Capítulo 2.1
Permanencias peligrosas
Soledad no suele ser muy amable, es más, en ella cala la furia antes que cualquier sentimiento gentil. Anne sabe que algo la tiene alterada porque lo nota en sus comportamientos. Justo en la mañana la chica salió de su habitación y por un acto más de pereza que de rebeldía, comentó que no lavaría los trastes. Sin embargo, su madre no iba a tolerar aquella acción, así que terminó castigándola.
Es así, que Anne permanece con un deseo en su corazón, en lo más profundo de su alma. Aquel es de añorar, correr, saltar, odiar y valerse por sí misma. Sabe que no es posible al ser menor de edad, aunque eso no quita el deseo que se prolifera en su corazón como si fuera un pequeño gusano. Asimismo, ha acordado con su mejor amiga Jamie el poder salir de la casa y de esa forma hablar un poco.
Jamie, una antigua amiga de la infancia, no se despega de su novio Gary. Él tiene una personalidad peculiar, la cual no concuerda por completo con Anne. A menudo esas diferencias los llevan a pelear, además de colocar a Jamie en medio de todo eso.
La pelirroja mira su reloj de pared, cayendo en cuenta que ha llegado la hora exacta dereunirse en el parque cercano, por ello sostiene sus cosas y decide marchar hacia la entrada de la casa. Toma pasos abruptos, con esa manía que posee de colocar los talones con fuerza sobre la cerámica.
—¡Mamá! Ya me voy a ver con Jamie, vuelvo en dos horas —comenta la de cabello rojizo, tomando con su mano derecha la manija color plateada.
La hija tiene la esperanza de que su madre no comenteentre quejidos, aun así, no descarta que fuertes reclamos se le escapen. Su sanción le prohibía el uso de un celular, no decía nada de alguna salida con su amiga de toda la vida. Soledad podía ser controladora en demasía, siempreestá preocupándose.
—Claro, llamaré a la mamá de Jamie para confirmar —dice desde su cuarto.
«Malditas medidas paranoicas de seguridad», expresa Anne con fuerza. En ocasiones puede pensar mal de su madre, por la sencilla razón de que la mujer se lo ganaba.
No era la primera vez que ambas tienen un altercado. Soledad ha sido así desde su propio nacimiento. Cuando era pequeña, nunca le dio permiso para ir a casa de sus amigas, además, cada semana se reunía con la profesora de la escuela. La mujer creía que eran actos de protección nobles, para evitar que algo le sucediera a cualquiera. En su cabeza: todos querían hacerles daño.
Por fin, llega al lugar acordado. El sitio queda a unos pocos minutos de su casa, se trata de un parque de tonalidades verdes con una zona de juegos inmensa, la cual se llena de colores vibrantes. No tiene algún portón de seguridad, por tal, que está a la vista de todos. Anne siempre jugaba en ese sitio de pequeña, pues su madre podía traerla los fines de semana; justo ahí conoció a Jamie. Ambas se miran con familiaridad.
—¿Qué ha pasado? Te he enviado como mil mensajes para saber si ibas a estar aquí —dice la vecina de la pelirroja. Toma su celular y ante la pantalla están los varios mensajes que le habría enviado a su amiga, sin embargo, ninguno fue contestado.
—No seas odiosa, mi madre me quitó el celular por una tontería.
—¿Hasta cuándo va a seguir así? Castigada y con apenas permiso para salir. Desde que conozco a Jamie es la misma situación, pareciera que siempre te va a tener bajo su mando. —dice de manera grosera Gary. Jamie le golpea el brazo levemente, además de dedicarle una mirada que espera contenerlo. Esas cosas son las que lo han llevado a pelearse en el pasado, aun así, la jovencita sepa que tiene razón.
—Para ese entonces ya me habré ido.
—Anne...
—¿Qué? Sé que no estás de acuerdo con que...
La pelirroja entiende que su amiga no aprueba el hecho de que quiera marcharse apenas tenga la mayoría de edad. No es la gran cosa comparada a la idea que la chica ha venido idealizando desde que sabe que puede hacerlo. No planea seguir allí, a razón de que su madre es agobiante, estresante y muy demandante; su padre, un hombre frío, desinteresado; su hermano apenas le habla y no tiene algún lazo para permanecer en esas cuatro paredes.
—No es eso —interrumpe—. Acaso esa mujer que nos ve desde la esquina, ¿es tu madre? Es su mismo cabello café y casi que puedo distinguirla. —Agudizó los luceros con el fin de encontrar el foco. Claro que sabía que era ella, puesto que sus ojos lo indicaban, era bastante obvio que su cabello, ropa y rostro eran iguales. Esa nariz grande era algo característico de su persona.
Anne no se lo podía creer lo que veía. En su cabeza no estaba bien que su madre la persiguiera por cualquier parte. Después de todo, ella no había hecho nada mal nunca. Siempre ha sido una buena hija que cumple con las responsabilidades que su madre le ordena y aún más. Un par de circunstancias aislado sobre actos de rebeldía no la hacen por completo una terrible hija.
«¿Será ella? ¿Puede ser capaz de seguirme?», reflexiona Anne en sus adentros.
«¡Uy! Retrocederé un poco, pienso que mira aquí. ¿En qué momento se me ocurrió esta tontería? Conocemos a Jamie, ha vivido en el barrio desde los cinco años. Pero no me fío del tal Gary, que también tuve la oportunidad de conocer a la madre de él; es una irresponsable que abandonó a sus hijos. Cabe la posibilidad de que engañe a Jamie, de que ellos la encubran, de que todo sea un plan para que se vean. Anne tiene diecisiete años y no quiero que quede embarazada como yo cuando tenía casi su edad, por ello es mejor sobreprotegerla». Esas ideas en la cabeza de Soledad la hacen cometer ese tipo de actos que la perjudican frente a su familia. No obstante, no logra quitarse de la cabeza la constante preocupación por ella. Para sí, es una obsesión considerar a cada segundo que si deja que Anne pase esas cosas, todo irá muy mal.
«Al volver a ver por el muro, llega un chico más al parque, ¿será él? Es que si es ese tipo voy, incluso le arranco la gorra para que deje a mi hija en paz. De pronto lo empuja, ¿por qué lo golpea? Tal vez estén separados, tal vez Anne esté embarazada, peor... que él sea el padre. ¡Basta! Demasiadas ideas que no vienen al caso, algunas de ellas son absurdas. Si Anne estuviera embarazada; ya me lo hubiera comentado. ¿Verdad? Sí, no», continúa esa voz interna que la hace opinar eso de nuevo.
—Vecina, ¿qué está haciendo acá? Tengo diez minutos mirándola por las cámaras de seguridad —dice Teresa, la vecina del frente, interrumpiendo el largo tren de pensamientos de Soledad. Permanece con ambas manos perfectamente cuidada sobre el negro barniz, además asoma un poco sus ojos.
—Nada Teresita, disculpe. Solo vigilaba que mi hija estuviera segura en el parque con sus amigos, pero nada grave. —Las palabras de la mujer desmeritaban por completo sus acciones, como si tuviera la intención de que la anciana comprendiera que no era nada.
La anciana no era tonta y sabía perfectamente lo que sucedía en esa casa. En realidad, el barrio entero estaba al tanto de la familia, porque estos no paraban de hacer escándalos cuando a Soledad se le metía en la cabeza la idea de que alguno de sus familiares le mentía. No obstante, creía que debía saber la verdad sobre lo que ella habría visto.
—Bueno. —Cierra de nuevo su portón y justo antes de meter llave, la observa con ojos sospechosos—. Doña Soledad, no quisiera ser entrometida ni mucho menos.
Retira la llave, abre el portón y saca la cabeza, además se acerca a la oreja de la mujer con cuidado. Su agrietada mano se coloca sobre el hombro de Soledad, haciendo presión sobre su clavícula para apoyarse. Lo que estaba a punto de salir por sus labios eran meras cosas circunstanciales que doña Teresita fabricaba desde detrás de su cortina. Ese era su pasatiempo las veinticuatro horas: mirar por los cristales.
—No se preocupe usted, dígame. Sabe que soy una tumba.
La intriga se carcomía a la mujer, eran aquellas que alimentaban su mente imaginativa provocando que se imaginara aún más cosas.
—Me dijeron algo sobre su hija y el hijo de don Abdul. Un muchachito que siempre usa una gorra roja, debe haberlo visto por acá. ¡Fíjese! Estaba comentando Magnolia que los atisbó cuchicheando en el parque y luego estaban «pegadititicos». Sé lo mucho que usted cuida esa niña y por eso le mencionó esto.
«¿Será? Estoy casi al punto de descubrirlo todo. ¡Vamos, Soledad! Solo nos falta poco».
De pronto, la mujer se separa mirando con horror y sobre el hombro de Soledad se observaba a Anne totalmente furiosa. La chica había venido a confrontar a su madre en el segundo que pudo observarla, puesto que se hallaba hastiada de la situación.
—¿Mamá? —pregunta Anne.
De inmediato Teresa retrocede con el fin de evitar algún conflicto y cierra el portón tras de sí, dejando a madre e hija con el asunto entre manos. El aire que rozaba esa parte de la sucia acera se trataba de un conjunto de tensión acumulada, mientras que ningún auto pasaba por allí. De nuevo estaban todas las personas que permanecían en su casa, mirando por las ventanas, detrás de las cortinas traslúcidas. Se trataba de nuevo del circo del barrio, casi que con un letrero de: «venga a ver a la familia Linstern y a la loca de Soledad», como todos le llamaban a sus espaldas.
La mujer tomó a su hija del brazo y entre quejidos la llevó a la casa, aunque al llegar, Soledadcalla sin causaaAnnay al entender que ella no entiende razón, hace silencio por voluntad. La madre permanece en la sala hablando en voz alta.
—Nadie me ayuda con nada en esta casa, yo estoy en cuidado de ustedes dos hijos irresponsables. ¡Sabes qué, Anna! Ya hubiera querido yo que mi madre me atendiera de esta forma, pero como nunca te faltó nada es que piensas de esa manera. Si hubieras tenido la vida que yo tuve estarías agradeciendo la cantidad de atención que te pongo. —No se notaba en su voz, pero sentada en el sofá caían las lágrimas por sus ojos, los cuales estaban color rojo.
Anne dentro de las paredes de su habitación se mantiene encogida sobre su cama hecha, tomando sus rodillas con sus manos y cerrando sus ojos lo más que puede. Anne sabe que no es normal que las madres persigan a sus hijas y que haga todas esas cosas que hace. Se pregunta cuando parará.
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