Azul meadianoche
Si pudiese describirte con la piel esta sensación que me sobrecoge cuando estamos juntos así, con la vista ensombrecida por la noche y acunados por el titilar de las estrellas—cómplice eterno de ese nosotros enmudecido—, entonces, quizá, por primera vez frente a mí, llorarías de melancolía.
"Melancholia, ¡qué buena película!", me dices, succionando el cigarrillo entre tus dedos finos. Y yo no puedo negarlo, "por supuesto que lo es". Un pensamiento indiscreto y abrupto me hace entreabrir los labios para hacerte la confesión más candorosa que te he hecho nunca y me estremezco de solo pensarlo, porque te temo y sé que cualquier alegato o distancia de tu parte me llenaría de llagas el corazón. Entonces maldigo al vino, tirano de mi lengua, e invento una excusa como que mi memoria es mala y que "ya lo he olvidado".
Pero eso no me impide pensarlo cuando te quedas en silencio y me modelas tu perfil agraciado, tan "inglesito", tan aparentemente serio y salpicado de lunares; y tus ojos cafés intenso miran a la nada mientras el destello lejano de un Renault Dauphine los alumbra con fugacidad. El silencio es tu cómplice y el mío, me alega para que siga pensando en la relación entre Melancholia y tú, así que después de posar mis ojos en tu sombrero de copa en mi sillón y en tus anteojos negros de sol —eres tan jodidamente fancy—, solo pienso en aquello que te une a ese inquietante filme: los colores.
Me subsumo ante la bebida e imagino y pienso que besarte sería como respirar del aire nocturno y lunar de aquellos paisajes inhóspitos y solitarios, que tu presencia a veces también me es oscura, entre verdosa y azulada, abisal y absorbente. Un azul medianoche, mi azul medianoche; un misterio para mi corazón que añora tu mirada, tu escudriñamiento, ¡¿por qué nunca me reclamas nada?! Tú ahí, siempre tan calmo e impasible. Me exaspero por dentro, quiero que te desvivas por mí, quiero que me exijas con tu mirada, que me necesites con el verbo de tu piel, que me concedas el placer de tu atención, de ser el whiskey que tomas y el humo del cigarrillo que inhalas con tanto frenesí. Tócame, respírame, arremete contra mis entrañas sensibles y yo me doblegaré ante ese solipsismo tuyo, no me importa, pero deséame, deséame como la deseas a ella.
Siento a mis mejillas arrebolarse ante la osadía de mis anhelos. "Tienes las mejillas rojitas", me dices sonriendo dulce, y de repente — ¡malhechor!— acaricias mi rostro con la lentitud de tus yemas suaves. Gesto simpático. Me limito a echarle la culpa al vino con descaro, porque de repente tu mirada tierna me guarece del segundo círculo y me hace recordar que así es como debo verte, que mi única salvación ha sido eternamente el dejarme arrastrar por esa forma tan aniñada de sentirte. Un apremiante adiestramiento afectivo.
El sonido de la ciudad penetra en el balcón, se hace el protagonista de nuestro encuentro y nos anuncia que ya es media noche. Es mitad de semana y la ciudad duerme. "Somos afortunados", te digo, de estar aquí tranquilos, sin preocupación por el mañana. Me da por recordar mi solitario fin de semana anterior; el eco de una fiesta en algún apartamento lejano irrumpía el silencio que me cobijaba, tal como ahora a nosotros. Recuerdo que te extrañé tanto que sentí que tu ausencia me quemaba, y sentí pena, más no por mí, mendiga de tu piel, sino por aquellas almas en esa fiesta fantasma, porque no podía estar más segura de que ellos jamás sentirían la dicha que siento yo con solo estar contigo, en mi balcón, a solas y viéndote sonreír —jamás reír porque eso solo lo logra ella— a la luz de las estrellas y por alguna de esas tonterías que suelto solo para deleitarme con la imagen de tus labios curvados.
Me devora el placer de saber que es solo un recuerdo y que ahora, en este preciso instante, te tengo aquí. Y sueltas el aliento y sé que hay algo que te aqueja, pienso en preguntarte pero en cambio me pongo a pensar en lo mucho que anhelo que este momento dure para siempre, que sea como ese sueño que tuve la otra vez, en el que apareciste y en el cual sentí que ahondé en algún secreto inalcanzable sobre el verdadero sentido de la vida, sobre sus orígenes y sobre el futuro, cuando sentí que las distancias entre una vida y otra —entre la tuya y la mía— se desvanecían a la vez que cada fragmento cobraba un sentido trascendental e ilegible. Aquel sueño me hizo sentir que la existencia no era más que una conspiración, una sola idea en forma de una masa incorpórea en la que eran reducidos todos los lugares y personas del mundo. Todo ello condensado en un solo acto, en una sola experiencia onírica.
Así es como estoy sintiendo nuestro encuentro, el relente de la noche, el silencio y las luces de la ciudad me lo pintan claro. No necesito nada más. Soy dichosa en este instante y sé que nos recordaré así para siempre. En un futuro, podré degustar esta imagen con la piel, podré respirarla y olerla en cada canción que escuchamos, se me aguarán los ojos de pura felicidad y nostalgia, sentiré tu perfume en cada acorde y en cada melodía vocal acompasada en favor del céfiro que acaricia nuestros rostros esta noche, y el tacto cálido y suave de tu beatle negro también vendrá con todo ello.
Pero entonces acaba con violencia la experiencia onírica de esta anoche azulada contigo cuando dices "es hora de que parta", y yo me pregunto si algún día sabrás cómo me duele la frialdad con que te atreves a decirme adiós después de haberme acariciado las mejillas. Pero sé que no es adrede, sé que esa siempre ha sido nuestra forma, así que no me quejo, ni de eso ni de que te vayas con tanta premura, porque sé que te esperan, estás enamorado y lo que menos quieres es preocuparla. Me resigno ante el hecho y disimulo una sonrisa agradecida, pero las náuseas me traicionan, me corroen el cuerpo y sé que me tengo que preparar emocionalmente para soportar que una noche más, en estos interminables años de velada amistad, me llames inocua y afablemente: "amada mía".
Canción: please be mine de Molly Burch
Feliz San Valentín atrasado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro