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20: Aclaraciones


CAPÍTULO 20: Aclaraciones.

Quiero echar un grito al aire, pero hay demasiadas personas en el lugar y no estoy para ser el centro de atención. Carlos está de brazos cruzados mientras comienzo con la historia de la última semana. Se queda atento, frunciendo el ceño cuando le hablo de los mensajes de Esmeralda. Por último, el que me mandó Cata anoche.

—¿Y qué hiciste? —Su seriedad me asusta—. Dime por favor que no le hiciste caso y fuiste de todos modos.

—No. —confieso, avergonzado—. No fui, no quería...

—¡Pues neta no sé qué más decirte, Darío! ¡Más que eres un pendejo que no lucha por la mujer que ama! —grita. Las personas en la cafetería voltean a vernos, algunos que otros le dan la razón a mi amigo. Qué vergüenza. Le pido que se calle y comienza a hablar más bajo—. Te dejas mangonear por tu ex, y no pones tus prioridades y responsabilidades en orden. ¿Qué pinches te pasa? Cuando te conocí, no eras así, cabrón. El Darío, mi amigo Darío, no estaría aquí, llorándome el hecho de no poder separar un problema de otro, estaría haciendo huelga por solucionar el más importante, y luego ahí ya vería cómo arreglárselas con el otro. ¡No mames, Darío! Estos momentos eran para que estuvieras empernado con tu novia, recién levantándose los dos, o haciéndole el desayuno, qué sé yo, el punto es que estarías con ella.

Bufo y asiento, dándole la razón y pienso. Seguramente ya no quiso que fuera porque la rechacé en plena calentura. Sí, debe ser eso. Cómo quisiera que ella me comprendiera, tengo miedo de no hacerle debidamente todo lo que quiera. Al menos lo creo si es que realmente es esa la razón por la cual se negó a que volviera.

—Mira, carnal —continúa Carlos, lo noto frustrado—. Perdón si estoy siendo algo agresivo, traigo un problema con Melanie y con el trabajo, que básicamente es el mismo problema, y pues tú me vienes con esto. Pero ya no te voy a decir nada, ni siquiera te voy a decir qué vayas a hacer para arreglar las cosas con ella. Solo te aconsejaré que, hagas lo que hagas, sé más inteligente y hazlo bien.

Después de un rato, lo veo irse y me quedo allí. Esmeralda dijo que quería verme en su casa, pero ni quiero ir. Estoy haciendo tiempo mientras pienso en lo que me va a decir. Seguramente otra de sus tonterías.

Cuando llego a su casa, me recibe con un abrazo, que no correspondo, de hecho, me siento tan mal que hasta intento alejarla, pero ella me aprieta más a su cuerpo.

—Mi amor, llegó papi —dice cuando se separa, mirando hacia su barriga que está levemente abultada, luego vuelve a mirarme a mí—. Ven conmigo, te tengo una sorpresa.

Me lleva hasta dentro. La casa, a la que antes estaba tan acostumbrado a ir, me parece tan distinta, tan ajena, me siento desubicado; no estoy donde quiero estar, por supuesto, hace rato que este lugar me es indiferente. La casa huele a vainilla y a aromatizante de limón, la combinación me provoca asco, es tan fuerte.

—Hoy fui al médico —me cuenta, mientras me hace sentarme en el sofá, luego se pone a buscar algo y, cuando lo encuentra, vuelve conmigo. Trae una carpeta—. Me hizo una ecografía y me dijo que será una niña. Mira.

La abre frente a mis ojos, mostrándome una sección de seis borrones, en los que se logra apreciar las partes del pequeño cuerpo de nuestra hija.

No siento nada, es malo, ¿verdad? No debería, pero no siento ninguna emoción, al menos no en este momento que me está llevando la chingada de tanto estrés con todo lo que ha pasado, con lo de sus mensajes y el fracaso intento de arreglar mi relación con Catalina.

—Su primer nombre se será Dulce, como el de tu mamá, ¿no es perfecto? —Asiento, complaciéndola más que nada por apresurar las cosas y largarme ya—. El segundo será Michelle, por mí, obvio, algo tuyo y algo mío. Quiero que nuestra hija sea muy amada, Darío.

Se me acerca más de lo debido, hasta que queda recostada en mi hombro, intento moverme, pero me aprisiona.

—Quiero que seamos una familia —continúa, su tono es raro, comienzo a entrar en una especie de pánico—. Que estemos juntos los tres, que vivamos en nuestra casa, quiero que criemos juntos a Dulce Michelle, amor. Y estoy feliz porque ya es posible, pues ya dejaste a la zorrita esa, ahora volveremos a estar juntos y...

—Basta —digo, levantándome. Luego comienzo a caminar de un lado al otro mientras me planteo en la cabeza qué es exactamente lo que le quiero decir y qué es lo que realmente le debo decir—. Esmeralda, no te equivoques ni confundas las cosas. Yo amo a Catalina y estoy con ella. Tú y yo terminamos hace más de cuatro meses, lo único que nos une es nuestra hija, nada más. Y quiero que eso te quede bien claro, no volveremos a ser pareja, jamás, no quiero estar contigo, no criaremos a Dulce juntos. Nos limitaremos a vernos solo cuando de la niña se trate, yo la veré cuando tú lo dispongas, te daré dinero, la amaré a ella, la cuidaré, pero hasta ahí, no más. Tú me traicionaste, me mentiste, ¿y crees que solo porque vamos a tener una hija todo se olvidó? Esmeralda, yo te amaba, muchísimo, incluso estaba ahorrando para comprarte un maldito anillo de compromiso, porque me quería casar contigo, por eso había conseguido un mejor trabajo, por ti. Pero ya pasó, tú me engañaste con Manuel, además, ¿para qué me quieres contigo si yo no sirvo para nada? Solo...

Me detengo cuando un sollozo fuerte se alza ante mi discurso y la miro, está llorando. Un nudo se instala en mi garganta, voy de mal en peor, en serio, necesito un respiro de todo esto, irme a encerrar en mi habitación y no salir hasta que pase todo, pero sé perfectamente que debo afrontarlo y buscar la manera de mantenerlo en control.

—Está bien. —Sorbe por la nariz y se limpia algunas lágrimas—. De acuerdo, ya no me amas, lo entiendo. Lo arruiné, lo acepto. Te engañé, sí. Te mentí, ¡aceptado también! Pero te mentí porque te amo, Darío, no quería que te sintieras poco hombre. Sí, la cagué por ir a buscar sexo con Manuel, pero escúchame por favor. Mira, Dulce no merece estar dividida, ella no tiene la culpa de lo que yo hice. No dejes que nuestra hija crezca con una familia dividida, perdóname y volvamos a ser como antes. Aunque no me ames, seamos esa familia por nuestra hijita, por favor.

Tomo una gran bocanada de aire, tratando de comprender mejor las tonterías que dice, me pregunto si tan solo medirá las posibilidades y se dará cuenta de lo absurdo que suena. Me parece que no, pero no creo tener las fuerzas suficientes ahora para hacerla entender. Igual, aunque lo intente, es imposible.

—¿Sabes qué? Tengo cosas que hacer, Esmeralda. Hablamos luego. —Paso mis manos por mi cara y suspiro—. ¿Puedo llevarme la ecografía?

No sé, pero me gustaría intentar, encontrar en lo más profundo de mí, amor y emoción por mi hija, estoy mal ahora, pero ella no merece mi desprecio y tengo que meterme en la cabeza que no es culpable de lo jodida que está mi vida.

—De acuerdo. —Ella me sonríe sin ganas y se limpia más lágrimas—. Llévatela, tengo una copia, así los dos tenemos ese recuerdo. Yo... Te llamaré si necesito algo, ¿está bien?

Asiento y camino hasta la puerta, para después salir sin despedirme, así nada más.

Llamo de nuevo a Carlos, quiero desahogarme de nuevo, aunque esta vez le va a gustar que le diga las aclaraciones que le acabo de hacer a Esmeralda.

Llega a la cafetería con Melanie, parece que han arreglado sus broncas. Ella viene haciéndose una coleta con su largo y rubio cabello, aún no me acostumbro a que se lo haya teñido, me da cosa, me recuerda a Glenda, solo que el de Melanie no es tan chillón.

—¿Y ahora qué pasó? Estás hecho mierda —dice mi amigo. Se sienta a mi lado y Mel en frente.

—Hecho mierda estoy desde hace rato, cabrón. —Intento ponerle humor, pero más sale como queja—. Aclaré unas cosas y puse raya con Esmeralda. Creo que lo entendió.

"O eso espero".

—¡Bravo! —Comienza a aplaudir con una sonrisa, Melanie me dedica sus pulgares arriba—. ¿Y qué pasó con Catalina? ¿Ya supiste por qué no quiso que volvieras a su casa?

—No. Voy en un rato, primero quiero calmarme tantito. Con Esmeralda estuvo algo intenso, la dejé llorando, aunque parecía más bien el personaje psicópata de alguna película. Últimamente me da muchísimo miedo. —Ambos se ríen—. ¡Es en serio! Si la vieran, es horrible que haya cambiado así, me siento culpable.

—Ey, no. —Melanie por fin habla—. No tienes la culpa de nada. Ella te terminó desde el principio, ahí ya fue su bronca el insistir si ella ya te había mandado al carajo. Comenzó a desquiciarse solo porque vio que pudiste conseguir superarla con alguien más. Quiere joder a Catalina, no a ti.

—Y mira que ya la ha jodido muchísimo —recuerda Carlos—. Con los mensajes ridículos. Y te prometo que no dudo nadita que ella fue la causante de que Catalina cambiara de opinión.

Mientras reacciono y comienzo a darle la razón, imaginando un posible escenario, mi teléfono comienza a sonar. Lo saco de inmediato y veo que es un número desconocido. Dudo, pero aun así le contesto, quizás sea alguno de mis alumnos, qué sé yo.

—¿Hola?

—¡Qué bueno que me contestas, hijo de tu hermosa madre! —Suena a Ana, y parece estar muy enojada—. Ahora mismo vas a venir a la casa de mi hermana y me vas a explicar, si muy machito eres, por qué puta razón tiene un ojo morado.

—¿Qué estás diciendo? —Las manos me tiemblan, me levanto de golpe. Mel y Carlos imitan mi acción, asustados al igual que yo—. Ana...

—¡Cállate! —grita más fuerte, puedo oír a Catalina pedirle que no lo haga, pero Ana no da su brazo a torcer—. Mira, pedazo de imbécil, o vienes ahora mismo, o iré a cortarte los huevos a domicilio, ¿entiendes? Vienes ya a explicarme por qué chingados le pegaste.

—Ana, no, espera, yo no... ¡Ahj, puta madre! —La frustración aumenta, el corazón me late como loco—. Voy para allá, te prometo por mi madre y por todo el amor que le tengo a tu hermana que yo no le pegué y ni lo haría, Ana, créeme, voy para allá.

Le cuelgo y miro a mi amigo, él, al igual que su novia, tienen los ojos bien abiertos, sorprendidos de lo que acabo de hablar con Ana. Esto ni yo puedo creerlo.

—¿Le pegaste? —Carlos es el primero en hablar.

—¡Dios, claro que no! —No puedo moverme del mismo sitio—. Maldita sea, Carlos, me conoces. Tengo que ir ya mismo, no sé qué pasó, pero no me gusta. Nos vemos luego.

—No, no, no, yo voy contigo. —Saca las llaves de su bocho y comienza a caminar. Melanie lo sigue, yo todavía no me puedo mover de mi lugar—. Muévete, Darío, necesitas ver cómo se encuentra tu novia. ¡Reacciona!

Entre él y Melanie me ayudan a caminar, me siento mal, el aire me falta, siento que voy a morir, ¿qué está pasando? No lo entiendo y me da miedo entenderlo.

¿Ojo morado? ¡Dios santísimo! Mi Catalina, mi amor, mi cariño está mal ahora y yo aquí con un maldito ataque de pánico, tengo que llegar.

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