Capítulo 21.
Phoebe.
Estuve inquieta el resto de la tarde. Me picaban las palmas de las manos y había una energía extraña y excitante viajando de mi estómago al pecho las últimas horas. Luego de dar vueltas y vueltas en la cama intentando dejar de pensar, decidí ir a la biblioteca.
Llevé un candelabro y me escabullí de nuevo en el despacho de la reina Thiana. Acerqué una silla y me senté con uno de los diarios. Al abrirlo, el anillo en mi dedo anular centelló con la luz del fuego. Pasé saliva y negué, tratando de quitarme de la cabeza lo que había ocurrido en el almuerzo.
"Aurems", se titulaba la primera página. Había dibujado la silueta de uno, y continué leyendo el texto debajo.
"Los Aurems nacieron de una pluma del dios Águila. Siendo hijo mayor del Gran León Blanco y la Leona Dorada, tuvo que arreglar los problemas que causó el capricho de su madre al crear el mundo. La leona creó toda la vida a la perfección. Pero la vida por sí misma no es suficiente... Sin invierno la vida se consume a sí misma.
En el comienzo de los tiempos no existía el invierno. La Gran Leona dorada, muy presuntuosa, pensó que solo la vida era suficiente para el mundo. Pero el invierno fue necesario. Las hojas caídas durante el otoño en invierno no solo mueren, se transforman en el alimento de los nuevos brotes. El invierno tiene la función de morir para traer al mundo una nueva vida".
"Como sabemos, los dioses son bestias. Animales cuyos espíritus celestiales dominan con sus garras la infinidad del universo. Cuando ella creó a los primeros humanos, su fascinación por su propia creación fue tanta, que adoptó la forma de una de ellos.
De su mano derecha, los lazos dorados centelleantes crearon los mares. De su mano izquierda, las montañas y llanuras fueron emergiendo bajo la fina capa de destellos dorados desde los cimientos del planeta tierra. Un suspiro de su boca fue suficiente para que los gases de la atmosfera hicieran realidad aquel sueño que había tenido noches atrás: La vida. Tanta fue su dedicación, que impuso estaciones para asegurarse de que ésta no tuviese fin jamás. Así nació el verano, el otoño y la primavera. Cuando todo estuvo listo, su esposo y sus hijos bajaron a conocerlo todo. El Gran León Blanco, dios del Sol y la bondad, notó una falla. Las hojas caían y algunas plantas esparcían sus semillas en otoño, más al volver a crecer, lo hacían cada vez con menos fuerza, llegando incluso a desaparecer. La vida se estaba consumiendo a sí misma.
Preocupado, alertó a su esposo, pero cegada por la vanidad de su creación, hizo caso omiso a las palabras de su compañero. Para que su amada no sufriera por los daños inminentes que vendrían a futuro, el León Blanco les encargó a sus hijos una importante tarea.
Águila, su hijo mayor, se encargaría de crear una especie que impartiría el equilibrio de las estaciones. Mientras que Vezhaltz, plantaría el más hermoso de los jardines como regalo a los hombres por los daños anteriores, pasando a ser la diosa de la primavera".
—Vezhaltz, la diosa que quiere acabar con el mundo y conmigo, es hija de los dioses más poderosos del mundo. Excelente...
"Así nacieron los Aurems, creados de una pluma del dios Águila. Regulan la vida a partir de la muerte, son los encargados de impartir el invierno, devolviendo así el equilibrio a los mundos".
—Maravilloso —susurré en voz alta.
Continúe pasando las páginas. Los garabatos de Thiana eran preciosos. Parecía estudiar a la raza porque tenía numerosas anotaciones sobre ellos. Dejé el cuaderno y pasé al siguiente.
Quedé helada cuando reconocí algo familiar en los dibujos. Decenas de mujeres en un templo antiguo, de rodillas, adorando a la figura del Gran león con...armaduras. Armaduras iguales a las que me obsequiaron las mujeres de la aldea Mestiza. Pasé la hoja, nerviosa. No había nada más.
—Oh, vamos... —Me mordí la uña.
Tomé otro cuaderno. No había más nada referido a ello. Era el primer diario que había visto la vez anterior. Volví a detallar las piedras y las anotaciones.
"Piedra del sol y la luna" "Fusión"" Enlace" "Juntos por siempre en nuestro propio mundo" "Thiana y Zhorel por toda la eternidad".
—¿Novileh? ¿Estás ahí? —La voz de Iris me puso en alerta. Guardé todo, tomé el candelabro y salí del pasadizo.
—¿Iris? —Encontré a mi Sherhazí en la puerta de la biblioteca.
La pelirroja observó a su alrededor y silbó.
—Vaya, es otro castillo dentro uno. Con razón no te encontraba, ¡puedes perderte aquí!
Sonreí.
—¿Qué sucede?
—Su majestad desea verte...—Escondió sus labios.
—Oh, bien... ¿dónde? —Pasé de ella y me dirigí a la salida.
—¡Phoebe! —Iris corrió hasta llegar a mi lado—. Por los dioses, ¡tienes que contarme! ¡No te me vas a escapar tan fácilmente!
—¿Contarte? ¿Qué?
—¡POR EL ÁGUILA! ¿Acuerdo? ¡Ahja! ¡Si, claro! ¡Si me van a besar así, yo también deseo un acuerdo, por los dioses! —Echó a reír.
—¡Iris! Sabes que... —Iba mirando atrás, y choqué con algo duro. Iris dio una reverencia y se perdió por otro corredor. Pasé saliva. Tuve que inclinar mi cabeza para verlo a la cara.
—Ahí estás, Sharik. Ven conmigo.
Haytham me condujo por una escalera empedrada que llevaba a los subsuelos. Cruzando la puerta de hierro, el salón apenas iluminado, contaba con un gran espacio y objetos de entrenamiento. Ya iba una hora intentando que mi poder apareciera entre las palmas de mis manos, pero parecía una tarea imposible. No había caso.
—Esto es inútil —dije, apuntando por vigésima vez al muñeco de tela que Haytham me había puesto en frente.
—No, no lo es. Por algo se llama práctica, ¿sí? —gritó desde la silla donde leía un libro, tenía las piernas apoyadas en otra—. Si no lo hacemos y repetimos, no sucederá. Continúa —ordenó, sin si quitar la vista del libro.
Blanqueé mis ojos.
—Es muy fácil decirlo desde tu posición. —Me quejé.
Haytham extendió su brazo, apuntó al muñeco mientras que con la otra mano seguía sosteniendo el tomo. Sin mirar, disparó un haz de luz azul oscuro que lo traspasó. Me asomé por el hueco que había dejado en su corazón.
—¡León Santo! —Retrocedí.
—Y eso que los dioses me quitaron el setenta por ciento de mi poder... —Sopló sus garras.
—¿Cómo es qué lo logras?
—Soy mitad Aurem. —Se encogió de hombros.
—Ja, muy gracioso. Yo soy solo una humana. —Crucé mis brazos—. Me refiero a cómo lo logras, controlar tu poder.
Haytham se puso de pie y dejó el libro sobre la silla. Se quitó la capa y, despacio, comenzó a arremangar las mangas de su camisa negra. Era demasiado ajustada y marcaba toda su figura. Tragué con dificultad, y le di la espalda, volviendo a concentrarme en el muñeco.
—Es justo lo que dije. Soy mitad aurem. Sé quién soy, sé de qué soy capaz y me lo creo. ¿Solo una humana? No lo creo.
Lo vi por encima de mi hombro.
—¿Qué quieres decir?
—A ver, princesa. —Blanqueó los ojos—. Cuéntame de tu familia, tu vida en el castillo real, de tu hermosa y opulenta infancia. De tu madre, ¿acaso ella no te enseñó nada?
Parpadeé varias veces con lentitud, al tiempo que volvía a voltear hacía él. Mis hombros bajaron y me sentí pequeña. Cada palabra que salía de su boca me hacía recordar todo a lo que estaba acostumbrada a fingir que nunca había pasado.
—¿Qué? Adelante, no te detengas por mí. Me gustan las historias felices, aunque yo no haya tenido una.
Mis comisuras temblaron. Otra vez el maldito nudo porteaba mi garganta.
—¿Feliz? —Solté una risa ahogada—. Mi historia puede ser todo, menos feliz. —Una lágrima cayó y bajé el rostro, cerrando los puños al costado de mi cuerpo.
Mordí mi labio para contener el llanto. Haytham me pasó el asiento al verme temblar, pero me negué.
—No conocí a mi padre, murió cuando aun estaba en el vientre. —Suspiré—. Mamá falleció cuando tenía 10 años y como no éramos de la nobleza, no pude quedarme con la única familia que me quedaba, mi hermano. Así que tuve que ir al palacio real a que me enseñaran como servir a los hombres para luego ser vendida en el mercado de mujeres. No lo recordaba, porque mi familia me puso un hechizo... —Eché reír entre el llanto—. Habrán dicho, Phoebe es tan... débil. No soportará vivir con eso.
Haytham se desplomó en la silla. Llevó su cabello hacia atrás viendo al suelo.
—¿Has visto las cicatrices en mi cuerpo? Son lecciones, latigazos, castigos. Desde que crucé a este mundo, el hechizo se rompió y recuerdo todo. Cada noche tengo pesadillas. Estoy lejos de mi hermano ahora...la diosa que casi me lo arrebata, lo logró esta vez. Mi reino, mi familia... no sé si ellos están bien... —Mis piernas se aflojaron, me hinqué de rodillas al suelo sin poder aguantarlo más y solté las lágrimas—. ¿De qué historia feliz hablas?
Las imágenes volvieron a repetirse en mi mente. Tantas, pero tantas, que el dolor de cabeza se volvió punzante. Me temblaban las manos, no podía controlar el llanto y me castañeaban los dientes. Me agarré la cabeza con ambas manos, harta de todos los recuerdos. Pero esta vez, algo nuevo y más perturbador aun ocurrió. La imagen de la serpiente de ojos rojos se apoderó de mi mente: "Niña tonta, tan poca cosa. Tú no vas a detenerme"
—¡Basta! ¡Basta! ¡Que pare! ¡Que pare, por favor! —Me agarré la cabeza.
—¡Sharik! ¡Sharik!
Oí la voz de Haytham y sentí sus brazos, sosteniéndome, pero no podía regresar. Estaba tan sumida en todos los recuerdos, en mi pasado, que no podía volver a la realidad. Fueron los minutos más horrorosos, hasta que todo se volvió negro.
Los párpados me pesaron al intentar abrir los ojos. Bostecé y estiré las puntitas de mis pies. Un perfume suave, dulce y amaderado se coló por mi nariz, y cerré los ojos al inhalarlo, pero al darme cuenta de que era familiar, volví a abrirlos y me tensé.
Mi cabeza yacía sobre el pecho de Haytham. Estaba en mi cama, sus brazos me envolvían mientras dormía con su nariz pegada a mi cabeza. Respiraba profundo, su pecho subía y bajaba con calma.
Mordí mi mejilla. Bajé la vista a mi cuerpo. Llevaba un pijama al igual que él.
¿En qué momento me cambié? ¿Por qué no recuerdo nada?
Quité la pierna que tenía encima de las suyas con cuidado. Luego intenté correr el brazo con el que me envolvía, pero no hubo caso. Era demasiado pesado. Logré moverlo, pero cayó como un peso muerto de nuevo sobre mí. Haytham sacudió su cuerpo, despertó y se frotó los ojos.
—Buen día, Sharik. ¿Cómo te sientes? —Bostezó.
—Buenos-buenos días. Lo siento si te desperté.
—No hay problema. —Se sentó al borde la cama. Me reincorporé sobre el respaldar y comencé a juguetear con mis dedos.
—¿Hace mucho estás aquí? —Relamí mis labios, observando hacia el ventanal cristalizado.
—Toda la noche. —Afirmó—. No parabas de tener pesadillas. Yo... no sabía qué hacer. Sherhazí Iris me ayudó a recostarte. —Frotó sus manos—. Creo que el entrenamiento fue demasiado duro... —Formó una línea con sus labios.
Recordé lo último que habíamos hablado, pero obligué a mi mente a concentrarse en el ahora.
—Gracias.
Haytham asintió y se puso de pie.
—Ordenaré que te suban el desayuno. Te dejaré sola para que puedas estar más tranquila —dijo, acercándose a la puerta.
—Hayth... —susurré. Giró de lado—. ¿Puedes quedarte a hacerme compañía? Si no es molestia...
Haytham sonrió.
—Será un placer.
Zenev nos trajo el desayuno y lo disfrutamos juntos a los pies del fogón. Terminaba mi pan glaseado cuando Haytham se levantó y fue hasta la mesa de noche. Sacó de la cama una manta y trajo consigo unos pergaminos y un pequeño cofre.
Dejó la frazada sobre mis hombros y se lo agradecí. La brisa gélida se colocaba por el filo de las aberturas.
Haytham se sentó en el suelo frente a mí sobre la alfombra, y rellenó la taza con una bebida maravillosa llamada café. Era fuerte, aromática y densa, y sin duda me dio un soplo de vitalidad.
—Tengo algo para ti... —dijo, calmo desenrollando los pergaminos.
De nuevo las pinturas de las mujeres con armaduras que había visto en los diarios de Thiana y en la torre de la capital se plasmaban en ellos. Pasé saliva.
—Hayth, yo no...
—Dije que te ayudaría y es lo que estoy haciendo. ¿Me permites?
Asentí.
—Así como los Aurems fuimos creación de un dios, algunos humanos tuvieron la bendición de alguno de ellos. —Comenzó—. En tu caso, perteneces a un linaje antiguo de mujeres servidoras del Gran León. "Las centinelas del Sol", como mi madre y, por supuesto, la tuya de seguro.
Pasé saliva tratando asimilar lo que me estaba diciendo.
—¿Las centinelas del Sol?
—Un grupo de mujeres sacerdotisas del Gran León Blanco, protectoras de los débiles y defensoras de los inocentes. Se encargaban de preservar la vida a través de los dones que el dios les regaló. Por eso el color de sus armaduras, por eso siempre están meditando o rezando en cada ilustración que encuentras de ellas. Eran guerreras pacíficas, no necesitaban hacer grandes actos o ruido. La resistencia sutil es poderosa, porque inspira a los demás sin imponer y transforma sin destruir.
Respiré profundo y escondí mis labios, aceptando el pergamino que Haytham me extendía con los ojos abiertos de par en par. Como si estuviera dándome una parte de mí, una pieza de un rompecabezas que en este ultimo tiempo intentaba armar de mí misma.
Las lágrimas volvieron a aflorar de mis ojos y sonreí. Mamá no podía ser normal, claro que no. Esa mujer era especial. Siempre lo fuiste, mamá.
—Lamento haberte expuesto de esa forma en el entrenamiento...—Rascó su nuca—. No debí asumir nada. Lo siento, princesa...
—Está bien. Soy yo quien debe ser más fuerte y dejar de ser esta chiquilla llorona. —Me sequé las lágrimas.
—Eres vulnerable...
—Lamentablemente...—dije con pesar.
Haytham negó risueño.
—Ser vulnerable es un acto de valentía. Es mirar dentro de ti, quitarte la pesada armadura de orgullo y mostrarte tal cuál eres. Dejas que los demás vean tu esencia. Ser vulnerable no es ser débil, al contrario, muestras que la verdadera fuerza radica en ser auténtico.
Haytham me observó por un momento en total silencio. Sus ojos se volvieron dorados. Cuando se dio cuenta, removió la cabeza.
—Y... —Abrió el pequeño cofre y sacó un collar con forma de corazón—. Este era de mi madre. —Apretó la mandíbula—. Lo usaba para ver a mi padre cuando él estaba lejos de Ahmed. Acéptalo como una disculpa de mi parte.
—¿Para ver a tu padre? —Inquirí, confundida, tomándolo entre mis manos.
—Ábrelo. —Fruncí el ceño y lo hice. El corazón se abrió, dejando al descubierto un espejo—. Dile lo que deseas ver y al finalizar agrega: con todo mi corazón...
Enarqué mis cejas y volví la vista incrédula a la joya.
—Deseo ver a mi hermano...—dije, bajo la mirada expectante de Hayth—, con todo mi corazón...
El cristal se llenó de destellos azules que encandilaron mis ojos. Me cubrí y luego observé el collar de nuevo.
—¡Stefano!
¡Hello, Hello al hareeeeem!
¿Vieron lo que logran si dejan muchos comentarios? ¡Ahja!
¿Qué les pareció el capítulo? Les deseo un Haytham a todas en su vida <3.
Besos de muerte y cristal, Gre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro