III
—Ahora somos aliados así que te diré mi verdadero nombre y es Raigel —se presenta formalmente el perro eléctrico.
—Bueno, ¿como salgo de aquí? —duda Eduardo.
—Esl dependerá de tu cuerpo físico —explica Raigel.
—Ahora que lo pienso ¿Vasyl dijo que Electrick Man tenía un enemigo, no? —recuerda Eduardo.
—Si, pero ese es tu problema —dice Raigel.
—Espera... ¿Qué! —exclama Eduardo.
—Mira mocoso, ya estás despertando. Chao —se despide Raigel con una voz burlona.
Eduardo abrió los ojos lentamente y se percato de que estaba en una habitación de hospital o la de una clínica.
—Espero que sea una clinica —empieza a quejarse cómo el niño rico que es Eduardo—. Porque creo que los hospitales son muy sucios, digo, son públicos, no me puedo imaginar la cantidad de personas que asisten a los hospitales todos los días, aunque probablemente sea porque estoy acostumbrado a las clínicas debido a que viví toda mi vida sin preocupaciones de dinero y ahora cómo mis padres están en China debo hacerlo todo yo, y como soy tan vago me da flojera buscar a una sirvienta. Mami, ayudame.
Eduardo se queda pensando en lo cruel que es la vida sin padres hasta que abren la puerta.
—Vaya, veo que ya has despertado chico —dice el doctor al entrar.
—Vaya, un doctor —piensa Eduardo—. Le podré preguntar en donde estoy, o lo más importante ¿Estoy en un hospital o una clínica?.
—¿Me podría decir dónde estoy? —pregunta Eduardo.
—Claro chico, estás en la clínica de Antofagasta —responde el doctor y luego Eduardo suelta un suspiro de alivio al saber que no está en un hospital—. Por cierto, tu amigo te trajo muy rápido aquí, si no hubiera sido por eso no habrías sobrevivido
—Ja, ja, ja, ja, ja, ja... Si supieras que el es el ser humano más rápido del mundo —ríe Eduardo en la mente
—Tu amigo llegó diciendo que no podía llevarte a un hospital porque de seguro que te daba un infarto ahí mismo y estarías quejándote durante semanas sobre lo sucios que son —explica el doctor.
—Veo que me conoce bien, aunque difamar mi nombre no era necesario —piensa Eduardo y luego dice—. Como sea, ¿ya me puedo ir?.
—Lo siento chico, debes quedarte un poco más hasta que nos aseguremos de que todo está bien contigo —niega el doctor.
—Está bien —acepta Eduardo.
Atlantis, en algún lugar del mundo
—Señor, tengo noticias —dice una general Atlanteana (en idioma Atlanteano) a el rey de Atlantis, quien es un ser humanoide alto, pelo corto rubio, ojos azules, piel blanca y vestido con una armadura plateada.
—Habla —autoriza el rey desde su trono.
—Los sensores detectaron que el perro eléctrico ya eligió al portador se su poder —informa la general Atlanteana.
—¿Dónde? —pregunta el rey.
—Chile, Sudamérica —contesta la general Atlanteana.
—Perfecto —dice el rey para luego levantarse de su trono y caminar por los pasillos—. Me he estado preparando para este momento durante toda mi vida.
El rey entra junto con su general a una bóveda en la que hay multiples tesoros de Atlantis, entre esos, rodeado de cabezas que de algún modo no se descomponen, el tridente de Atlantis.
—Con este tridente, mis antecesores mataron a los Electrick man que se aparecieron durante sus respectivos gobiernos —explica el rey mientras observa el tridente y las cabezas—. Obviamente no a todos les tocó enfrentarse a alguno, sin embargo, como puedes ver, a todos los que se enfrentaron, los mataron y conservaron sus cabezas aquí como trofeo.
El rey toma el tridente y sale de la bodega para dirigirse a una especie de sala de comando de las tropas. Mientras caminan por los plateados y brillantes pasillos del palacio, la general dice:
—Señor, seria una buena idea repasar la historia con las tropas.
—Sería una excelente idea —aprueba el rey.
Clínica de Antofagasta, Chile. Simultáneamente
Eduardo revisa sus archivos de estudio sobre el perro eléctrico que tenía en su celular hasta que el doctor entra a la habitación.
—Tienes visita chico, en unos minutos volveré para darte el alta ya que aparentemente estas en perfectas condiciones, diría que incluso mejor que antes —explica el doctor.
—¿Y no puede darme el alta ahora? —duda Eduardo.
—Está bien —acepta el doctor y firma unos papeles para que luego Eduardo también los firme—. Listo chico, puedes marcharte.
—Gracias —agradece Eduardo y sale de la habitación.
Al salir, Eduardo ve que la visita de la que el doctor le aviso, era Diego, así que se saludan y van al ascensor.
—Al parecer, Electrick man tiene un enemigo —comienza Eduardo.
—¿Electrick que? —duda Diego.
—Te explico —dice Eduardo—. Desde hace mucho he estado estudiando tanto al perro Eléctrico como a otra cosa que te puede dar poderes.
—¿De qué estás hablando? —pregunta Diego.
—Al electrocutarme obtuve poderes —resume Eduardo y Diego lo mira perplejo.
—¡Hubieras comenzado por eso! —exclama Diego—. Y asumo por el nombre que son poderes eléctricos.
—Así es —confirma Eduardo—, pero hay un pequeño inconveniente.
—¿Cual sería? —consulta Diego mientras se abren las puertas.
—Aquí no —dice Eduardo para luego salir del ascensor hacia la recepción del hospital y luego hacia la calle—. Hace mucho no estaba en gentios.
—Es que eres una persona tan sociable —ríe Diego por su comentario sarcástico.
—Tu tampoco tienes muchos amigos que digamos —recuerda Eduardo—, y hablando de eso, ¿Qué sucedió con Vicente?.
—Pues hablamos después de que mi primo despareciera y dijo que cuándo obtuve mis poderes lo olvidé por Emma... cosa que de cierto modo es verdad —explica Diego mientras hace una seña para que un transporte público pare.
—¿Qué estás haciendo! —exclama Eduardo para luego bajarle la mano de un golpe a Diego y hacer señas para que el transporte público avance nomas—. Soy rico, pediré algo privado.
—¿Hace mucho no hablamos, no? —pregunta Diego.
—Yo creo que es muy obvio que si —responde Eduardo.
—Eso explica cómo de repente me olvido de que eres muy quisquilloso cuando se trata de cosas públicas —dice Diego—, aunque hice un buen trabajo al traerte a la clínica y no a un hospital.
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