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cuatro

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No se sentía cómoda. Sentada sobre el sofá, recordándose una y otra vez que sería de mala educación subir los pies, cambiando con lentitud su posición cada tantos segundos, no queriendo llamar la atención.

Sophie estaba a solo unos metros de ella, Judy bajo su brazo y los Warren frente a ella, escuchando a ambas atentamente mientras ellas relataban su día y los avances de la menor en matemáticas.

Estaba esperando ansiosa al momento en que la rubia terminase la conversación para poder tomar su chaqueta y salir de allí; la casa no hacía más que ponerla de los nervios, no sabía muy bien qué era pero sentía como si su mente y cuerpo estuviesen en constante trabajo, incluso cuando no estaba haciendo nada más que morderse las uñas para intentar distraerse.

Pero ese método para distracción probó ser inútil cuando los cuatro voltearon a verla, decidiendo incluirla en la conversación. No pensó nada raro al respecto, solo que preferiría que no lo hubiesen hecho.

—¿Eleanor, verdad? —le preguntó el hombre, acercándose y ofreciéndole una mano que ella estrechó— Ed Warren —se presentó.

—Lo sé —respondió de inmediato, sonriendo avergonzada— He leído algunos de sus casos.

Ed le devolvió la sonrisa, con mucha más confianza, por supuesto— Entonces ya conoces a mi esposa —dijo, tomando la mano de la mencionada, que le dedicó también una sonrisa tan dulce que Eleanor juró sentir sus nervios evaporarse. 

—Encantada, Eleanor —habló Lorraine, poniendo una mano en su hombro— Gracias por ayudar a cuidar a Judy.

Estuvo a punto de negar y decir que todo el trabajo había sido de Sophie pero su amiga le sonrió entusiasta, así que se limitó a asentir— No fue nada.

Lorraine le transmitía una enorme paz; era como si su sola presencia fuera un manto que la cubría de todo lo malo del mundo, protegiéndola y asegurándose de que nada ni nadie se le pudiese acercar.

Y lo apreciaba porque, hasta entonces, su vida se había resumido a una ansiedad y sensación de peligro constantes, siempre teniendo que mirar por sobre su hombro en caso de que algo —o alguien— estuviese detrás.

Conocer a los Warren ese día había, de manera sorprendente, cambiado su vida. Se sentía más en control, más relajada y segura cada que volvía al orfanato. Era un sentimiento extraño, pero que atribuía a la paz que la pareja le brindaba, como si jamás se quitase el manto de protección que ellos representaban.

Y allí estaba de nuevo. Por cuarta semana consecutiva había sido invitada a cenar el día domingo a la casa de los Warren. Sophie, a su lado, reía de algo que Judy había dicho, todos compartiendo sonrisas y pasándose los platos rebosantes de comida.

Se sentía lindo. Tener algo que ansiar, algo que esperar y que hacía de sus semanas algo menos monótono. Adoraba la idea de usar uno de sus pocos vestidos y tomar el bus hasta la casa de la rubia para luego caminar juntas hasta la casa de Ed, Lorraine y Judy. Cenar, charlar, reír.

Era como tener una familia.

Después de un rato ayudó a recoger y lavar los platos, Sophie y Lorraine desapareciendo camino a la cocina y Ed se perdiéndose junto a Judy por las escaleras, dispuesto a hacerla dormir.
Ella, en cambio, se aventuró por el largo pasillo en dirección al baño, mas desvió sus pasos cuando creyó oír una suave risa proveniente de la habitación que conocía como la oficina de Ed.

Entró lento, gruñendo internamente cuando la puerta chirrió, el ruido no solo asustándola, sino que también molestando sus oídos.

La oficina estaba oscura, iluminada mínimamente gracias a la luz del pasillo, permitiéndole ver ciertas cosas, como los muchos cuadros y libros que decoraban la habitación.

Volteó bruscamente cuando oyó nuevamente esa suave risa, la puerta cerrándose con una fuerza que dejaba completamente descartada la idea de que el viento fuese el responsable.

—¿Hola? —rompió el silencio, moviendo sus ojos por todo el lugar, intentando distinguir algo entre las sombras.

—¿Quieres salir a jugar? —escuchó la voz de una niña susurrar a sus espaldas pero, al darse la vuelta, no vió a nadie.

Subitamente el aire se volvió pesado. Respirar se le hacía difícil, como si el oxígeno a su alrededor estuviese infestado de moho, o alguna especie de sustancia.

Pegó un salto cuando la pequeña radio sobre el escritorio de Ed se encendió por sí sola, sintonizando una estación en la que la canción you're my sunshine sonaba de forma distorsionada.

Sintió una presencia a sus espaldas, un escalofrío recorriendo su cuerpo y haciéndola reaccionar, corriendo a la puerta e intentando abrirla, comenzando a golpearla cuando no lo consiguió.

—¡Ed! ¡Lorraine! —gritó, su voz dejando su garganta de forma rasposa debido al aire pestilente que estaba respirando.

En cuanto dijo los hombres de los Warren una luz la cegó de forma momentánea, el proyector sobre la mesa habiéndose encendido, dejándola ver uno de los casos en los que Ed y Lorraine habían trabajando, más específicamente: un exorcismo.

Volvió a gritar y no dejó de golpear la puerta hasta que escuchó a los demás del otro lado, haciéndose a un lado como Ed lo había indicado y pronto encontrándose frente al hombre, que había golpeado la puerta hasta lograr abrirla.

—Estás bien —le dijo él, recibiendo a la chica en un urgente abrazo, Lorraine junto a ellos acariciando el oscuro cabello de la adolescente.

Sophie abrazaba a Judy tras ellos, la menor asustada no solo por los gritos, sino que también porque se imaginaba —pues lo había vivido un par de veces ya — lo que Eleanor había visto.

Lorraine limpió con el pulgar las lágrimas que Elle ni siquiera recordaba haber derramado, acercándola a ella y guiándola por el pasillo, Ed quedándose atrás unos momentos para encender las luces de su oficina y cerrar con llave antes de unírseles en el salón.

—Sophie, querida —le habló la mujer a la rubia, que la miró inmediatamente, aún asustada por lo sucedido— ¿Llevarías a Judy devuelta a la cama, por favor?

La chica asintió y, abrazando por los hombros a la pequeña, la guió por las escaleras, ambas desapareciendo de sus vistas.

—Respira —dijo Ed, sentándose en la mesa de centro frente al sofá, dónde estaban su esposa y Eleanor— Inhala, exhala —indicó, asintiendo cuando la pelinegra siguió sus instrucciones, con dificultad al principio, pero logrando calmar su respiración luego de unos minutos.

—Eso es —animó Lorraine, acariciando su espalda suavemente— Lo estás haciendo excelente.

Fue solo entonces que Eleanor se percató de que había estado al borde de un ataque de pánico, llevando sus manos a sus mejillas para limpiar el camino que habían dejado sus lágrimas.

—Estoy bien —habló por primera vez, carraspeando para regresar su garganta a la normalidad— Gracias —murmuró, algo incomoda por la sensación de cercanía que los dos adultos le proporcionaban, jamás habiendo tenido o vivido algo así.

Lorraine y Ed compartieron una larga mirada antes de regresar la vista a ella, el hombre llamando su nombre para conseguir su atención.

—Cuando te conocimos hace un mes —comenzó a decirle, mirándola para asegurarse de que lo escuchaba atentamente— También habías visto algo.

Elle asintió lentamente, mirando a Lorraine en busca de algo que le permitiera entender cómo es que lo sabían.

—Pude sentir tu don —explicó la mujer— el don que ambas tenemos.

Eleanor asintió otra vez, no sabiendo muy bien cómo o si debía decir algo. Para su suerte, Ed decidió hacerlo por ella.

—¿Qué viste ese día? —quiso saber, esperando pacientemente a que la chica encontrara su voz para responder.

—Una niña —contó, su garganta seca— llamó al timbre y preguntó si Anabelle podía salir a jugar —explicó y, ante las expresiones preocupadas de ambos, añadió— luego preguntó si podía salir yo.

—¿Y hoy? —preguntó Lorraine— ¿Qué viste hoy?

Elle se encogió de hombros, aún procesando —o intentando procesar— lo que acababa de pasar— Escuché a la misma niña. Quería saber si saldría a jugar... La puerta se había cerrado y la radio se encendió, sentí a alguien pero no pude verlo, luego el proyector comenzó a mostrar el...

—El exorcismo —terminó la oración Ed— Las llevaré a ti y a Sophie a casa, podremos hablar de esto mañana.

Eleanor se puso de pie junto a los dos adultos y, aún un poco consternada, esperó junto a Lorraine a que Sophie apareciera con sus cosas para subir al auto de Ed.

No fué hasta que dejaron a Sophie en la puerta de su casa que Elle se percató de que debía darle su dirección a Ed, aunque no quería hacerlo.

—Puedes dejarme en la parada de buses —le dijo al hombre cuando este la miró, esperando— No hay problema.

Ed bufó— No, claro que no —le respondió, deteniendo el auto para verla mejor, ella en el asiento del copiloto— No después de eso. Vamos —habló más despacio, su mirada suavizándose con la clara vulnerabilidad en el rostro de la chica— ¿Dónde vives?

Eleanor soltó un largo suspiro, enderezándose en su asiento— Sigue derecho —comenzó a dar indicaciones, preparandose mentalmente para la explicación que tendría que dar cuando estuviesen frente al orfanato.

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volví
holis

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