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Capítulo 4.


Phoebe.

La muchacha no había dejado de hablar desde que habíamos abandonado la habitación, Me dio todas las indicaciones correspondientes a las siguientes horas, pero sus palabras eran murmullos lejanos para mí. No podía dejar de pensar en mi familia, en mis sobrinos, mis hermanos. Mi mente y corazón seguían con los pies en Stolz.

¿Cómo estaría Stefano? ¿Cómo habría terminado la catástrofe? ¿Qué había sido de todos? ¿Por esa razón mi hermano me había ocultado el pasado? ¿Por qué Ashly y los demás habían accedido? ¿Me habrían visto débil? ¿Incapaz de soportar tales... recuerdos?

No se equivocaban. Las puntadas continuaban martirizándome. Todos los recuerdos seguían removiéndose dentro de forma tortuosa y silenciosa.

Mis dientes tintineaban en lo que recorríamos los lúgubres pasillos. Podía apreciar estalactitas decorando la altitud de los techos. La baranda de la escalera soltó escarcha cuando mi mano la rozó. El frío era innegable, incluso concebía correcto decir que inhumano.

Iris se detuvo frente a los guardias. Las enormes puertas de hierro forjado tenían un símbolo grabado en el centro: un escudo con dos espadas y alas.

—Llegamos. ¿Entendiste lo que dije?

—No, lo siento. No escuché con atención.

—¡Linda! ¡Vamos! No has dejado de llorar. Sé que es difícil, pero hacemos un bien a nuestro pueblo. Llevo más de 100 años aquí y podría jurarte que...

—¿100 años? —balbuceé, pardeando varias veces.

—Claro. En Minerhz el tiempo pasa, pero no tu edad ni juventud. Es uno de los grandes beneficios que tenemos los humanos.

—¿Qué beneficio tiene estar tanto tiempo aquí?

—Como si no supieras... —Iris soltó una carcajada, y luego me observó con confusión—. ¿De dónde dijiste que venias?

—Stolz.

—Bien. Adentro ubícate con las demás doncellas de Stolz.

Estaba a punto de responderle que no había nadie más que yo, pero las puertas se abrieron. La criatura del otro lado nos observó con hastío. Era una aurem. Tenía sus cabellos blanquecinos recogido en una larga trenza que llegaba hasta su cintura y unas garras afiladas al igual que el rey.

—¿Por qué te demoraste tanto? —Giró a Iris de mala gana—. ¡Anda, todas las demás están aquí!

—Si, madhelí. —Iris dio una reverencia—. Anda, ponte en la fila y has lo que te dicho.

Me dio un empujoncito hacia dentro del salón y caminé hasta el final de la larga fila de muchachas. Era la única de Stolz, sí. Pero no era la única humana allí. ¿Qué es todo esto?

—Muy bien. Todas despójense de sus prendas y vístanse con las que le serán repartidas. ¡Rápido, niñas! ¡Rápido! ¡No tenemos todo el día!

Para cuando quise comprender lo que esa aurem nos estaba pidiendo, un sirviente pasó dejándonos la ropa. Todas nos observábamos confundidas y con temor, sin embargo, cada una acató la orden de inmediato.

Iris estaba de pie frente a nosotras, junto a esa aurem y los demás sirvientes. Me echó una mirada de regaño y me dispuse a obedecer.

En Stolz me desnudaba frente a mis sirvientes con frecuencia, sin embargo, mis doncellas eran más sutiles en cuanto a las miradas de las cicatrices en mi espalda. Nunca había podido recordarlo.

De pequeña caí por accidente en un rosedal y las espinas habían hecho lo suyo. Eso fue lo que Stefano me había dicho. Sin embargo, ahora comprendía por qué llevaba esas marcas en la piel en realidad.

Me vestí lo más rápido que pude. Era tan solo una bata sencilla de lino blanco.

—A partir de ahora deberán lucir las vestimentas de Minerhz. Olvídense de sus atuendos, despójense de sus tradiciones —dijo en voz alta uno de los sirvientes—. Madhelí Akhaia les dará más en cuanto se decida su zona.

—¿Zona? —musité, intentando abotonar la prenda a mi espalda.

Iris se acercó para ayudarme.

—En serio qué no hubo preparación en tu reino —susurró a mi oído—. El mismo rey me puso a tu cuidado. —Ajustó la prenda con desesperación—. Estoy a cargo de tu preparación, así que no me hagas quedar en ridículo o rodará mi cabeza en manos de madhelí Akhaia. —Me advirtió.

—¿Preparación para qué? —chisteé—. En mi reino ni siquiera sabíamos que esto existía. Tu rey solo llegó llevándose por delante todo a su paso, y pidiendo una ofrenda sin cesar mientras mi mundo se caía a pedazos.

La muchacha abrió grande los ojos.

—¿O sea que no sabes nada acerca de Minerhz?

Negué.

—Sherhazí, Iris. ¿Esperaré mucho más? —Interrumpió la aurem observándonos con desprecio.

—Hablamos luego... —susurró a mi oído con temor, y corrió de nuevo a su lugar.

—Trae los lazos.

—¡Si, madhelí!

—Muy bien, niñas. Como sabrán, hay tres destinos para ustedes en el palacio. —La aurem comenzó a dar su discurso mientras Iris y los demás colocaban unos lazos de diferentes colores sobre una gran mesa—. Las dichosas lograrán tener la posición de Novileh, sin embargo, solo las más inteligentes y afortunadas podrían llegar a ser una Privelih. Para el resto quedan los puestos de Sherhazí tanto en cocina como servidumbre, y por ultimo las esclavas destinadas al campo y las minas.

No entendía a qué se refería.

Iris me echó un vistazo y parecía querer asesinarme, pero cuando las puertas resonaron a nuestras espaldas, al igual que todo el mundo, se reverenció.

Imité su accionar. Sin embargo, incliné la vista un poco. Un grupo ingresó a la sala. Llevaban vestidos que parecían de la realeza, incluso de una seda más exquisita que la que comerciaban en Stolz. Todas lucían de mi edad, a excepción de una que se veía unos años mayor. Por su porte, elegancia, altura y cabello: aurems, sin duda.

—¡Majestad! ¡Privelihes! ¡Qué honor! —La tal madhelí casi tropezó de la rapidez con la que se acercó a ellas. Se hincó de rodillas frente a la mayor, que le extendió el dorso de su mano y ella se la besó.

—Venimos a ver la elección. Las muchachas estaban algo impacientes... —dijo, disimulando una risa.

—¡Por supuesto! ¡Ehreiz! —El sirviente que me había dado las prendas corrió de inmediato hacia ella. Nunca alzó la vista—. ¡Trae asientos para la reina y las muchachas! ¡De inmediato!

—Ahora mismo... —dijo, entrelazado de manos, y tropezó con el escalón al correr.

Un murmullo de risas contenidas invadió el lugar. El sirviente era algo bajo de estatura y se desenvolvía de una forma extraña.

Mientras las recién llegadas tomaron asiento, comenzamos a pasar al frente. Iris junto a otra doncella realizaban a mi parecer una inspección. Madhelí y sus sirvientes observaban los perfiles, los dientes y las manos. La mayoría obtenía el lazo verde, que según había observado, era el mismo que Iris llevaba enrollado a su cintura.

Las mujeres sentadas frente a la fila escrudiñaban con detenimiento a las muchachas. Se reían e incluso hacían bromas entre ellas. Cuando llegó mi turno, tragué saliva y pasé al frente. Me sudaban las manos e intentaba disimular los nervios, abriendo y cerrando los puños.

—De perfil. —Madhelí inspeccionó cada una de mis facciones—. Tus manos... —Sujetó ambas con fuerza y observó mis uñas y por debajo de ellas—. Son delicadas y limpias. —Giró a la reina.

Las Privelíh prestaron atención al comentario y se pusieron de pie al igual que la reina. La imponente aurem de vestido rojo con detalles en plata, bajó las escaleras del taburete y se detuvo frente a nosotras.

—Y tiene unos ojos muy bellos... —agregó Iris, uniéndose.

—Abre tu boca, muchacha. —Ordenó la reina.

Obedecí con lentitud debido a la mirada asechadora de todos a mi alrededor. Era demasiado incómodo.

—¿Y cómo se comporta? —Inquirió una de las Privelíh a madhelí. Está volteó a Iris.

—Es muy educada y respetuosa.

Las doncellas se observaron entre sí. La que estaba en medio se adelantó unos pasos y comenzó a girar a mi alrededor. Juro que quería huir. Mi mente planificaba un modo de escapar del castillo, pero no lograba hallar la manera. Es que, ¿cómo lo haría? No conocía el mundo, no sabía si quiera que tan lejos de Stolz me encontraba. Ni siquiera sabía que habría más allá del adarve. Todos esos pensamientos solo lograban hundirme más y hacerme sentir más pequeña entre todas ellas.

—Una lástima... —dijo la aurem a mis espaldas, corriendo el cabello de mi nuca. Su contacto me estremeció—. Vean esa piel, llena de marcas... —concluyó con desprecio, y me dio la vuelta sujetando mi brazo con violencia.

Observé su toma y luego mi mirada subió a sus ojos. Nadie nunca me había tocado de esa forma. Me deshice de su agarre con sutileza sin bajar la vista. La Privelíh hizo lo mismo con la barbilla en alto.

—Una pena, lazo negro —exclamó la reina a mis espaldas.

Iris abrió grande los ojos.

—Majestad —se reverenció—, con todo respeto, la muchacha es muy bella y delicada como bien lo ha dicho. Podría quedarse en la cocina, no creo que soporte el frio en las minas...

—¿Cómo podemos presentar esto a la vista de todos en el palacio? ¿Cómo lucirá nuestras prendas? Y al rey, ¡por el águila! Cómo él...

Sus crueles palabras fueron interrumpidas por el chirrido del hierro. Hubo un suspiro ahogado multitudinario, y luego todos los presentes en la sala se anclaron al piso, incluida yo. Era él. El rey del invierno.

—¿Qué pasa con el rey? —Alzó la voz.

Cada una se hinco de rodillas y besó su mano. No sabía qué hacer, así que me quedé de pie con la cabeza baja.

—Nada de lo que tengas que preocuparte —dijo la reina—. Me estoy haciendo cargo, tranquilo.

Tener su presencia tan cerca hacía que mis piernas flaquearan, no entendía por qué. Era imponente, y creo que parada a su lado me sacaba una cabeza. Alcé la vista por curiosidad. La máscara en la mitad de su rostro me llamaba la atención.

El aurem hablaba con la reina, pero cuando giró apenas, nuestras miradas volvieron a encontrarse. Sus labios ascendieron a un lado. Volví a agachar la cabeza de inmediato.

—Hacía mucho no tenía una nueva novileh. Buen trabajo entonces.

"¿Ha dicho novileh?" Las Privelih susurraron.

—¡Pero, majestad! —se quejó una.

Alcé la vista sorprendida. Iris llevaba una sonrisa de oreja a oreja en su rostro mientras observaba al suelo. La reina calló a las muchachas y volteó al rey.

—Majestad, es una humana hermosa sin dudas, pero no es apropiada. Es por ello que fue designada con el lazo negro.

—¿Qué dice, alteza? ¿Por qué? —rugió.

La reina tragó con dificultad. Entrelazó sus manos delante de su regazo.

—Majestad, es que ella... su piel... —Pero no pudo terminar la frase. Los ojos de la mujer se inundaron de miedo, e incluso palideció, como si lo que hubiese dicho fuese una total equivocación.

El aurem la siguió observando. Su comisura temblequeó por un segundo, pero continuó con la barbilla en alto. Obteniendo un silencio sepulcral, volteó al resto de los presentes en la sala.

—Novileh, lazo dorado. —Sentenció—. Y esta noche de seda, la quiero presente. 


HOLUUU!

No me aguantaba subir nuevo capítulo el finde, así que lo traje hoy :) Sus comentarios me inspiran y ayudar a escribir más rápido <3

Besos de cristal, Gre. 

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