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seis

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Esa tarde no fue por Judy junto a Sophie, sino que regresó al orfanato inmediatamente después de clases, ni siquiera girando para despedirse de su rubia amiga.

Cuando llegó la madre de la Sra. Griffin, una anciana que ya y apenas podía mantener los ojos abiertos, estaba en el salón. Sentada en su silla de ruedas escuchaba la música clásica que salía del tocadiscos y miraba al patio —o al menos esa era la idea, teniendola allí con su silla dando a la ventana— mientras los niños más pequeños jugaban.

—Buenas tardes —la oyó decir en su áspera voz, Eleanor asumía que por todos los cigarrillos que la veía fumar.

La mujer podía estar casi ciega, pero tenía un oído impecable.

—Buenas tardes, señora —saludó cordialmente, acercándose más a ella— ¿Tuvo un buen día?

—Meh —se encogió de hombros la mujer, no molestándose en voltear a mirarla, escuchando sus pasos acercándose a ella— ya no quedan arándanos.

Eleanor sonrió incómoda. La anciana era extraña o, al menos, esa era la sensación que le daba a ella. Era como si el solo estar cerca suyo la enfermara de alguna manera.

Lo atribuyó al cansancio.

—Lo siento —se disculpó, aunque no sabía porqué lo hacía, solo quería una forma de terminar la conversación— Puedo ir a la tienda mañana —ofreció.

La mayor le sonrió, por fin volteando a verla— Eso sería grandioso, querida. Mary debe preparar mi famosa receta de tarta para el sábado.

—¿El sábado? —preguntó— ¿Qué pasa el sábado? —quiso saber pues, hasta ahora, no había oído a nadie mencionar algo al respecto.

—Es fin de semana de adopciones —le recordó en respuesta, haciendo a la chica soltar un respingo.

El último fin de semana de cada mes el orfanato —como varios otros en los que había estado— habría sus puertas a futuras parejas que pensaban adoptar, permitiéndoles hablar e interactuar con los niños, y dándoles a ellos la oportunidad de hacerse notar con la esperanza de ser adoptados.

Usualmente Eleanor permanecía en su habitación hasta que las puertas volvían a cerrarse.

—Pero es Halloween —recordó, hablando más para sí misma, aunque la mujer le respondió de todos modos.

—Compra un disfraz también —le dijo, encogiéndose de hombros y regresando la vista al jardín, dando por terminada la conversación.

Eleanor asintió con poco entusiasmo, dirigiéndose por fin a las escaleras y a su habitación.

Una vez ahí hizo lo de siempre. Tomó una ducha —con especial precaución, no atreviéndose a posar la mirada en el espejo— y lavó sus dientes, no teniendo la menor intención de bajar a cenar.

Ya no lo hacía. Solo cenaba los domingos, cuando estaba en casa de los Warren. Pero no se imaginaba volviendo ahí, no después de lo que había pasado la noche anterior.

Estaba leyendo en su cama cuando ocurrió. El baúl que estaba bajo el alféizar de la ventana comenzó a sacudirse, moviéndose con tanta violencia que, de no ser porque todo lo demás estaba quieto, uno creería que se trataba de un terremoto.

—Basta —murmuró, sentándose en la cama, aún sujetando el libro. El baúl siguió sacudiéndose— Basta —repitió, más alto. Aún se movía— ¡Basta! —gritó por fin, lanzando el libro, que golpeó el mueble y cayó al suelo al mismo tiempo en que este se detuvo.

Soltó un largo suspiro, intentando calmar su respiración antes de ponerse de pie y caminar al baúl, arrodillándose enfrente para echarle una mirada.

—¿Debo abrirlo? —preguntó en voz alta y, cuando una suave brisa movió su cabello, lo hizo, tomando eso como un sí.

Dentro habían seis muñecos de trapo, todos bastante gastados y polvorientos. Se dedicó a inspeccionarlos uno por uno, identificando tres niñas y dos varones, todos con características distintas.

Cuando tomó el último su ansiedad aumentó sin razón aparente, haciendo a su corazón latir más rápido. No podía saber si el muñeco representaba a un niño o una niña, puesto que, en lugar de un rostro y cabello, el muñeco traía un saco sobre la cabeza, un pequeño cordel alrededor del cuello manteniéndolo en su lugar.

El saco en si sí tenía una especie de rostro, pero lucía más bien como un espantapájaros, inquietándola.

—¿Por qué trae esto? —hizo otra pregunta, sus dedos acercándose al nudo en el cuello con la intención de deshacerse del saco.

No alcanzó a hacerlo. Antes de que siquiera pudiese rozar el cordel con la yema de los dedos, algo la empujó desde atrás, estampando su cabeza contra el borde del baúl, dejándola inconsciente.

〇 〇 〇

Despertó cuando sintió algo frío deslizándose por su frente, abriendo los ojos para encontrarse con la directora, Mary Griffin, poniendo un paño mojado en su frente.

—Hasta que despiertas —suspiró, dedicándole una casi imperceptible sonrisa— Envié a uno de los niños a avisarte que la cena estaba lista y te encontró inconsciente.

Eso la hizo recordar y, enderezándose en la cama, Eleanor dirigió la vista al baúl bajo la ventana, viendo que estaba cerrado. Ignorando la voz de la mujer, se puso de pie y se acercó, abriéndolo solo para encontrarlo vacío.

—¿Y los muñecos? —preguntó, volteando a ver a Griffin, que la miró confundida.

—¿Qué muñecos? —le preguntó devuelta.

Eleanor la miró, esperando que añadiera algo más, pero la mayor solo mantuvo el contacto visual, visiblemente confundida.

—Habían... Habían seis muñecos aquí dentro. Los estaba viendo cuando alguien me empujó desde atrás —explicó, alzando una ceja— ¿Dónde están los muñecos?

Mary respiró hondo, negando con la cabeza— No había ningún muñeco ahí, Eleanor. Ese baúl lleva años vacío.

La pelinegra negó lentamente con la cabeza, intentando recordar qué había pasado exactamente antes de perder el conocimiento, pero no recordaba absolutamente nada además de aquellos muñecos. ¿Lo habría soñado?

—Mi madre me ha dicho que irías a comprar después de la escuela —cambió el tema Mary, tras un largo silencio.

—S-sí, le dije que iría mañana —murmuró en respuesta, aún pensativa.

—Ya es mañana —rió ella, haciendo que Eleanor levantara la vista y mirara más allá de la ventana, al exterior donde pudo ver el sol recién saliendo— Te daré dinero para los arándanos.

Elle asintió, somnolienta. Volvió a sentarse en su cama mientras la mujer dejaba la habitación. ella aún mirando el baúl con atención. ¿Cómo era posible? Estaba segura de que no había sido un sueño, pero ahora dudaba. Es decir, había sujetado los muñecos en sus manos, ¿verdad? Y tenía una herida en la frente que demostraba no solamente que se había agachado bajo la ventana para investigar, sino que se había hecho deño en el proceso. ¿O simplemente se había caído? Últimamente estaba teniendo muchos sueños dentro de sueños, así que tampoco era una teoría demasiado alocada.

Le dolía la cabeza pero, aún así, se cambió de ropa, lavó sus dientes y tomó su mochila, recibiendo el dinero de Griffin antes de marcharse a la escuela.

—¡Elle! —escuchó que la llamaba una voz femenina, pero en lugar de detenerse siguió caminando, aumentando la velocidad e intentando esquivar a todas las personas que recorrían los pasillos antes del primer período— ¡Elle!

Una mano rodeó su muñeca y la obligó a girarse, encontrándose frente a una visiblemente enfadada Sophie, un chico de cabello negro luciendo nervioso tras ella.

Escapó su mirada, consciente de las oscuras y muy notorias bolsas bajo sus ojos— ¿Qué?

—¿Cómo que "qué? —exclamó enojada la rubia, soltando su muñeca para cruzarse de brazos— ¿Dónde estabas ayer? ¿Por qué no fuiste conmigo a buscar a Judy?

Resopló, encogiéndose de hombros— A la que pagan por cuidar a la niña es a ti, Soph, no a mí.

Esta respuesta solo pareció indignar más a la chica, que arrugó la nariz y abrió y cerró la boca varias veces antes de responderle— ¡Se lo prometiste a Judy! ¡Y a los señores Warren!

Se le apretó la garganta, pero continuó con su acto de despreocupación— Vale, sí, pero deben entender que no iba en serio. Tengo una vida también, ¿sabes?

Sophie la miró por varios segundos, calmándose. Notó por fin las ojeras y lo pálida que lucía la pelinegra, además de lo fuerte que apretaba las manos a sus costados— Ya en serio, Elle. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Ocurrió algo?

Eleanor la miró a ella y luego al muchacho, al que reconoció como compañero de ambas en ciencias, y luego devuelta a la rubia— No pasa nada, solo estoy cansada —respondió.

Y con solo eso dio media vuelta y desapareció por el pasillo.

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FELIZ HALLOWEEN MIS AMORESSSSSSSSSSSSSSSS



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