A mi lejana profesora
Ejercito mi pluma en tonterías...
Hoy los huesos me tienen acabado,
Por lo que hallo el consuelo en fantasías.
No es de día (y no esperes tal rimado),
sí de noche ("la noche que dirías").
¡Pero mira!, me he equivocado
mal utilizando los tercetos,
con rimas acabadas repetidas...
Por eso es que recuerdo a mi maestra
que siempre me decía los cuidados.
Con respeto aquí, quiero sus recuerdos,
los regaños, los besos de regalo.
Una vez en medio del consuelo
yo lloraba muy continuamente:
"me hablaron de la muerte de mi abuelo,
aquel humano enfermo de la mente;
él dolía la gran locura injusta
que a todo hombre bueno nos asusta,
y por verse ajeno a los errores
bien se acurrucó en casa de virtudes.
Ahí se comulgó, a dios reconoció,
entendió los santos salmos, la vida.
De nosotros esparció benigna ira
(pues es beatífica en su cura
por venir de familia que procura
ser en todo tiempo muy unida).
Mas pasa el tiempo y él se nos murió
y ahora sólo quiero recordarlo".
Entonces yo hablé, así muy tiernamente
con lágrimas cegando mis ojitos
y expulsando en labios mi peso ardiente.
Yo le dije: "quiero escribir la carta,
oh maestra, que más por los pedidos
necesito practicar fervientemente;
nunca dije lo que siento, y si escucha
arriba en nuestros cielos, yo quisiera
recitar el ejemplo de su lucha:
no sea que el altísimo padre
en su gran sabiduría le niegue
la estadía en el campo cuando llegue...
¡Tortura a la estirpe de su madre!
Pues si pecó, no es la culpa suya,
sino mía y sólo mía, por verle
muy lejano de mi apoyo, aunque niño".
A mi maestra, de Alicia el nombre,
le sobrevino gran dulzura noble,
aquella que enternece los sentidos.
Me dijo sus lecturas elevadas,
sus escritos propios y muy hermosos,
expresando su cariño, su gran trabajo.
Ay maestra, qué días enojosos
son éstos que me tienen en la cama,
postrado recordando sus palabras...
II
Oh, qué alivio siento al recordarla
si en memoria viven nuestras curas.
Pasa el tiempo y no puedo yo olvidarla.
Dijo que vio en mí las luces puras,
que aunque exceden en su brillo hermoso
al común entendimiento, alturas
todas se merecen, como al esposo
que su ingenio trabaja con esmero:
se enriquece con oro tan extraño
si adorno de seso muy entero.
Pues, alejándome del gran engaño
que procuran las escuelas a los niños,
con helénico lenguaje, del daño
me apartó al verdadero estudio...
Pero, ay, tan grande es la pérdida
que se iguala con mis cuitas de escritor:
ensuciando yo sus enseñanzas con estos
versos pésimos. Descanse, maestra,
que en círculos celestes brilla
eternamente con los ángeles.
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