Ashly. 

—¡Ash! —Helena fue la primera en levantarse. Noré quiso hacerlo, pero la detuve. En su falda, a cada lado, Murad y Mihrimah descasaban sus cabecitas.

La fogata iluminaba los rostros preocupados y cansados de todos alrededor. Reconocía el lugar. Era una cueva de las montañas de Hecalhz. Lejos de Stolz, y lo suficientemente cerca del bosque de Vezhaltz, pensé, cómo para investigar qué estaba ocurriendo con la diosa y con mi magia, por supuesto.

—¿Anub?

Mi amiga observó a Anub con un brillo desgarrador en los ojos. Uno que solo los cercanos de Helena reconocerían; ella mantenía su gesto impoluto.

El argo negó, agachando la vista. Ella tensó la mandíbula, asistiendo con lentitud.

—Bien, Estoy harta —arguyó, poniéndose de pie o intentándolo. Se tomaba la barriga y apenas si pudo hincarse de rodillas. Esther le tomó la mano—. Iré por él. ¡No puede ser que no aparezca!

—Majestad, calma, por favor. —Evhor, uno de los consejeros reales más leales a Elizabeth tomó la palabra. Me sorprendió no verla por ningún lado—. Los guardias están buscándolos, ellos los encontrarán. Recuerde que reyes hay solo dos, no podemos darnos el lujo de que usted desaparezca también. El reino correría peligro de ser así.

Alexander asintió, hubo una mirada de súplica a su cuñada.

—La noticia del desastre debe haber llegado a Dírham, no tardarán mucho en intentar volver a recuperar sus tierras. —Agregó.

El rubio tenía razón. Apenas Helena y Stefano habían regresado de la cruzada, el caos nos había destrozado. Todos los reinos a nuestro alrededor podrían aprovechar la oportunidad para atacar.

—Con más razón, deberíamos apurarnos y accionar. —Afirmé.

—Dividámonos. —Propuso Anub. Asentí, el grandulón siempre tomaba la iniciativa—. Un grupo seguirá camino a Wilthehz y se refugiará allí junto con la reina. Mis hombres le brindarán protección—Helena se cruzó de brazos—. El resto, seguiremos buscando a Stefano y Elizabeth; averiguaremos cómo demonios parar a la diosa loca.

—Estupenda idea. —Ayzhi se puso de pie. Los demás imitaron su accionar, abandonando el calor de las ramas aun chispeando—. Esther acompañará a los niños y a las señoritas Noré y Helena. Yo iré con ustedes.

—¡De ningún modo! —retrucó Helena—. Tú eres mi mano derecha, vienes conmigo.

Supe que eso no era por estrategia o por cuestiones formales. Helena apreciaba a Ayzhi como si fuese su propio padre. No lo dejaría correr peligro, menos con su edad y su reciente matrimonio con Esther. Me parecía apropiado.

—Helena tiene razón...—agregó, Alexander—. Ayzhi, acompañarás a las muchachas y yo iré con estos dos—Anub y yo nos observamos de reojo, no dijimos ni una palabra, pero saber que estaría en una "aventura" con él traía recuerdos imborrables de la adolescencia al presente—. No te preocupes. Haré que se comporten... —bromeó.

Solté una sonrisa a secas. El argo negó con la cabeza, sonriendo.

—Somos adultos, no necesitamos niñero. Menos un sumiso. —bromeó Anub.

Noré echó a reír y el rubio volteó con los ojos entrecerrados hacia su esposa.

—Muy gracioso, al menos no mido casi dos metros y soy un pollerudo.

Casi escupí saliva de la carcajada que se me escapó. El argo me observó con el ceño fruncido.

Alexander no mentía, Anub solo hacia lo que su espectacular esposa le permitía. No sé cómo había obtenido el permiso de venir al cumpleaños de su sobrina.

—Vamos, muchachos... dejen de pelear y concéntrense. —Noré dejó a los niños dormidos en el suelo—. ¡Cómo en los viejos tiempos! —Se acercó, entusiasta—. Acabemos con esa diosa molesta. Nadie se mete con nuestra familia y sale ileso de ello —Extendió su mano.

Di una sonrisa de lado y puse la mía encima. Los demás se observaron por un momento, pero terminaron por imitar nuestro gesto. Helena tenía en el rostro esa mirada que tanto la caracterizaba: la determinación brotaba de sus pupilas. Se dirigió a mí.

—Encuentren a esa zorra, y hagámosla pagar...