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Capítulo 2

Huidas pecaminosas

La harmoniosa chica cree que ha llegado a la locación acordada, puesto que «La Sonrisa del Pirata» es un nombre muy curioso, más si se trata de un bar en una ciudad. Así es que Delia piensa que Mike es un hombre bastante atractivo, tal vez que se ve como alguien agradable también. Eso era en grandes bases por la curiosa forma que su rostro poseía. A ella le atraían 

—Mike, estoy acá, pero no te veo. —Al otro lado del teléfono se escucha una cantidad inmensa de personas hablando; Delia acabó esforzando sus oídos para poder entender las palabras.

—¿Acaso no ves a un tipo «extremadamente atractivo» con una camiseta azul de cuadros al lado de la barra? —dice él en tono arrogante. El de apariencia aliñada pensaba de sí mismo con gran afán, ya que mantenía su imagen propia en un lugar alto.

—¿Podrías ser más específico? Hay como cinco tipos con esa descripción y no te he mirado lo suficiente como para reconocerte a lo lejos —dice ella, luego, entrecierra los ojos con el objetivo de un mejor enfoque. 

—Ve a los baños que están a la izquierda de la entrada, te encuentro allí.

Camina unos cuantos pasos y se coloca frente a los dichos baños. Los azulejos del suelo son negros con azul profundo, las extensas paredes de todo el lugar tienen carteles adheridos de diversas bandas, la pista principal es muy grande; aunque no se observen tantas personas en ella. A razón de que la mayoría se encuentra en las mesas tratando de ligar un poco, e incluso disfrutar el bullicioso ambiente.

Enseguida ve a Mike caminar de prisa hacia ella, tiene una bella sonrisa abierta y arrebatadora, junto a la camisa azul que mencionó. Aquella hace resaltar sus brazos y su pecho, por lo que clava la vista allí de inmediato. Por tal, es inevitable para sus ojos escapar de la belleza que inunda al joven. 

—Hola, —dice Mike, a la vez que se acerca a darme un pequeño beso en la mejilla derecha—, luces hermosa.

«Ese a veces es el asunto, no sé mucho sobre responder cumplidos», reflexiona la chica. Ese es uno de sus problemas más constantes, el hecho de que ante las palabras que los demás ofrecían, Delia se congela por completo. Sentía correr por su apretado pecho lo helado de las sílabas deslizantes en aquella boca del chico. Podía ser un reflejo de su vida o una actitud aprendida de nunca haber tenido cumplidos. «¿Qué se debe decir? Necesito un tutorial de responder cumplidos».

—Tú cumples con lo de atractivo. —«Una basura de respuesta. No sé qué debe estar pensando de mí», se reclama a sí misma. Aun así, Mike ni notó la frase que tanto había calado en la chica.

—Déjame, te invito a un trago. —Ambos se acercan a la barra, Delia se halla observándolo más a detalle de espaldas, donde sus músculos se notan por la parte trasera también. 

—¿Recuerdas que te dije que no bebía alcohol? 

—Lo escuché, sin embargo, sería un pecado total que te vayas sin probar el mejor trago. —No se trataba de la mejor respuesta por parte del varonil joven, no obstante, era un trago especial.

—¿Y cuál es ese?

—Se llama Corales Rojos. 

El nombre del trago sonaba como uno de los cuales bebía hace un tiempo, en aquellas ocasiones que se ahogaba en vasos de cristal y fiestas eviternas. Fácilmente puede visualizarse en ese escenario de nuevo, pero con la diferencia de que no volvería a ese punto. Tiene dos años lejos de las barras de los bares, su problema con el líquido amargo es hereditario y no puede evitar la alta tolerancia.  «Lo mejor fue dejarlo», piensa orgullosa del tiempo que lleva sobria. 

Mike pide dos vasos, a pesar de que Delia mencionó que no debía hacerlo. Es así como desliza ese elixir rojo por su garganta, pasando su récord por donde no debería. De inmediato, su cuerpo enciende las alarmas que dicen: No debería hacerlo, pero sabe tan bien. Y el hecho no era en sí los componentes, sino el adormecimiento de sus sentidos que Delia conocía tan bien. Solo le bastaban unos tragos más para lograr volver a ser el «alma de la fiesta». 

Su mente insiste en que aleje el vaso de sus manos, aunque la chica continua con la culpa entre sus dedos. Aquellos restos que descansan en sus nudosas manos, son la escena del crimen de algo que no debió hacer jamás. 

«Tiene un gusto frutal muy peculiar», saborea la fémina entre sus papilas y luego mira a su acompañante, «y él... tiene una sonrisa en su rostro». Hace mucho no percibía ese gesto tan auténtico, ya que vivía sumida en una constante desgracia. Mirar esos perfectos dientes, la dejó embelesada. 

—Dime algo —menciona ella—. Vi los pines en tu mochila el otro día, ¿todavía eres universitario?

—No, viste la mochila de mi hermano, él sí está en segundo año de la universidad y en ocasiones la tomo prestada por semanas. Yo terminé hace dos años una licenciatura en publicidad, ¿tú cuantos años crees que tengo? —carcajeó el de cabello de seda. En muchas veces le habían dicho que lucía más joven de lo que realmente era, él lo atribuía a una buena genética. 

—Diría —duda de la respuesta, la de ojos soñadores considera que es pésima para adivinar edades. Entrecierra los cristales, con la falsa sensación de que le ayudará—, que unos veintisiete a lo mucho.

—Ya quisiera. En realidad hace mes y medio que cumplí treinta, pero sigo igual de guapo que cuando tenía veinte, por eso no te preocupes. Es impresionante cómo te aplasta el tiempo —afirma él arrogante— ¿Qué edad tienes tú?

—¿No te cansas de hacer esos comentarios? —Delia sonríe pícara, mostraba ese lado desafiante que poco a poco iría saliendo—. Yo tengo veinticinco.

—La escritora del café  —dice en tono de burla y toma otro trago que pareciera no hacerle efecto. Por dentro, Mike se encuentra pensando en la curiosa chica, ya que no es su tipo habitual. 

Él suele inclinarse por chicas todavía más jóvenes, de unos veinte años, sin embargo, Delia luce familiar e interesante. Antes de acercarse en la cafetería la observó con detalle, estuvo inseguro justo al presentarse, después de todo, ni siquiera entendía la razón de su comportamiento. 

Por su lado, la chica se siente cómoda, ya que siente las palabras fluidas salir de su boca sin presión alguna. Existía una mínima preocupación en su cabeza por la minúscula diferencia de edades, por supuesto que le sorprendía lo mala que era atinando a los números que representaban la edad. En parte, Mike mantenía su rostro bastante prolijo, añadiendo que sus ojos cafés avellana tienen una chispa incluso más juvenil de la que es. 

Entre risas y palabras, se asomó una invitación a ir a bailar, a lo que Delia se encontraba aterrada. Nunca danzaba, siempre trataba de evitarlo, porque creía no tener ritmo. Mike sí lo acostumbraba, debido a esto era capaz de soltar un poco a sus invitadas. Minutos antes le parecía que la castaña estaba tensa y temblando. Sin importar la discusión, la termina convenciendo en palabras cálidas.

«Toma mi mano con una confianza abrumadora. Mi corazón se acelera, porque es casi irreal estar con un hombre como él. Está totalmente fuera de mi radar y doy por sentado que yo lo estoy del de dioses así. Su piel suave es inusual, su sonrisa evita que vaya a negarme», dice en su cabeza Delia.  

Sus zapatos no son los más cómodos para bailar, lleva apegados tacones de siete centímetros. El motivo de la incomodidad era que debía parecer alta, para muchos su metro sesenta no es suficiente, así que los usa para pretender más altura. Aunque se arrepiente de llevarlos al momento que comienzan a dolerle los talones.

—¿Qué haces? —pregunta confundida, sosteniendo su espatulada mano con fuerza.

—Te llevo a bailar, ¿no es lo suficiente evidente?

Si ella no conociera en sus interiores este lugar, pensaría que es mucho más salvaje, no obstante, por dentro es muy acogedor; la palabra correcta sería: conocido. No han puesto ningún ritmo latino para alegrar el ambiente desde que llegaron, sino que en la pista de baile hay una canción lenta. Mike realmente lo intenta, toma sus manos, trata de dirigirla, a pesar de eso la chica sigue siendo un desastre, bastante torpe y algo descoordinada.

«¿Cómo es que sigo pisándolo? Por Dios, vamos, Delia concéntrate. ¡Ojos en los pies! No es tan difícil, ni que bailáramos paso doble». Sus agujas se clavan en los empeines del chico. 

Mike trata de ayudarla lo más que puede, comienza por evadir esos cuchillos que lo pisan a cada segundo, pasa a ofrecer sonrisas para animarla y a hacer como si nada sucediera. El punto era sacar a esa hermosa joven que parecía tan encerrada en sí misma y divertirse juntos un poco. 

—¡Auch! —dice el alto en forma de aviso, no reclamo y se ríe.

—Ya ves por qué no bailo.

La pista se vuelve solo de los dos, el ritmo de la música baja aún más, sus manos están atadas a él, sus ojos se clavan en ella, junto a esa sonrisa, se siente en el paraíso. «La calidez de su cuerpo me llama, pues me acerco a él, así hasta este punto su colonia embarga mis pulmones. De pronto Mike se encuentra muy cerca de mí, como si se inclinara cada vez más», ante tal señal, se alarma, se congela, grita en sus adentros y se aleja de él. De la misma manera, camina a la salida velozmente.

 «¡Otra vez! Maldita sea conmigo», se regaña Delia.

Mike viene detrás de la prófuga, al salir toma un taxi, puede verlo través de la ventana. Él se encuentra confundido, la situación fue inesperada. Ese hombre podía ser muy lindo, agradable, gracioso y su tipo ideal, no obstante, hasta dos años Delia era capaz al menos besarlos, ahora ni eso.

La acera está como siempre: sucia, adicional, hay un vagabundo en la entrada. No puede evitarlo, aunque quisiera. Así que la joven se desliza a su lado aspirando la peste que excreta, luego sube por el ascensor al segundo piso. Al abrir la puerta, rompe en llanto, mucho más que la culpabilidad la consume. 

«¿Pará qué salgo con chicos en primer lugar? Soy una inútil y he quedado así para toda mi vida. No tengo un trabajo, mi familia es lo peor, no puedo besar a nadie; para colmo le di todo lo que tenía en la billetera a ese hombre. ¡Solo tenía dos dólares!». En ocasiones piensa sobre cómo es que sigue en pie, un misterio sin resolver de la vida de una mujer con todo hecho pedazos. 

Ya hoy en la mañana está un poco menos agobiada, no se detiene de preguntarse.

 «¿Por qué sigo siendo así huyendo de hombres que claramente me convienen?»

Una psicóloga le dijo una vez que tenía algo llamado: apego evitativo. Lo que decía que no confía en las personas, le cuesta intimar auténticamente y restringe sus estados emocionales. Del mismo modo, que posee una necesidad de autosuficiencia emocional combinada con negación a las relaciones afectivas. Por su parte, el café se encuentra en su pequeña burbuja. Se sienta en una mesa con varias sillas aparte de la suya, está en el Primavera. Mira su celular y están retrasados, cabe decir que nunca son puntuales. 

De repente entra una chica, quien trae una luz en su espalda y atrae la atención de Delia. Tal vez podía ser porque era rubia, como su amiga de la infancia; o que tenía un par de ojos avellana brillosos, de cualquier manera, no podía despegarle los ojos de encima. Era una atracción absoluta hacia ella, una obsesión de su mirada hacia la chica que entró.

El misterio navega entre su aura y la duda baila sobre su cabeza. «Es una de ellas», afirmó en su cabeza. Para Delia existían personas que se asemejaban a un personaje que no necesita ni un retoque, incluso una persona que contiene tanto material como para un libro. «Solo su apariencia es atrayente, es que con esos cabellos rubios atraparía a cualquiera», piensa. En un instante, no puede dejar de mirarla, cree que es la inspiración que le produce, con esos zapatos bajos, carentes de cualquier tacón y sus hermosos, pero desafiantes, ojos cafés. Es tan especial que ni siquiera necesita anotarla, pues su presencia ha quedado tatuada en su memoria.

—Café para Delia —grita el hombre tras el mostrador. Recoge su cappuccino y se vuelve a sentar.

La chica ni por un segundo ha podido separar su mirada de tal joven, porque se siente como un imán que la atraer hacia ella. Sus ojos se desvían con facilidad hacia la completa existencia de aquella divinidad que entró por casualidad. Esa atracción es meramente irracional.

—¡Delia! —grita una de las amigas de la castaña, Celia, la cual entra sin previo aviso. Se trata de una chica rizada, con ojos almendrados oscuros y una bella amplia sonrisa. Camina lento dentro del local, moviendo sus pies acorde a las líneas del suelo, ya que no soporta pisarlas.

Delia se levanta con el fin de abrazarla, desea sentir ese sentimiento cálido que es la nostalgia. A su vez nota que no son tres, sino cuatro personas. Hay un joven extra que no conoce, aunque le despierta oscuridad.

»Linda, te presento a Paul —dice, mientras se sientan—. Es un amigo del trabajo. 

—Tan social como siempre —suscita burlonamente Carl, el pelirrojo.

Ahora es un alivio que hubieran varios espacios para la inesperada llegada de un miembro más al grupo. 

—Claro —ríe la joven castaña—. Yo misma era un desastre cuando conocí a Celia. Un gusto Paul.

Celia cruza sus piernas y se limita a pedir un vaso de agua, a la vez que Carl toma un cappuccino y Alice saca de su bolso varias cosas para comer. Se trataba de un tercio curioso, todos amigos de Delia desde hacía varios años. Celia era un alma buena, con un leve complejo que la lleva a querer "arreglar" a quienes ve en mala situación. 

—¿Cómo te ha ido, hermosa? —dice la chica de cabello rizado, Celia. 

—Pues que te cuento que he salido con un muchacho el otro día.

—Dime que pasaste una noche increíble, por favor. No vayamos a terminar como siempre —grita Alice, toda su cabellera pelirroja se sitúa sobre la mesa, acaparando varios espacios. Siempre poseía esa personalidad tan escandalosa que iba en contra de lo introvertida de la castaña.

—Espera, no celebres aún. He salido corriendo cuando quería besarme.

—¡Nooo! —exclama Celia—. Pero ¿por qué? Creímos que lo de huir de los hombres era cosa del pasado.

El comentario de su amiga está justificado, pues por muchos años, Delia no evitó esa mala costumbre de ilusionar y abandonar hombres en medio de reuniones. Suena curioso cuanto menos, aunque en el fondo se trata de un sentimiento dentro de la chica que la obligaba a hacerlo. Todavía ninguno comprende esa manía y tampoco entienden la necesidad de hacerlo a cada oportunidad. 

Es casi como si Delia tuviera ese deseo ferviente de comprometerse, al mismo tiempo que se arrepentía. Cae una y otra vez en la esperanza de que por fin será el día que rompa ese círculo en el que vive. Se trata de un infinito círculo que gira en torno a salir corriendo como Cenicienta y antes de tocar unos labios, prefiere sentir la adrenalina de ser perseguida. Todos en la mesa mantienen la esperanza de que la chica tenga algún interés verdadero y que finalmente encuentre a alguien con quién ser feliz. 

Una llamada se cola en la conversación de Delia, obligándola a salir del local para responder.



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