El visitante del panal
El visitante del panal
La razón por la que muchas personas se encuentran cansadas al retornar a su hogar, es la misma que lo hace digno. Ya sea la manera de exclamar: "Tengo trabajo", produce en el individuo esa cuota de placer que impulsa a repetir la rutina día tras a día...
Eso leía Eufracio en una hoja arrancada de la revista "Buenas tardes", empapada de un charco de gaseosa de naranja. Sentado, reposaba en un banco del parque en el cual solía descansar antes de comenzar la jornada laboral en la gran edificación.
—Eufracio es un muchacho extranjero... No hemos visto a nadie así visitar nuestras construcciones; la gerencia, al verlo con tanto entusiasmo por ayudar lo incluyó como uno más —Le explicaba un obrero joven a su compañero Ricardo, que era el anciano de la construcción.
Ricardo vislumbraba una mirada de preocupación sin disimulo en su rostro, hacia el nuevo integrante. Algo en su apariencia no encajaba con el resto de los empleados…
En el trabajo, Eufracio era el tipo de persona que preferiría quedarse en horas extras antes de ponerse conversar, así lo describirían sus compañeros con los que compartía día a día mientras construían el futuro hogar y "puesto de trabajo".
Con el paso del tiempo, fue ganando la confianza de sus pares, por lo que comenzaron a cuidar de él.
— Tendrías que comer un poco... Se que sos nuevo acá pero necesitas mantenerte saludable o la gerente podría llamarte la atención — Le aconsejó Ricardo que observaba como se le manifestaba la delgadez extrema a Eufracio, por lo holgado que le quedaba su uniforme de trabajo. El anciano, llevaba en la construcción casi dos meses y a juzgar por su apariencia descuidada y su uniforme: amarillo y negro ya corroído por el tiempo, aparentaba tener experiencia.
Un día, estaba entretenido escogiendo las facturas de una panadería, cuando ve a Eufracio pasar con agilidad por la vereda, moviéndose con su característica manera aerodinámica. Entonces, sin pensarlo, comenzó a seguir a su compañero aún con los brazos pegajosos por la crema de coco que chorreaba de un vigilante.
Al cruzar la calle se encontraba un parque gigante, con una arboleda que circundaba un gran espacio verde, viéndose solamente interrumpido por una ciclovía, juegos para niños y lo más importante en el parque para ellos, los cestos de basura.
Eufracio cruzó a toda velocidad el semáforo en rojo, confiando en sus movimientos precisos, pero sin prestar mucha atención a los vehículos que se le aventaban. En ese momento, ocurre lo que podría haber sido una tragedia para el resto de los obreros, pero no para Eufracio. Un ciclista que bajaba velozmente por el parque sin pedalear, impacta de improvisto con Eufracio. El ciclista tira la bicicleta y se hace a un lado, se arrodilla y empieza aferrarse la garganta. Él no puede respirar por el choque, siente que tiene algo atascado allí, así que escupe y escupe, hasta que finalmente el aire vuelve a llenar sus pulmones y se vuelve a incorporar. Sin percatarse que a su lado, Eufracio yacía tirado boca arriba, sin moverse y rodeado por un charco de saliva.
El viejo Ricardo, al ver de lejos el accidente y siendo un poco más torpe en sus movimientos, cruza desprevenidamente la calle. Pasa por la escena del siniestro pero no encuentra a su compañero, solo ve al ciclista que lo están subiendo a una ambulancia. El anciano revisa un poco más el lugar, pero finalmente resuelve que su joven compañero se retiró ileso. Así abandona la búsqueda y va a la construcción a su encuentro donde presume que ya debería estar ingresando a trabajar, por la posición del sol.
Detrás de un arbusto, agazapado, Eufracio lo observaba con recelo y al librarse de su perseguidor sube por un sendero y se pierde entre los árboles...
—¿Qué? ¿No llegó todavía Eufracio?— Inquirió Ricardo a sus compañeros que lo miraban perplejos.
—Acabo de verlo camino a la construcción, sufrió un accidente— dijo mientras detallaba todo lo sucedido…
Pasan varios días, la construcción avanza, ya nadie nota la ausencia del solitario Eufracio. Aunque muy pronto, eso estaba por cambiar.
—Encontramos algo extraño en el sector del que se ocupaba Eufracio— comunica Tomás, el encargado de mantener los andamios y paredes que levantaban los peones de la obra. Procede a llevar a sus subordinados a la estructura donde cada día, el empleado ausente, se ocupaba de fortalecer. —Miren, está sucio y lleno de barro—,prosiguió con las explicaciones acerca de los daños edilicios que causó, a lo que Ricardo interrumpe:
—¿Qué es esto?— Se detiene para descubrir del suelo, lo que se ve como una coraza con pelos de pigmentación amarilla y negra.
—Dejó el uniforme acá, esto es imposible, nadie podría sacarse su uniforme... — Ricardo, recordando el accidente al hacerlo se da cuenta de un detalle —Yo recuerdo que llevaba el sweater del trabajo puesto, aunque este se veía diferente, de otro color, más amarillo.
—Probablemente lo mandó a lavar— Bromea el empleado joven —Sigan con la obra que aún la gerente no ha terminado el recuento de la producción— advierte y se va a su puesto para seguir con su labor.
El ambiente es el mismo de siempre, el puesto de Eufracio es reemplazado por un empleado más pequeño, recién ascendido de transportador de material de construcción a ayudante del jefe de mano de obra.
Afuera hace un caluroso día primaveral, por lo que deciden salir a almorzar en el descanso. En el almuerzo cada uno trajo lo suyo para comer, aunque a veces comparten la bebida, el “néctar” vigorizante que los mantiene tan activos.
En ese momento, entre las animadas conversaciones, el supervisor de toda la obra empieza a correr un rumor entre los obreros. Cuenta que escuchó nombrar a los vecinos de la cuadra, que el terreno de la construcción se vendió sin autorización de la gerente, y no queda otra que desalojar porque vendrán a demoler el edificio, por lo que solo quedaría esperar a la decisión de ella sobre si encarar otra edificación o esperar la escasa indemnización.
—Esperemos la decisión de la jefa, porque acá nadie tiene donde ir— argumenta Ricardo, mirándolos a todos.
—De ser esto verdad, yo no quiero quedarme y esperar a que me rompan mis cosas, mejor saco todo y me voy antes de que lo destruyan.— rebate el empleado más joven y se levanta del almuerzo para comunicarle al resto.
—Realmente espero que este lío del desalojo sea solo un malentendido— suplica el anciano y se va.
Al día siguiente Ricardo asiste a la construcción pero nadie se encontraba trabajando. Todos sus compañeros estaban reunidos en la recepción, sentados, escuchando a como la gerente, erguida con esa mirada soberbia de siempre, impartía la comunicación matutina.
—Hoy es un día diferente muchachos, me veo obligada a informarles que la obra se paraliza indefinidamente, debido a ciertas actividades de demoliciones clandestinas, pero la buena noticia es que nadie va a perder su puesto. Aún así, debemos actuar con simplicidad y diligencia, por lo que necesitamos a tres voluntarios que serán los encargados de ayudar a traer el material de construcción. Seguramente, en estos momentos, los encargados en esta tarea, deberían encontrarse recolectando en la panadería o en los cestos de basura del parque, ya que aún, lamentablemente no han sido notificados...-
—¡Yo me ofrezco!— gritaron todos los empleados al unísono. Porque las críticas quedarán en el almuerzo, durante la hora de compartir entre compañeros, los que son de la misma calaña. Pero ante la gerente, ante la única verdadera autoridad, la sumisión es casi instintiva, por el deber mismo de obedecer.
- El señor Ricardo Anthop, el joven y el nuevo empleado se encargarán del asunto— decidió la Jefa con una sonrisa, y luego con un ademán les indicó que se retiraran.
Todos se separaron para buscar a sus compañeros, el anciano fue a la panadería, mientras que sus otros dos compañeros, al tacho de basura del parque.
Al pasar por la vidriera de la panadería, los encuentra en el sector de las facturas, ahí estaban los recolectores cargando al hombro el material del día de hoy, para dirigirse al edificio como se hacía frecuentemente.
Al regresar, se reúnen con sus compañeros cerca del cesto de basura, que para ellos, en realidad, es una mina donde se extrae el material que los obreros necesitan para la construcción.
—Rápido, hay que apurarse, los vecinos avistaron a esos maleantes de la demolición clandestina, se dirigían a nuestra construcción.— Le informa su compañero.
De repente, Ricardo sintió algo primitivo, sintió que si no se apresuraba podría perder a la gerente, que en realidad… Es su madre, la reina.
Llegan justo a tiempo al árbol del cual pendía su hogar, aquella edificación a la que invirtieron toda su vida en construir y mantener.
Descubren que hay dos obreros merodeando por ahí, pero no se veían como ellos, ya que realizaban movimientos extraños y ágiles, que no son comunes a la naturaleza de sus compañeros, son diferentes… De hecho, son muy parecidos a los de Eufracio, vestían el mismo uniforme de un fulgor brillante y amarillo.
—¿Qué haces anciano? ¿Te sorprende verme? Soy Eufracio— Dice uno de los obreros, ahí Ricardo lo entendió todo. La razón de porque siempre le pareció tan misterioso, tan fuera de lugar. Él utilizó su vestimenta, su uniforme, vistió los característicos colores con los que un obrero nace, así parasitó su cuerpo, haciéndose pasar como trabajador. Porque su verdadera coraza es de otro color, un amarillo característico y más intenso que los obreros tanto temen. Él realmente no era uno de ellos, era el enemigo. Era una avispa, y venía a destruir el panal.
Todo lo que había construido durante toda su vida se iría gracias a su compañero, al mismo que le dedicó buena parte de su amistad.
Las abejas están programadas para atacar a cualquier avispa que se acerque a su nido, es primitivo, y aunque su veneno no sea letal para sus enemigas, las debilita.
Ricardo se abalanza contra Eufracio que posaba sobre la rama del árbol que sostenía el panal, a causa de eso todos sus compañeros inmediatamente le siguen.
La batalla comienza, y no es muy diferente a la que se desarrolló durante miles de años. Son dos enemigos eternos, y el resultado siempre será sorprendente. La naturaleza otra vez le gana a la ficción.
Vuelan cabeza cercenadas por las monstruosas mandíbulas de Eufracio, pero eso no detiene a Ricardo que junto con varias compañeras se aferran a su cuerpo, y contra él, rebelan su arma secreta: El trabajo en equipo… Lo rodean y forman una gran bola de abejas que al sujetarlo, empiezan a vibrar. El calor generado por la vibración eleva la temperatura del cuerpo de Eufracio, el cual no puede soportar, quemándose vivo.
Ya sin fuerzas, la avispa se desprende del árbol y cae vencido al suelo junto a las compañeras con las que compartió tanto tiempo sin revelar su verdadera naturaleza, la naturaleza de un visitante, el visitante del panal.
FIN
Escrito por: Kiba
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro