Uno: El zorro rojo
Hatsune Miku era una mozuela perteneciente a una de las familias de más sangre noble en el gran país de Aquacea. Vivía junto a su progenitor, hermano mayor y servidumbre en una casa algo alejada de la urbanización, pues su familia era dueña de un fundo, donde criaban animales para la ganadería y su principal actividad era la exportación de leche, tanto dentro del terreno nacional como a los países vecinos.
Aquacea era un terreno vasto y fértil. En sus alrededores colindaban con unas criaturas interesantes y ampliamente codiciadas; unas especies humanoides con características animalescas. Generalmente conformados por cuerpos morfológicamente humanos pero complementados con orejas, garras, cola, dientes, celo, y sentidos acordes a la hibridación que les fuere respectiva: hombres medio lobos, otros con tintes felinos, entre otros, siendo éstos los más comunes. Tales eran de costosa adquisición, y para conseguirlos se tenía que gozar de títulos nobiliarios o ser un plebeyo con plata y numerosas tierras, como mínimo, que eran previamente autorizados por la monarquía y regulados por la casa oficial de agricultura y ganadería.
El señor Hatsune, tras conversarlo con su familia y habiendo ejercido los trámites pertinentes, hubo pretendido incorporar algún híbrido a su fundo. Y sus hijos solicitaron acompañarlo en la elección. Normalmente para las actividades de compra solían enviar a gente de la servidumbre, a excepción de cuando la señorita de la casa quería comprar algunas telas o joyas; mas el asunto actual se les hizo tan extravagante y extraordinario que quisieron hacerse partícipes, al menos como espectadores. No se compraba un híbrido todos los días. Así que cierto sábado, la mozuela de cabellos turquesas se incorporó del catre temprano, como todas las mañanas para tal panorama; sin embargo, y a pesar suyo, no lo suficiente para las ansias de su padre, que la esperaba en la primera planta.
—Señorita, apúrese, su señor padre está regañando en la mesa —alertó la ama de llaves, con la cabeza asomada al dormitorio. Era una señora cuyos cabellos grises anunciaban su mediana edad, mas lo suficientemente mayor para la época, cuya esperanza de vida reposaba apenas en las cuatro décadas.
—Voy enseguida —anunció la aludida, afirmada en el tocador mientras una de las damas jóvenes del servicio doméstico estiraba las cintas del corsé. La mujer mayor asintió y se movilizó, cerrando la puerta—. Aún no me acostumbro a usar esta cosa —comunicó Hatsune a quien la ayudaba a vestirse.
La jovencita sonrió en ademán de oírla y Miku pudo verla a través del espejo.
—Todas las señoritas lo usan, y ayuda a entallar la cintura —comunicó la joven.
—Si mi santa madre me hubiera hecho hombre no habría tenido que sentirme tan apretada para lucir «bella».
—Si los cerdos volaran... —incidió Neru con simpleza. Dándole un último ajuste a las cintas.
—¿Te imaginas justo aparece uno volando?
—Ay, señorita... Si no se empieza a tomar las cosas más enserio posiblemente no va a encontrar un buen esposo.
—Apenas he dicho nada —se defendió la regañada en un tono dulce que le salía a contra—... El «alma de la fiesta» te dicen. ¿Y quién dice que quiero encontrar un esposo? —cuestionó Miku al paso, con una tenue sonrisa ganadora en la cara.
Por un momento Neru pensó en proporcionarle unos cuantos argumentos, empíricos pero ajenos, que consideraba atestiguaban la huerfandad patrimonial que aquello podría seguramente conllevar. Pero se retractó anticipadamente.
—Bueno, es lo que su padre espera para usted —contestó la rubia-miel, pretendiendo cortar el asunto de tajo, bajo la noción de que si emitía mayores argumentos la joven alegaría para nunca acabar.
Terminado el proceso de alistamiento, Neru acompañó a la turquesa hasta el comedor. Miku se aproximó hasta la mesa, a un lado de su padre, pero sin tomar asiento, y Neru la esperó pacientemente en el umbral.
—Llevo un rato esperándote —notificó el señor Hatsune, con el temple duro y serio que le caracterizaba más cierto ápice de monserga. Todavía sentado a la cabeza de la mesa, con la taza todavía puesta pero vacía, y cuyo plato a un lado dejaba ver unas cuantas migajas de pan—. Aún tienes que tomar desayuno. Yo ya terminé.
—Debió haberme despertado más temprano, papá.
—Ya eres una señorita. Eso debería correr por tu cuenta. Estaba que me iba solo —el hombre hizo un ademán, como invitándola a acomodarse en el inmueble.
—Tomaré desayuno después de volver.
—Será mejor que tomes ahora de una vez —sugirió el señor, incorporándose fuera de la mesa y apegando la silla a ésta—. No cuesta nada, es sólo comer. Después va a estar frío eso.
—Se recalienta —contrarrestó la mozuela, encogiendo los hombros levemente—. No quiero sentirme presionada mientras lo hago, y usted suele decirme que soy lenta. Además... No quiero que después me regañe diciendo que quienes llegaron más temprano se llevaron todo lo bueno.
El mayor suspiró.
—Bueno, pero vamos rápido entonces. Tu hermano ya está afuera.
Tras el panorama conversado, padre e hija (y Neru, por petición de esta) se movilizaron hasta que la techumbre dejó de cubrir sus cabezas. Tomando en la primera parte del proceso una pequeña pausa aún dentro del gran portón de madera que resguardaba parte del terreno particular. Donde les esperaba un chico alto de cabello igualmente turquesa y bien parecido, que platicaba con otro más bajo y rubio-miel tal como la chica que acompañaba a Miku.
—Nero, ¿tienes el carruaje listo? —preguntó el hombre más adulto al varón que posaba al lado del caballo.
La familia Akita, apellido del par de mozuelos, formaban parte de la servidumbre de los señores Hatsune desde hace décadas, comenzando por los progenitores de los menores.
—Sí, señor.
—Bien.
Tras que Nero abriese la puerta del carruaje, el hombre mayor ayudó a su hija y a la otra chiquilla a acomodarse en el interior para posteriormente incorporarse él. Fue cuando Nero cerró la puerta y se subió en la zona delantera para dirigir al caballo. Más tarde arribaron en el mercado del pueblo. El menor de los rubio miel permaneció por táctica junto al carruaje y el resto emprendió movilización por entre los puestos del mercado. Miku entretuvo su vista sobre unas cuantas mesillas de madera tapadas con mantas que enseñaban unas cuantas piezas de plata con piedras preciosas.
—Si nos sobra luego de comprar los animalejos, te doy para que te compres las que te hayan gustado —le dijo su padre. Ella le sonrió en respuesta.
Neru posaba la vista sobre algún que otro puesto mientras avanzaba, apenas de vez en cuando, intentando simular no entusiasmarse con lo que sabía que no podría tener, y los hombres iban fijo al objetivo de la movilización. No fue mucho tiempo después que arribaron a la zona ideal, en la sección de más al fondo, donde se destacaba una especie de corral con los seres medio interespecies, amarrados con cuerdas gruesas por las muñecas y los tobillos, reducidos a una posición fetal algunos, y otros forzados por los amarres a una postura «hechos bolita». Unos cuantos tenían bozales. El corral era procurado por cinco hombres, contratados por el importador inicial de los híbridos. Personas curiosas les dedicaban una observación ocasional, como estudiando su comportamiento, pero desistían luego de un rato al ver que éstos no se movían mucho, impedidos entre las ataduras, el cansancio, la impotencia, la tristeza y con ello la eventual resignación. Miku podía notarles en sus semblantes más que derrotados, profundamente idos, absortos del ambiente, como si no estuvieran allí; aunque algunos pocos relucían temerosos, tiritones... Ella pensó que debían ser nuevos.
—Señor Hatsune —habló el vendedor, alzando su mano al aludido para enlazarla en son de un saludo formal. El hombre accedió—, buen día.
—Buen día —respondió el mayor de la familia con ambas manos juntas y luego quedaron nuevamente liberadas—. ¿Tiene a la híbrida que acordamos ayer?
—Sí. Esta es la zona de los herbívoros.
El vendedor abrió el corral para adentrarse al fondo, el padre de familia lo siguió y los mozuelos esperaron fuera.
—Es una draph —indicó el vendedor—. Muchos suelen llamarlas «mujeres vaca», pero ese es el nombre incorrecto. Se llaman draph. Y esta —habló haciendo un ademán con la cabeza—... es la chica.
La faz del hombre señalaba a un cuerpo curvilíneo y de atributos protuberantes, especialmente en la zona del busto y unos cuernos que resaltaban en la cabeza de ella. Una mujer todavía joven, pero lo suficientemente adulta.
—Como puede ver está bien alimentada y es de complexión fuerte; será resistente y saludable, no necesitará muchos cuidados —aquél comerciante alzó el mentón de la hembra y le indicó que abriera la boca—. También goza de buena dentadura —entonces la soltó.
—¿De dónde proviene?
—Fue hallada en los terrenos del pueblito de Brisya, cerca de los sembradíos junto a su manada. Fue tomada junto a un macho más joven. Él está en el corral de más allá.
—Bien. Quisiera corroborar más opciones antes de tomar una decisión.
—Claro, señor. Tengo otros prospectos muy interesantes que podrían serle de utilidad.
Paralelo al repertorio de criaturas con genes interespecies, los hermanos Hatsune platicaban respecto a sus propias idealizaciones.
—¿Quieres a la draph o a una que ponga huevos? —interrogó el varón a su pariente femenina.
—No sé... —a medias contestó aquella.
—¿Ninguna te llama la atención? ¿Querías algo más peculiar?
—No es eso. De por sí el que compremos algún híbrido es lo suficientemente particular. Después de todo, no se compra uno todos los días y es totalmente un lujo, ¿no? —ella encogió los hombros levemente— Sólo que... Me da algo de pena. Pero padre sabe de esto. Lo que sea más provechoso para el campo está bien.
Mikuo alzó una ceja, algo contrariado. La notaba huidiza y complicada.
—¿«Pena» por qué?
—Porque... Si es la draph vamos a tener que fertilizarla para que puedan darnos leche... Es un poco...
—¿Y eso empezaste a pensarlo recién ahora? No te he escuchado alguna objeción antes cuando se conversó el asunto en la mesa.
—Padre está tan entusiasmado con esto que no quise desanimarlo de alguna forma.
—¿Entonces tú no quieres uno?
—Sí... Se me hace intrigante. Nunca les he visto mucho y sería un poco interesante ver como funcionan y se relacionan con otros ajenos a su especie, pero... No la draph.
—Bien, un híbrido de ave no avial no tendría porque ser fertilizada para poner huevos porque los ponen de todas maneras.
Miku asintió, todavía algo contrariada.
—¡Padre! —el varón hizo un llamado de atención para entonces moverse hacia el interceptado. La mozuela se quedó en su posición, contemplando a las criaturas que podía desde su zona. Verlas tan desarmadas e inmóviles le despertaban ciertos conflictos morales en son de empatía, pero la naturaleza misma era una constante de aprovechamiento interespecies para consigo mismas y los ecosistemas; si no eran de ellos hacia otras razas, eran de otras razas hacia ellos.
A menudo las ciudades humanas tenían conflictos bélicos con pueblos o tribus de orcos y, las mujeres, enormemente fetichizadas por aquellos seres de maciso cuerpo verde y gris, eran capturadas y dirigidas a sus terrenos pantanosos de difícil acceso. Asimismo los navegantes de altamar y los pescadores eran atraídos por el angélico cantar de las sirenas y consumidos en su merced. También otros humanos igual de desafortunados eran capturados, asesinados, vueltos almuerzo o usados como esclavos por las razas híbridas en otras regiones. La convivencia interespecie en la naturaleza, sin duda, era todo menos pacifica.
—¡Agarren a ese infeliz! —demandó a gritos la voz de uno de los comerciantes que se encargaba de los animales humanoides.
Aquello llamó la atención de los pueblerinos y, cómo no, de la señorita Hatsune, que salió de sus cuestiones morales internas para posar la vista y los oídos sobre la escena. Entre la muchedumbre alcanzó a ver una cosa amarilla media anaranjada, vestida con lo que parecía una túnica azul, movilizarse velozmente. Arribó en ella la curiosidad de reconocer el tipo de prospecto que huía como condenado, pero debido a la multitud que hacía de cortina no podía por su parte hacer más que teorizar.
De repente, con la fuerza de un saco de papas, esa «cosa» huidiza arribó sobre la tierra a pocos metros de ella.
—Hasta aquí llegó el bastardo —dijo orgullosamente un hombre de más o menos unos treinta años, que había hecho rol de captor—: un golpe en la cabeza con una piedra y quedó mansito al tiro.
—Su ayuda será compensada, mi buen hombre —le agradeció el comerciante.
Y mientras ellos hacían los acuerdos en son de la módica retribución por la hazaña, Miku miraba al pobre ser en el suelo con la sien sangrante con ojos de compasión. Aquél mozuelo cuyo rostro no aparentaba más de dieciséis primaveras. Sus hebras doradas reposaban sobre la tierra, su palidez todavía era visible entre el polvo y el sudor, y el topacio celeste de sus cuencas relucía opacamente.
Sintió pena. Seguramente los atributos que alcanzaba a contemplar en él, junto a sus orejas robicundas y su gran cola del mismo color pero con la punta blanca, le hacían ver majestuoso cuando corría por los pastizales.
—Llévenlo de vuelta a su corral —demandó el comerciante a cualquiera de los muchachos que trabajan con él que le hubiese oído.
Y tal como fue el comando, uno de los aludidos se aproximó al cuerpo menudo para levantarlo, o forzarlo a que lo hiciese, al alzarlo desde las axilas.
—Ya perdiste, camina.
—¡Esperen! —la turquesa interfirió de impulso— No es conveniente alzar así a quien ha recibido un fatal golpe en la cabeza, es más adecuado dejarle en el suelo un rato prudente.
El criado en cuestión le miró con ligera objeción.
—Con todo respeto, dama, éste desde que ha cometido la osadía de escaparse ya no merece ser tratado con pinzas; sería como premiarlo por su rebeldía.
—Sin embargo —continuó ella—, no creo que vayan a comercializar bien un producto dañado.
—Tiene razón —comentó otro de los muchachos encargados—, capaz que ahora hasta lo dejaron más tonto.
—Nah —dijo otro—. Se va a recuperar. Además ya lo alzaste; llévatelo nomás.
Y el hombre procedió tal como le fue dicho. Llevaba al novicio rubio con los pies casi arrastrando y a tropezones, mientras lo sujetaba de un brazo; aquél, desde donde Miku podía contemplarlo, lucía aún muy aturdido, con los ojos cansados y la mente ida, como quien no es más que un espectro automatizado. Con la pena latente, la dama fue siguiéndole desde atrás hasta arribar al claustro donde fue alojado el chiquillo: sentado y amarrado, con un refuerzo especial en comparación a los demás híbridos de la zona.
Miku le quedó mirando con semblante compungido.
—¡Señorita! —escuchó una voz femenina, que le sacó del proceso— Oiga, con todo respeto, ¿por qué se me pierde? Tan sólo me puse a mirar telas un segundo y usted se fue. ¿No sabe que una dama de su posición no debe andar sola? Luego su padre o su hermano me regañan aludiendo a mi descuido...
—No me fui muy lejos, Neru.
—Por suerte —repuso la criada—. Pero debe tener cuidado, ¿está bien? No sabemos qué tipo de señores ni con qué clase de intenciones pudieran acercarse a usted si la vieran tan sola. Eso si tan siquiera fueran señores, que bien podrían ser menos que eso...
La de cabellos turquesas asintió taciturna, sin apartar los ojos del zorro.
—¿Señorita, por qué esa cara? —entonces posó la vista sobre el objetivo de su dama— Oh... ¿Le gustó ese? ¿Quiere comprarlo?
—No... Sólo lo miraba.
—Perfecto, porque el señor no querrá tener un zorro de mascota. Recuerde que el objetivo del viaje es conseguir animales de provecho para el fundo.
—Sí... Eso lo sé perfectamente bien.
—Ah, estaban por aquí —apareció el heredero de los Hatsune—. Padre ya compró a dos híbridas. Debemos irnos, a menos que tú, hermana, quieras comprar algo más.
—No, no quiero nada, vámonos.
—¿Enserio? ¿Telas o joyas que te hayan llamado la atención?
Miku expresó su negativa con un movimiento tenue de cabeza. La conmoción de la escena reciente era bastante latente para su criterio; idealizó como sería obtener al chico-zorro para después liberarlo, pero era una cuestión demasiado idílica y hasta discriminadora: ¿Por qué esas ganas de querer liberarlo a él, pero no a los demás, que lucían tan oprimidos de igual forma? Entonces, desechó la idea.
—Realmente nada —aclaró.
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¡Hola!
Llevaba tiempo con esta idea en mi cabeza y deseaba sacarla, así que ¡aquí está!
Nunca antes había concretado un fanfic Lenku, así que espero que este quede bien. También decir que no soy muy rápida actualizando, pero le pongo amors.
Un abrazo asfixiante con to'o el love, muack. 💕
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