumplir nuestras obligaciones maritales.
—¿Acaso debería agradecer su gesto? —suelto a cambio—. A usted y su benevolente gracia por permitirme conservar mi virtud un tiempo más.
—Sí, de hecho deberías hacerlo. A menos qué claro quieras que ejerza mi derecho justo ahora, por qué de ser así, no tendría ningún problema en solucionarlo —comienza a desabotonar su camisa exhibiendo parte de su ejercitado pecho, resultado de un arduo trabajo de entrenamiento. No puedo evitar perderme un tanto en su definido cuerpo, sin embargo, pesé que sea cierto que a la vista es atractivo y deseable, y que bajo otras circunstancias probablemente me hubiera dejado vencer por su sensualidad, no es esta la situación en la que lo haré—. ¿Es eso lo que quieres?
Mi silencio pesa como respuesta.
—Sí, eso imaginé. Ahora métete a esta maldita cama y finge que consumamos este matrimonio.
—¿Fingir? ¿Es que desea que le mienta a sus padres y pueblo?
Concedo un paso hacía mi esposo, el mismo que retrocedo, ya que un artefacto pequeño y punzocorrante emerge de su cinturoncillo.
—¿Eres virgen? —su cuestión hace sonrojar mis mejillas con pudor y furia—. He escuchado que en tus tierras es algo esencial.
—¿En las suyas no?
—No realmente. No es tan elemental como la forja de alianza que se genera con tal unión, pero te aconsejo que nuestros hijos no se parezcan a ninguno de la corte o la muerte sonará misericordiosa como opción.
"¿Hijos? ¿Planea tener una camada como nuestros padres? Lo que me faltaba"
—Y bien, te hice una pregunta, Emmelina.
Me muerdo la mejilla interna con rabia, pero finalmente contesto.
—Lo soy, sí.
Su lengua chasquea.
—Lástima que tus padres no te hayan permitido descubrir lo que es el calor de una cama.
La temperatura sube nuevamente por mis mejillas y cuerpo, aunque en esta ocasión no lo hacen por pudor, sino por un recuerdo en específico, ya que por supuesto que lo he experimentado o al menos así se sintió aquella vez cuando las manos de ese extranjero me tocaron.
Mi memoria se pierde en cuanto veo como Dimitry se pincha el dedo y deja caer unas cuantas gotas sangre suya en las sábanas.
—No queremos que duden de mi querida esposa o ¿sí?
—Ni de la virilidad de mi esposo o ¿sí?
"Emmelina cierra la boca. Ya hiciste que no te tocara por un tiempo"
—Posee dientes muy afilados, princesa Le Covanov. Y no sé si eso sea bueno para usted en esta corte.
—Eso no le pareció molestar la primera vez que nos conocimos, príncipe Le Covanov.
—Bueno, cambio de parecer tan constante que a veces sentirás que soy dos personas distintas —sonríe retorcidamente—. Supongo que ya tendrás para conocerme. Toda una vida, de hecho.
Una vida. Sopeso sus palabras. Lo odio. Todavía no pasamos ni un día siendo marido y mujer, pero lo odio.
—¿Qué te sucede?
—Nada.
Mi mentira emerge por si sola ante lo que puede ser un ataque. Parece no importarle, porque sin más, se aleja de la alcoba para destinarse a la sala exterior y recostarse en el sillón. No sé como actuar ante ello, aunque no le protesto. Me he de quedar sola en la cama sin poder dormir hasta que la profunda respiración de Dimitry anuncia que yace dormido y me arrulla.
Cuando despierto, él ya se ha marchado y pese que yazco aliviada de alguna forma, también estoy angustiada.
¿Qué sucedera cuando lo sepan?
—Buenos días, Su Alteza —una sirvienta, junto con cuatro damas de la corte abren la puerta de forma ruidosa—. Su Majestad, la reina Agnes ha solicitado su presencia en el almuerzo de damas —la mujer que habla ha de ser una de las damas leales de la reina, ya que su edad es cercana. Junto a mí, despliegan una serie de atuendo que puedo elegir para aquella petición que sin duda es obligación.
—Prima —me adhiero al único ser que conozco y tiende su mano a la mía cuando salgo de la cama y preparan mi baño—. Detesto tanta atención —le susurro a Katrina.
—Solo disfruta.
No lo hago, no tengo ni un segundo de intimidad, pesé que noto la razón de su visita, ya que la sirvienta tira de las sábanas para desnudar mi cama llevándose entre las manos "la prueba" de mi cumplimiento como esposa del príncipe Dimitry. Muerdo mi labio con esperanza de que crean lo que suponen que sucedió la noche anterior.
—¿Y cómo fue?
—¿Cómo fue qué? —ella mira con la insinuación.
—Tu noche de bodas, tontita.
—Oh eso, fue...
"Decepcionante, repugnante, placentero ¿qué otras palabras he escuchado en mi nación? Piensa, Emm, deben creerte que sucedió o nos obligarán a hacerlo con público si con eso verifican que se ha consumido"
No es hasta este momento que pienso que tal vez Dimitry me ofreció algo que en estas semanas nadie me ofreció, consideración y compasión. Sí, tal vez nuestras responsabilidades nos alcancen de manera inevitable y no posee tacto alguno, pero él...
—Fue un caballero.
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Próximo capítulo:
LA CACERÍA
Gracias por pertenecer a
❦𝕰𝖑𝖊𝖌𝖎𝖉𝖔𝖘❦
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