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Capítulo 8.


Phoebe.


Habían pasado tres días, y tanto Iris como el Levhi no habían asomado si quiera su sombra al calabozo. Un nuevo par de guardias ocuparon el lugar de Halthuk, solo se movían para comer e ir a hacer sus necesidades.

Los días anteriores, Levhi había venido a vigilarme por las noches. Iris podía colarse entonces. Traía alimento y agua a escondidas, poco según ella, pero lo suficiente para mantenerme bien. Sin embargo, con el nuevo personal, tal y como la reina madre lo había ordenado, me prohibían de esos beneficios. Su falta había comenzado a sentirse, mi boca estaba pastosa y seca. Mis extremidades caían débiles, y apenas si me movía por la corta longitud de las cadenas.

Comenzaba a preocuparme. La última vez que había hablado con Halthuk, el rey no despertaba todavía, y por lo que Iris había averiguado de otras Sherhazís, la reina madre había acordado junto al consejo una orden estricta: si en una semana el rey Haytham no se recuperaba, se llevaría a cabo mi juicio y ella tomaría la regencia. El problema era que ese último día era hoy y seguía sin noticias de ambos.

Por si no fuese suficiente, las pesadillas continuaban. Despertaba con palpitaciones y empapada en sudor. La serpiente irrumpía en mis sueños. Lo curioso era que ya no se basaban en mis recuerdos, ahora eran tan solo sueños aislados en donde ella se aparecía.

El último había sido escalofriante. Podía ver a Stefano debajo del reino, destruido y en ruinas, en una especie de cueva subterránea. Sus extremidades atadas con raíces, y otros cientos de personas lo rodeaban. Intentaba llegar hasta él, pero observando hacia el fondo, los ojos rojos como rubíes me observaban y estremecían mi pecho al punto de despertar.

Un fuerte crujido resonó y llamó la atención de todos en el calabozo. Recé porque fuera Iris. Uno de los guardias, el más alto y barrigón, se puso de pie de inmediato.

—Ordenan subirla al salón del trono —gritaron de lejos.

El guardia asintió, y su compañero abrió las rejas ni bien escuchó la orden. Intenté ponerme de pie, pero estaba muy débil, así que me ayudó a caminar.

Subir las escaleras fue todo un reto. Sentía mis piernas flaqueando y me agité demasiado rápido, pero decidí seguir con buenos ánimos a pesar de todo. De seguro el rey había despertado y Halthuk había logrado aclarar todo.

Desplazarme hasta el salón del trono fue casi un suplicio, pero cuando esas enormes puertas de hierro estuvieron frente a mí, sentí que todo mejoraría. Que podría tomar un vaso agua, comer y hasta darme un baño. Los músculos de mi boca hicieron un vago intento y mi comisura derecha ascendió, esbozando una sonrisa de solo pensarlo.

Los dos aurems que custodiaban la entrada abrieron las puertas y anunciaron nuestra llegada. Mis pies intentaban dar pasos firmes, pero miento si no digo que los guardias debieron arrastrarme. Incliné mi cabeza para poder ver al rey, pero en su lugar, sentada en el trono de cristal, cuyas estalactitas llegaban hasta casi la mitad de los muros, se encontraba la reina madre.

No...

—Tráiganla frente a mí. —Ambos me hincaron de rodillas al suelo. Mi cuerpo se desplomó por la falta de fuerza. Me erguí sobre mis codos con lentitud y observé de reojo a mi alrededor. No había rastros de Iris, como así tampoco de Levhi Halthuk. Tomé una bocanada de aire. No, no... por favor.

Los aurems de pie, formando un pasillo improvisado de muerte para mí, debían ser el consejo. Arriba en las escalinatas, junto a la reina, las Privelih descansaban sentadas en cómodos almohadones, observándome como la cosa más horrorosa del mundo. Los demás sirvientes y guardias rodeaban el lugar. Tragué saliva y no supe si mi cuerpo se puso a temblar por el frio de Minerhz o de miedo, en realidad.

Si las leyes eran similares a las de Stolz, este era mi juicio. Algo bueno hasta cierto punto. Me daban la oportunidad de defenderme, solo que no había por ningún lugar un testigo a mi favor y, sin eso, estaría en graves problemas...

—Consejo... —La reina se puso de pie—, Privelihes... —Volteó dando un pequeño asentimiento—, súbditos... —Giró a los restantes, entrelazando sus manos—. Como es de público conocimiento, la salud del rey es delicada. Siete días inconsciente son una muestra clara de ello. Viéndonos en la obligación de mantener la estabilidad del reino, y asegurando su seguridad, el consejo me ha declarado regente.

¿No ha despertado todavía? ¿Qué le pasa? ¿Tan grave ha sido? León mío...

—Mi primera acción con tal honor será juzgar a esta humana frente a todos ustedes, nuestros dioses y frente al trono de invierno que nunca olvida...

—¡Uhgm! —La gente golpeó su pecho y gruñó. Di un salto del susto.

—Consejo... —dijo, tomando asiento—. Adelante.

Uno de los aurems cuyas largas batas se teñían de tonos ocres y naranjas ocupó lugar en el centro de la sala.

—¡Los cargos que presentamos frente a dios Águila, sean juzgados con honor y justicia!

—¡Uhgm! —El grito volvió a alterarme. La gente volteó a la figura tallada en hierro y cristal a un costado de la sala. La belleza del dios Águila se asemejaba a la de ellos.

—¡Se acusa a esta humana de abandonar el castillo, cruzar las fronteras permitidas y poner en peligro la vida de nuestro rey! Como primer testimonio, tenemos a Sherhazí Radha. —La gente tomó asiento y dos guardias acompañaron a la muchacha al frente.

La Sherhazí comenzó a relatar lo sucedido, y caí en la cuenta de que sin Levhi estaría perdida. Esto no era un juicio, por la forma en que la reina madre me observaba desde lo alto, con esa sonrisa perversa de lado, era mi sentencia.

Mi cuerpo no había dejado de temblar en ningún momento, y sentí una corriente helada recorriendo mis huesos. Agaché la vista y dejé caer un par de lágrimas al suelo. Mi llanto surcó un camino entre la suciedad de mis brazos, pero al llegar a mis muñecas encadenadas se detuvieron en la pulsera que Helena me había obsequiado de pequeña. Claro que no tenía diamantes, ni joyas. Por eso seguía en mí. Era cocida en hilo, encerada y con un significado muy importante.

A pesar del miedo carcomiendo mi sistema, recordé las palabras de Helena al dármela esa vez: "cierra los ojos, respira, tranquiliza tu mente". Las pesadillas fueron recurrentes a lo largo de mi infancia. Helena venía cada noche y trababa de ayudarme.

—¿Qué tiene que decir al respecto, humana? —El consejero volvió a mí, pero no estaba lista.

Respiré profundo. Debía concentrarme y pensar en otra cosa. "Siempre el miedo nubla las oportunidades. Concéntrate en el presente, no en los escenarios catastróficos donde intenta llevarte". Y entonces, luego de unos minutos, llegó...

El presente... ¡Mis cargos!

—Acepto haber abandonado el castillo... —susurré—, pero... —Observé a Sherhazí Radha de reojo—. No tengo el conocimiento para decir si he abandonado las fronteras permitidas o no...

Algo en su rostro se alteró al escucharme. Pase saliva.

¿Había abandonado el castillo?, sí. ¿Había cruzado las fronteras permitidas?, sí. ¡Pero eso siempre hacia la Sherhazí! ¡Tal y como la anciana lo había dicho!

—Por favor... —Privelih Sasha fue quien habló esta vez, con una sonrisa soberbia impregnada en su rostro. Ella parecía manejar a las demás de su rango. No entendía porque seguía viéndome como una amenaza, a fin de cuentas, ella misma lo había dicho. Las humanas no eran las importantes. La reina madre se volteó a ella con una sonrisa. Estaban de acuerdo, ninguna me creía.

—Silencio, por favor. La acusada tiene derecho a hablar. Continúe... —El consejero me señaló.

—Bueno, es lo que he dicho. No tengo certeza de haber cruzado las fronteras, según palabras del aurem que conducía, seguimos el camino habitual de Sherhazí Radha.

Radha había entendido mi jugada. Frotaba sus manos con ímpetu mientras las llevaba cruzadas delante. Su vista danzaba entre la reina y el suelo. Paso saliva varias veces. Finalmente, mordió su labio inferior volteando hacia mí por última vez antes de hablar.

—Eso es correcto. Nunca cruzamos el límite permitido. Nuestra carga de alimentos siempre va hasta Ahmed, altezas. —dijo, removiéndose.

¡Por el León! ¡No puedo creerlo! ¡Ya hasta me siento un poco Helena tramando artimañas!¡Sherhazí Radha no puede acusarme, porque eso significaría cavar su propia tumba también!

Por alguna extraña razón, el rey llevaba alimentos a una zona prohibida al parecer, ¡y sus confidentes no podían traicionarlo! Levhi me lo había confirmado ni bien regresamos: "No hables, yo intercederé" ...

—Novileh, se la acusa de poner en riesgo la vida del rey, ¿qué tiene para decir ante esto? Los testigos afirmaron que ejecutó un plan desde mucho antes para atentar contra su integridad.

¿Un plan? ¡¿Testigos?! ¿De qué están hablando?

—Eso...—sollocé—, eso no es...

—Aun no es su turno. —Me calló—. Por favor, traigan a su cómplice...

Retuve un grito ahogado y mis ojos se llenaron de lágrimas cuando los guardias abrieron una puerta secundaria al costado de las escalinatas del trono y trajeron a rastras a Iris... o a lo que quedaba de ella.

Su figura delicada estaba marcada por los estragos de la brutalidad. El vestido rosado que llevaba como uniforme lucía sucio, lleno de rasgones y estaba cubierto de sangre y barro. Sus ondas cobrizas, una vez radiantes, colgaban desordenadas y matizadas con una capa extraña de sangre seca, paja y heces.

Pero ni siquiera eso era lo peor. Al recorrer sus extremidades, juró que mi corazón dio un vuelco. Su piel, delicada y suave, ahora se cubría de moretones, rasguños y quemaduras por cada rincón. Las cuerdas que ataban sus manos estaban teñidas de rojo, un cruel recordatorio de lo que había sufrido.

Cuando apenas pudo levantar la vista, comprobé hematomas en su ojo izquierdo y una de las comisuras de sus labios. Tenía los ojos rojos, vidriados, y con su boca aun temblando, me vio firme a los ojos y gesticuló: lo siento...

Me quebré en ese instante. Y toda la parte estratega que había logrado hasta esos minutos se fue con ello.

¿Entonces por eso no aparecía? ¿La habían tenido días... así? ¿Por mi culpa? ¡León, no!

—Sherhazí Iris, hable. Por favor...

Iris soltó una bocanada de aire. Contuve mis sollozos.

—La novileh nunca quiso ser parte de nuestro mundo...—musitó en un suspiro—, tenía constantes quejas y siempre pensaba en la forma de salir de Minerhz... —Iris se ahogó con su propia saliva y escupió sangre. Volteé el rostro.

Vi a Ehreiz correr con un jarro de agua hasta ella, pero la reina madre lo detuvo. Al sirviente casi se le escapan las lágrimas, pero contuvo su porte.

—Continúe... —Ordenó.

—Esa-esa tarde... —volvió a toser—, cuando los carros estaban listos, Radha no se sentía bien y la reina madre necesitó mi presencia, fue por eso que la descuidé, pero yo no tuve nada que...

—Miente. —La reina madre se levantó de su cómodo asiento—. ¡Ella fue su cómplice! ¡Jamás requerí de sus servicios ese día! ¡Ella ha sido quien ayudó a la traidora a escapar!

—No... —Iris apenas si podía hablar—, eso no ha sido así...

—¿Acaso tachas a tu reina de mentirosa?

—¿Cómo te declaras, Sherhazí Iris? —Interrumpió el consejero.

Pero Iris ni siquiera tenía fuerzas para defenderse. Su cuerpo se desplomó. Había caído inconsciente.

Lloré de rabia e impotencia. Mis uñas se clavaron en el gélido suelo mientras apretaba mis dientes. La reina madre era despreciable.

¡Ella si la había llamado! ¡Yo estuve allí! ¿Por qué hacía eso?

Los guardias se llevaron a Iris. Vi de lejos a la reina madre removerse sobre su trono. Los consejeros dieron por concluida la primera etapa del juicio e invitaron a todos a un breve receso.

Uno de los guardias me llevó a rastras por el mismo pasillo. Abrió una estrecha puerta de hierro y me tiró hacia dentro como si fuera basura. Caí sin poder apoyar las manos y toda mi mejilla izquierda raspó contra el suelo empedrado. Mi rostro ardía, pero no me importó. Me erguí como pude y grité.

—¡Iris! ¡Iris! —Me arrastré lo más que pude—. ¡Despierta! ¡Iris!

El cuerpo desplomado de Iris al otro lado comenzó a moverse de a poco. Solté un suspiro cuando abrió sus ojos.

—Iris... —Los sollozos volvieron a brotar de mi garganta—, lo siento... —me faltaba el aire—, lo siento mucho...

La pelirroja pasó saliva apenas. Frunció su ceño, en un gesto de dolor. Cada pequeño movimiento parecía ser un suplicio para ella.

—No, yo lo siento. La reina... —musitó, pero volvió a toser—, Levhi Halthuk...

—Ya, ya... —Me acurruqué contra las rejas, en un intento de estar cerca suyo—. No te esfuerces... debes guardar energía. —Las lágrimas me caían a mares—. Estarás bien...

Iris apenas esbozó un intento de sonrisa, pese al dolor en su rostro.

—No hay salida, novileh...

—No pierdas la esperanza... siempre la hay. —Mentí, no estaba segura de ello—. La habrá para ti, lo juro...

Iris ascendió una de sus comisuras sin decir más.

¡Todo esto es mi culpa! ¡Debí hacerle caso! ¡¿Por qué demonios escapé?! ¡Idiota! ¡Idiota!

Golpeé mi frente una y otra vez contra las rejas mientras me ahogaba en llanto.

El chirrido metálico detrás de mí me advirtió de los guardias. Volvieron a arrastrarme hasta el salón del trono. No tenía fuerzas para nada. La tristeza había invadido mi sistema.

Iris tenía razón, no había salida, al menos para mí, pero no me iría del mundo sin dejar una para ella.

—El consejo tiene una última pregunta, pero antes, la juzgada podrá contar su versión de los hechos... —Me señaló.

Respiré profundo. No tenía caso, no tenía escapatoria...

—Es cierto. Nunca quise formar parte de este mundo. Nunca quise ser novileh y solo quería volver a mi hogar. —Contuve el temblor de mi barbilla—. Sin embargo, Sherhazí Iris nunca tuvo que ver en mi plan. Aproveché que ayudó a Sherhazí Radha y escapé. Sherhazí Iris siempre se mostró respetuosa de sus costumbres y su reino, siempre quiso hacerme partícipe, me enseñaba como ser buena novileh... —dije, con voz temblorosa.

Los consejeros se observaron entre sí durante unos minutos de silencio.

—Por último... —Se acercó hasta a mí—, ¿vio aurems salvajes? ¿En su viaje comprobó la existencia de humanos en las aldeas?

Me quedé en silencio. Pensé por unos segundos la respuesta. Vi de reojo a mi alrededor. A pesar de mantener sus posturas estoicas, los consejeros parecían muy interesados en mi respuesta.

¿Por qué? ¿Qué ocurría con esa bendita aldea?

Rebusqué por última vez entre los presentes, pero Levhi seguía sin aparecer...

Si habían hecho eso con Iris... ¿Qué le esperaba a él? Tal vez, en estos momentos él... No, león.

—No, señor. —Fue mi última respuesta.

El aurem detuvo sus ojos grises en los míos. No le aparté la vista, se la mantuve. Fue entonces cuando volví a ver destellos dorados, como lo que le ocurría al rey. El hombre abrió grandes sus orbes y removió su cabeza de inmediato, alejándose.

¿Había notado que mentía? Se quedó boquiabierto unos segundos, hasta que volvió a retomar la situación.

—El consejo analizará la situación, y en los siguientes minutos dictará su decisión. —Hizo un ademán, y los seis formaron un círculo a un costado de la sala mientras los susurros invadían la habitación.

Era mi fin. Pero no tenía fuerzas para luchar. Rogaba que Iris no saliera afectada, eso era suficiente...

La esperanza, la esperanza no servía de nada...

Vi al hombre hablando con los demás mientras no dejaban de observarme. Luego de unos minutos, volvió al centro del salón.

Era la hora.

—Alteza, pueblo de Minerhz, dioses...

Suspiré profundo y cerré los ojos. Ya no sentía miedo, las lágrimas habían dejado de brotar.

—El consejo ha tomado una decisión...

Pensé en mi hermano. En Helena, mis tíos, los niños... recordé nuestros últimos momentos antes del tormento. Antes de que nuestras vidas cambiaran para siempre. La sonrisa de Murad, la mirada de Stef... el perfume de Ester... mi familia.

—Por el cargo de haber abandonado el castillo se la declara: culpable.

Las voces se hicieron lejanas.

Me centré en mis recuerdos. Estaba en el jardín del palacio, el cálido sol chocaba en mi rostro...

—Por el cargo de haber cruzado las fronteras se la declara: inocente. Sin embargo, por poner en peligro la vida de nuestro rey se la declara: culpable...

Sonreí. Era obvio.

—Llegado a esta conclusión, el castigo que se imparte es...

La muerte.

Pero esas palabras nunca llegaron. En su lugar las puertas rebotando detrás de nuestras espaldas nos alertaron a todos. Abrí los ojos, dejando el cálido refugio de mis recuerdos antes de morir...

—Halthuk... —Apenas susurré.

Pero solté una bocanada de aire al ver la figura que le seguía detrás.

—Nadie dictará una sentencia sin mi presencia... —gritó el rey Haytham, imponente—, y menos a la mujer que será mi futura esposa.  


¡ZAZ! 

¡LEVANTE LA MANO QUIEN LLEGÓ A ESTA HISTORIA POR ESTA PARTE! 

Besos de cristal y muerte, Gre. 


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