Capítulo 5.
Phoebe.
Mis manos no dejaban de temblar mientras éramos guiadas por la infinidad de corredores. Iris se mantenía al frente, sin embargo, cada tanto volteaba a verme con una sonrisa en el rostro. La extensa fila se detuvo frente a una majestuosa puerta custodiada por dos guardias. Las otras Sherhazís pidieron silencio.
—Bien, muchachas. Muy bien, lo han hecho excelente. —La reina ocupó lugar al frente junto a las Privelih—. A partir de ahora estos serán sus aposentos. Cada una permanezca con su Sherhazí a cargo y esperen por indicaciones.
El salón era amplio. Un pasillo central y a cada costado una galería con cortinas de seda transparentes. Había colchones en los suelos, almohadones y pequeñas mesas. Todo lucía bastante ordenado.
—Niña, ven. Por aquí... —Me había quedado contemplando el lugar, pero Iris me llamó y guio junto a unas escaleras unos pasos más adelante—. Te mostraré tu nueva habitación.
—¿No es aquí?
—Estás un nivel más arriba, ¡vamos! Pronto conocerás a las demás.
¿Había más?
—Sherhazí... —Una voz aguda nos detuvo. Iris bajó el escalón y dio una reverencia—. No te la lleves todavía. Nos gustaría hablar con la nueva novileh.
Iris me dio una mirada de reojo e imité su accionar. Al parecer, como en mi reino, las posiciones debían de respetarse. Así que dando un paso al frente, me reverencié.
—Mírenla, qué obediente... ¡es todo un encanto!
Las risas no tardaron en llegar y sentí mis mejillas arder.
—Tal vez estés muy entusiasmada con la idea de que el rey te escogió, pero, querida, ¡no te ilusiones! Las importantes somos nosotras. Nosotras podemos acostarnos con él, nosotras podemos darle herederos y solo nosotras somos amadas por el pueblo. Espero que lo tengas presente, no quisiera que sufras. Solo eres como el juguete nuevo y exótico. Tenlo presente, disfruta los beneficios que la atención del rey te ha dado y tendrás de las mejores estadías. Es un solo consejo, preciosa...
Las otras dos a sus costados que parecían su séquito, no dejaban de asentir ante cada uno de sus dichos y me observaban como si fuese un pedazo de basura desechable.
Tanto tiempo en el palacio bajo la tutela de Elizabeth observando todo el movimiento a mi alrededor me habían entrenado lo suficiente.
No se me permitía hablar por mi edad, ni rango, pero si presenciar cada reunión o ceremonia. Y eso me había dado la capacidad de escuchar más allá de lo que la gente estaba diciendo. Y estas tres, paradas frente a mí, me gritaban una sola cosa: eres una amenaza.
Ellas sabían algo que yo no, algo que me estaba favoreciendo. Comenzaba a creer que tenía que empaparme pronto de todo a cerca de Minerhz o no podría encontrar una forma de salir. Asentí sin decir una sola palabra, y con su permiso me encaminé escaleras arriba junto a Iris. Mi doncella cerró la puerta de la habitación y se secó el sudor de la frente.
—Por el águila... esas tres son peor que el León.
—¿Peor que el León?
—¡Sí! ¡Peor que él!
La observé, confundida.
—Lo siento. Son tantos años como esclava en Minerhz que comienzo a darle la razón a los Aurems.
—Iris, necesito que me expliques todo.
—¡Bien! ¡Al fin estás entendiendo!
—No entiendo nada aún. Quiero entender. ¡Debe haber una forma de salir de aquí!
Iris agachó la vista y sonrió apenas.
—¿Crees que si hubiera una forma seguiría aquí? —Afirmó, sonriendo. Su voz apenas fue un susurro.
Formé una línea con mis labios.
—No quise decir eso... lo siento, yo... —exhalé profundo—. Extraño a mi familia, mi reino se desmoronó frente a mis ojos y luego aparecí en este lugar. Y mi pasado... quiero entender... —Mi voz se quebró. Dejé caer mi cuerpo en un sillón—. Solo... solo desearía volver a verlos, saber que están bien.
Las lágrimas no tardaron en brotar de mis ojos.
—Oh, linda... ¡No! ¡Vamos! —Iris se hincó de rodillas—. ¡Ya lloraste suficiente! —No supe cuánto necesitaba un abrazo hasta que me envolvió en sus brazos y frotó mi espalda—. Mira, ellos estarán bien si tú lo estás. Piensa que debes ser fuerte. Anda, vamos...
Suspiré profundo y de a poco los sollozos cesaron. Iris se sentó a mi lado y acarició mis cabellos.
—Tienes una gran oportunidad ahora.
—¿La tengo? —Sorbí mi nariz.
Iris quedó boquiabierta con la mirada en el suelo.
—Si...—susurró apenas—. ¡Si! ¡La tienes! —Se puso de pie, exaltada. Como si hubiese tenido la mejor idea del mundo.
—¿Cuál? ¡Haré lo que sea! ¡Lo que sea! —Me puse de pie junto a ella y tomé sus manos.
Iris sonrió de oreja a oreja. Sus ojitos color miel se le iluminaron de pronto.
Esa noche, tanto las Novileh como las Privelih aguardamos en la entrada de nuestro salón. Iris me había preparado durante toda la tarde. Las prendas de Minerhz me hacían recordar a mi tía Noré. Jamás me había vestido de esa forma y menos con ese frio de morirse.
Dos Sherhazís vinieron por nosotras y, junto a Iris, nos condujeron por la infinidad de pasillos. No podía sacarme de la cabeza la charla que había tenido esa tarde con ella. Y eso solo me llevaba al recuerdo de la noche de mi cumpleaños y las palabras del rey para conmigo luego de la petición de tío Anub.
—Atención a todas.
El grito del sirviente saliendo de los aposentos del rey me sacó de mi ensimismamiento. Llevaba una túnica elegante que cubría su cuerpo hasta los pies. Una sonrisa afloró de mi rostro al ver dos cuernos centellando sobre su cabeza. Un argo, como mi tío.
—Les pido que sean educadas. No hablen si su majestad no lo pide, y por favor no alcen la vista sin su permiso. Si alguna de ustedes es elegida, siga estas normas. ¿Está claro, señoritas?
Asentimos. El sirviente fue guiándonos hasta llegar a la siguiente sala. Tocó con parsimonia y una voz masculina al otro lado permitió nuestro ingreso.
—Majestad... están aquí.
Un hermoso espejo cubría la extensa pared. Por instinto llevé mis manos al pecho al verme. El corsé rojo era una talla más pequeña y los collares se perdían entre mis senos.
—Estás hermosa, deja de cubrirte —musitó Iris, dándome un empujoncito para continuar.
Llevé mi vista a ella en señal de agradecimiento, pero más allá de la figura de la pelirroja, una sombra ocupaba asiento detrás de las hermosas cortinas que caían desde los pilares de la enorme cama.
—Cabeza baja, humana —susurró el argo y obedecí.
Ninguna levantó la vista mientras nos posicionábamos en nuestros respectivos lugares. No podía verlo, pero juro que su presencia oscura podía sentirse inundando cada espacio. Algo emanaba de él. Llamémoslo energía, aura, había algo poderoso y sombrío envolviendo nuestros cuerpos.
La música pronto se abrió paso. Los músicos ocupaban un palco arriba. Los instrumentos de percusión y viento imprimían un compás calmo y sensual. Me quedé quieta en mi lugar por un momento, procesando lo que debía hacer.
Cuando las panderetas marcaron su protagonismo, pude reconocer la canción. Una de las tantas que había bailado con tía Noré cuando hacíamos pijamadas. Cerré mis ojos y sonreí incrédula ante el recuerdo. Por un momento volví a sentirme en casa.
Moví mis muñecas aun al lado de mi cuerpo en forma circular y comencé a elevar los brazos por encima de mi cabeza. Llevé una pierna al frente y mis caderas continuaron con el mismo movimiento ondulante.
El sonido metálico de las faldas resonaba en los aposentos, sus monedas colgando en fila chocaban entre sí.
Recordé a tía Noré de lo más divertida extiendo su tronco hacia atrás e imité su accionar. Me imaginé así, jovial, bailando y sonriendo junto a ella entre las paredes de nuestro castillo. Su mano tomando la mía para darme un pequeño giro mientras continuaba con una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro. Pero entonces la música finalizó y me percaté de mi actual realidad. Al abrir los ojos, la imagen de tía Noré sosteniendo mi mano fue suplantada por la de él.
—Majestad...
La palabra abandonó mis labios en un suspiro helado. Detrás de la máscara, el Aurem siguió con sus ojos depredadores cada uno de mis movimientos. Un atisbo de sonrisa surcó la mitad visible de su rostro.
—Inclínate ante tu rey —ordenó, ronco, dejando algo sobre mis hombros—. Has ganado el pañuelo de seda, humana.
Y lo hice. Me hinqué de rodillas ante él.
Era lo que Iris me había dicho que hiciera.
Él era un aurem. Una criatura destinada a impartir el invierno en el mundo, el cual cada 100 años descendía a la tierra para buscar su ofrenda: 50 doncellas de cada reino. Y esa noche, en mi cumpleaños número 18, me había pedido solo a mí.
De pronto los susurros invadieron el lugar. No quise observar a mi alrededor, tan solo me quedé a sus pies, tomada aun de su mano.
—Pueden retirarse. Ya he elegido mi compañía.
No fueron necesarias más palabras. Vi a los pares de pies caminar hasta la salida. La puerta se cerró, y en un abrir y cerrar de ojos estaba sola con él.
—De pie. —Su voz retumbó en todo el salón.
Tragué con dificultad y me ayudé a subir apoyada a una de mis rodillas. Cerré los ojos aun cabizbaja, y solté una larga respiración.
Su tacto gélido me tomó de sorpresa, posó su mano en mi barbilla. Inclinó hacia arriba mi rostro y su fresco aliento atentó contra mis pómulos.
—Mírame, princesa.
—Me- me han dicho que no debo hacerlo, majestad. —No supe de dónde saqué el valor para hablar, pero lo hice.
—Hay algo extraño cuando tú lo haces, por eso te lo pido... —dijo en un susurro, casi para él mismo.
El Aurem se separó, dándome la espalda. Caminó con elegancia hasta sentarse en su cama.
—¿Podrías servirnos vino?
Quedé pasmada, observándolo. Luego de unos segundos, meneé mi cabeza y ojeé el espacio encontrando la mesa con las bebidas. Hacía muchos años que no hacía nada por mí misma. Fue extraño, pero se sintió bien estar sirviéndome mi propia copa.
No sé si era por su máscara, la forma depredadora de sus ojos, o por lo que sabía que tendríamos que hacer después... pero derramé pequeñas gotas de la bebida en el camino. Estiré mi brazo tembloroso, y deslizó sus dedos fríos por los míos antes de coger su copa.
—No debes temerme. No deseo hacerte daño, princesa...
—Su majestad, yo...
—Mi nombre es Haytham... —Su mano se posó en la cama, invitándome a sentarme junto a él.
Le obedecí.
—¿Te ocurre algo?
—Estoy nerviosa, majestad...
—¿Por qué? —Llevó la bebida a sus labios, y dio un atisbo de sonrisa.
—Bueno... me- me han dicho que...
—¿Sí?
Tragué con dificultad.
—Oh, tranquila, princesa. —Sentí mis mejillas arder. Además, la forma en que repetía la palabra princesa era tan envolvente. León santo, debo estar demente—. Ahora dime, ¿cómo has estado? Tu Sherhazí me informó que tuviste muchas pesadillas luego del viaje.
Mi boca quedó entreabierta y la confusión ascendió por mis extremidades consumiéndome el pecho. No podía prestarle atención. Iris me había dicho que yo debía insistir en... Que él y yo...
—¿Sucede algo? —Su voz me hizo dar un pequeño salto.
¡León santo! ¡Voy a volverme loca! ¡Yo ni siquiera quiero esto, pero si hay que hacerlo solo hagámoslo ya!
—Majestad —di un salto y me puse de pie. Él me observó confundido. Junté valor—. Está situación está poniéndome nerviosa. La verdad, no tengo experiencia en el asunto y el solo hecho de pensar que me acostaré con un desconocido me perturba. ¡Solo haga lo que deba hacer de una vez! —Grité, exaltada.
El Aurem me observó por unos segundos en total silencio. Mi cuerpo temblaba y sudaba, no podía respirar con calma y él seguía observándome, atónito. Luego de unos segundos, su comisura derecha ascendió hasta formar una extensa sonrisa que se transformó en carcajadas.
Abrí grandes los ojos, sin entender el motivo.
—Pero, ¿quién te ha dicho eso? —dijo, entre risas.
Incluso una lagrima rodó por su rostro. ¡Se estaba riendo de mí! ¡León santo, qué incómodo!
—Pues... —balbuceé—. ¡Pues usted! —Solté, a la defensiva.
—¿Yo?
—¡Si usted! —Me puse de pie—. ¡Si! ¡No lo entendí hasta hoy! ¡Pero todo encaja! ¡Esa noche usted hizo la promesa! ¡Mi tío dijo que sería su esposa! —Grité—. ¡Ahora me cita a su elección y me da el pañuelo! ¡¿Qué quiere que piense?!
El aurem sonrió y negó con la cabeza.
—Hice ese juramento porque, al parecer, tu familia no te dejaría venir conmigo de otro modo. Pero solo lo hice porque corríamos peligro allí y no podía regresar sin una ofrenda. —Se puso de pie y bajó los escalones con las manos cruzadas tras su espalda.
Mi rostro ardió de vergüenza.
—Yo nunca dije que serías mi esposa. No me malinterpretes, princesa. Voy a protegerte porque eres de mi reino ahora. Pero, para ser mi esposa... bueno... —Se giró, grácil. Mientras la rabia y vergüenza inundaba mi cuerpo. ¡León santo! ¡He quedado como una desesperada y encima se ríe en mi cara! —. No puedo elegir humanas.
—¡Pues ni siquiera quiero casarme con usted! —grité sin pensar—. ¡Solo déjeme ir y nos ahorramos estos momentos absurdos! —Apreté los puños junto a mi cuerpo. Mi pecho subió y bajó de la excitación. Nunca jamás me había salido de mis cabales siendo una princesa—. Solo... solo —bajé el tono al darme cuenta de mi comportamiento—, deseo irme.
—¿Y a dónde irás? No creo que quede un reino.
Sus palabras me dejaron helada.
—Mi familia me necesita... —sollocé entre dientes.
—Tu familia te dio como ofrenda, yo te salvé. Ahora debes honrarlos y cumplir tu parte.
—Se lo suplico... —Un nudo se atoró en mi garganta, recordando la última vez que los vi.
—Aunque quisiera, no puedes volver. Ni siquiera a mí se me permite. No hay vuelta atrás, princesa... —Su voz sonó a sentencia. Una dura e irascible.
No hay vuelta atrás... Algo se quebró dentro. Todo lo que tuviese que ver con mi familia... León, no aceptaría un no por respuesta.
—¿Y qué se supone que haré? —Mordí mis labios tragándome la rabia. El gusto salado de mis lagrimas inundó mis papilas —. ¿Bailar para usted? ¿Ser un juguete más en su harem?
—Nadie es ningún juguete en mi harem. Te pido que hables con respeto.
—¿No? ¿Entonces por qué tenemos que estar como un objeto mostrándonos para usted?
—¡Pues hace un momento por poco me exigías que nos casáramos aquí mismo! ... —escupió con sarcasmo— ¡Las cosas no son tan fáciles como tú crees! ¡Ni para ti ni para mí! ¡No me conoce, no conoce a mi pueblo tampoco!
—¡Y usted tampoco me conoce a mí! Es mi familia... —Imploré—. Usted vio lo que esa cosa hizo con la ciudad. ¡Algo se debe poder hacer! —Jamás había experimentado tal impotencia. Quería controlarme, luchaba por ello, pero me estaba siendo una tarea imposible.
El Aurem volvió su vista a un costado y resopló con una sonrisa. Caminó hacia mi dirección con una elegancia que me hacía temer. Su sonrisa fue desapareciendo hasta que quedó de pie junto a mí. Tragué con dificultad cuando inclinó su rostro, quedando muy cerca del mío.
—Este es tu hogar a partir de ahora. Espero que te adaptes a la idea pronto. Eres una desagradecida. Si quieres continuar con tu privilegio de novileh, actúa como una primero. Muchas morirían por ocuparlo. Ahora vete —dijo entre dientes.
Me dio la espalda. Lloré, lo admito. Pero al ver mi reflejo en el espejo, limpié mi rostro de inmediato y me largué de allí.
Nunca había sido valiente, habilidosa, ni siquiera estratega... pero, por mi familia, me convertiría en todo aquello. Juro por los dioses que saldré de este lugar...
HOLUS! ¡Espero que les guste el capítulo!
Cuéntenme qué les va pareciendo... ¡Adoro sus comentarios y me dan motivación para escribir como no tienen una idea!
Besos de cristal, Gre :)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro