23: Libertad
CAPÍTULO 23: Libertad.
D A R I O
Viajamos a la universidad en el mismo taxi. Aunque insistí en que ella se fuera primero, así no tendríamos problemas, ella se aferró a que no le importaba. Por mucho que me agrade que todos sepan de nosotros, la idea de que, precisamente, Lauro lo sepa, me aterra un poco; él es un gran amigo, me ha ayudado bastante y temo que crea que es una manera de defraudarlo.
—Son las nueve, no hay nadie fuera —me dice, una vez que paramos en la entrada y nos bajamos del taxi—. Mi clase contigo es hasta las once treinta, así que te veo más tarde. Adiós, te amo.
—Espera. —La detengo. Quiero preguntarle, porque la duda me está consumiendo. Para mí fue lo mejor que pudo haber pasado, pero, si para ella no, quiero que me lo diga y si está dispuesta a seguir conmigo y, como ella lo dijo antes, juntos hallar la solución.
—Amor, sé lo que dirás y, como las primeras dos veces que intentaste preguntarlo, no voy a dejarte —me asegura, de nuevo—. Te amo, ¿sí? Del tema hablaremos luego, por ahora, ve y has tu fabuloso trabajo como profesor, pero nada más no te me vayas a enamorar de una de tus alumnas, ¿eh?
Su comentario me hace reír, pese a que me siento desespero por saber si he hecho bien.
—Demasiado tarde. —Miro a todos lados, percatándome de que no hay nadie y, cuando lo compruebo, me acerco, tomándola de la cintura—. Ya estoy cacheteando las banquetas por una de ellas.
—Ah, ¿sí? ¿Y no le darán celos si nos ve así tan juntos, profesor Luna?
—No es celosa. —Le beso la mejilla—. Pero tienes razón, no podemos estar muy juntos, alumna Catalina.
—Te amo, tonto alegre —me dice, separándose —. Nos vemos en unas horas.
La veo irse y me espero a que desaparezca por algún pasillo, no tienen que vernos demasiado juntos, aunque me muera porque quiera devolverla para darle un salvaje beso.
—¡Darío, buenos días! O más bien tardes, ¿se te pegaron las sábanas? —Lauro aparece por el pasillo, interceptándome antes de llegar a mi salón. Está sonriendo—. Qué se me hace que tu enamorada te trae en desvelo.
"Como no tienes idea, y es tu hermosa hija", quiero decirle, pero sé que, por ahora, no debo, no sin antes saber si se lo tomará de la mejor manera. Y, curiosamente, ahora me siento culpable de ocultárselo, mucho más ahora, después de haberle hecho el amor a Catalina dos veces, y una de manera aventurera en su baño.
—Sí —le confieso en cambio—. Ella es especial, Lauro. Creo que ella es la buena.
—¡Mira nada más! —Suelta una contagiosa risotada—. Recuerdo cuando supe que Natalia era la buena, me sentía asustado. Pero, cuando la tuve frente a mí el gran día, solo pensaba en lo feliz que la iba a hacer y ella a mí. Espero que esa chica vea la joya de persona que eres, y que tú, si dices que es la indicada, la cuides y sepas que será la única, y también, si quieres sobrevivir, sepas que ella siempre tendrá la razón en todo.
Continúa riéndose hasta que me pregunta el nombre de mi enamorada. Tuve que evadirlo y decirle que ya era hora de mi siguiente clase, también que ya había perdido dos, al final salí huyendo.
—Y luego, después de la graduación, nos iremos de vacaciones a Pueblo Yaqui. —Brenda entra hablando junto a José y Catalina a las once treinta—. Mi amá casi se me infarta cuando le dije nuestros planes. Igual está feliz. Y la muy desgraciada me pidió un nieto a nuestro regreso.
Cata y José se ríen.
—¿Quiere uno? ¡Pero si les vamos a traer gemelos, flaca! Este semental que soy va a engendrar dos de una, ya verás. —José hace una rara pose tipo Hércules, y me río mientras los veo sentarse, por el momento son los únicos en el salón.
—Sí, chucha tus calzones. —Brenda niega exageradamente—. Sí quiero tener bebés, pero no voy a embarazarme este año, José Aldair, te lo advierto.
—Pero hay accidentes, Brenda.
—Accidentes, las naranjas. —Brenda se cruza de brazos, ocultando la risa con una cara de enfado.
—¡Son tan tiernos! —Cata no deja de sonreír. Su sonrisa tranquiliza mis nervios en cuanto al tema de esta mañana.
—¿Y usted, profesor? —Brenda capta mi atención—. ¿Qué planes tiene para las vacaciones o para futuro?
Me quedo varado, es verdad, ¿qué planes tengo? Lo que pasó con Cata hoy me hace llenarme de muchas posibilidades, de que ella se quede conmigo mucho tiempo, de que me apoye y yo a ella; de que juntos aguantemos de todo lo que se nos deje venir.
Quisiera decirle, pero esto siquiera he pensado en hablarlo con Cata, y agradezco que los demás entren y no tener que ser parte de la conversación.
En lo que va del día, he de confesar que no me he concentrado para nada; la mañana me revolotea en la cabeza; cómo la besé, cómo le recorrí el cuerpo con mis manos, cuando le metí los dedos y ella se arqueó de aparente placer. La manera en la que ella me agarró, la manera en la que gimió y rió de, lo que me supongo o quiero creer, gozo por tenerla invadida por mí. La manera en la que nuestros cuerpos se conectaron, en nuestro sudor, mezclándose, en la repetición en el baño... En todo, carajo, en todo lo que es ella y en lo que significó para mí lo que pasó. Fue la gloria, sin embargo, ¿para ella qué fue?
***
—Cuando termine de hablar con ella, voy directo a tu casa —le digo al teléfono a Catalina, mientras voy en el taxi para ir a hablar con Esmeralda—. Llevaré comida.
—Bien, pero, cuando comamos, iremos por el regalo para papá, ¿sí?
—Sí, cariño, nos vemos, te amo.
Le cuelgo cuando estoy a unas casas de llegar.
Toco la puerta una vez que estoy ahí, Esmeralda me abre, y juro por mi mamá que la sonrisa que me muestra, no me la esperaba.
—Hola, vine a hablar contigo —le digo—. ¿Tienes unos minutos?
—Por supuesto, pasa.
Entro nuevamente a su casa, como aquella vez, incómodo. Me sorprendo al no percibir el mismo aroma que la última vez, ahora huele a la ensalada de pollo que su mamá hace.
—¿Quién es, amor? —Karina, su mamá, aparece de la cocina, y verla sonreírme me hace pensar que cometí un error al venir—. ¡Darío, querido!, ¿cómo has estado? Esme no me dijo que venías, ¿quieres comer?
—En realidad, solo vengo a hablar con Esmeralda, Karina. —Miro a la mencionada—. ¿Podemos, a solas?
Ella asiente, sonriendo y me lleva a su habitación. No me gusta cómo sonríe.
—Bien, iré al grano. —"Respira", me digo y continúo—. Esmeralda, quiero que marquemos raya; que lo único por lo que hablemos sea nuestra hija. Mira, yo estoy con Catalina...
—Eso ya está más que aclarando, Darío, no me lo tienes que repetir cada que nos vemos.
Luce muy enojada.
—¿Qué le viste? —Su voz comienza a alzarse—. Es fea, torpe y no tiene gracia.
—Pues para mí lo tiene todo —le aseguro, decidido a no dejar que la insulte.
—Ella no va a tener un hijo tuyo. —Su voz continúa haciéndose más alta, creo que ya es para que Karina nos oiga.
—Algún día, no sé, tal vez lo tendrá, pero ese no es el punto, Esmeralda.
—¡¿Entonces cuál es?! —grita, y pronto aparece Karina.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué se gritan? — Tiene el ceño fruncido—. ¿Que no dijiste que estaban bien, Esme? No entiendo, van a tener un hijo, ¿y se la llevan peleando en lugar de besarse y abrazarse?
Lo que me faltaba.
—Esmeralda, ¿no le dijiste a tu madre que terminamos hace más de cuatro meses? —Ella baja la mirada—. Karina, yo solo vine a aclarar unas cosas con ella, pero ya veo que no se va a poder.
—¿Cómo que la dejaste embarazada?
—¡Ella me dejó a mí! —No sé en qué momento comienzo a enojarme, pero lo estoy—. Y ni siquiera sabíamos que estaba embarazada hasta hace un mes.
—Entonces, supongo que vienes a arreglar las cosas, volverán, ¿no?
Esta situación empeora cada vez más.
—Vengo a decirle que deje de molestar a mi novia, Karina, tu hija está mal, necesita ayuda psicológica, ¿qué es eso de que casi me la mata? Karina, lo mío con tu hija se rompió, ya no tiene remedio, y yo quiero que me deje seguir adelante, que deje de insistir en volver, y muy importante, que deje de molestar mi relación, que respete que, entre ella y yo, solamente estará nuestra hija, nuestro trato como padres de ella, no más. Yo estoy enamorado de alguien más y eso ya se lo he dicho a Esmeralda, pero parece no entender nada. —Mis palabras, aunque las consideré adecuadas en mi cabeza, no son recibidas como quisiera.
—¿Llamas a mi hija loca?
Lo dicho, ni siquiera me escuchó.
—¡No, carajo! —grito, exasperado.
—¿Entonces?
No puedo seguir aguantado esto, tengo que irme, pienso y camino hacia afuera.
—Me largo, ¿sí? Necesito irme, porque con ustedes no se puede.
Llego hasta afuera. Y, cuando estoy por llamar un taxi, Esmeralda me detiene.
—De acuerdo. —Tiene lágrimas en sus mejillas, ni sabía que estaba llorando—. Eres libre, ¿bien? No te molestaré más, no insistiré en volver. Solo te llamaré cuando de la niña se trate. Perdón, sé que, lo que le hice a Catalina estuvo mal, no debí. He perdido, Darío, lo comprendo, en verdad. Me comportaré y solo trataré contigo cuando te dé noticias sobre nuestra hija. Eres libre de mis tonterías, ya no las haré más, perdóname.
—Gracias —solo digo, y camino, mientras llamo un taxi, me alejo hasta la esquina.
Acabó, ¿no? Supongo que me he quitado un problema de encima, espero. Se veía sincera, se veía como la Esmeralda de antes, la que no es desquiciada. Me siento alegre entonces, cuando me subo al taxi y llego pronto con Cata. Por supuesto, no sin antes pasar por el restaurante que queda cerca, compré pechuga poblana y unas alitas.
—...Y entonces me pidió perdón por lo que te hizo. —Termino de contarle a Cata cuando ya hemos acabado con todo—. Ahora podremos planear nuestro futuro juntos con tranquilidad, ¿no es genial?
—¿Le creíste? —pregunta, dudando—. Digo, no sé, aún me da miedo, amor, pienso que tal vez aparecerá en algún momento y nos dará de palos.
Me río y ella me sigue.
—¿Y bien? —dice de repente—. ¿Cuáles son sus planes, profesor? No crea que a mí no me come la duda.
—Ah, pues, el primero es terminar mi primer semestre como profesor de universidad en perfectas condiciones —aseguro, y la abrazo más fuerte, ambos estamos sentados en su sofá, ella está sentada frente a mí, con su espalda en mi pecho—. Luego, ir a un sexólogo para reparar mi precisado amigo, porque sé que aún necesita ayuda.
—Pues eso está dudoso, pero iremos de todos modos. —Se inclina un poco para verme y sonreír—. ¿Qué más?
Quisiera preguntarle por qué lo dice, pero de nuevo no me deja, así que mejor continúo.
—Luego, ver cómo se gradúa mi preciosa novia. —Le beso la mejilla—. De ahí, quizás, ese mismo día le diga a su padre que la amo mucho.
Catalina se levanta de mi pecho y me mira.
—¿De verdad?
—Sí —prometo, poniéndome serio—. Le diré que te amo, no sé qué vaya a pasar, amor, pero quiero ser realmente honesto con Lauro, lo aprecio mucho y quisiera que me diera su entera aprobación para estar contigo. No es que mucho la necesite, pero eso quisiera.
Me sonríe, feliz, y luego me abraza. Me besa, mientras se monta a horcajadas. Yo sin dudarlo le devuelvo ambas cosas, la beso y la abrazo con toda la intensidad con la que ella lo hace, me fascina besarla, me fascina estar con ella, simplemente me fascina toda ella. La amo tanto. Me lo he repetido y se lo he repetido tantas veces, pero hasta ahora, que me siento tan libre, me había dado cuenta de que con esa palabra me siento corto ante todo lo que siento por ella.
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