2: Una cita... con tu voz
CAPÍTULO 2: Una cita... con tu voz.
A la hora del almuerzo, me dirijo a la cafetería. Puedo sentir las miradas y murmullos a mi frente y espalda, porque todos hablan de mí. O tal vez me estoy volviendo paranoico, porque ni sé qué es lo que dicen. Esto se está poniendo raro, todo es raro desde que Esmeralda me dejó, maldita sea. Qué mujer tan desgraciada, no sé si la detesto más por dejarme o por mentirme todo este tiempo. Era perfecta para mí, carajo. Tan buena conmigo, tan amorosa y siempre preocupada por mí, sentía que me amaba. Lo triste es que no era verdad, porque el imperfecto soy yo, más de lo que debería.
Cuando el día ha terminado, me regreso con inmediatez a mi casa, no tengo nada interesante que hacer y mucho menos tengo ganas de nada. Aunque en realidad deba revisar algunas listas de alumnos y lo del trabajo que les pedí para la siguiente clase a cada grupo, el desánimo puede más conmigo.
Me siento en el sofá y me pongo a jugar el Candy Crush con mi teléfono. Antes, cuando salía de la escuela en la que daba clases, me iba directamente a la casa de Esmeralda, la besaba, la abrazaba, le decía lo mucho que la había extrañado en todo el día y cuánto la amaba. Veíamos películas y terminaba durmiendo en su casa o regresaba a altas horas de la noche, justo después de tener una "genial" noche con ella. Un año de noviazgo tirado a la basura por culpa de mi pito, qué novedad.
Frustrado, me salgo del juego y me voy directamente a los registros de llamada, la última que está ahí es la que hice ayer. Sin ponerme trabas yo mismo, lo marco.
—Hola, está llamando a la línea erótica, lo atiende... —No, no es ella, no es Gema. Es otra voz, una que me parece repugnante, no digo en sí que lo sea, pero no me provoca los mismos escalofríos. Nada. Maldita sea—. Hola, ¿hay alguien allí?
—Ah, sí, sí. Verá, lo que sucede es que quería tener esta llamada con Gema, ¿es posible? —No sé qué carajos estoy haciendo, pero no puedo evitarlo, quiero hablar con quien hizo que mi pulso se alterara de sobremanera, quiero contarle mi problema y, como Carlos dijo, que ella me ayude a solucionarlo. Aún no sé cómo lo hará, pero lo necesito.
—Mmm, ¿con Gema? Un momento. —Noto en su voz algo de desilusión y luego la oigo suspirar. Después habla con quién sabe quién, repitiéndole mi petición, a lo que pronto soy mandado con otra persona, de solo pensar que podría ser con ella, la piel se me eriza.
—Hola, sí. Disculpe, no es posible conectarlo ahora, lo lamento, Gema solo está disponible por las tardes y noches, además es algo, digamos costoso, tener exclusividad con cualquiera de nuestras voces.
Mis ganas de curarme me bloquean completamente y no pienso lo que digo, solo lo digo y ya.
—No importa el precio, quiero hablar con ella.
Cuelgo cuando ella me dice a qué hora debo marcar exactamente. Estoy seguro de que esto no está bien, pero, ¿y si funciona? Probablemente sí y pueda tener una relación normal, sin quejas sobre "el asunto" o mentiras sobre el mismo. ¡Quiero ser normal yo, carajo! No tener que perder otra relación más, o toparme con otra mentirosa.
A las cinco de la tarde, estoy revisando los primeros trabajos de mis alumnos. La mujer al teléfono me dijo que marcara a las cinco con treinta y me siento desesperado, quiero llamar ya. ¿Se acordará de mí? ¡Já! Por supuesto que no, habla con decenas de hombres, obvio que no me recuerda, ¿por qué me siento tan nervioso? Estoy sudando y tiemblo. Estúpido Carlos y sus ideas locas. No, estúpido yo que las estoy siguiendo al pie de la letra.
Mi teléfono suena de pronto y, como lo tengo en la mano gracias a mi desesperación, logro ver que de nuevo es Esmeralda. En lo que va del día, la he rechazado un total de diecisiete llamadas. Considero que esta tendría que ser la dieciocho, pero es mejor decirle de una buena vez que ya deje de molestarme así que termino contestando.
—¡Darío! —chilla. Oírla me hace arrugar la nariz, su voz ya no me parece agradable y, por alguna razón, me entristece un poco. Vamos, ella fue muy importante en mi vida, y quizás lo sigue siendo, estuvimos un año juntos, le dije que la amaba, tuvimos momentos buenos, sí, me duele no estar con ella, ¿para qué negarlo? Pero su voz, creo hasta su voz me es desconocida.
—¿Qué quieres? —Casi le grito.
—¿Estás bien? He tratado de llamarte desde ayer, necesitamos hablar —dice, su tono parece preocupado, pero ya no sé ni qué es real viniendo de ella—. Necesitamos solucionar esto, cielo.
—¿Estás pendeja o qué, mujer? Tú terminaste conmigo, ya está todo claro entre nosotros.
La oigo exclamar de la sorpresa al insultarla, nunca nos habíamos hablado así, ni entre las bromas que nos hacíamos, estoy enloqueciendo. Quiero colgarle, quiero que se sienta mal, pero a la vez no quiero hacerla sufrir a pesar de todo lo que me dijo, esto es tan confuso para mí.
—Pero, cielo...
—¡Cállate! —Por instinto, miro al reloj alojado a lado de mi puerta, faltan dos minutos para mi cita con la voz de Gema, así que, tratando de no sonar desesperado y que sea convincente, agrego—: ¿Sabes qué? Tengo que colgar, tengo una cita con mi nueva novia, ¿oíste? No fuiste la única que falló aquí.
Cuelgo, con el corazón latiendo tan fuerte que siento que hasta me duele. Fui cruel y mentiroso, pero trato de no darle importancia cuando me dispongo a marcar a la línea erótica. Me atiende una tal Lirio y le digo sobre la cita, la oigo bufar, ¿qué tendrá de malo para ella mi decisión? Claro, seguro es porque pierden el dinero que uno paga por los minutos que duren las llamadas.
—Hola, está llamando a la línea erótica... —No necesito que se presente, porque de solo escucharla sé que se trata de ella. Su voz me eriza tanto que, seguramente, si la oyera fuera del teléfono, es decir, en persona, la reconocería sin complicaciones—. ¿Hola?
No puedo hablar.
—¿Entonces hiciste una cita conmigo y no vas a hablar? —Su risita suena tan ardiente. Decido abrir la boca.
—Hola, Gema, ¿me recuerdas? —Pregunto, aunque es obvio que no lo hace, la llaman muchos, mi voz solo es una más y ya. De pensarlo, siento un vacío en el estómago.
—Mmm... No lo sé, no lo creo.
—Bueno, pues te colgué ayer, soy el del "¿qué se hace aquí?" —Le hago recordar y me río con nerviosismo.
—Espera. —La oigo reírse fuerte, su risa me provoca escalofríos, maldita sea, me encanta—. Sí, lo siento, sí te recuerdo, ¿el de ayer que no quería hablar de mis suculentos pechos, cierto? Porque no entiendo, son...
—Sí, grandes y bonitos. —Contengo la risa, esta mujer es tan directa que hace que hasta me den ganas de conocerla en persona y ver si es igual de atrevida.
—Es raro, ningún hombre quiere charlar conmigo sin que le hable de mis pechos. —Me cuenta—. Si esto fuese una cita real, creo que tendrías puntos, guapo.
Suspiro mientras ella se ríe, necesito armarme de valor para lo siguiente.
—En realidad, quería contarte que tengo un problema grandísimo y vergonzoso.
—¿Qué clase de problema? —El que muestre curiosidad, me conforta y me empuja a pensar que es buena idea, así que le suelto la verdad.
—No soy bueno en el sexo y necesito tu ayuda.
La oigo esculpir algo y después tose, parece como si se estuviera ahogando y me preocupo, pero luego la escucho reírse como una desquiciada.
—¿Qué dices? —Continúa riéndose, yo solo comienzo a sentirme estúpido—. ¿Ayudarte; en qué sentido?
—¿A solucionarlo? —Ella vuelve a reírse—. ¿Sabes qué? Esto es estúpido, voy a colgar.
—¡No, no, perdón! —Suena urgente—. Está bien, te ayudaré, solo cuéntame tu problema y veré qué puedo hacer, si puedo, claro.
Su tono es inseguro y me hace dudar en continuar, sin embargo, terminamos charlando por tres horas. Nos reímos, ella se lamenta por mi problema y me ayuda a pensar en qué hacer para arreglarme, y por supuesto, hablamos nuevamente de sus pechos. Mis ahorros del salario del profesor de primaria lo van a resentir muchísimo.
—¿Está...? ¿Dormido?
—Claro que no, imbécil, es obvio que está muerto, llama al forense, a la policía y a su familia. ¡Por supuesto que está dormido, José! ¿No ves que está respirando? No seas tarado y despiértalo. —Distingo esa voz, creo que es una de mis alumnas, su nombre es Brenda, pero, ¿qué tendría que estar haciendo en mi casa?
—Por supuesto que sé que duerme, babosa, lo pregunto porque no debería estarlo aquí y ahora, duh. —Esa parece la voz de José, mi otro alumno.
Confundido, abro los ojos y me doy cuenta de que he dormido sentado. ¿A qué horas me habré dormido? No tengo idea, solo sé que Gema me acompañó antes de eso. Hablamos creo que unas cuatro o cinco horas, seguro la he dejado colgada. Maldición, eso es grosero, tendré que disculparme.
—Profesor Luna, ¿está bien? —Levanto la vista, y me doy el estrellón de mi vida al saber que estoy en clases y no en mi casa. ¿Cómo he podido quedarme dormido en plena clase? Bueno, por supuesto que lo sé. Toda la jodida semana hablando hasta altas horas de la noche con Gema ya está haciendo efecto, además de que no he tomado ni un trago de café hoy.
—Ay, a la verga. —Reacciono alerta y miro a mis alumnos, puedo notar que están aguantándose las ganas de reírse—. ¿Cuánto tiempo dormí?
—Como diez minutos, honestamente nos dimos cuenta cuando empezó a roncar —dice Sofía. Ahora sí se ríen, incluso Brenda que es la más seria de la clase.
Quisiera reír, quisiera callarlos también, pero mi mente maquina, pensando en una sola cosa: llamar a Gema me está afectando demasiado, tanto física como económicamente. Debo dejar de hacerlo antes de que se vuelva una adición que me deje en la quiebra.
Me disculpo y continúo con la clase hasta la hora de almuerzo. Tengo que tomar café a la de ya.
—Hola, guapo. —La familiaridad con la que me atiende me altera, como todas las tardes—. ¿Cómo te fue hoy?
—Bien... Bueno; no, me quedé dormido en plena... —Me callo. Por un momento me olvido de que ella no quiere saber nada de mi vida, salvo mi problema, no quiere saber mi nombre ni mi profesión. Eso, según ella, va en contra de las reglas, sus reglas. Que contarnos cosas así sería involucrarnos de una manera equivocada, yo solo la llamo para contarle sobre mi problema y ella me dice qué hacer para intentar sanarlo. Nada más que eso.
—¿De verdad? Me pasó lo mismo, fui a visitar a mi hermana y me quedé dormida recargada en su encimera, mis sobrinos me pintaron la cara con un plumón. Fue un momento anticonceptivo cuando me di cuenta.
Me muerdo los labios, creo que no se ha dado cuenta de que ha sido ella la que ha roto sus propias reglas y, por alguna razón, eso me hace sentirme tan bien. Aunque, lastimosamente, tenga que dejar de llamarla, porque quedaré en la ruina, o peor, terminaré despedido por dormir en clase.
—Interesante, ¿así que eres una hermana y una tía? —Ella se da cuenta de su error y se disculpa—. Calma, de igual forma, creo que dejaré de llamarte.
—¡No! ¿Por qué, guapo? Tu problema aún no se soluciona —asegura, alterada—. Además, aunque no crea prudente admitirlo, hablar contigo me gusta. Mucho, a decir verdad.
—A mí también —confieso, porque eso es la pura verdad—. Pero el café se terminó y tengo que comprar más.
—Entiendo, yo tengo muchas cuentas por pagar. —Escuchar eso me hace sentir culpable, pero tengo que entender que no es mi problema. Mis problemas están, uno: en mis pantalones, y no se va a solucionar nada con esto, por lo visto, y dos; en mi tarjeta de crédito casi vacía, así que, lo último que le digo a ella, es un adiós definitivo.
"Definitivo".
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