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Capítulo 6.


Phoebe.


—Águila santa, ¿aun no has tocado nada? —Iris ingresó a la habitación con otra bandeja en sus manos. La de la mañana continuaba en el mismo sitio donde la había dejado sin tocar.

Era inútil. Estaba negada a probar bocado alguno. Entre la impotencia de la noche anterior y las pesadillas que no me dejaron dormir, mi estómago se encontraba cerrado.

—No tengo apetito.

Iris dejó el almuerzo en el escritorio y se acercó a mi lado.

—Entonces... quieres que hablemos de lo que pasó ano...

—No.

—Bien. —Alzó sus manos—. ¿Y si escojo un atuendo para dar un paseo?

Contemplé el exterior del castillo nevado. Me había sentado desde la mañana en el sillón frente a la ventana, aun con el pijama puesto y no me había movido de allí desde entonces.

Las pesadillas no se iban fácil de mi mente. Había soñado con Stefano, su cuerpo yacía entre raíces y ruinas en medio del bosque. No quería ni pensarlo... y como si fuera poco, las palabras de Raigna también se habían colado en mis sueños.

Él vendrá por ti pronto... La luz no puede existir sin la oscuridad...

¿A qué se refería con eso?

—¿Novileh?

Meneé mi cabeza y alisé mi falda.

—No, gracias. Déjame sola, por favor.

—No puedo hacerlo, linda. Soy tu dama de compañía. —Se encogió de hombros—. Así que... —Se desplomó en el otro sillón y se cruzó sus piernas—. Me quedaré aquí contigo todo el día viendo la vida pasar o... —Alzó la mano, observando sus uñas.

—¿O qué? —Esbocé con curiosidad.

Una media sonrisa afloró de su rostro.

—O podemos arreglarnos y dar un recorrido por todo el castillo —dijo, grácil.

No sonaba encantador, pero era mejor que estar encerrada. Además, podría empaparme de información. Saber dónde estaba y de qué iba este mundo. Al menos, recorrer el castillo sería un buen comienzo de ver la forma de regresar. Escondí mis labios, observando el suelo.

—Bien.

—¡Ah! —Saltó de su lugar, dando pequeños aplausos—. ¡Excelente! ¡Tengo el atuendo perfecto en mente!

Debo confesar que el palacio era mucho más extenso que el de Stolz, aunque más antiguo y rústico. Visitamos las alas principales, los parques más importantes y ahora nos dirigíamos hacia las cocinas.

El aroma a caldo y carne asada invadió mis narices. Los cocineros se desplegaban en decenas de amplias mesadas mientras otras tantas doncellas iban y venían desde afuera cargando bolsas y ollas.

—¿Qué hacen esas muchachas? —consulté a Iris, observando de puntitas por la ventana como en el exterior cinco carretas estaban siendo abastecidas.

—¡Oh, ven! ¡Te mostraré! ¡Quiero ver tu cara! —dijo, cogiendo mi mano y arrastrándome con ella hacia la salida.

—Por el león... —susurré ni bien cruzamos la puerta, y contemplé con detalle a los animales.

Los corceles tenían el torso y cabeza de un caballo, pero sus patas... madre mía. ¡Sus patas estaban cubiertas hasta la mitad por una capa de hielo con puntas sobresalientes y acechantes!

—Te dije que sería divertido... —agregó, sonriente—. Ven, vamos a acariciarlos...

—¡Estás loca! —Retrocedí.

—Son caballos, no bestias... —Volteó risueña. Otra Sherhazí acomodaba las bolsas del carro—. ¿Cómo estás Radha? ¿Todo listo? —consultó Iris, acercándose al animal.

—Algo... —dijo con pesar.

Al saludarnos observé su rostro pálido. La chica se tambaleó al subir la última olla. Ambas alcanzamos a sujetarla.

—¡Estás ardiendo en fiebre, Radha! —afirmó Iris—. Ve a tu cuarto. Hablaré con Ehreiz, buscaré quien te suplante.

—No-no... estoy bien.

Pero en realidad, no. Debimos ayudarla a bajar, casi que se cae de debilidad.

—¡Anda! Yo me encargo. —Insistió Iris.

—Gracias... —susurró, alejándose.

La seguí con la vista aun preocupada, y sin darme cuenta acaricié el lomo del animal. Era como tocar un témpano. Estaba helado y duro como una roca, pero el corcel igual relinchaba y movía su cola, contento.

Sonreí.

—¿Y...a dónde llevan tanta comida? —pregunté con curiosidad. La fila de doncellas no dejaba de abastecer a los carros.

—La comida se reparte entre los trabajadores de las minas y los campos. La temporada está siendo bastante dura...

—¿Hablas del invierno? —Observé a mi alrededor, frotándome los brazos. Iris asintió y puso su capa sobre mis hombros. Le agradecí—. Creí que era así siempre. —Me animé a acariciar su hocico. El corcel lamió mi mano.

—Es así, pero no tan cruel.

Quise indagar un poco más, pero madhelí apareció detrás. A tiempo para gritarnos, por supuesto.

—¡Sherhazí Iris! ¡Por los dioses! ¿A dónde se meten? ¿Qué están haciendo?

Iris arrugó su boca y blanqueó sus ojos. Luego dio la vuelta con una sonrisa fingida.

Contuve la risa.

—¿Si, madhelí? Disculpe, le mostraba a la novileh el castillo y justo Sherhazí Radha se ...

—La reina te necesita. ¡No ha dejado de preguntar por ti! Corre, corre... —dijo de mala gana y se retiró.

Iris se volvió hacia mí.

—Debo ir rápido o cortarán mi cabeza. Espérame en la cocina, no tardo.

Asentí. La pelirroja ingresó al palacio con prisa. Iba hacia adentro cuando el corcel le dio una mordida a mi abrigo, exigiendo atención.

—¡Ey! —Eché a reír, volviendo sobre mis pasos. El animal relinchó—. De acuerdo, de acuerdo... —Lo acaricié—. Eres un chico mimoso, ¿verdad? —bromeé.

—¡Oye, tú! —El grito me puso en alerta. Alcé mi cabeza de golpe—. ¡Deja de jugar y sube de una vez! ¡Hay mucho que repartir! Radha se descompone y envía a una cualquiera... —Un aurem subió al carruaje y tomó las tiras del animal mientras me observaba con hastío.

¿Qué, qué?

Miré a mi alrededor. Las muchachas ya se habían subido a la parte trasera de las carretas, todas vestidas con la misma capa bordo que Iris me había ofrecido. A lo lejos, los guardias abrían las puertas del castillo. Todo hizo clic en mi cabeza de pronto.

León, es mi oportunidad...

—¡Vamos, niña! No tenemos todo el día.

El grito me dio una sacudida y rodeé sin pensar la carreta. Me senté junto a las bolsas de pan. El aurem me observó de mala gana y agitó las riendas. La fila de carros comenzó a transitar el camino empedrado hasta cruzar las puertas. Observé de lejos el castillo hacerse pequeño. No sabía cómo volvería a Stolz, pero sin dudas, este era un buen comienzo.

¿El mundo de Minerhz debía ser tan oscuro y frío? ¡Por los dioses! Mis dientes castañeaban lejos del adarve. El viento gélido soplaba con fervor en mi rostro y a pesar de la nevada, algo nuevo latía en mi pecho: libertad.

Solo la capa blanca de nieve cubriendo el horizonte nos acompañaba. La tormenta parecía incrementarse a medida que la distancia al castillo lo hacía. Pero lo más curioso y extraño, era ver como los árboles se iban marchitando, congelando e incluso muriendo a medida que nos alejábamos.

La oscuridad invadió el cielo pasadas unas horas. Unos metros más adelante al fin divisé luz. Provenía de lo que parecía una humilde aldea. Las grandes fogatas centellaban al costado del camino. Había carpas aglomeradas en el sector donde nos detuvimos. El aurem se bajó y comenzó a descargar la carreta.

—Vamos, hay que apresurarse. Deben tener mucha hambre. —Bajé sin emitir palabra, y a duras penas ayudé a descargar—. Por allá. —Me señaló—. Donde las más ancianas tienen los tablones. Ayúdalas a repartir, yo me encargo del resto.

Asentí. El corcel volvió a morder mi capa. Lo observé de reojo con una sonrisa.

—Ahora regreso, mimoso. —Movió su cola.

A medida que iba caminando, la gente se acercaba con curiosidad. Parecían bastantes humildes, tenían vestimentas de piel algo rotas y sucias. Me extrañó que solo hubiese aurems varones, las mujeres y niños eran humanos.

—¿Pero qué clase de preciosura tenemos aquí? ¿Eres nueva, muchacha? —La anciana que preparaba la larga mesa me recibió con una sonrisa.

—Buenas noches, así es. —Saludé a las demás.

—Por aquí. —Me señaló donde dejar la bolsa de pan. La fila no tardó en formarse—. Tú reparte los bollos y nosotras nos encargamos de la comida.

El aurem que viajaba conmigo descargó las ollas, y los platos fueron repartidos en cuestión de minutos. La gente se sentaba rodeando las fogatas y compartían con gusto el caldo de pollo caliente. Tomé una bandeja hecha de ramas y comencé a repartir los panes. Todos eran muy agradecidos y enviaban sus saludos al rey.

—Ven, linda. Buen trabajo. —La anciana me tomó suavemente de la cintura y me guío hasta el tablón—. Ahora es tu turno, hace mucho frio y el viaje es largo... —dijo, sirviendo un plato de sopa.

—Muchas gracias. —Acepté con gusto. Mi estomago no había dejado de crujir.

—¿Y cómo es que te enviaron con nosotros? —Me extendió un panecillo—. ¿Eres confidente de Sherhazí Radha? Ella es siempre quien viene o acaso del rey... —Me observó con curiosidad.

—Del rey. Soy su novileh. —dije sin pensarlo mucho. A fin de cuentas, no estaba mintiendo.

—Me lo imaginé... —Admitió, y arqueé una ceja—. Tu atuendo es demasiado hermoso para ser una simple Sherhazí... —La anciana me observó con detenimiento por un par de segundos. Noté un brillo en sus ojos—. Me recuerdas mucho a alguien...

No supe que responder. Asentí con una sonrisa y seguí tomando la sopa en silencio.

Fue la madrugada cuando el aurem comenzó a guardar todo de nuevo. Pronto nos iríamos. Debía buscar forma de escaparme de él, o volvería de nuevo a estar atrapada entre los muros del castillo. Le di una sonrisa a las ancianas junto a mí y me puse de pie, despacio.

—Yo... debo... ir al baño. —Mentí.

—¡Oh! —La mujer se levantó rápidamente—. Lo siento, novileh, aquí no tenemos baños lujosos. Deberá... —Señaló detrás de mi espalda.

—De acuerdo, no hay problema.

Formé una línea con mis labios. Ella me sonrió. De hecho, era mucho mejor. Entraría a la arbolada de zelkovas y me escabulliría por allí. ¡Todo estaba encajando! Iba demasiado contenta por lo bien que se habían dado las cosas, cuando un grupo de 5 Aurems frente a mí me dejó petrificada.

Lucían desalineados. Traían ropas viejas, sucias y desgastadas cubiertas de barro; hojas secas y escharcha. Su pelo blanco estaba recogido en largas trenzas cocidas. Y sus caras... León santo. No se veían nada amistosos. Uno de ellos dio un paso adelante y me observó de arriba abajo, relamiéndose.

—Miren que hermosa criaturita...

—¿Qué-que quieren? —murmuré en un hilo de voz.

Los gritos de la gente la aldea detrás de mí, no tardaron en inundar la madrugada.

—¡Carroñeros! ¡Escondan a los niños y mujeres!

Todo fue un caos luego de eso. La gente comenzó a correr desesperada y algunos caballos, alterados por el desastre, comenzaron a escapar. Las carpas se deshicieron y el fuego de las fogatas comenzó a consumirlas. Volteé aun en shock. Más de esos aurems aparecieron rodeándonos. Tragué con dificultad.

Por los dioses, que buen momento para decidir ser valiente y huir que te escoges, Phoebe...

—¡Muchacha, corre! —El grito rasgado de la anciana detrás de mí activó mi sistema. Di media vuelta y eché a correr.

—¡Que no se les escape! ¡Es vida fresca!

Mientras los aurems de la aldea comenzaron a luchar con armas hechas de palos, los extraños desenvainaron unas extrañas dagas de metal negro. ¡Jamás había visto algo como eso! ¡Era inútil! ¡No ganaríamos!

Corrí entre los enfrentamientos, intentando alcanzar a las ancianas que llevaban a mujeres y niños lejos, pero algo duro impactó en mi nuca, haciéndome caer de seco al suelo helado. Me di la vuelta, horrorizada. El que parecía ser el líder estaba de pie frente a mí, apuntándome con una de sus armas.

—Por favor... —sollocé, gateando a duras penas entre la nieve. El golpe me tenía algo mareada.

—Cuando suplican me encanta... —dijo entre dientes y alzó su espada.

El metal negro centelló por el fuego rodeándonos. Pensé que sería el fin, pero un viento repentino y brusco se coló entre las copas de los árboles en un abrir y cerrar de ojos. Las gotas de nieve cayeron sobre nosotros mientras un remolino de viento helado, hojas y ramas descendía del cielo. Incliné mi cabeza hacia arriba.

—Por el León...

El rey Haytham procedía desde lo alto. Sus alas, grandes e imponentes, iban desde los tonos dorados al marrón café y contrastaban con el blanco del paisaje. Era algo magnífico y hermoso.

Estaba tan distraída que no me di cuenta cuando el aurem se acercó lo suficiente y me tomó, amenazando mi cuello. Un alarido sordo rasgó mi garganta. El rey se posó frente a nosotros mientras los demás lo rodearon.

—¡No estás en tu territorio, Haytham! ¡Vete y déjanos cenar en paz! —Rugió mi captor.

—Ustedes tienen algo que me pertenece. Hagamos las cosas fáciles y entrégamela. —Sonó irascible.

—¿Qué tal que no? ¡Estás en el límite! Cruzas la arboleda y eres rey muerto. —Amenazó.

Los demás se acercaban paso a paso, apuntándolo.

—Doms, déjala... —murmuró uno de ellos.

—¿Acaso amenazas al rey de Minerhz? —El rey formó una línea con sus labios mientras escrudiñó a uno por uno.

Sus ojos grises parecieron oscurecerse. Una sonrisa sádica dejó a la vista sus afilados colmillos. Tragué saliva y vi como todos los demás hicieron lo mismo, agachando la cabeza. El silencio fue tan tenso que se me hacía capaz de cortar hasta una roca.

—Majestad... —balbuceó otro con temor—. Él no ha querido decir eso, es solo que la muchacha está en nuestro terri...

—¿En su territorio? —Interrumpió—. Si no veo mal, están en la aldea. ¡Atacando a mi gente! —Rugió. Su rostro solo era iluminado por la poca luz nocturna que llegaba a colarse por las densas copas de los árboles. Dio un paso, y todos retrocedieron tres—. ¿No es eso lo que sucede? —Volvió a amenazar.

—Majestad, disculpe, no... —Pero no pareció importarle.

—Perdono sus vidas a cambio del exilio. Les doy tierra, ¿y así me pagan? ¡Son una escoria! ¡Debí quemarlos vivos! —escupió con rabia.

De pronto, caí de boca a la fría nieve. Mis palmas se rasparon con las rocas. El Aurem que me tenía apresada se lanzó hacia él, y el rey gritó, abalanzándose sobre el tal Doms y lo estampó contra suelo, rugiendo y mostrándole sus feroces colmillos.

Eché a correr y escalé la pequeña colina con la velocidad que mis pies congelados me permitían. El alarido de los demás resonó por todo el bosque. Llegué a tomar el corcel e intenté estabilizarlo.

—¡Calma, mimoso! ¡Calma!

Haytham tenía una fuerza impresionante, mientras estampaba a uno contra un árbol, otro lo atacaba por la espalda. Logró zafarse y luchar con la misma fuerza, a pesar de los rasguños y cortes.

Subí a mimoso sin pensarlo. Debía aprovechar la distracción y huir o de lo contrario, sino me mataban los extraños, el rey lo haría por escapar. Estaba por echar a andar las riendas cuando una fuerte puntada en mi cabeza me dio una sacudida.

—¡Ahg! ¡Ahora no!

Las imágenes comenzaron a tomar forma y mezclarse. Mientras observaba la aldea y el caos, las escenas de un castillo real envuelto en guerra llegaron a mi mente. El pasado y la realidad se estaban entremezclando.

Todas las carpas estaban destrozadas, y al mismo tiempo veía el salón del trono hecho trizas. Los aurems luchaban, y luego todo se ponía blanco y la imagen de guardias reales subiendo por las escaleras de la torre del trono los suplantaban.

—León, ¿qué me pasa? —Tomé mi cabeza, desesperada.

Vi a lo lejos al rey Haytham. Estaba tirado en el suelo. Cubierto de sangre, con rasguños y siendo asfixiando por unos de los extraños.

¡No! ¡No! ¡No!

Sabía lo que seguía.

El sueño me había perseguido por muchos meses. Era la pesadilla que no dejaba de asecharme día y noche. Era por la cual había llamado desesperada a esa bruja para que me dijera qué significaba.

Vi una vez más al rey. Ya no tenía la máscara. La mitad del rostro que siempre mantenía cubierta, ahora estaba a la vista. Rugosas y extensas cicatrices cruzaban su ojo izquierdo hasta perderse por el costado de su rostro. Por un segundo, aun ahogándose, volteó y nuestras miradas se cruzaron.

Sus grises ojos profundos me observaron con intensidad, y volvió a suceder aquello que creía haber imaginado. Sus pupilas se tiñeron de dorado, pero entonces, otra puntada me asechó. Removí mi cabeza, grité, y cuando volví la vista a él, ya no estaba.

Era mi pesadilla. Ahora Stefano estaba en su lugar. Una serpiente lo asfixiaba y mi hermano, tendido en el suelo, luchaba por el último aliento.

—¡No! —Sentí algo en mi garganta rasgarse.

Obligué a mimoso a bajar en su ayuda. Cargué un palo muy pesado, y al llegar golpeé en la espalda a uno. Los pedazos de rama volaron por el aire. El imbécil cayó chillando de dolor. El corcel logró empujar a otros con sus patadas, y salté, rodando por el suelo.

El golpe me hizo volver a la realidad. Ahora de nuevo veía al rey Haytham y al aurem de espaldas. Caminé sintiendo demasiada presión en el pecho. Mi vista borrosa cubierta de lágrimas no ayudaba. Me era pesado respirar y mis manos temblaban, pero aun así algo poderoso recorría mis venas. Parecía que la sangre se había vuelto densa, y aun así viajaba a gran velocidad por mi cuerpo.

Otra vez, la pesadilla se mezcló con el presente. Stefano estaba frente a mí, y la serpiente blanca de ojos rojos rubies a su lado, quitándole la vida...

Grité con todas mis fuerzas y levanté las manos al cielo. La presión de mi pecho pareció incontenible, una fuerza extraña comenzó a envolverme, y entonces lo descargué todo. Un aura de luz dorada en forma de rayo fue directo a la serpiente...

Caí de rodillas, el aire comenzó a faltarme.

Yo lo hice. Yo había hecho eso. ¿Cómo? Pero, te salvé... lo hice, por ti... Stefano.

La vista se me nubló y vi una figura borrosa acercándose antes de que todo se oscureciera.

—¡Princesa! 

AAAAAAA. HOLIIIIIS. 

¿Qué les pareció?

 ¡Cuenten! 

Chusmeen teorías, dejen comentarios y disfruten mucho. Sé que es una versión distinta, pero les juro que me tiene muy enamorada e ilusionada. ¡Espero que ustedes la disfruten tanto como yo!

Besos de cristal, Gre. 



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