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dieciséis

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Drew y Ed se encargaron de limpiar y recoger los trozos de vidrio de la ventana rota mientras Lorraine se llevaba a Elle a la cocina para preparar té.

La pelinegra sacó los tazones y las bolsitas de té, Lorraine encendiendo el fuego y llenando de agua la tetera, girándose para mirar a la chica, que parecía estar buscando algo.

—No hay azúcar... —dijo entonces, mostrándole a la mujer el azucarero vacío— Iré a buscar a la despensa.

Elle abrió la puerta de la cocina que daba a los jardines y caminó a una de las pequeñas casitas que habían también en los terrenos. Habían sido cuatro alguna vez, pero ahora solo quedaban dos y ambas se usaban para guardar cosas que no cabían en la casa principal, una de ellas siendo usada a modo de despensa.

Cuando entró buscó rápidamente el interruptor de la luz, la pequeña ampolleta encendiéndose y produciendo un sonido estático que le molestó enseguida.

Sus ojos buscaron la repisa en que estaba el azúcar. Era la segunda vez que estaba allí y podía confirmar su primera impresión: el lugar se sentía de lo más incómodo.

Tomó una bolsa de azúcar y se giró para salir cuando notó un agujero al fondo, dándose cuenta de que había dejado un caminito de azúcar desde las repisas a la puerta.

—Mierda —susurró, volteando la bolsa en sus manos para que el agujero estuviese arriba.

Decidió que regresaría después a limpiar, no preocupándole demasiado considerando que Griffin no regresaría hasta el domingo en la tarde.

Cuando regresó a la cocina ni Lorraine ni las tasas de té estaban ahí; asumió que estaría ya en el comedor con los demás, así que se apresuró a llenar el azucarero y dirigirse al comedor.

Se detuvo en el pasillo, sintiendo un escalofrío recorrerle desde la cabeza a los dedos de los pies. Miró a su alrededor, las paredes de un color distinto y cubierta de fotografías con personas que no reconocía.

Sus manos temblaron y dejó caer el azucarero, pero no le importó, o no logró procesarlo, sus ojos viajando a través de las fotos, buscando algo familiar.

Hasta que lo encontró en el niño con el saco en la cabeza, su mano alrededor de la de una mujer: la vieja madre de Griffin.

Siguió caminando, su respiración acelerándose a medida notaba más cosas que no eran como estaba acostumbrada. El salón principal de la casa se veía completamente diferente, las alfombras eran distintas y los muebles, aunque los mismos, estaban ubicados en otros lugares, y los cojines sobre el sillón lucían nuevos, no andrajosos y desteñidos como siempre.

Oyó gritos y el ruido de varios pares de pies contra el suelo, un grupo de niños bajando las escaleras y pasando junto a ella para ir al patio; reconoció entre ellos a la niña que había visto ya en su espejo y por la ventana, lo que la hizo asumir que los demás eran los pequeños que se le aparecían también en la habitación.

Estaban riendo y jugando a pillarse. Los observó por la ventana un par de segundos y su corazón se calmó; sonrió mientras los miraba, estaban felices, jugueteando y disfrutando de los pocos rayos de sol en ese frío día de invierno.

Fue entonces que el ya familiar pero aún desagradable olor a arándanos inundó sus fosas nasales. Hizo una arcada, tosiendo y llevándose una mano a la boca para taparla, levantando la mirada cuando oyó el suave sonido de una campanita.

Caminó devuelta a la cocina y se encontró con que esta había cambiado también, una joven Griffin haciendo sonar la campana en la puerta trasera de la cocina mientras su madre cortaba trozos de un pie y los ponía en platitos junto a varios vasos de leche.

Los niños entraron a empujones y carcajadas por la puerta, ordenándose inmediatamente tras oír el carraspeo de la Griffin madre.

Se pusieron cada uno tras una silla y esperaron a que ambas mujeres se sentaran primero, ambas en cada cabecilla de la mesa, y solo entonces se permitieron tomar asiento ellos también.

Rezaron, y Elle miró curiosa como la Griffin madre espolvoreaba una especie de azúcar nevada sobre los trozos de pastel antes de que los peques abrieran los ojos y terminaran de decir sus plegarias, dedicándoles una forzada sonrisa después.

Empezaron a comer la merienda, los niños en silencio y tranquilos, como se les había enseñado a estar siempre en la mesa. Algunos hacían muecas, como si la comida no les gustara o su sabor les resultara extraño, pero los habían educado para comportarse, así que ninguno dijo nada, simplemente se llenaban la boca de leche para poder tragar.

Esperó a que terminasen de comer. Sus manos temblaban, todo su cuerpo sudaba. Sentía que el corazón se le saldría por la boca y respiraba con dificultad, pero se mantuvo ahí a pesar de la agobiante sensación que la estaba invadiendo.

Los niños se levantaron de la mesa tras ser autorizados por las Griffin, la menor guiándolos por el pasillo y a las escaleras, Elle fijándose en el cambio de ánimo de los niños. Ya no corrían ni reían o bromeaban entre ellos, solo iban en una fila, decaídos y somnolientos.

No entendía qué estaba sucediendo exactamente. ¿Se había caído y golpeado en la cabeza? ¿Estaba soñando, alucinando? ¿O era como antes, cuando había visto a los niños gritar en la habitación?

El ruido de una silla contra el suelo la hizo mirar nuevamente a la cocina, donde Agatha Griffin comenzaba a recoger la mesa y limpiar. Entró, siguiendo sus pasos con la mirada, atenta. Estaba alerta, no sabía porqué, pero su cuerpo estaba reaccionando con miedo a la situación.

Sus ojos fueron al frasco con azúcar que la había visto espolvorear, la mujer tomándolo y moviéndose por la cocina para guardarlo.

Pero no lo puso en el mesón, ni en alguna de las repisas. Abrió el mueble bajo el lavaplatos y lo dejó junto a los productos de cocina, yéndose de la cocina momentos despué

Elle tomó una bocanada de aire y lo fue soltando lentamente, intentando calmarse. Se acercó y abrió el mueble nuevamente, tomando con manos temblorosas el frasco. Lo giró,  acercándolo a su rostro para leer mejor la etiqueta.

Sintió como si le hubiesen dado un golpe en el estómago. Lanzó el frasco con fuerza, viéndolo golpear la pared al otro lado de la cocina, el polvillo blanco esparciendose por el suelo.

Su visión se hizo borrosa, las lágrimas cayendo tibias por sus mejillas, ella intentando deshacerse de ellas furiosa, restregando sus mangas contra su piel con enojo.

Un par de brazos la rodeó y soltó un grito, sacudiéndose para soltarse de quien fuera que la había agarrado, pero no había caso. Pudo sentir un ardor intenso en su frente, haciéndola sentir atontada.

Cerró los ojos con fuerza, como intentando sacudir el mareo y las ganas de vomitar que el shock le había producido.

—Elle, estás bien, sal de allí —la voz le pareció conocida, pero sacudió la cabeza. La verdad era que le aterraba abrir los ojos y seguir allí, en la cocina donde le habían hecho eso a esos pobres niños— Elle.

Una mano le tocó lentamente el cabello. Había una dulzura evidente en la forma en que esta persona la estaba tratando, y darse cuenta de eso fue lo que la hizo finalmente abrir los ojos.

Drew estaba de rodillas frente a ella que, sin haberse dado cuenta, había acabado sentada en el suelo, cubriéndose el rostro con las manos.

El chico le sonrió, feliz y aliviado al verla regresar junto a él.

Tomó sus manos cuidadosamente y las alejó de su rostro, limpiando sus lágrimas con el pulgar.

Ed y Lorraine los observaban desde la puerta de la cocina, y Elle notó entonces que lo que había lanzado contra la pared había sido el mismo azucarero que había rellenado.

—Yo... —suspiró, sintiendo el suave apretón que Drew le daba a sus manos— No entiendo.

—Viajaste —habló Lorraine, dedicándole una dulce y tranquilizadora sonrisa— Viajaste en las memorias de esta casa. Algo o alguien aquí quiere que sepas... ¿Qué te contó?

—Era veneno para ratas —murmuró la pelinegra, sintiendo como el pulgar de Drew continuaba limpiando las lágrimas que se le escapaban— Griffin les dió veneno para ratas.

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