Apnea del sueño
Vivía del pasado y de las fantasías. Respiraba y sucumbía ante la nostalgia de aquello que sabía incierto y desconocido, de lo que le era inasequible.
Algunas noches, el peso de sus ilusiones se aunaba a un terror inescrutable que tomaba la forma de una nube incorpórea que vagaba por su habitación, se esparramaba por los aires y colmaba cada rincón de una densidad entumecedora.
Le costaba respirar. Cuando reinaba el silencio y el ladrido azaroso de algún perro llegaba a sus oídos, le costaba respirar. Sudaba invisiblemente y el terror del latido de su corazón le petrificaba: su pulso fenecía al límite de sus arterias, plagaba de llagas sus venas. Era la inseguridad del mañana la que le empañaba las sábanas y le teñía la piel con la imprecisión de la muerte, agazapándosele al cuerpo.
Suspendida en la calígine de su propia mente, el zumbido agónico de ecos lejanos y remotos llegaba para eclipsarle la audición y fragmentarle la impresión del tiempo. Y así, intentaba dormirse al manejo del vaivén de sus recuerdos, de la evocación de emociones disecadas y de caricias ilusorias ya evaporadas, abandonándose a una angustia irresoluta que día tras día le acometía las carnes y la convertía en una partícula microscópica, temblorosa y mortecina.
Una lágrima solía resbalar por su mejilla izquierda, sólo una mísera lágrima cuya acuosidad le nublaba la vista y le hacía ver, en medio de la oscuridad, la vaga silueta de un sentimiento que nunca pudo atrapar, que su corazón nunca pudo poseer.
Lánguida y amedrentada, cerraba sus ojos y sentía a su lágrima humedecerle el cuello, y en tanto, percibía en su mente el asalto de la encarnación sinestésica del anhelo imposible; porque la silueta, esa sombra anudada en la oscuridad, encaraba a su alma y le reclamaba que ya era demasiado tarde, que quizá en otro tiempo, en otra vida, en otro tipo de mundo, su espíritu hubiese podido glorificarse en el placer de ese anhelo inasible, hubiese podido corromper esa infinitud que se extendía entre su ser y ese deseo desconocido cuyo recuerdo le quitaba el sueño, le asfixiaba y le hacía pensar en lo errático de la muerte, en lo ineludible de la caída.
¡Pero qué difícil era! ¡Qué difícil era hacerle frente a esa silueta aun cuando permanecía con los ojos cerrados y su corazón latía de tal manera que el silencio que dejaba brotar después de cada pálpito no hacía más que traerle el desamparo!, ¡la soledad! No había salida alguna, su cuerpo y su alma seguirían sujetas a ese ominoso y sibilino deseo ¡Lo que hubiese dado por respirar de un aliento ajeno, mentolado y selvático!, por dejarse derramar en lo vegetal de una mirada, en lo resoluto de una voz céfira, ¡lo que hubiese dado por estrecharse en la materia lacerante de un cuerpo firme y cálido!, sentirse estrellada por la certeza de un suspiro inequívoco, de un vivir benévolo, nítido, des-dolido.
Canción: sleep apnea de Beach Fossils
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