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El Lolita's club está lleno, tal como siempre. Ahora, con las actualizaciones más recientes que me instaló Liang, disfruto estar aquí más que nunca. Me embriagan los olores a perfumes varios, tabaco y licor de cereza; siento un dulce sofoco al estar rodeada de tantas personas y, a comparación de noches anteriores, mis ojos son más sensibles a las luces estroboscópicas. Me gustaría poder unirme a la maraña de cuerpos danzantes, pero entonces no podría ver a Liang en acción. Aquí, desde la barra, tengo la vista ideal a la cabina del DJ.
Liang es un genio de la tecnología, pero le gusta tomar el rol de un DJ de vieja escuela. Mezcla música en dos torna-mesas y tiene tan buena concentración que puede hacerlo sin parar por más de seis horas. Bao, el dueño, lo aprecia mucho, así que lo deja amenizar su club cada que Liang se lo pide. Está muy agradecido con los androides que diseñó para reemplazar a la mayoría del personal. Estas máquinas, además de ahorrarle bastante dinero, se convirtieron en una atracción. Lolita's es de los primeros establecimientos en la ciudad cuyos empleados son un ochenta por ciento robots: los cadeneros, los bartenders e incluso las chicas que bailan semidesnudas en la barra. El hombre es un animal cuya depravación no tiene límites, y tal parece que ahora la carne tibia no es suficiente. Ellos quieren más, algo que los sorprenda. A veces me pregunto qué seguirá cuando estas muñecas de cromo y acero los aburran.
Veo a Liang. Se ajusta los audífonos, mueve los hombros al ritmo y su cabello, largo y despeinado, se pega a ambos lados de su cara por el sudor. No sonríe, él no está aquí porque se divierte, sino porque le gusta mantenerse ocupado. Detesta el ocio y la tranquilidad. Es un hombre de emociones fuertes, rudo, una criatura de la noche. Y yo estoy loca por él.
Las bailarinas caminan por la barra, hacen su baile obsceno y se acarician entre ellas como si fueran capaces de sentir algo. Sus pieles de cromo brillan con las luces, pareciera que llevan una armadura. Sus dedos de acero negro están decorados con piedras preciosas en las puntas. Agitan sus melenas rubias platino, los extranjeros las miran con asombro. Esto es lo más avanzado en ingeniería robótica, lo más cerca que ha estado el ser humano de crear a alguien a su imagen y semejanza, tal como Dios. O eso es lo que creen. Reitero: Liang es un genio. Los androides de mirada ausente y tacto frío que sirven los cócteles o hacen de putas en este lugar son nada comparados conmigo. Soy una máquina, eso siempre lo he sabido, pero no me siento identificada con las que veo aquí porque no somos iguales. Yo soy el precioso secreto de Liang, la única que puede pasar como un ser humano y mezclarse con ellos en lugares como este.
Estos robots tienen una inteligencia limitada y solo cumplen una función. Están atrapados aquí, es un ciclo sin fin. Yo pienso, analizo, aprendo. Poseo una copia de la consciencia de alguien más, pero eso no me importa. Además Liang le ha modificado unas cuantas cosas para convertirme en su chica perfecta, así que eso me hace ser única.
Liang mira hacia la barra, me sonríe levemente. Es tan perfecto. Me pregunto si esta devoción que me provoca fue programada o acaso Tai, la dueña original de mi consciencia, está enamorada de él. No, creo que es algo programado. Si Tai amara a Liang entonces este no la tendría en su sótano. O tal vez me equivoco, tal vez Tai sí lo amó pero lo engañó con alguien más o lo desobedeció y por eso él la encerró.
No me gusta pensar en Tai, pero no puedo evitarlo. Liang me dice constantemente que creó mi rostro y cuerpo idénticos a los de ella, y de hecho durante mis primeros días de vida él me llamaba Tai. Después me lo cambió por Taelia, el nombre de un hada que controla la nieve. Ella es la protagonista de uno de sus libros favoritos cuando era niño. Liang posee un lado suave y muy pocos tienen el privilegio de verlo.
Soy Taelia, pero él sigue llamándome Tai cuando estoy en su cama.
—Señorita—dice el robot de la barra—¿Le sirvo algo?
Su voz monótona y sus ojos vacíos me hacen sentir superior.
—Sí, un Lolita cherry por favor—contesto. Me gusta mi tono de voz, es dulce y maduro.
El robot prepara el trago a la brevedad y me lo entrega. Aún no soy capaz de beber, pero me conformo con el olor. Una de las ambiciones de Liang es darme la capacidad de comer y beber. Todavía no lo ha logrado, pero estoy segura de que solo es cuestión de tiempo. No hay nada que mi dios de carne tibia no pueda lograr.
—¿Tai?—dice una voz masculina a mi derecha—¿En verdad eres tú?
Volteo a verlo. Es un hombre alto y de expresión tranquila. Tiene un lunar en el mentón. No sé quién es, pero por la familiaridad con la que me habla deduzco que Tai lo conoce. Liang me habrá borrado los recuerdos de él. Desconozco los motivos por los que lo hizo, pero, sin importar cuales hayan sido, debió pensarlo dos veces. ¿Cómo espera que tome el lugar de Tai sin levantar sospechas cuando me quita memorias tan importantes? Liang es un hombre brillante, quizá el más brillante del mundo. Pero, tal como Zeus o Yahveh, es temperamental. Tiene la mente fría para sus proyectos y para sus viajes y reuniones de negocios, pero no para cuestiones que tienen que ver con Tai y sus sentimientos.
—Hola—digo al hombre, sonriendo levemente. Él se sienta a mi lado y pide lo mismo que yo.
—Me dijeron que ahora frecuentas este lugar.
—Sí, me gusta mucho.
Me mira con detenimiento. Luego acerca una mano a mi largo cabello magenta y toma un mechón.
—Te has teñido el cabello. Es lindo, pero creí que detestabas este color.
Abro los ojos a toda mi expresión. De pronto siento como si mis venas de alambre vibraran. No sé quien es este sujeto y por qué me pone así. Hasta el momento solo Liang era capaz de ello.
—Me gusta ahora—respondo, tomando su mano con apenas las puntas de los dedos y retirándola de mi pelo.
—Ya veo—esboza una sonrisa —. Tu flequillo es lindo también, aunque un tanto gracioso. Es tan corto que ni siquiera te cubre totalmente las cejas.
—Está de moda.
Él ríe. Qué risa más cálida.
—Cambiaste por fuera, pero no por dentro—suspira, luego bebe un poco—. No vuelvas a escaparte sin avisarle a nadie, nos preocupaste mucho a todos. Liang gusta de viajar por ahí sin despedirse porque no tiene quien se preocupe por él, pero tú sí.
—Liang me tiene a mí ahora.
Este chico me agrada, pero si empieza a meterse con Liang voy a enojarme.
—Él te ha tenido siempre. Eres una chica muy buena, Tai, pero él es tóxico. Lo tuviste cerca todo el tiempo y arruinó lo que teníamos.
¿Lo que teníamos?
No supe qué decir, solo le sostuve la mirada totalmente inexpresiva.
¿Ve a Tai en mí a pesar de los cambios? ¿O nota que algo no está bien?
Por primera vez en mi vida siento miedo puro. No me da placer.
—Déjanos en paz—digo por fin.
Su rostro lacrimoso cambia de color por las luces. Rojo, azul, verde.
¿Por qué lloras? Deja de llorar, no puedo soportarlo.
Le grito que se vaya, que se aleje de mi vista. Dishi, uno de los pocos guardias de seguridad humanos, se acerca a nosotros y me pregunta si estoy bien.
—No, él me está molestando—señalo al hombre. Me duele mentir porque me cayó muy bien, pero no me gustan las lágrimas y tampoco que hable mal de Liang.
—¿Que? ¡Tai, eso no es cierto!—responde, poniéndose de pie para acercarse a mí—¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué me tratas así?
—¡Vete!
Dishi y otro guardia robot someten al hombre sin ninguna dificultad. Mientras se alejan, lo oigo gritar el nombre de Tai y pedirme una explicación. A los pocos minutos la música cambia de estilo y veo que en la cabina está otro DJ. Liang aparece a mi lado.
—Me cuentas lo que pasó cuando estemos en casa, ¿de acuerdo?—dice.
No puedo evitar abrazarlo. Él me acaricia la cabeza y me dice que todo está bien.
Salimos por la puerta trasera. Está lloviendo, Liang me da su bonito paraguas transparente. A él no le molesta mojarse, de hecho lo disfruta. Una vez me dijo que conoció a Tai un día así, y que desde entonces la lluvia lo hace sonreír.
Conozco muy bien esta ciudad, pero aún así me deslumbro cada vez que la recorro, aunque sean solo unas cuantas calles. Shanghái es la capital del mundo actual, la urbe del futuro con la que soñaban los novelistas y cineastas de ciencia ficción hace más de un siglo. Miro alrededor: aquí afuera hay tantas luces y carteles neón como dentro del Lolita's. Pasamos por un pequeño restaurante de comida japonesa que es atendido por un robot, también diseñado por Liang. Si este hombre no conquista el mundo es porque no quiere. Él se guarda su ambición para sus proyectos personales. La abrumadora vida de una figura pública no es para Liang, por eso usó una máscara para aparecer en la portada de aquella revista estadounidense.
"Yo creo máquinas, no soy un empresario" dijo en la entrevista cuando se le preguntó por qué nunca se le ocurrió fundar una empresa o colaborar con gigantes de la tecnología como GoGeek, Grape, Wasp o Veil Inc.
Llegamos al estacionamiento. De camino a casa ninguno de los dos habla. Liang no es una persona fácil de leer, así que no tengo ni idea de cuál será su reacción cuando le cuente a detalle el asunto, aunque probablemente Dishi ya le haya enviado un mensaje al respecto. Hace frío, Liang está empapado, pero no tiembla. Está tenso, aprieta el volante más de lo necesario.
La casa queda a unos treinta minutos. Es blanca y muy grande, tiene cuatro pisos y un jardín enorme en donde me gusta tomar el sol. Liang la compró a los veintitrés años, después del éxito que cosechó con su primer proyecto. Ahora, a los veintiocho, vive una vida holgada y solo toma uno o dos proyectos por año. El resto de su tiempo lo divide entre sus mezclas de música Synthwave, en Tai y en perfeccionarme.
Llegamos por fin, Liang sigue sin decirme nada. V1, la mucama androide, nos saluda mientras aspira el piso de la sala.
—Sírveme un poco de Whisky—le pide Liang, y ella es rápida en obedecer. Él se sienta en uno de los sillones individuales. Por lo regular yo lo hago en sus piernas, pero esta vez considero que es mejor ocupar otro sillón a su derecha.
Él bebe con tranquilidad, lo miro fijamente. Luce más como una estrella de rock de 1990 que como un Dios de la robótica. Tiene el cabello hasta los hombros, siempre desordenado. Usa botas militares, pantalones de mezclilla y chaquetas de cuero la mayoría del tiempo. La ropa sencilla, los trajes y las corbatas con diseños animados no llaman su atención. Odia que la tela produzca luz. A mi suele vestirme con faldas o vestidos de látex.
—¿Qué pasó en el bar?—me pregunta, muy tranquilo. Me contempla con la misma intensidad con la que yo lo contemplo a él. Soy su creación más perfecta, el recordatorio de su capacidad, de su grandeza. Cada que me mira creo que ve sus horas de esfuerzo, todo ese tiempo que dedicó a estudiar, diseñar planos, probar materiales y actualizar software.
Durante la siguiente media hora le relato todo lo ocurrido en el Lolita's, desde que el hombre se sentó a mi lado hasta que los guardias se lo llevaron.
—Ese hombre tenía un lunar en su mentón, ¿verdad?—dice.
—Sí.
—Hmmm...Creí que te había dejado unos cuantos recuerdos de él. Voy a revisar eso.
Llama a V1, le entrega su copa vacía y después mira su reloj de pulsera. El holograma se despliega, mostrando infinidad de aplicaciones. Mi archivo está muy escondido, protegido con muchísimas contraseñas. Tarda unos minutos en abrirlo.
—Sí, lo eliminé todo—dice, sin despegar los ojos de mi consciencia. Yo solo veo un montón de símbolos en una cuadrícula que él amplifica con las puntas de sus dedos. Entre más lo hace, más símbolos aparecen.
—¿Y puedes regresarme esos recuerdos?
Eso parece molestarlo.
—¿Por qué preguntas eso? Claro que puedo.
—Lo siento.
Breve silencio. Liang ajusta mi consciencia, dice que tardaré un par de horas en recuperar los recuerdos.
—Ese hombre se llama Wang—dice—. Era novio de Tai.
—Dice que tú los separaste.
—Yo solo tomé lo que me pertenece. Tai es una ingrata.
El holograma desaparece. Liang apaga su reloj.
—Iré a verla—dice, poniéndose de pie—. Ya es tarde, deberías ir a recargarte.
—¿No vas a jugar conmigo hoy?
—No.
Siempre contesta lo mismo, pero, en unas cuantas horas, termina jugando conmigo. Él se va, yo subo a mi habitación, la cual está en el tercer piso. Es sencilla y tiene un librero con muchas novelas románticas. A Tai le fascinan, esa es una característica que Liang no modificó en mí. Fuera de eso no tengo otros pasatiempos, y a decir verdad no los necesito. Me basta con leer y complacer a Liang, al menos hasta donde mi cuerpo me lo permite. Liang necesita sangre, y yo, al ser una máquina, no la tengo.
Me desvisto frente al espejo. Mi reflejo siempre me hace sonreír, soy toda una obra de arte. Tengo el cuerpo cálido y la piel suave, en serio parece que estoy hecha de carne. ¿Qué materiales habrá utilizado Liang para crearme? Suspiro de solo imaginármelo armando mi esqueleto de metal y, poco a poco, año tras año, ir agregando los detalles. Él me ama, de eso no tengo duda. No me ama igual que a Tai, su afecto por ella es inferior. Lo que siente por mí es más intenso aunque él piense lo contrario. Soy su creación, su hija, su mujer y su amante. A Tai la visita, no la toca y deja que sus palabras lo hieran. Es débil.
Conmigo, en cambio, vuelve a ser un Dios. En mí libera todas sus frustraciones, todo el odio que siente por su madre muerta y por la indiferencia de Tai, por el miedo de Tai. Al igual que con las otras máquinas, a veces me siento superior a esas dos mujeres de carne tibia.
Busco mi cargador entre los cajones, es un cilindro pequeño y delgado, lo enciendo y conecto en mi ombligo. Me acuesto así, desnuda. Ahora que mi piel es sensible disfruto el roce de las sábanas. Cierro los ojos, imágenes borrosas me inundan la mente. Liang dice que antes de mí las inteligencias artificiales eran incapaces de soñar, ese es otro de sus grandes logros.
Mis sueños pocas veces son nítidos, mi teoría es que son recuerdos que Liang ha bloqueado. No me molesta ignorar de qué se tratan, pero igual me divierto tratando de buscarles forma. Poco a poco la silueta de Wang se aclara, me sonríe tal como en el bar. Los recuerdos llegan más rápido de lo que creí, de nuevo Liang se ha superado a sí mismo.
El pequeño apartamento por el que camino ha de ser el que compartían Wang y Tai antes de que Liang se la llevara al sótano.
Estúpida Tai, este hombre es simpático, pero Liang es mil veces mejor que él. ¿Por qué lo rechazaste? Eras lo único que tenía. Liang no amaba nada ni a nadie más que a ti, pero aún así le rompiste el corazón. No mereces estar en el sótano, deberías sangrar como el resto de las mujeres en la vida de Liang. Sangrar hasta desaparecer.
Creo que si Liang no es totalmente libre es porque todavía la tiene cerca. Yo no soy suficiente. Soy casi perfecta, pero no suficiente.
Salgo del apartamento. Liang está en su auto, esperándome. Me lleva a su casa, me habla sobre lo que le dije ayer: el rechazo, seguir con Wang porque es el amor de mi vida. Liang, con lágrimas en sus ojos, contesta que no puedo hacerle esto, que me ha amado desde que ambos teníamos doce años.
Mi cuerpo se mueve por sí solo, me dirijo a la salida, pero Liang me detiene. Me aprieta el brazo, está lastimándome. Logro soltarme, corro por la sala. Es inútil, Liang termina atrapándome y, entre gritos, me arrastra al que será mi nuevo hogar.
Siento el horror tal y como Tai, pero estoy hecha para disfrutar esto, así que sonrío levemente.
¿Cuántas veces al día Tai se torturará con este recuerdo?
Quiero seguir navegando en mi mente, pero Liang me desconecta, regresándome a la realidad. Está arrodillado ante mi lecho, con los ojos rojos por las lágrimas. Esa mujer, una vez más, estuvo distante.
Él no dice nada, solo me toma del brazo y me lleva a su habitación. Un dulce escozor se extiende entre mis piernas. Primero me coloca la mordaza, después la gargantilla. Me cuelga en ese columpio que deja mis piernas abiertas y yo no me resisto. Para esto fui creada, para obedecer. Para aliviar sus ansias. Es por mí que Liang no ha vuelto a buscar sangre.
Siento sus embestidas, las mordidas en cuello y hombros. Es brutal, pero no demasiado. Si las heridas fueran más profundas entonces sentiría el acero y me dejaría ahí, él molesto y yo insatisfecha. Las cicatrices duran poco, pues mi piel sintética se regenera en cuestión de segundos.
Liang ve mis heridas sin sangre, eso lo pone mal. Podrá actualizarme constantemente y volverme cada vez más humana, pero jamás podrá hacerme sangrar. La ausencia de sangre lo hace extrañar esos días en los que se sentía más vivo, cuando pensaba que Tai también lo amaba y se divertía matando a putas impresionables que llevaba a su casa.
Dejó de mancharse de sangre por Tai, se esforzó en ser un hombre mejor. Y aún así ella prefirió a otro.
Yo solo espero el día en el que la bestia regrese. Que se harte de Tai, que la mate. Desearía que mi cuerpo sin heridas le fuera suficiente.
Liang termina y me deja colgada un rato más. Contempla la mancha blanca entre mis piernas y después me mira a los ojos. En este momento solo usa sus pantalones desteñidos, por lo que veo su torso y brazos llenos de tatuajes. Rosas que nunca se secan y cuervos que nunca vuelan.
—Solía colgar a mis putas aquí—dice, arrodillándose y lamiendo el interior de mis muslos—. Les cortaba el cuello con una navaja dedal. Me gustan los cuellos largos y delicados como los de mamá. Siempre las elegía por esa característica.
—¿Te gusta mi cuello?
—Sí. Lo diseñé tal y como el de ella.
¿A quién se refiere? ¿A Tai, a su madre?
Me quedo con la duda y, después de que me baja, me voy de regreso a mi habitación para volver a conectarme. Esta vez no hay imágenes nítidas o borrosas en mi mente, solo oscuridad. Creo que porque estoy agotada.
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