27: Graduación
CAPÍTULO 27: Graduación.
C A T A L I N A
Brenda pasa por mí a las nueve de la mañana, emocionada. Vamos a comprarnos vestidos para la fiesta después de la graduación que ya es mañana. No puedo creerlo, al fin mañana tendré mi preciado título por el que tanto me he esforzado. El "Profesora Catalina Valdéz", me gusta mucho, y ya que sé que lo escucharé de ahora en adelante, me gusta mucho más.
Este mes y medio ha sido... Intenso, los trabajos finales me traían vuelta loca, y también la desaparición de Esmeralda, que no sé por qué siento que en cualquiera momento aparecerá por algún lado y me va a romper la boca, o algo mucho peor. Ella de verdad está mal. Mira que mandar a Yolanda al hospital estando embarazada, y no me olvidaré jamás de mi morado ojo que, por fortuna, ya sanó perfectamente. A Darío no parece preocuparle tanto ella, últimamente, lo que lo tiene concentrado, son las terapias y los exámenes que ya, gracias al cielo, han terminado hace unos días. Le he dicho mi miedo, pero él me ha prometido que nada pasará, porque él me va a cuidar. Y yo termino emputadísima porque no entiende que a esa mujer hay que encontrarla para poder asegurarnos tranquilidad.
—Yo, sin duda, quiero uno azul —dice Brenda cuando entramos en la boutique, yo me voy directamente hacia los rojos—. Entonces, Darío te dijo que mañana hablará con tu padre.
No lo pregunta, lo afirma.
—Sí, estoy nerviosa, pero me agrada mucho la idea, así ya no tendré que esconderme de toda mi familia, también me dan ganas de salir. —Ambas nos reímos.
Encontramos nuestros vestidos perfectos y nos regresamos a mi casa, ahí nos encontraríamos con José y Darío. Vamos a hablar de la fiesta después de la graduación. La organizamos nosotros e invitamos a todos, incluida a Glenda que, aunque aún parece detestarme, aceptó. La haremos en casa de José porque es un lugar más grande. Ahí, si todo con papá sale como lo espero, todos sabrán que tuvieron razón todo este tiempo en cuanto a mi relación con Darío.
—Yo ya preparé mi discurso mamalón —nos cuenta José.
—En el que me vas a mencionar a mí como el mejor profesor que has tenido —agrega Darío—. Luego confesarás que realmente estabas enamorado de mí, pero nunca te hice caso.
—Por supuesto. —José le sigue el juego, levantándose—. Irá más o menos así: quiero agradecer a mi profesor Darío, ese ricolino hombre que no quiso mi suculentoso cuerpo como pago para los finales ni como tesis, pero que aun así me pasó porque le guardé el secreto de su relación con Catalina.
—Ya, José. Eso se vio tan real. —Brenda actúa horrorizada, haciendo que José se ría y luego la bese.
—Ya, pues. Pero es verdad lo del discurso.
Brenda y José se van unas horas más tarde. Darío y yo planeamos cómo le dirá a papá de nuestra relación, y ninguno tiene una idea en la que no hablemos de posibles desastres.
—¡Se va a enojar si se lo dices así! —le grito. Definitivamente es mala idea.
—¿Qué tiene de malo decirle "ey, Lauro, soy tu yerno, ámame o jódete porque siempre lo voy a ser"?
—¿Será la parte en la que le dices que se joda? —Niego con la cabeza—. ¿Sabes qué? Mejor mañana vemos eso. Creo que en el instante solo saldrá... supongo.
—Está bien, yo tengo que irme. —Se levanta, acercándose a mí y me besa la frente—. Nos vemos mañana, mi amor. Te amo.
Le sonrío y luego lo acompaño a la puerta. Mientras lo veo irse pienso y espero que todo salga bien mañana.
Ana viene a ayudarme, me maquilla debidamente y prepara a los niños. Darío llega un par de horas después, cuando tenemos la intención de irnos.
—Te traje un regalo —me dice y Ana se aleja hacia la cocina con los niños para darnos privacidad. Darío espera que desaparezcan y me enseña una pequeña caja de terciopelo. Enseguida agrando mis ojos y mis mejillas se calientan—. Calma, no es lo que piensas... Al menos no ahora.
Abre la caja, mostrándome un anillo de graduación, es dorado y tiene grabado un "Felicitaciones, profesora" en un costado, y en el otro dice "la amo".
—Ay, gracias, amor. —Lo abrazo. Este día está siendo tan fabuloso o quizás más de lo que imaginé.
Llegamos a la universidad y todo está casi listo. Miro a todos mis compañeros con sus túnicas negras con detalles dorados y siento que hasta las manos me tiemblan. Luego me llegan unas horribles ganas de vomitar, los nervios y la emoción están haciendo de mí un desastre. Me acerco al primer bote de basura que me encuentro y descargo mi estómago, que yo recuerde ni he comido nada por la emoción, pero aun así saco todo. ¡Dios, me voy a graduar!
—Mi niña. —Mamá aparece detrás de mí luego de incorporarme—. Calma, ¿sí? Todo va a salir bien.
Sé que habla de lo de papá, de que, cuando termine el evento, Darío le dirá de nosotros. Le aseguro que estoy bien, aunque realmente también eso me tiene muy desesperada. Me dice que está inmensamente feliz y orgullosa de mí y yo procuro no llorar, recordando todo lo que costó al principio continuar hasta llegar a este momento.
—Para empezar con este evento. —Oigo a papá cuando voy llegando a mi silla que está junto a la de Glenda, Brenda me quedó bien lejos así que estoy sola ahí—, quiero, primero, felicitar a todos los graduados. Es muy gratificante para mí ver que, después años de estudio, esfuerzo y aprendizaje, hayan logrado sus objetivos...
Papá continúa hablando, pero lo ignoro, la cabeza vuelve a darme vueltas. ¿Será que no puedo creerme bien lo que pasa? En realidad, no. Todo, por lo que he pasado, me hace pensar que estoy soñando, que tal vez nunca superé aquel trauma por Osvaldo y quizás estoy drogada en alguna habitación desconocida con el labio roto por uno de sus golpes, o quizás moribunda porque esta vez me ha dejado peor. O tal vez...
Mi atención es captada por un movimiento de Glenda que me hace verla, vuelve a hacer el movimiento y descubro que es en torno a mi rostro, está pasando sus manos de arriba a abajo.
—¿Estás bien? —me pregunta y eso me hace sentir que realmente estoy soñando—. Estás pálida, amarilla, o no sé si sea tu maquillaje, ¿estás enferma?
—Estoy bien... Gracias. —Cuando se voltea restándole importancia, miro a mi papá que ya ha dejado de hablar y ahora felicita a un alumno, entregándole un diploma por calificación perfecta, al parecer me he distraído demasiado.
Los siguientes quince minutos no puedo concentrarme en lo que pasa al rededor, me siento mal, los nervios están tratándome de lo peor. Hago el intento de calmarme cuando comienzan a llamar a todos los de mi curso de uno por uno.
—José Aldair Hernández Rojo. —José se levanta celebrando como si acabara de ganarse la copa mundial de fútbol. Me río porque va acercándose a la profesora Clara quien es la que le entregará su título. Cuando llega a ella, se lo arrebata, ella le extiende la mano, pero él la abraza, alzandola y dándole un giro antes de bajarla y que ella lo reprenda, pero se ría, feliz. Luego José se acerca donde está mi papá y le arrebata el micrófono.
—¡Lo logré, perros! —grita, haciéndonos reír a todos—. Primero, quiero agradecerle a usted, director Valdéz, por no echarme en primer año cuando le rompí la boca a Nathaniel. Por cierto, Nat, jamás me disculpé, y no es que lo vaya a hacer porque te lo merecias, cabrón, pero bueno, tenía que sacar el tema para iniciar con los agradecimientos. —De nuevo reímos, Nathaniel le saca el dedo medio, sonriéndole. Su mirada viaja hasta donde se encuentra su madre—. Amá, gracias por apoyarme, a pesar de que la he arruinado varias veces. Apá, no sé dónde andas, pero gracias por tu desconfianza, porque con tal de demostrarte que podía y también por llevarte la contraria es que estoy aquí. Los amo. —Mira hacia Darío—. Profe Luna, gracias por perdonar mi inmadurez y ser un gran amigo. —Voltea conmigo—. Cata, gracias por perdonarme y por aceptar ser mi amiga de nuevo. Te quiero, morenaza de fuego. —Me río. Ahora mira a Brenda quien, sabiendo bien que hablará de ella, se encoge en su asiento—. Brenda mi amor, gracias por ayudarme a no estancarme, a seguirme esforzando, por ser dos de los cuatro pilares que me mantienen en pie, eres la mejor persona que he conocido, eres muy inteligente y talentosa, no me voy a cansar de repetírtelo cada día de mi vida. Nuestros hijos serán guapos e inteligentes. Por cierto, estás bien pinche hermosa. ¡Te amo un chingo, chingada madre!
Mi papá logra quitarle el micrófono entre forcejeo, a él ni le importa porque comienza a tirar besos para todos, las risas no cesan.
Pasan Sofía y luego Brenda, otros compañeros y luego Glenda quien también se pone a dar un pequeño discurso. Mientras tanto, comienzan a darme unas inmensas ganas de ir al baño así que me aprovecho de que aún habla para ir rápido antes que llegue mi turno. Me meto en el primer cubículo que veo. Dentro puedo darme cuenta de que Glenda aún sigue hablando así que ni me preocupo.
Pronto oigo pasos. Despreocupada termino y salgo de ahí, me acerco al lavamanos y, mientras me las lavo, levanto la mirada hacia el gran espejo. Entonces, cuando la veo, ahogo un grito. Está toda demacrada y sucia, ya no porta esa barriga falsa que quién sabe con qué la habrá hecho, ya no parece la misma. Eso, por supuesto, no quita el hecho de que me dé mucho miedo verla frente a mí.
—Hola, estúpida, ¿me extrañaste?
Y luego, lo que sé es que me da con algo en la cabeza y quedo inconsciente.
Unos gemidos de dolor y gritos me hacen despertar, estoy en la parte trasera de un auto, ¿cómo llegué a aquí y qué pasó? La cabeza me duele horrible. Paso una de mis manos por mi frente y siento que se manchan, tengo sangre. Incluso el anillo que Darío me ha dado queda bañado en sangre, ¿tengo una abertura en la cabeza?
—¿A dónde nos llevas? —pregunta alguien, llorando. ¿Yolanda? Sí, creo que es ella, su voz es tan peculiar que no se me olvidaría a pesar de no haberla escuchado en todo el mes—. Por favor...
—¡Cállate! —Su grito me hace descubrir que afecta a mi dolor, porque lo aumenta un poco y chillo—. Ah, ya despertaste.
Intento levantarme, pero tengo atadas las piernas a la puerta del auto, también tengo enredado el cinturón de seguridad en el estómago, y aunque tenga las manos libres, gracias a mi dolor de cabeza y aturdimiento, no logro hacer nada.
—¿Entonces, me extrañaron, par de brujas? —Esmeralda sigue hablando—. Las odio tanto a las dos. —Da un giro al volante hacia la izquierda—. A ti, Yoli, porque por tu culpa Manuel me odia y ya no quiere ser mi amigo. ¡El cabrón todavía se atrevió a culparme de todo!
—¡Pues si tú tampoco eres una blanca paloma, condenada loca! —Yolanda la ataca. No sé de dónde saca ese valor que yo ahora no tengo, lo que me invade es el miedo—. Ambos son unos hijos de la chingada. Tú y él son tal para cual, no sé por qué a Darío y a mí nos siguen jodiendo si ya nos vieron la cara mucho tiempo.
—¡Fue solo sexo, Yolanda, no amor, Manuel te ama y yo amo a Darío!
—Como si eso justificara todo, pendeja —le dice—. Nos engañaron al fin y al cabo, se revocaron, neta, ¿ahora por qué razón es que nos has secuestrado? Esto no tiene nada de sentido.
—Sí lo tiene, las odio. —En realidad no me gusta su respuesta—. A ti, maldita niñita, te odio porque me quitaste al amor de mi vida, lo engatusaste, por tu maldita culpa él dejó de amarme. Por eso me voy a deshacer de ustedes, las odio por tener lo que yo no puedo.
Entonces, mientras trato de tranquilizar mi pánico, veo cómo le toca la barriga a Yolanda de una manera lenta y perturbadora. Y esto empeora mi miedo, ¿ahora qué hago?
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