Stolz.
Ashly.
Juro que hasta me dieron ganas de saltar a besuquear al grandulón al ver la entrada al reino de Whitelhz. Los guardias de las fronteras llegaron de inmediato y nos asistieron.
Cruzar la calle principal me trajo una oleada de recuerdos... tantas noches escabulléndome por la ciudad cuando era apenas una jovencita. No me di cuenta que estaba sonriendo al ver la plaza, pero alguien si pareció notarlo. Anub me observó de reojo con una sonrisa de lado. Bufé y blanqueé los ojos, apartando la vista.
El carruaje saltó por las piedras del camino y me dio una puntada en el estómago. Me encogí sobre mí misma y solté un insulto.
—Ashly, por el león. ¿Qué te ocurre? —Insistió Alexander.
El chofer se detuvo y me apresuré en ser la primera en bajar.
—No me pasa nada, niño bonito. Vamos, muero de hambre.
Me sostuve el abdomen con una mano y continué hasta la entrada donde todos nos esperaban. Intenté que el dolor no se viera reflejado en mi rostro, pero era una tarea casi imposible. La magia reclamaba mi cuerpo. Sus hilos se envolvían en mis venas y las apretaban con afán.
—¡Papá! —Mihrimah y el pequeño Murad corrieron hacia Alexander. Noré me abrazó de camino y también recibió a su esposo.
A los pies del vestíbulo, Helena y Elizabeth aguardaban nuestra llegada. Las dos figuras a su lado no pusieron buena cara al verme. Saludé a Helena y le pedí disculpas por no tener noticias aún, pero mi amiga solo se limitó a abrazarme con fuerza. Elizabeth me dio un asentimiento de cabeza y luego me paré en frente de Naomi y su madre.
Las ninfas me observaron de arriba abajo sin atisbos de sonrisas en sus rostros. Me agradaba eso de ella. Naomi era angelical y tenía la belleza de una diosa, con sus tatuajes blancos cubriendo su piel parecía un ángel, pero no ocultaba lo que pensaba bajo gestos falsos. No. Esa maldita cara de asco me la estaba poniendo con orgullo.
—Hola, querida. —Anub apareció a mi costado y la abrazó. La muy condenada me sonrió entre sus brazos y luego lo besó.
Me remojé los labios y miré hacia al costado. Es su mujer. Es mujer, Ashly. ¿Qué quieres que haga? Me repetí a mí misma.
—Cariño, nos interrumpiste. —No pude evitar dirigir la vista a la mano que acariciaba el pecho de Anub. El argo observó a su mujer de una forma que no supe interpretar—. Me alegra verte, Ashly. Bienvenida a nuestro hogar ¡Ah!, pero... habías venido antes, ¿no? —Batió sus largas pestañas apoyando su cabeza en el torso de su marido.
Solté una carcajada seca. Naomi lo ponía divertido.
—Se...—Saludé a su madre con una reverencia y me encaminé hacia dentro—. Conozco el palacio de memoria. —Giré apenas. Naomi tensó su mandíbula y Anub negó con la cabeza.
Llegué hasta Helena y caminé entrelazada a su brazo. Estaba maldiciendo por haber hecho la reverencia porque algo crujió en mi espalda, pero noté su respiración agitada. Giré apenas la cabeza con el ceño fruncido. Helena caminaba a duras penas y gotas de sudor caían de su frente.
—¿Estás bien? —inquirí preocupada. Nunca la había visto así.
Asintió repetidas veces. Respiraba con la boca abierta.
—Ayúdame a llegar al baño —siseó entre dientes.
—Grandulón, ¿el baño? —Volteé a Anub. Su suegra me miró con reprobación, pero poco me importó.
Doblamos por el pasillo que Anub me señaló. Helena se lanzó hacia el y cerró la puerta. Antes de que pudiera decir nada escuché las arcadas.
—¿Helena?
La pelirroja salió y cerró, apoyándose sobre ella. Estaba blanca como la nieve y no dejaba de sudar.
—Mierda, mujer... —La sostuve de un brazo y la ayudé a caminar mientras iba abriendo puerta por puerta del pasillo hasta que di con un despacho. La hice entrar y cerré con pasador.
Helena se dejó caer en un sillón aterciopelado verde oscuro. Abrí las ventanas porque el calor era insoportable. Se estiró un poco y cogió un libro para abanicarse.
—¿Qué demonios te ocurre? —Me crucé de brazos.
—No quieres saberlo. —Llevó la cabeza hacia atrás y respiró por la boca.
No sabía qué hacer. Volteé y vi la mesa llena de bebidas. Había un buen vino, supuse que eso debía tranquilizarla. Siempre lo hacía. Me acerqué y serví dos copas. Bebí la mía de un tirón mientras le pasé la suya. Helena me observó con un brillo especial en los ojos.
—No puedo. —Escondió su labio inferior.
¿No puede? ¿Por qué no podría?¡Si desayuna casi siempre con vino! Solo no podría beber si...
—¡Mierda, Ashly!
Escupí todo. Helena se irguió y buscó algo con que limpiarse. Me quedé atónita en mi lugar.
—Tú... estás... —Helena volteó a verme con una mirada asesina. Observó hacia todos lados y caminó hacia mí con apuro—. ¡Embarazada! —exclamé, pero me estampó contra la pared y tapó mi boca de un manotazo.
—Cierra la puta boca... —gruñó entre dientes. Mi ceño se suavizó, y por primera vez luego de muchos años, una lágrima cayó de mis ojos. Sonreí bajo su palma.
Helena alzó las cejas ante mi reacción y aflojó el agarre. Me abrazó emocionada.
—Por primera vez en mi vida, estoy aterrada Ashly —afirmó entre sollozos. Sentí que iba a derrumbarse en mis brazos—. Hay una pequeña vida dentro de mí y Stef... yo no sé si él... —Sus piernas flaquearon. La sostuve con la poca fuerza que me quedaba y la devolví al sillón.
Me hinqué de rodillas a su lado.
—Helena, es maravilloso. Stefano, él...
Recordé lo mucho que mi mejor amigo anhelaba por la llegada de este momento. Los años que estuvo intentándolo junto a Helena y la angustia y desesperanza al ver que no sucedía. Pero sentí que mi corazón se partía ahora que por fin había llegado y ni siquiera sabíamos si estaba con vida.
—Él está bien, ¿sí? —Acaricié sus cabellos. Helena agachó la cabeza entre sollozos—. Helena, mírame... él está bien. —Mi amiga asintió, sorbiendo su nariz.
Golpearon la puerta y me alerté. Me puse de pie, pero Helena me detuvo.
—Ni una sola palabra.
Asentí.
—¿Sí? —Me sequé las lágrimas y acomodé el cabello.
—¿Bruja? —preguntó Anub del otro lado—. ¿Está todo bien?
—¡Si! ¡Si! Ponía a Helena al tanto de todo.
—Estamos en el comedor. Las esperamos para almorzar todos juntos.
—Vamos enseguida. —Espié por el hueco del pasador que se hubiera ido—. ¿Alguien más sabe esto? —Volví a Helena. Negó repetidas veces.
—Noré y ahora tú. La desaparición de Stefano es suficiente. Los reyes de Dírham deben estar planeando la rebelión. De seguro... si ellos se enterasen que hay un heredero... —Helena se llevó las manos al abdomen. Su comisura tembló.
Asentí, relamiendo mis labios. No hizo falta decir más. Una puntada en mis costillas me hizo perder la estabilidad. Gruñí de dolor, pero volví a enderezarme.
—Ashly, tú no estás bien. —Afirmó Helena con los ojos llorosos.
No, no lo estoy. La magia consume mi cuerpo y no sé cuánto tiempo me queda.
Pero no podía decírselo, no en su estado. Chisté mis labios y forcé una sonrisa.
—Ah, vamos. Es solo hambre, hace dos días que no trago cómo se debe. Ven, te ayudo.
Helena cruzó las puertas del comedor y fue como si los malestares se hubiesen esfumado. Puso buena cara y tomó asiento al lado de su hermana y los niños. Noré asentó su mano en el muslo de Helena y eso bastó para que supiera que la apoyaba.
La única silla libre que quedaba era al lado de Zarah, la madre de Naomi. La ninfa me observó con una sonrisa de lado mientras bebía de su copa.
—Pensé que habíamos hecho un trato —dijo a mi oído mientras se inclinó a tomar un panecillo. Nadie más pudo oírla desde esa distancia.
Sonreí y le quité el panecillo de la mano.
—Zarah, qué amable. Gracias. —Mastiqué bajo su mirada asesina y luego hablé por lo bajo—. Eso fue hace muchos años. Tu hija ya se casó con él, no hay peligro si estoy cerca ahora. —Saboreé mis dedos aun con glasé.
La anciana me dio vuelta la cara. Sonreí, orgullosa. Me puse de pie para servirme la bandeja entera, pero Ayzhi ingresó al salón y las puertas rebotaron de par en par. Todos volteamos hacia él.
Lucía desalineado. Sus cabellos revueltos, el traje arrugado y traía una capa de sudor en el rostro. Helena terminaba de darle de comer a Murad cuando inclinó la vista hacia él.
—¿Qué ocurre, Ayzhi? Suéltalo.
—Traigo noticias.
—Malas, eso es seguro. Se nota en tu cara —intervino Anub.
—Ayzhi, por los dioses. Habla... —insistió Noré, aferrándose más a Mihrimah.
—Hay rebeldes de Dirham en las ruinas del castillo. Distribuyen comida y agua a los heridos a cambio de información, —Mordió su mejilla—... del paradero de los reyes.
Helena se puso de pie.
—Mierda... ¡Mierda! —Golpeó la mesa, Noré la tranquilizó. Murad se paró en su silla y copió sus gestos.
—¡Murad! —Su madre lo regañó.
—¿Y mis hombres, Ayzhi? —preguntó Anub.
—La ayuda de los Argos les sigue pareciendo peor que quedarse en un reino caído.
—Ingratos...
Helena se llevó las manos a la cabeza.
—Hay otra cosa... —Ayzhi se acomodó el cuello de la camisa.
—¿Qué? ¿Qué más puede ser? —Alexander se puso de pie.
—Recomiendo que los niños no escuchen...
Esther se levantó del asiento y tomó a Mihrimah del brazo.
—¡No! ¡Yo quiero saber! —Murad se resistió, pero Noré lo alzó y se lo llevó.
Ayzhi volvió la vista a la mesa.
—Dan una recompensa por llevar ante Thompson a los reyes de Stolz... vivos o... muertos.
—¡Debí matarlo! —gritó Helena—. ¡Debimos cortarle la cabeza en cuanto conquistamos su reino!
Me puse de pie y fui a hasta ella. La tomé de la mano y le eché una mirada de reprobación, recordándole que había una cosa en su vientre. Naomi y Zarah al frente, compartieron miradas en silencio.
Helena quebró en llanto. Trastabilló, pero Alexan pudo sostenerla a tiempo.
—¡Tenemos que encontrarlo cuanto antes! ¡Por el León, Stefano!
—Ash, ¿tú no puedes hacer nada? —preguntó. Todos asintieron mientras me observaban.
Pasé saliva.
—¿Usar mi magia? —La voz me tembló.
—¡Si! ¿Por qué no lo hicimos antes? ¡Un hechizo! —gritó Helena.
—Es...—Comencé a sudar frío—...Es que necesito algo de él, y todo quedó en Stolz... —Mentí. Canalizar mi magia para un hechizo de rastreo era lo peor que podía hacer en este momento, salvo que quisiese morir.
—Tengo algo... —susurró Helena. Y eso fue suficiente para hacerme lanzar un largo y rendidor suspiro.
—Bien. Un hechizo, sí. Ha ...
Helena llevaba en el cuello el collar de la madre de Stefano. Anub nos llevó a su despacho e insistió en quedarse. Obvio que antes que un objeto, la sangre era mejor para el hechizo de rastreo. Con disimulo, toqué el vientre de Helena al tiempo que sostenía el collar.
Nunca hacer un hechizo me había dolido tanto. Con mi piedra bendecida por los dioses, la magia se filtraba por sus poros y pasaba a mi cuerpo sin consumirlo, pero sin ella, cada maldita célula de mi cuerpo era reclamada. Mi pulso latía agitado detrás de mis orejas y mis labios se resecaban con el correr del tiempo.
Negué con la cabeza y elevé mis manos en un intento de que los tres contempláramos el punto, pero no pude evitar concentrarme en las venas marcándose en mis palmas y dedos, y como la piel se pegaba a mis huesos. Ahogué un gruñido y seguí repitiendo el hechizo.
Vamos, Ashly. Tú puedes. Eres una maldita bruja negra.
La nube de humo turquesa cobró una forma ovalada frente a nosotros. Observamos el bosque de Forolg desde arriba, y luego la magia nos llevó hasta alguna cueva de los Alpes Blancos.
—Dioses...
La entrada llevaba escaleras abajo y todo se volvía negro.
—Bien Ash, lo tienes. ¿Puedes ver un poco más? —insistió Anub.
Asentí. Obligué a la magia a adentrarse a la cueva. Cada paso más cerca, mis articulaciones crujían.
—¡Por el León! ¿Qué es eso? —gritó Helena horrorizada.
Numerosas decenas de personas colgaban del techo de la cueva envueltos en capullos de hiedras y ramas. Parecían muertos, en el mejor de los casos, inconscientes. Una puntada en la sien me hizo perderlo todo.
—¡Ashly! Vamos, ¿puedes volver? —preguntó Helena, casi suplicando.
Tenía un liquido agrio ascendiendo por la garganta. No sabía lo que me esperaba si volvía a intentarlo.
—Tú no estás bien. —Sentenció Anub, cruzado de brazos. Se acercó hasta mí y me inspeccionó con esos ojos azules que encandilaban a cualquiera.
La ira me devolvió vitalidad. Odiaba que me conociera tanto.
—¡Cállate! Que no me pasa nada. Claro que volveré... —Elevé de nuevo mis manos y las sogas invisibles de mi magia me envolvieron por el cuello dificultándome respirar.
Yo puedo, mierda. Insistí. La imagen de las personas volvió a aparecer frente a nosotros. Me concentré en buscar capullo por capullo. Los minutos iban pasando y las gotas de sudor frio me chorreaban por la espalda.
—¿Ashly? —Helena me llamó, más no le di importancia. Tenía poco tiempo para encontrarlo.
—Ash, estás muy pálida... —afirmó Anub, atravesándose frente a mí, pero di un salto al verlo.
—¡Stefano!
¡Ahí estaba! En las ultimas filas. Su rostro cubierto de barro y suciedad, pero respiraba. ¡Respiraba, mierda!
—¿Y dónde es eso? ¿Qué hace ahí? —Helena iba y venía por la habitación. Saber con exactitud que maldito punto de las tantas cuevas de los Alpes era, iba a asesinarme.
—No lo sé, pero al menos tenemos noción. —Estaba a punto de cortar la conexión cuando vi a la enorme serpiente blanca arrastrándose desde el fondo.
—León santísimo...
Vezhaltz estaba recuperando su forma inmortal. Lucía flacucha y débil, pero sus ojos rojos como rubíes brillaban con intensidad. Se deslizó por los muros y escogió a su presa.
Todos tragamos grueso al ver lo que hizo con ella. La mayor sorpresa fue notar que su piel se regeneraba tras ello. Estaba consiguiendo magia, pero ¿de dónde? El león blanco la había castigado. No podía conseguirla en este mundo, pero aun así su jardín, el bosque de Forolg le respondía, ¿cómo había resurgido?
—¡Aléjate de él, hija de perra! —Oí a Helena lejana. Quería seguir mostrando la imagen, porque la serpiente se acercó a Stefano y parecía hablarle a alguien, pero mi cuerpo no dejaba de tiritar y el frio calaba mis huesos.
—¡Ashly!
Desperté entre decenas de cojines y envuelta en finas sábanas. La cabeza me palpitó y cuando llevé mi mano a la frente, comprobé un trapo húmedo sobre ella. Me froté los ojos y observé a mi alrededor. Todo estaba oscuro y tranquilo. La brisa fresca del atardecer se colaba entre las cortinas de los ventanales abiertos.
A mi lado, Anub descansaba en un sillón diminuto a comparación de su cuerpo. Dormía encorvado y echo una pequeña bolita. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué estás aquí, grandulón?
No sabía si era la noticia de Helena, el hecho de ver a Stefano en peligro o la idea de que iba a morir, pero una corriente de angustia azotó mi pecho. Las lágrimas saltaron de mis ojos y mi mandíbula tembló. Llevé mi mano al escote...
—¿Buscas esto? —Di un sobresalto cuando se puso de pie. Tenía mi collar envuelto entre sus garras. Mi collar...roto.
Me sequé las lágrimas y apreté mis dientes con fuerza.
—¡Tú!...
Lancé las sábanas a un lado, pero cuando quise salir de la cama mi cuerpo no respondió. Anub llegó a tiempo y me sostuvo antes de caer. Protesté encima de él.
—¡Eres un metiche! Qué estás haciendo aquí, ¿eh? —Mi boca tembló. Los ojos de Anub me observaban con un brillo intenso. Él lo sabe. Mierda. Lo sabe. Eché a llorar mientras golpeaba débilmente su pecho—. Tienes que estar con tu esposa, en tu cuarto, en su vida feliz. Lo que siempre has querido, tu matrimonio... —Anub soportó todos los golpes en silencio—. ¿Qué estás haciendo aquí? —sollocé, hundiendo la cara en su pecho.
Anub me envolvió entre sus enormes brazos y su calor logró reconfortarme.
—Tu magia, el talismán está roto...
Me tragué el llanto.
—Si.
—¿Por qué no dijiste nada? Por qué no me lo conta...
—¿Y qué harías? —inquirí, sorbiendo mi nariz—. ¿Qué cambiaría? ¿Quieres que de lastima y moleste a todos con mi puto problema? Sabes que no soy así.
—No pienso dejarte sola en esto. —Sentenció, devolviéndome a la cama—. ¿Qué tan grave es? —Sus comisuras temblaron, pero se irguió inmutable.
—Estoy muriendo...
Anub abrió sus fosas nasales y rugió.
—¡Eso no pasará!
—Necesito una piedra sagrada.
El Argo soltó una carcajada seca.
—Volvemos a los viejos tiempos... —bromeó.
Sonreí ante el recuerdo.
—La diferencia es que ya no quedan.
—Buscaremos por cielo y tierra. Debajo de cada roca y montaña. No vas a morir. Ya encontramos una antes. Podremos ahora.
Incliné la cabeza para verlo. Anub sonaba seguro, como si pudiera manejarlo. Como si fuese el dueño del mundo. Recordé al joven Argo de mi adolescencia... de mi vida entera.
—Gracias, grandulón... —Asenté mi mano sobre la suya. Quedaba ridículamente pequeña en comparación. Anub, me dio una sonrisa lado, acariciándola con su otra mano libre.
—Para servirte, bruja.
¡BUENAS Y SANTAS!
¡Al fin me reporto! Estuve mal de salud y se me complicó actualizar. Pido disculpas, pero aquí estamos :D
Espero que les guste. De mi parte, ¡AMO A ESTOS DOS! Estoy impaciente porque conozcan su pasado en su propio libro <3
¡Que el León me de vida y tiempo para escribirlo!
Les dejo unas imágenes de referencia.
Besos de muerte y cristal, Gre.
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