Capítulo 1.1
Soportándote
La televisión se escucha hasta la habitación, Anne no es cuidadosa con el volumen y su madre está hastiada de la actitud de su hija. Asimismo, los padres de la casa han llegado al consenso de la rebeldía de ambos de sus descendientes. Las circunstancias aquejan la cabeza de Soledad, aun así, sea la única enganchada con la crianza de sus hijos. En ocasiones, parecen una familia desconectada, en la que apenas conviven.
«La verdad es que hay un punto en el que me dan ganas de irme», confirma la difícil madre en sus pensamientos. Esto debido a que Anne, Sebastián y Marcus son los seres que más ama, pero, así como los aprecia, ya no se sienten parte de quién es, aunado a que las pastillas la ayudan lo suficiente para permanecer al lado de las cuatro personas en la morada. Así, su familia tampoco colabora a razón de evitar una salida de su madre.
Anne cumplió diecisiete el mes pasado, por lo que le prepararon un pequeño pastel y una fiesta muy familiar. No obstante, Soledad tiene en la cabeza que es hora de que su hija tenga novio, principalmente Diego, un chico adinerado que es amigo de Anne hace años. Por una parte, el tema de las parejas lo tenían hablado entre Marcus y Soledad. Su conclusión es que no molesta, después de todo, ellos se conocieron cuando tenía apenas catorce años.
De la misma forma, Soledad decide levantarse después de estar media hora allí en el sofá, espera que alguien haya levantado los platos y llevado a la cocina antes de irse. Al contrario de lo que pueda parecer no es ama de casa, sino que posee un tedioso trabajo estable en una gran empresa; pero por unos problemas que tuvo está en casa de "vacaciones" varias semanas. Esos asuntos suyos en el trabajo derivaban de sus actitudes en general, sus jefes recibían quejas de los compañeros contando que la mujer era una tirana.
Como lo esperaba, nadie había lavado los platos, así que en este proceso se entretiene pensando. Es de esa forma, que recuerda algo que pasó hace un par de días, sabe que no es lo correcto, que está mal, sin embargo, tuvo que leer el diario de Anne. La chica ni lo notó, aunque tampoco le importaba demasiado que su madre lo encontrara.
—Amor, ¿estás por acá? —dice Marcus desde la amplia sala.
—Estoy en la cocina. —Enjabona varios vasos.
«Somos cuatro personas, ¿cómo hay diez sucios?», es la interrogante en la mente de Soledad.
Marcus, ciertamente no es muy cariñoso y no es muy comunicativo, lo que puede hacer ver que es un hombre insensible, sin embargo, se preocupa lo suficiente por su familia. Por esta razón, en los días anteriores, Soledad ha pensado que tal vez la engaña con otra mujer, lo cual es una afirmación muy fuerte, porque Sheila, su amiga del trabajo, es bastante evidente con sus sentimientos hacia su marido. «Parece supermodelo y para colmo utiliza ropa que resalta su cuerpo perfecto en forma de reloj de arena; por mi lado, soy una madre sedentaria de dos hijos, no tengo el cuerpo de ella», se lamenta la mujer al tiempo que se imagina aquella secretaria.
—¿Qué crees? —Marcus mira con entusiasmo a su esposa, como si esperara una palabra suya—. Me subieron el puesto.
— ¡Felicidades, nuevo vicepresidente de ventas! —exclama con felicidad, dejando saltar un par de gotas jabonosas de sus manos.
Soledad continuaba muy enamorada de la persona que era Marcus, le parecía atractivo, así, la atrapaban los ojos oscuros del hombre. Para él, su esposa representaba toda una vida juntos, su mente siempre se inclinaba a los buenos recuerdos.
—Ya pensaba yo que se lo iban a dar a otro veinteañero influencer —dice despectivo y algo molesto. Hubieron muchos jóvenes postulándose para el cargo, aun así, el diferenciador del castaño sobrepasaba cualquier nuevo empleado. Eso no quería decir que su empleo estuviera en la cuerda floja, puesto que los encargados estuvieron inseguros de colocar un hombre de sus años sobre un cargo tan ideal para una persona joven.
—Bueno, sabes que tu experiencia de más de una década allí, pesa a la hora de escoger candidatos. —La de ojos brillantes, intenta animarlo, porque él no ha estado muy alegre últimamente; se sentía nervioso por todo el asunto del nuevo puesto que tal vez, como en los otros años, no le darían.
—Ahora tengo una nueva secretaria. —Se desata la corbata y la deja en la mesa.
«Por favor, que no sea Sheila», reza en su interior la esposa.
Esa despampanante mujer desata lo peor en ella, ambas tenían un pasado juntas. La descarada no dejaba de insinuarse a Marcus, quien tampoco se quitaba de sus afectos; por ello, Soledad piensa que ese puesto sería un infierno si es que se lo conceden a ella. Con repulsión recuerda su rostro feliz mientras coqueteaba. Asimismo, Marcus no se entera de las expresiones de la mujer que se halla de espaldas y espera que crea cada palabra que sale de su boca, pronunciando:
—Y sé que piensas que tendré una secretaria supermodelo, pues no. Me asignaron una empleada llamada Inés, tiene como sesenta años.
Él se levanta de la silla, en la que anteriormente estaba sentado, la toma de la cintura volteándola para mirarla a los ojos. La duda la abarca siempre por las noches, sobre si la engaña o no. La de rasgos finos, veía por todas partes pistas, como cuando llegó con un olor diferente, no era perfume ni nada, solo era «distinto». Para la cabeza de ella existían únicamente dos opciones: la primera es que no tenga ningún romance, la segunda es que sea muy bueno ocultándolo. De cualquier manera, prefiere no arriesgarse.
—Hoy estás preciosa —susurra, el delicado aire pasa por su piel erizándola. Sus cuerpos están muy cerca, así que el hombre no puede evitar sentirse atraído por ella como un imán.
—Marcus, Marcus, tenemos tantos años de casados que sé que tramas. —Sonríen. Ambos pueden sincronizar el exacto pensamiento que tenían, estaban en una sintonía perfecta que les revelaba que tal vez podrían comportarse de cierta manera. Hace mucho no encendían alguna llama de pasión.
—¿Sebastián o Anne están en casa?
—No, Anne justo salió y Sebastián está con Débora. —Hace una pausa—. ¿No crees que somos muy permisivos? —Ella cambia de tema, más bien, lo evita.
—No lo creo. —La mira de cerca, se suelta y deja escapar un suspiro—. Iré a cambiarme, ¿vienes?
«Sé qué lo tiene así, no me permito dejar de pensar en ella. Esa maldita se mete con mi esposo, lo sé. Es posible que pueda averiguar algo mirando su celular, llevando su ropa a lavar o embriagándolo. Necesito saber ahora mismo si salen». La cabeza de Soledad enloquece por un momento, maquinando teoría tras teoría y obligándola a buscar una explicación.
Seca sus tersas manos y sigue a su esposo hasta la habitación, Marcus se encuentra de espaldas a su armario, tocando cada prenda allí. De esta forma, la esposa ya habría revisado cada prenda suya, sin encontrar nada escondido por los bolsillos o abrigos. Cada vez se convertía en un proceso más difícil de pasar. La mujer no tenía idea de los pensamientos del caballero.
Marcus, de su lado se alegraba que su esposa no pudiera leer su mente, porque aquello lo delataría por completo. Tal vez su mente no se hallaba con otra mujer de manera directa, sin embargo, su corazón no estaba precisamente amarrado a Soledad. Esto a razón de que el tiempo daña más que las paredes, en específico, termina con las relaciones que tienen grietas en la confianza. La de tez clara ya habría hecho algunos shows perjudiciales para su trabajo, todo siempre en contra de Sheila.
—No te he tocado en tres meses, Soledad. —La verdad que salía de la boca del esposo golpeaba en el rostro a la señora; de repente, el aire estaba en extremo tenso.
—Lo sé, Marcus. Sé que crees que solo a ti te afecta, y no es así; sin embargo, no hay nada que pueda hacer por el momento. Deja el tema allí, sin más. —Una pequeña lágrima quería salir de su ojo derecho, para ella había pasado demasiado desde que el matrimonio se encontraba en un lugar idóneo. En parte, sentía que todo era culpa de sus pensamientos, aunque no pudiera evitarlos totalmente.
—¿Y seguirlo alargarlo? ¡Maldita sea! Necesito saber qué pasa en tu cabeza, no basta con ceder o rehuirle a los temas sensibles. Estas cosas se hablan en pareja, pero parece que no es así en esta casa. —Marcus se volteó para mirar a la madre de sus hijos. Esas pupilas se mantenían tristes de no conocer más allá de una abstinencia de más de dos meses.
No hubo más palabras por el resto de la noche, ninguno se atrevió a tocar el tema más tabú que aparecía en su relación. La noche era sincera, tal vez siendo la única en cumplir el papel de la blanca verdad, mientras que las sábanas de la habitación presenciaban un muro invisible entre los dos. Soledad abrazaba a su esposo, ahora eso cambió. El frío es quien cobija a Marcus, el hombre que duerme apenas usando un calzoncillo y sin algo que lo cubra.
Ambos piensan en lo mismo: «¿Será que lo que sigue es el divorcio?». Cualquiera es capaz de dar el paso hacia la liberación mutua, no obstante, la jefa solo tiene su cabeza en salvar el matrimonio a toda costa, sin importar qué tenga que hacer para ello. Marcus, desea con sus fuerzas más puras, salir de ese abismo en el que se encuentra. Es posible que lo dicho por sus amigos tantos años fuera verdad: Ya es hora de dejar a Soledad. Aun así, no se atreverían a decirle una palabra al otro.
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