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Capítulo uno: Can't believe my eyes

La tarde estaba fresca luego de una exhaustiva jornada laboral en el hospital Berhayat. Ferman salía junto a los residentes, todos ellos hablando animadamente entre sí a pesar del evidente cansancio cubriendo sus rostros. El doctor avanzaba en silencio algunos metros detrás del grupo, las manos en los bolsillos de su abrigo oscuro y los ojos fijos en sus propios pasos.

Una voz familiar, siempre a su lado y siempre gentil, consiguió despegar su atención del suelo.

—¿Se encuentra bien, doctor? —preguntó Ali, los dedos de sus manos entrelazados sobre su vientre. Ferman lo miró con una sonrisa.

El cansancio también había alcanzado a Ali. Su mente podía funcionar de maneras extraordinarias, pero a pesar de lo mucho que la gente gustaba de compararlo con una computadora, no dejaba de ser un humano como cualquier otro. Sus hombros estaban un poco caídos, como si el peso de las horas dentro del hospital finalmente se hubiera asentado sobre ellos, y sus movimientos eran ansiosos, pero no por eso Ali estaba menos atento a su alrededor, en especial a Ferman.

—Por supuesto, Ali. Sabes que estoy acostumbrado a días como los de hoy y puedo con mucho más.

Ali ladeó ligeramente la cabeza, devolviendo la sonrisa. Ferman no dejaba de asombrarse por lo dulce que podían ser sus gestos. Sin dudas era algo completamente diferente a lo que estaba acostumbrado a destacar en otros hombres, pero tratándose de Ali, sus pensamientos siempre adoptaban esa naturaleza suave. Íntima.

—Es cierto, doctor. Su capacidad de solucionar problemas bajo extrema presión es asombrosa y además siempre se asegura de hacer un buen trabajo. Es admirable. A veces me distraigo viéndolo moverse como si nada importara en el mundo más que el bienestar del próximo paciente.

Ferman exhaló de golpe, tres latidos contados con precisión médica pulsando con extrema velocidad tras el honesto comentario de Ali. 

No se trataba de un simple cumplido, e iba más allá de una observación profesional. 

Ali creía con cada fragmento de su alma lo que decía de Ferman.

No era inusual que el chico fuera tan abierto con sus propios pensamientos. Ferman solía reaccionar a ellos con su silencio o un cambio brusco de tema, no por creerse superior a las palabras, sino porque era necesario distraerse a sí mismo, tomar una pausa para tranquilizarse y no reír tontamente como una adolescente a la que acababan de halagar por su belleza.

Pero algo se sintió diferente ese día, lo afectó de manera diferente. Tal vez fue el clima, el momento del año, su humor. El brillo que nunca se extinguía en los ojos de Ali.

No lo sabía con exactitud, pero esa vez, Ferman respondió.

—Pues coincidimos en eso. También es difícil para mí dejar de mirarte, en especial cuando haces todo a la perfección y mantienes esa hermosa sonrisa en el rostro ante cualquier contratiempo.

Tuvo que frenarse a sí mismo ante la facilidad con la que el comentario se deslizó directo desde su corazón. Pero no se había dado cuenta, no había sido completamente consciente del tipo de palabras que había utilizado hasta que vio como Ali abría los ojos casi cómicamente y se detenía en su lugar.

Y Ferman comenzó a balbucear.

—Doctor Ferman... —exhaló Ali, su voz apenas audible. Ferman se detuvo a su lado, presa de la desesperación por enmendar un error que no podía ser percibido del todo como tal.

—A-Ali...

—Vaya, eso es por lejos lo más cursi que escuché en mi vida, y tengan en cuenta que de pequeño solía mirar comedias románticas con mis tías.

Ferman giró casi con todo su cuerpo hacia la voz de Doruk, sólo para descubrir al grupo de amigos mirándolo con expresiones tan pasmadas como la del chico con el que todavía creía necesitar excusarse.

—Silencio, Doruk —masculló Acelya por lo bajo, jalando de la manga de su amigo con un tirón poco disimulado.

Doruk, sin embargo, volvió a sonreír.

—Ah, olvidaba que el doctor no está acostumbrado a mostrar su lado tierno. Disculpe, ¿quiere que miremos hacia otro lado? No vaya a ponerse más rojo de lo que está.

—¡Doruk! —exclamaron todos al unísono, a excepción de Ferman y Ali que no parecían capaces de moverse o emitir sonido.

Ferman apretó los puños y en su rostro se formó una mueca molesta. Se sentía ridículamente expuesto ante quienes debía mostrarse como un modelo a seguir, pero sabía que si dejaba salir su vergüenza en forma de ira sólo empeoraría su situación.

Afortunadamente su silencio fue advertencia suficiente para que los residentes despacharan el comentario de Doruk como «otra de sus estúpidas bromas que no hacen reír a nadie», y se alejaran del doctor con saludos casi tan apresurados como sus pasos.

Entonces Ferman fue dejado a solas, a excepción de una persona, una presencia indispensable en su vida. Respiró hondo antes de voltear a enfrentarlo.

—Ali... Yo...

—Eso fue muy amable, doctor.

El doctor cerró la boca tan rápido que sus dientes hicieron un sonido al chocar entre sí.

Ali tenía la mirada baja, fija en sus propias manos que casi formaban nudos con sus dedos. Parecía incluso más pequeño de lo usual, arrinconado en sí mismo para hacerse un ovillo diminuto que pudiera ser pasado desapercibido por un mundo abrumador.

A diferencia del mundo, grande y ruidoso y aterrador, Ferman ya no era capaz de ignorar la presencia de Ali.

—Es sólo lo que pienso, Ali... —dijo, cualquier excusa que se le pudo haber ocurrido para retractarse dejada de lado por el apremiante deseo de explorar esa ansia que comenzaba a arremolinarse en su interior sólo por saber qué diría Ali. Estaba quieto en su lugar, sus ojos atentos, casi consternado. Necesitaba saber. 

Ali levantó la mirada ante su voz, siempre dispuesto a mirarlo cuando lo llamaba, desviándose de su camino sólo para escuchar lo que sea que Ferman tuviera para decir, incluso si a veces no fuera suficiente para detenerlo.

Y la respiración que Ferman tomó en ese momento se atascó en su pecho, apretujada entre fuertes latidos, alterados por esos ojos llenos de estrellas que lo miraban a través de espesas pestañas negras. Labios rosados se movieron para formar una sonrisa tímida, esa que veía todos los días pero que cada vez parecía renovarse con diferentes tonos. Algo de su carmesí se esparció por las mejillas del chico, tocando sobre su piel con el más ligero rubor.

Ferman tragó con dificultad, su abrigo volviéndose demasiado caluroso, apretado. Su pecho estrechándose, el órgano que palpitaba dentro de él olvidando cómo funcionar correctamente, dando brincos y volteretas. Su mente fue demasiado lenta para retener el pensamiento que voló lejos de su alcance y una vez liberado arrasó con todo a su paso.

Hermoso.

Ali era devastadoramente hermoso.

—Gracias, doctor. Si de verdad piensa eso de mí, se lo agradezco. Me hace muy, muy feliz.

Ferman se limitó a susurrar:

—De nada.

Y Ali amplió su sonrisa, para luego despedirse con un saludo alegre y desaparecer de la vista de Ferman. Así, como si nada hubiera pasado. Como si Ferman no acabara de morir y volver a nacer dentro de sí mismo al menos diez veces.

El doctor se pasó una mano por el rostro, sintiéndolo caliente al tacto. Resopló para sí mismo, retomando la marcha hacia su auto luego de algunos minutos en los que no hizo nada más que recibir el viento de esa tarde que rápidamente se había convertido en una noche estrellada.

Llegó a su casa sólo para ducharse y recostarse en su cama, sucumbiendo rápidamente frente al cansancio. En su sueño vio constelaciones que no entendía, pero no tenía razones para preocuparse por ello. Una voz que contenía la alegría del universo le explicaría. Unos labios que sólo podían ser tocados por pétalos de rosas sonrieron para él, y en su pecho no sintió nada más que amor.

Esa noche, Ferman encontró a Ali dentro de su corazón, y por una vez en su vida, se dejó consumir por la incertidumbre del hallazgo.

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