Capítulo dos: All I want, all I ever wanted
Nada más despertar esa mañana, Ferman se abrazó a sí mismo bajo las sábanas en un intento inútil por encontrar consuelo. El abrumador conocimiento de lo que había descubierto completamente en contra de su voluntad lo había atrapado tan pronto como había abierto los ojos, dejando atrás un sueño aterciopelado por una aterradora realidad.
Pero no era la primera vez que la vida lo golpeaba sin piedad y la angustia cavaba un pozo hondo en su pecho. Ferman estaba acostumbrado. No era un hombre que escapara de sí mismo, sabía muy bien qué batallas pelear, y el trabajo siempre había sido su opción por excelencia. Podía canalizar toda su mala energía en cualquier caso que le presentara un mínimo de dificultad. No había lugar para lamentos entre esas paredes impolutas, y las necesidades de los pacientes debían ser atendidas con mayor urgencia que las propias.
Con esa determinación se dirigió al hospital, pero un sólo saludo por parte de aquel residente que sólo había llegado para poner todo patas arriba bastó para hacerlo trastabillar.
No había imaginado lo inconveniente que sería el hecho de que Ali formara parte de su ambiente laboral. El chico deambulaba constantemente a su alrededor, rizos perfectos brincando a todo lado al que fuera, y sabía que así debía hacerlo porque era su superior directo. Trabajaban en la misma área del hospital, y Ferman debía supervisar sus casos. Podía derivarlo a otra zona como había hecho antes, pero el gesto era simplemente demasiado cruel y no tendría justificación. No se permitiría apartar a Ali de cirugía con lo mucho que lo amaba y lo bueno que era en ello.
Además no sólo se trataba del trabajo, sino que también se le había hecho costumbre reunirse con el chico en sus momentos libres. Sentarse a su lado en silencio durante el almuerzo, escuchando su voz atentamente, perdiéndose por un momento en esa mente fascinante que trabajaba incansablemente para dar los diagnósticos más precisos. O simplemente dirigiéndose juntos hacia el lavadero para mirar desde el suelo a las máquinas funcionando, nada más en el mundo que el sonido de la ropa lavándose y el calor de su compañía.
A Ferman le gustaba esa rutina, era reconfortante. El tiempo que pasaba con Ali era sumamente valioso, y si era sincero consigo mismo, su parte favorita del día, pero por ahora tendría que privarse de eso. El nerviosismo y la vergüenza lo superaban.
La hora del descanso llegó luego del primer período matutino, y Ferman caminó en dirección contraria al lugar en el que solían encontrarse.
Ali necesitaba de esos momentos más que él.
De todas maneras debería visitar su propia oficina de vez en cuando en lugar de perderse por algún rincón del hospital persiguiendo al chico.
—¡Doctor Ferman!
Ferman se detuvo, la voz que lo llamaba imposible de confundir. Volteó con un suspiro resignado. Hacerse del distraído no servía con el chico, ya lo había intentado.
Ali caminaba hacia él rápidamente, una sonrisa alegre en su rostro. Se movía a través de pasillos blancos con luz propia, toda su presencia tenía esa energía particular que lo hacía parecer fuera de lugar. Pero Ferman sabía que nadie pertenecía tanto al hospital como él. Era el único entre todos que había nacido con el don de curar, llevaba el milagro en sus manos y la convicción era la fuerza que lo movía hacia su objetivo.
Ferman intentó poner aquella expresión que hacía saber a todos que no estaba de humor para absolutamente nada, pero entonces notó que Ali tenía dos emparedados de queso en sus manos.
Ah. Esto sería difícil.
—¿Sí, Ali? ¿Qué necesitas? —preguntó cuando el chico frenó frente a él.
—Oh —musitó, al parecer tomado por sorpresa por la pregunta, incluso su sonrisa titubeó—. No. No es nada. Es sólo que...
—¿Qué?
—Es la hora del descanso, maestro.
—Sí, lo sé. ¿Qué pasa con eso?
Ali lo miró. El silencio pareció preguntar por él. Obviamente estaba esperando algo, algo que Ferman sabía y que traía un sabor amargo a su boca.
Se suponía que pasaban sus horas libres juntos. Ambos lo tenían bien claro.
El chico siguió mirándolo, su ceño fruncido indicando que estaba sopesando la situación. Siempre se esforzaba por comprender qué querían los demás de él, qué era lo que necesitaban. Creía ser malo para interactuar con las personas pero ciertamente ya nadie se tomaba esa molestia. Era el más humano entre quienes lo rodeaban.
Por el cambio en su expresión, Ferman vio venir un reclamo, sin embargo, Ali sólo se mantuvo en silencio. Ninguno de los dos se movía ni hacía el intento por decir algo, midiéndose mutuamente. La gente a su alrededor seguía moviéndose, avanzando de la manera caótica con la que la gente suele hacerlo en un hospital.
—¿Está todo bien, doctor? —fue lo que preguntó Ali finalmente.
Ferman frunció el ceño. —Por supuesto que sí, Ali.
Otra vez el silencio. Incómodo. Expectante.
Ferman no le haría saber bajo ninguna circunstancia que no pasaría su descanso con él. Sabía que implicaría iniciar una conversación para la que no estaba preparado. Por otro lado, Ali parecía no querer pedirle que lo acompañara, o no saber cómo. ¿Por qué tenía que pedirlo si nunca antes había necesitado hacerlo? Ferman simplemente se había ajustado a su lado, haciéndose un lugar dentro de la rutina del chico. Ali era sumamente metódico, odiaba las sorpresas y el cambio. El doctor no tenía problemas con cederle el control, complacerlo en su necesidad de buscar que todo fuera seguro.
Pero no podía ir con él porque algo dentro de sí mismo había cambiado. Ni siquiera podía explicarlo.
Hoy no.
—B-bien. Yo... Um... Hasta luego, maestro.
—Nos vemos luego.
Ferman observó a Ali dar la vuelta. Tuvo que detenerse a sí mismo de extender una mano para devolverlo a su lugar. Debía aprender a controlar sus emociones. No podía volver a lastimar a Ali por conflictos internos, ser la causa de la tristeza y confusión de su rostro, pero realmente necesitaba la distancia. Sólo por hoy.
—Ah, doctor.
El chico había regresado, y le ofrecía el segundo emparedado con la mirada puesta en todos lados menos en sus ojos. Ferman apretó los puños antes de recibirlo.
—Gracias, Ali.
¿Debía culpar a su terrible soledad de los sentimientos que afloraban en su corazón? ¿A sus frustrados deseos por tener una familia, volver del trabajo a un hogar amoroso? ¿A la vida fría y llena de tristezas que le había tocado?
Ferman había encontrado demasiado de todos sus deseos en la vida en Ali, y el chico no tenía la culpa de ser todo lo que siempre quiso, pero eso no hacía del hecho menos cierto. No había vuelta atrás para él. Sabía que no importaba cuanto se resistiera, iría a dormir con el chico en su mente, lo encontraría en sueños en los que era correspondido, y despertaría con un vacío en su pecho, clamando por su amor. Anhelando.
Lo único que pretendía era no ser tan evidente al respecto. La mera idea de molestar a las personas que lo rodeaban con su bobo deseo de ser notado por Ali lo hacía estremecerse de pena, pero su corazón ya no podría ser engañado. Había tenido apenas una prueba de lo que era expresarse abiertamente y ser recibido con ojos brillantes y una sonrisa dulce, y no había manera en el mundo de que no volviera a buscar la gratificante sensación de hacer sonrojar a Ali con sus cumplidos. La bella ilusión del amor recíproco. Aquella ternura que tanto se le había sido negada.
Ser amado por Ali era algo que alguien como Ferman sólo podía soñar.
Llegó a su oficina con pasos apresurados. Cerró la puerta y se apoyó en ella golpeando su espalda. Su cuerpo cargaba con el peso extra de la tristeza.
—Qué silencio —suspiró luego de un tiempo, el emparedado frío en sus manos.
Necesitaba encontrar una solución.
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