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Capítulo 13.

Phoebe. 


—Entonces iremos como si nada hubiera pasado a beber té... —Reproché a Iris mientras terminaba de retocar de nuevo mi peinado. El ungüento me había dejado el cabello bastante graso.

—Así es. —dijo, observándome por el reflejo del tocador. Rizaba mechón por mechón con dedicación—. ¿Qué jabón te pusieron? —Olfateó mi cabeza como si de un animal se tratase—. No, imposible... —negó y prosiguió—. Bien, entonces, como decía, sí. Iremos a sus aposentos y beberemos té como si nada. Eso hace alguien de la realeza. Deberías de saberlo...

Claro que lo sabía. Su alteza Elizabeth y sus "clases" me habían preparado. Por fin algo qué agradecerle a la suegra de mi hermano.

—Lo sé. Pero ella te obligó a confesar una mentira. Te amenazó con tu familia, te hizo padecer ese castigo. No estamos hablando de diplomacia por temas de desacuerdo. Estamos hablando de una violencia física y mental. No quiero que la tengas qué soportar. —Me crucé de brazos.

Iris me observó con un brillo extraño en los ojos. Acercó el pequeño taburete del pie de la cama y se sentó a mi lado.

—El resto de mi eternidad, deberé soportarla. —Apoyó su tacto suave en mi muslo—. Soy una esclava, eso hago. Pago con una vida de servicio para que mi familia y el resto del mundo pueda vivir en paz. Pensar en eso basta para mí, me hace sentir fuerte... —Una sonrisa triste surcó su delicado rostro.

Tomé sus manos y las apreté con firmeza.

—Lo eres. Eres fuerte, valiente y también serás libre. Ya lo verás, Sherhazí.

Hubo un brillo en sus ojos verdes.

—Mira, novileh... me basta que aprendas a desenvolverte en este mundo, yo te ayudaré. Aquí las mujeres lo dominan todo. Mientras los hombres se sientan en sus tronos y juegan a "la guerrita" bajo sus cargos y títulos importantes, por detrás las mujeres mueven las piezas del tablero. El rey Haytham es el rey, pero ¿por qué la reina madre maneja todo su castillo y tiene más aliados que el rey mismo? Ella luchó para eso.

—¿Luchar? ¿A qué te refieres?

—La madre del rey era una humana. El amor verdadero del rey.

Asiento.

—Imagínate a Mildred soportando eso. Además de no tener total control de todo. La muerte de la reina Thiana fue una bendición para ella.

Thiana, al fin conozco su nombre. Debo confesar que me da mucha curiosidad. Ella, ella... hacía lo mismo que yo puedo hacer. Quisiera saber cómo es posible, ¿a qué se debe? Hay tantas cosas por averiguar...

—Hay algo que no entiendo... si odian tanto a los humanos, ¿por qué Haytham es rey?

—Era el único heredero de su padre, no tenía tíos ni parientes que ocuparan su puesto. Lo aceptaron a pesar de ser mestizo, sin embargo, a partir de ese momento se prohibieron las relaciones entre las especies. Los humanos venimos a servir, mientras ellos dominan y engendran hijos pura sangre con sus mujeres. Por eso el rey Haytham te compensó de salvarle la vida de ese modo. Es un privilegio para ti el que seas su esposa.

Pensé en la aldea. En si debía contarle a Iris cómo lo había salvado o no, pero decidí que lo mejor era mantenerla al margen de ese asunto. De ese modo la protegería.

—¿Y qué pasa si alguien rompe esa regla?

—El consejo envía a los verdugos...

—¿Ha pasado ya?

—Hace muchos años. Ahora las cosas están tranquilas.

¿Y que hay de esos supuestos salvajes que tanto me indagaban?

—Fueron rebeldes que no querían al rey Haytham en el trono. Quisieron imponerse a la fuerza, pero no lo consiguieron. Su majestad les perdonó la vida, pero los exilió a todos a las tierras inhóspitas. La vida casi no llega a esos terrenos. Se rumoran cosas horribles sobre cómo hacen para sobrevivir, por eso se les dice carroñeros. —Iris se removió entera, un escalofrío pareció recorrer su cuerpo—. Pero no saques esos temas con la reina madre, se pone de muy mal humor. Vamos, novileh.

Seguí a Iris por los corredores hasta llegar al ala de Mildred. Lejos de los tonos oscuros y el hierro tosco, su lado del castillo se revestía con el más fino mármol y todos los muebles y pilares eran de color oro.

Madhelí Agatha aguardaba nuestra llegada en compañía de dos guardias. La aurem nos observó al doblar el pasillo con su barbilla en alto y de reojo.

—Cinco minutos tarde, Sherhazí.

Iris maldijo por lo bajo, un insulto que solo yo alcanzaría a escuchar. Sonreí. La pelirroja se adelantó y dio una reverencia.

—Las muchachas nos demoraron al cruzar por el harem —mintió, entrelazando sus manos—. Están muy entusiasmadas con la novileh.

Las ocurrencias de Iris no tenían límites. Lo único que habíamos recibido al cruzar el extenso salón habían sido miradas cargadas de odio y hasta algunos ultrajes, incluso de otras humanas.

—Ah, ¿sí? No me digas... —Madhelí estiró sus delgados labios. Fue una sonrisa cargada de orgullo—. Bien, no hagamos esperar más a la reina madre, adelante.

Iris me hecho una miradita y la seguí.

Los aposentos de la reina madre eran tres veces más grande que el mío. Un escalón y delgadas barandas de algarrobo separaban la sala de estar del cuarto. Allí, sentada sobre finos y delicados almohadones, Mildred me esperaba con todo servido. Sherhazí Radha y Ehreiz le hacían compañía a un costado.

Iris se adelantó, dando una reverencia a los pies del escalón. Un delgado rayo de luz se filtraba por la pequeña ventana estrellada que descasaba sobre la cabeza de la reina. Me dio curiosidad, me pareció haberla visto antes.

—Madre...

—Sherhazí Iris, novileh... sean bienvenidas.

Imité el accionar de mi doncella y me reverencié.

—Buenas tardes, alteza.

—Adelante. —Mildred me indicó tomar asiento. Estaba a punto de sentarme en la larga banca junto a ella cuando me detuvo—. Novileh, allí... —señaló las almohadas del piso a sus pies.

Volví a ubicarme en silencio. Iris permaneció de pie junto al escalón. Me observaba de reojo, con las manos juntas a la altura de falda.

—Radha, sirve el té. ¿De qué te gusta, querida?

—Todos me gustan, majestad. El que desee usted.

—Con permiso, madre. —Sasha ingresó a los aposentos sin anunciarse—. Oh, disculpe...—me observó de reojo al subir el escalón antes de dar una reverencia—, no sabía que estaba ocupada. Vuelvo en otra ocasión, si le parece...

—No, querida. Adelante, toma asiento.

Privelih Sasha se sentó a su lado y comenzaron a platicar. No le prohibió el lugar porque, por supuesto, las humanas de seguro no podíamos ubicarnos a su mismo nivel.

—Le consultaba a la novileh qué té deseaba, pero me ha dejado escoger. ¿Cuál prefieres tú, Sasha?

—De jazmines, por supuesto.

La reina madre la observó con una sonrisa en los labios.

—Siempre escogiendo lo mejor.

—Los jazmines son difíciles de conseguir, novileh... —Sasha se dirigió a mí—. En estas tierras casi no crece, tenemos que hacer malabares para conseguirlo por otros medios. Al igual que la menta, por otras razones, claro...

Ambas se observaron sonrientes.

—Nunca lo he probado. —Afirmé—. De donde vengo, los jazmines son flores comunes y corrientes que abundan en toda la región, y la menta... —recordé con cariño a Helena—, también.

Sasha se mordió la mejilla. La reina madre me observó atenta.

—Lo común y corriente abunda bastante por aquí últimamente... —Mildred me sonrió—. Ehreiz, té de jazmines para nosotras, por favor. Y para la novileh...

—Té de jazmines. Lo probaré. Siempre es bueno darle una oportunidad a lo distinto. —Les devolví la sonrisa a boca cerrada.

A Ehreiz le bastó chocar sus palmas para que las doncellas a su lado comenzaran a servirnos.

—Hemos empezado con el pie izquierdo, novileh... es bueno que tengamos este momento —dijo la reina, agarrando su taza.

Fruncí mis labios. Iris me regañaba con la mirada desde su posición. Me removí sobre el cojín, y puse una sonrisa afable.

—Lo es, majestad.

—Contradictorio a lo que se pensaba de ti, salvaste a mi querido hijo. Tengo curiosidad... —se inclinó, cruzándose de piernas con una sonrisa amigable—. ¿Cómo lo salvaste? ¿Cómo pudiste hacerlo siendo tan solo una simple humana? No me lo tomes a mal, pero es algo poco...

—¿Poco creíble? —concluí—. Si, lo es, ¿verdad? Pero como ha dicho su majestad, yo solo aproveché su distracción y di el golpe justo y necesario.

—Muy bien pensado de tu parte. La inteligencia siempre será el arma más poderosa, más que la fuerza bruta.

—La paciencia, agregaría.

—Esperar el tiempo justo para dar el golpe... —Intervino Sasha. Percibí su mirada como un reto.

Asentí con benevolencia, bebiendo por primera vez un sorbo del té.

—Es muy dulce, exquisito.

—Lo es. —La reina madre dejó la taza sobre la pequeña mesa. Estaba a punto de decir algo más, cuando el sonido de las puertas abriéndose nos hicieron voltear.

—Madre...—La señora Agatha se asomó por el espacio de la puerta entreabierta.

—¿Madhelí?

—El rey solicita la presencia de la novileh...

Vi a Sasha esconder sus labios de reojo.

—Bien. Gracias.

Madhelí asintió y cerró las puertas. Comencé a ponerme de pie.

—¿Te veremos esta noche, novileh? —Privelih Sasha lo hizo también.

—¿Qué hay esta noche?

—Por supuesto... —La reina madre se irguió con rapidez—. Hoy es noche de sedas, querida. Te esperamos en los preparativos de las muchachas. Debes dar el ejemplo, asistiendo a nuestras ceremonias.

¿Noche de sedas? ¿No se supone que ya está comprometido? ¿Para qué quiere otra noche de sedas? ¿Qué clase de costumbres son estas?

Estuve a punto de contestar, pero como una costumbre que estaba forjándose entre nosotras, Iris volvió a regañarme con la mirada y con un gesto rápido de su mano me pidió que suavizara el rostro. La reina madre volteó a verla, pero la pelirroja ya había agachado la cabeza.

—Si-si... —balbuceé—. Por supuesto, ahí estaré...

—¿Acaso eso es posible? ¿Cómo o qué es el matrimonio para los aurems? —Ya sonaba como mi tío.

—Novileh, nadie que esté con el rey asiste a la noche de sedas, lo hacen para humillarte. Todas las muchachas saben que las favoritas se retuercen de ira cada vez que llega este día.

Nos detuvimos frente a las puertas del taller de Misho. Suspiré.

—Se han ensañado conmigo, ¿eh?

—No es para menos. Serás la esposa del rey, otra vez una humana en el trono. Es cuestión de supervivencia.

—¿Supervivencia? —Solté, molesta.

Yo solo quiero irme. No pienso quedarme, ¡así que no se preocupen por su preciado poder y trono!

—Ya, novileh... yo solo intento explicarte la situación, no te la agarres conmigo. Águila, qué carácter...

—¿Has visto, Sherhazí? —Su voz varonil nos hizo dar un salto. Iris giró y se reverenció de inmediato. Por mi parte, me crucé de brazos y lo observé con los ojos entrecerrados—. Se lo dije esta mañana, no me explico cuanto malhumor cabe en su pequeño ser...

Iris echó reír bajito. Siguió sin alzar la vista.

Haytham me dio una sonrisa de lado.

—¿Entramos? —Me ofreció su codo para entrelazar mi brazo con el suyo.

—Si, entramos. —Pasé de él—. ¿Misho? Buenas tardes... ¿Misho?

—Vuelve en una hora, Sherhazí. —Lo escuché ordenarle a mi doncella.

Esperé de brazos cruzados en el centro del salón, al parecer, Misho no estaba.

—¿Ocurre algo? —consultó, colgando su capa en uno de los ganchos de la pared. Su camisa era ajustada y dejaba a la vista lo trabajada que estaba su espalda y hombros. Aparté la vista de inmediato cuando volteó.

—Nada. Empecemos ya. —Fingí interés en mis uñas.

—Oh, no lo creo, Sharik. No con esa actitud. Te necesito tranquila, relajada. Es importante que te sueltes y respires profundo, lo es todo para practicar.

—Estoy tranquila... —Me crucé de brazos—. ¿Qué te hace pensar que no? —dejé caer mi peso en una cadera. Aún continuaba pensando en la mala actitud de Sasha y la reina madre.

Su carcajada me hizo salir de mi ensimismamiento. Risueño, removía su cabeza.

—A ver, ven... —Me tomó por los hombros de sorpresa, y comenzó a agitar mis brazos.

—¿Qué-qué haces? —Intenté zafarme, pero me tenía atrapada como si mi cuerpo fuese un pequeño juguete.

—Sharik, calma... —Comenzamos a forcejear—. ¡Son movimientos para que te relajes, mujer!

—¡Qué estoy relajada! —Me removí con brusquedad, pero algo inaudito ocurrió entonces. Él me levantó ¡Si! ¡Mis pies no tocaban el piso! —. ¡Déjame! ¡Bájame ahora, Haytham! —Lo amenacé. Sentí mis mejillas ardiendo de la rabia.

Comenzó a mecerme. ¡A mecerme!

—No hasta que te relajes, pequeña bola de nervios.

—¡Ahg! ¡Bájame! —Ahora sí. Estaba fuera de sí. Empecé a revolear puños y patalear en lo que removía mi cabeza. Mi recogido poco a poco comenzó a deshacerse; los mechones largos caían y se enredaban en su rostro.

—Sharik, ¡por todos los dioses! ¡Quieta! —Se quejó, tosiendo.

—¡Entonces bájame! —grité, y luego de unos minutos eternos, mi orden se cumplió. Caí sobre mi trasero al piso—. ¡Pero qué demonios te...! —Volteé a insultarlo de las mil maneras, pero entonces lo vi tirado a mi lado, tomándose con ambas manos la garganta y luchando por un poco de aire.

—¿Majestad? —Gateé hasta él. ¡¿Y ahora qué?!

Su rostro comenzó a ponerse azul. No respiraba con facilidad.

—¿Qué-qué pasa? —grité asustada.

El rey hizo un esfuerzo enorme para abrir la boca.

—¿Qué-qué te pusiste en el maldito cabello, novileh? —balbuceó—. ¿Acaso quieres matarme? —Le saltó una lágrima.

—¡Matarte! ¿Por qué me pregunta eso? ¡¿A quién demonios le interesa cómo cuido mi cabello en estos momentos, majestad!? —Ironicé. Desabroché los primeros botones de su camisa, desesperada.

—Hueles a menta, soy alérgico a ella. —explicó entre quejas.

POR LOS DIOSES.

—¿¡Qué hago!? ¡Dígame qué hago! —le di unas cachetadas ya que sus ojos se cerraban.

—Llama...—su voz apenas salía—. Llama a Misho.

—¡Misho! ¡Misho! —grité—. ¡Manténgase despierto! ¡No cierre los ojos! —agité su cabeza—. ¡No funciona! ¡Tiene que haber otra cosa! —Haytham sonrío con los ojos volcados hacia atrás.

—Bésame, Sharik... —Soltó en un hilo de voz.

—¡Eh! ¿Acaso está loco? —Mi corazón se frenó por un segundo.

—Dame respiración boca a boca...

—No.

—Princesa, no respiro...

—No lo haré. —Me volteé.

—Novileh... —susurró. Pero me puse de pie enseguida y comencé a buscar al Argo por todo el salón.

—¡Misho! ¡Misho, por el león! —Busqué por todos los pasillos de la biblioteca, pero no di con él. Al no escuchar los quejidos de Haytham mi piel se erizó—. ¡Majestad! —Volví sobre mis pasos, torpe y desesperada, y caí de rodillas al lado de su cuerpo. Ya no estaba consciente, acerqué mi rostro al suyo. ¡No respiraba! —. ¡Maldición! ¡Maldición! —Volteé para todos lados, sin saber bien qué hacer. Misho no aparecía, el rey moría a mis pies.

Con las manos aun temblando, tuve que quitar la máscara de su rostro. Contemplé cada cicatriz que cruzaban su ojo desde su sien a su mejilla. Sus largas pestañas blancas y las espesas cejas, también intervenidas por las heridas.

Por el León...

Me incliné. El frío de sus labios me hizo estremecer al conectar con la calidez los míos.

¡No me dejará viuda, ni de mentirita!



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