ocho
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Judy seguía durmiendo cuando Ed y Lorraine bajaron a desayunar. Aún era temprano, el reloj marcaba las ocho en punto de esa mañana de domingo.
Ambos se sentaron en la pequeña mesa de la cocina, una taza humeante de café frente a cada uno y tostadas para compartir.
—Estaba... —Lorraine intentaba poner en palabras la sensación que le había dado Eleanor cuando se habían encontrado al principio de esa semana— Ansiosa. Temerosa —comenzó a explicar, moviendo las manos para dar énfasis a sus palabras— Cansada. Había algo atado a sus hombros, como intentando botarla al suelo.
—¿Algo demoníaco? —se preocupó enseguida Ed, mirando a su esposa alarmado.
—No... —lo calmó ella, tomando su mano sobre la mesa— Algo triste, desesperado. Pero la está drenando, incluso si no es su intención —aclaró.
Los Warren compartieron una mirada preocupada, Ed acariciando la mano de Lorraine, un acto que los calmaba a ambos.
El timbre sonó entonces, Ed levantándose extrañado y caminando a la puerta, viendo por el pequeño agujero antes de abrirla rápidamente, llamando a Lorraine, que apareció en la entrada enseguida.
—Estoy bien, estoy bien —comenzó a decir Eleanor, entrando a la casa— No se alarmen.
—Tienes un corte en la cabeza —señaló Ed, visiblemente agitado— ¡Y los dedos morados! ¿Por qué tienes los dedos morados?
Lorraine estaba impactada también, pero mucho más tranquila que su esposo —en el exterior, al menos—. Tomó a la pelinegra de su mano sana y la guió a la cocina, haciéndola sentarse y sirviendole té, todo mientras Ed seguía murmurando molesto.
—Estoy bien —insistió Eleanor, soltando un quejido cuando instintivamente intentó tomar la taza con su mano derecha— Solo un pequeño accidente.
La mujer negó, sentándose a un lado de la chica, Ed al otro— No —dijo, tocando con delicadeza el cabello de Elle, viendo la herida en su cabeza— No, algo cambió desde la última vez que te ví.
Eleanor la miró y supo que lo sabía. O, al menos, lo intuía.
—¿Puedes sentirlo? —le preguntó en un susurro— Porque yo ya no quiero hacerlo —confesó, su labio temblando.
Ed y Lorraine se miraron, el hombre poniendo una mano en el brazo de la pelinegra, obteniendo su atención— ¿Qué está sucediendo, Elle?
La vieron tragar saliva y cerrar los ojos por unos momentos, como preparándose mentalmente u ordenando sus ideas— Toda mi vida he ido de orfanato en orfanato —reveló, negándose a mirar a los adultos, poniendo su mirada en un punto fijo en el mantel— Nunca he podido quedarme más de un año porque, no importa lo que haga, siempre empiezan a pasar cosas malas en los lugares a los que llego.
Suspiró, agradeciendo la atención que le estaban brindando, y continúo— Cosas se rompen misteriosamente. Se queman habitaciones, empujan a otros por las escaleras... Y yo siempre estoy allí. Es como si activara algo y de repente están todos estos fantasmas jugando bromas y culpandome a mi y ahora... Está pasando de nuevo.
—Tu presencia los intimida —explicó Lorraine, recordando como de niña le ocurría lo mismo— Porque saben que puedes sentirlos.
—No quiero hacerlo —los ojos de Eleanor se habían llenado con lágrimas que estaba conteniendo— Estoy harta. Miren lo que pasó —gruñó, mostrando su mano que tan solo la noche anterior había estado ensangrentada— No puedo dormir. No puedo comer. No puedo hacer nada. Los escucho en todo el orfanato, están gritando y llorando y mueven mi cama y sollozan y yo...
Ed la detuvo, tomando su mano sana con la suya— ¿Quién llora, Eleanor?
—Los niños... —murmuró, dejando caer las lágrimas de frustración— me dicen que les duele pero no sé qué. Quiero que dejen de llorar —se desesperó, soltándose del agarre de Ed para taparse la cara— Quiero que ya no les duela.
—¿Los niños te hicieron eso? —hizo otra pregunta Ed, pero esta vez fue Lorraine la que respondió.
—No —negó suavemente la mujer, sus ojos puestos en Eleanor, siendo capaz de ver como una nueva entidad se había pegado a su espalda— Fue otra cosa.
Después de eso Ed llevó a Eleanor al hospital para que revisaran sus heridas y Lorraine se quedó en casa investigando luego de dejar a Judy en casa de Sophie; sabía que algo tenía que haber pasado en ese Orfanato y que tendrían que averiguarlo si querían deshacerse de la o las entidades que atormentaban a Elle.
—Traje lo que me pediste —dijo Drew Thomas cuando la mujer abrió la puerta de entrada. Había llamado al chico y pedido que pasara por la biblioteca, el muchacho accediendo de inmediato, emocionado por la idea de un nuevo caso.
Llevaba solo un año trabajando con los Warren, habiéndolos conocido en su primer año de universidad. Adoraba asistirlos, no importaba lo extraño o tenebroso que fuera el caso, siempre era una increíble experiencia.
El muchacho llevó todo al estudio de Ed, donde pasó una hora y media leyendo y anotando cosas, en especial fechas y nombres, junto a la mujer, sin preguntar ni una sola vez qué buscaban exactamente y solo haciendo su trabajo.
—¡Volvimos! —llamó Ed, colgando las llaves en la puerta y guiando a Elle al estudio, la muchacha deteniéndose en cuanto se dió cuenta de a dónde iban.
—Lo siento —dijo, mirando la puerta fijamente— No estoy siento muy valiente, ¿verdad? —bromeó con amargura, sintiéndose completamente inútil, no acostumbrada a buscar ni pedir ayuda a nadie.
—Nadie te pide que lo seas —le dijo Ed, plantándose frente a ella y bloqueando su vista de la puerta, logrando que lo mirara a él cuando puso una mano en su hombro— Lo has sido ya durante mucho tiempo.
—No sé si puedo entrar ahí —confesó en voz bajita, Ed asintiendo comprensivo y abriendo la boca para hablar cuando otra voz lo interrumpió, abriendo la puerta tras él.
—¡Hola Ed! —Drew apareció tras ellos, sonriente. Sus ojos abriéndose con sorpresa cuando vio a la desconocida junto a su jefe y amigo— ¡Y hola a ti! Soy Drew —se presentó, ofreciéndole su mano para estrechar.
Eleanor alzó su mano derecha, avergonzada, el muchacho alzando ambas cejas al notar las vendas que cubrían cada uno de sus dedos.
—Está bien —sonrió, ofreciéndole ahora su mano izquierda, la pelinegra soltando una risita antes de estrecharla con la suya.
—Soy Eleanor —se presentó ella también, sus ojos analizando al chico frente a ella con curiosidad, decidiendo en ese mismo instante lo mucho que le gustaban sus oyuelos.
—Un placer —guiñó el ojo el castaño, Ed adelantándose y comenzando a empujarlo devuelta a la oficina, el chico soltando una carcajada y obedeciendo, desapareciendo por la puerta.
Ed volteó a mirarla entonces, una pequeña pero reconocible sonrisa en sus labios— ¿Crees que puedas entrar ahora?
Eleanor fingió pensarlo unos segundos, encogiéndose de hombros y soltando una risita que llegó a sorprenderla— Haré el esfuerzo —contestó, siguiendo a un divertido Ed al estudio.
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ya pero a quién no le alegraría el día drew thomas
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