Stolz.
Ashly.
Caminar. Caminar era la cosa más jodida que había hecho en el último tiempo. Me sentía densa, mis extremidades parecían de plomo y ¡Dioses, hasta me pesaba la puta uña del dedo pequeño del pie! Intentaba seguirles el ritmo a los muchachos, pero mis pulmones parecían haberse vuelto un par de inservibles. Estaba agotada, sudaba frio y hasta me temblaban los dientes.
—¿Ash? ¿Te sientes bien? —Alexander volteó más adelante. Me había detenido junto a una enorme roca y ahora apoyaba mi cuerpo. Me sequé el sudor de la frente y lancé un suspiro.
No, niño bonito. Estoy hasta la mierda.
—Si. Bien, solo quería respirar un poco... —Fingí una sonrisa. La verdad, cada célula de mi organismo ardía en fiebre.
—Es la tercera vez que frenas a descansar en menos de media hora...—dijo Anub, girando y caminando hacia mí. Mierda—. ¿Segura que no pasa nada? Puedes volver con los demás y nos...
—No. —Me balanceé sobre mi cuerpo y logré despegar la espalda de la roca—. No voy a volver, debo encontrar a esa diosa y traérsela a la reina, eso prometí.
—Estás sudando como un puerco... —Anub me revisó de arriba abajo. Frunció su ceño al llegar a mi rostro—. ¿Y por qué estás tan agitada? ¿Acaso tienes temperatura? —Anub acercaba su enorme manota a mi frente, pero hice un movimiento rápido y lo esquivé.
El argo me mostró sus colmillos en un gruñido.
—Ash, Anub tiene razón. —Intervino Alexander—. Si no te sientes bien, es mejor regresar con los demás. Aprovechar que estos días no ha habido movimiento y volver a Whitelhz para descansar.
El rubio podía tener razón. La vegetación había dejado de ganar territorios y la diosa no había vuelto a dar señales de vida. Era como si se la hubiese tragado la tierra, valga la redundancia, o quizás estaba esperando vaya a saber qué cosa para volver a atacar la ciudad o, mejor dicho, lo poco que quedaba de ella. La capital solo eran las ruinas de lo que alguna vez supo ser y Forolg, un jardín salvaje.
Una chispa se encendió en mi mente. ¡Si! Si volvía a Whitelhz, podría tener esperanzas. Las piedras sagradas yacían ahora en sus bóvedas, y si lograba encontrar la forma de cambiar la gema tal vez llegaría a sobrevivir.
Anub me observó con los ojos entrecerrados. Odiaba la forma en que me conocía. Sabía que estaba tramando algo; inspeccionaba cada mueca de mi rostro, buscando una pista, un indicio que le hiciese saber de qué se trataba esta vez, pero no se lo permití.
—Ustedes ganan, de acuerdo. No me siento bien... —Mordí mi mejilla y tensé la mandíbula, fingiendo estar molesta por mostrar mi vulnerabilidad. Eso le bastó por el momento. El argo sonrió de lado—. Creo que sí. Sería bueno descansar unos días y regresar con más fuerza. —Me crucé de brazos y jugueteé con una piedra del sendero mientras hablé cabizbaja.
—Bien.
—¡Ey! —grité, pero era demasiado tarde. Anub me cargó en sus brazos y comenzó a caminar en dirección contraria.
Alexander negó sonriente y nos siguió.
—¡Criatura maldita! ¡Bájame ahora! —protesté—. ¡Anub! ¡Ahg!
Infringía puñetazos en su pecho, pero era obvio que mis golpes solo le hacían cosquillas. Anub continuó con sus ojos en el camino.
El rubio soltó un suspiro.
—Voy a adelantarme. La verdad es un fastidio explorar con ustedes dos. Supérense...
El argo y yo nos quedamos boquiabiertos.
—¡Ven acá niño bonito! —grité, pero Alexan ganaba distancia—. ¡Ven y repíteme a la cara lo que has dicho! —Volteé—. ¡Y tú, bájame!
—Tienes fiebre, estás enferma y te paras cada un minuto a descansar como una moribunda. Nos retrasas, así que haz silencio y déjame caminar en paz. —Sentenció. Formé una línea con mis labios y me crucé de brazos encima del grandulón.
Habían pasado un par de horas, hasta que al fin veíamos a lo lejos la entrada a Whitelhz junto a la frontera de Forolg.
Dolía demasiado ver mi aldea de esa forma. Ni siquiera quedaba un esbozo de lo que había sido; el bosque y su extraña vegetación se habían apoderado de todo. Las ramas y raíces llenaban las casas y las calles. Las yedras se extendían entre las estatuas de la plaza vacía y el templo.
A lo lejos, observé el castillo de Hecalhz. Mi hogar. Pero algo llamó mi atención. A lo alto de los alpes Blancos, detrás de las tupidas montañas, las nubes se teñían de un aura roja. Una aurora de destellos naranjas y rojos que no había visto en mi vida jamás.
—¿Qué es eso? —Señalé con mi índice y Anub volteó a ver.
—¿No es algún tipo de magia de las tuyas?
Negué.
—Sea lo que sea, no podemos ir en estas condiciones. Iremos a mi castillo y harás reposo allí. Cuando estés mejor volveremos.
—¿Me llevarás a tu castillo? —Arqueé una ceja—. ¿Tu esposa lo permitirá? —Sonreí.
—Soy el rey, no necesito el permiso de mi esposa para cuidar de mis amigos.
Amigos. Uf...
Asentí, frunciendo mis labios.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta el termino? ¿Acaso no te encargas siempre de ocultar a todo mundo que somos ex?
Solté una bocanada de aire y reí. Solo lo observé y negué repetidas veces. Anub alzó la barbilla, orgulloso.
—Ya, supérame... —bromeó risueño.
Buenas, buenas! Feliz año!
¡Traigo este adelanto al capítulo del fin de semana porque yo amo a este par también! Estoy ansiosa por empezar su libro, que cuenta su historia sucede antes de Siniestra. Espero que estén pasado un buen comienzo de año.
Les mando un abrazote.
Besos de muerte y cristal, Gre.
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