veintisiete
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Eleanor tomó una bocanada de aire, exhalando segundos después. Sus manos temblaban a sus costados, pero pronto alzó una para empujar la reja, abriéndose paso por el camino hasta estar a los pies del orfanato.
Desde afuera podía ver el daño que el incendio había causado, habiéndose extendido a las paredes de la entrada, varias de las ventanas en el primer piso habiendo explotado por el calor.
Subió los escalones y abrió la puerta, cruzando el umbral con una mueca de incomodidad. El lugar ya no se sentía pesado, no como antes, pero aún había algo allí que la hacía sentir atada.
Caminó por el pasillo, despacio y atentamente, observando las consecuencias de las llamas en las paredes, muebles y alfombra, la mayoría de cosas en el interior ya inutilizables.
Subió los escalones, con especial cuidado de no pisar con demasiada fuerza para no terminar de romperlos, queriendo llegar sana y salva al segundo piso.
Observó el baño al final del largo pasillo por unos segundos, recordando cuando fué empujada y encerrada allí, casi rompiéndose los dedos de la mano.
Sacudió la cabeza y avanzó, deteniéndose en la puerta de su habitación. O más bien, su antigua habitación.
No esperó que nada ocurriera al entrar, y aún así se sintió ligeramente decepcionada cuando nada pasó. Miró las camas de fierro, los colchones gastados y los cobertores viejos. Miró la ventana rota, y el baúl bajo su alféizar.
Una de las camas rechinó, y luego todas las demás lo hicieron a la vez. Regresó la vista y los vió, los pequeños la observaban curiosos, sus ojos fijos en ella.
Ya no tenían los labios manchados con arándano, ni los ojos llenos de lágrimas; tampoco hacían muecas de dolor o lloraban, solo estaban allí, mirándola.
—Hola —saludó entonces, su voz suave— ¿Cómo están?
Los niños le sonrieron, algunos incluso soltaron risitas. Asintieron.
—¿Bien? Bien... Me alegra —dijo después, asintiendo para sí— Pensé que ya se habrían marchado.
Así había sido. No creyó, aunque esperaba que sí, que siguieran ahí. Pero ahora los tenía en frente, después de meses de lidiar con ellos, de intentar entenderlos, de ayudarlos.
La pequeña que se le había aparecido en el espejo alzó la mano y la movió de lado a lado, como saludando.
Como diciendo adiós.
—Ah. —Eleanor se quedó como estatua por varios segundos, procesando— Quieren despedirse. Yo también he venido a eso.
La niña se levantó de la cama y se acercó a ella, tomando su mano.
Fue entonces que Eleanor realmente se petrificó, pues en realidad sentía los dedos de la pequeña entrelazarse con los suyos, instándola a avanzar con ella.
La acompañó hasta la cama cerca de la ventana, la que Eleanor habia estado usando todo ese tiempo, y la hizo sentarse, corriendo de regreso a la suya en cuanto Elle hizo caso.
Todos los niños se metieron bajo las cobijas entonces, mirándola expectante.
—¿Qué se supone que—?
—Cantános, por favor —le pidió el pequeño en la cama a su lado— Nos ayuda a dormir.
Ellie asintió, tomándose un momento para pensar en una canción, cualquiera, que fuese adecuada como canción de cuna, abriendo la boca en cuanto una llegó a su mente.
—You are my sunshine, my only sunshine. You make me happy, when skies are gray... —comenzó a cantarles en un tono dulce y suave, observándolos acurrucarse en sus camas— You'll never know, dear, how much I love you. Please don't take my sunshine away...
...The other night, dear, as I lay sleeping, I dreamed I held you in my arms. When I awoke, dear, I was mistaken, so I hung my head and cried...
Los niños fueron cerrando los ojos, lentamente, tiernos bostezos dejando sus labios. Fue entonces que se percató de la silueta asomándose desde la puerta, y sonrió.
Se levantó despacio y le ofreció la mano al niño, guiándolo por la habitación y hasta la cama que había estado previamente ocupando. Lo ayudó a meterse bajo las sábanas y, cuando estaba a punto de enderezarse, lo pensó mejor, poniéndose de cuclillas para estar a su altura, una pregunta en sus ojos.
El pequeño asintió, y Eleanor quitó con sumo cuidado el saco que cubría su cabeza, dejándolo sobre la mesita de noche. Le sonrió, su sonrisa ensanchandose cuando el peque hizo lo mismo devuelta, cerrando sus ojos para dormirse también.
—You are my sunshine, my only sunshine. You make me happy, when skies are gray. You'll never know, dear, how much I love you... —siguió cantando entonces, alejándose de la cama y caminando devuelta al umbral de la puerta, girándose justo a tiempo para ver a los pequeños desaparecer lentamente, dejando las camas vacías— Please don't take my sunshine away...
Eleanor dejó el orfanato entonces, bajando las escaleras y saliendo por la puerta principal. No se percató de las lágrimas que le caían por las mejillas hasta que el frío aire del exterior le dió en el rostro, pero no se molestó en limpiarlas. Siguió caminando hasta estar fuera de los terrenos, cabizbaja.
Ya era hora de irse.
Alzó la vista, esperando encontrarse con el auto de su trabajadora social esperándola, pero encontró algo distinto.
Drew le ofrecía un café a unos pasos de ella, una pequeña y alegre sonrisa en sus labios que creció al ver la expresión de sorpresa y asombro en el rostro de Eleanor.
Detrás de él estaba el auto de Ed y Lorraine, con ellos y Sophie esperándola dentro, saludándola cuando se percataron de que los miraba.
—Tu café se enfría —le dijo Drew, cerrando la distancia que los separaba hasta estar frente a ella— Vamos, llegaremos tarde al concierto de Judy.
Elle negó— No puedo ir al concierto de Judy, debo ir a...
—¿Tu nuevo orfanato? —la pelinegra asintió— Quizá quieras hablar con Ed y Lorraine de eso.
—¿De qué estás..?
—Vamos. —la interrumpió de nuevo— Toma el café y sube al auto —la instó y, cuando la chica no hizo ademán de moverse, rió. La obligó a sostener el café y tomó su mano libre, llevándola consigo al vehículo—.
Entró al auto y acabó sentada en el medio del asiento trasero, entre una animada Sophie y un sonriente Drew.
Lorraine volteó a verla— Judy está muy emocionada de que la veas tocar —le dijo— Se puso ese vestido verde que le ayudaste a escoger aquella vez.
Elle asintió, aún sin entender particularmente que ocurría.
Ed la miró por el espejo retrovisor entonces, ya habiendo echado el auto a andar— Luego iremos a ese restaurant italiano que te gusta, ese cerca de tu escuela.
La pelinegra volvió a asentir, y escuchó reír a los dos jóvenes a sus costados. Se percató de que seguía sosteniendo el café y le dió un sorbo, limpiándose las mejillas con la manga de su suéter después.
No entendía nada, pero no iba a negarse a un plato de pasta.
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espero que les gustara ♡ no olviden comentar, besitos, muakkk
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