16: Madurar
CAPÍTULO 16: Madurar.
D A R I O
Nuestro primer mes de novios, que se cumplía mañana, había sido un completo desastre y no entiendo lo que ocurre. Ella está tan rara, tan distante, a veces siquiera quiere que la visite y en clases no se concentra, me asusta. Le pregunté qué tenía y me respondió que solo estaba muy cansada, incluso me dijo que, quizás, nuestras llamadas nocturnas —que duraban horas—, le estaban haciendo mal y ya hace dos semanas que ni las hacemos.
En este tiempo, Esmeralda se la ha llevado muy enferma, por lo que no deja de llamarme hasta cuando estoy en clases. Según ella, las náuseas y los mareos son intensos y que, pese a que el médico le dijo que era normal, no quiere que nada pase y siempre quiere tenerme avisado de lo que sienta. Me irrita, pero no puedo hacer nada, supuestamente es mi hijo —al menos hasta poder hacerle una prueba— y debo estar al tanto.
—Profesor, Catalina está dormida. —Sofía capta mi atención del trabajo que estoy escribiendo en el pizarrón y de inmediato me volteo, Catalina está recargada en su escritorio.
Entre José y Brenda me miran con desaprobación, cosa que no comprendo. Brenda trata de hacerla despertar con un ligero movimiento en la espalda.
—Catalina —la llamo, meneándola un poco, ella me responde con un quejido y me empuja la mano—. Catalina, despierta.
—Cállate que la perra esa me tiene en desvelo con sus pendejadas y no he dormido ni madres. —No sé si aún sigue dormida, pero sí que suena frustrada o enojada, no lo sé.
Todos se ríen y solo así reacciona, levantando la cara para verme. Tiene unas ojeras más intensificadas que en la mañana. Se asusta y mira a todos lados, creyó que estaba en su casa, seguro.
—Vamos afuera. —Le señalo la puerta, serio. Me siento muy preocupado en realidad. Quiero entender de una buena vez qué carajos es lo que ocurre. Nuestro noviazgo parece más que una incomodidad para ella que algo bueno y me hace sentir mal.
—Perdón, no dormí haciendo los trabajos del profesor Louis. —La frustración no abandonaba su rostro—. ¿Puedo irme?
—¿Qué te está pasando últimamente, cariño? —Me vuelvo a arriesgar a una negativa, porque sé que no me dirá nada al fin y al cabo.
Suspira, negando con la cabeza, su expresión cambia, ahora parece triste, lo entiendo todo menos.
—¿Qué tal si hablamos mañana? Es sábado y dijiste vamos a pasar el día entero juntos, además es un día especial, hoy quiero descansar, ¿sí? Apagaré el teléfono.
No es una evasión en toda regla, pero aun así me desespera, sin embargo, acepto, la dejo irse a su casa y aunque sé que no me va a responder en todo el santo día, le envío uno de tantos te amos que llevo repitiéndole todo el mes.
—Seguramente está algo enredada con esto del embarazo de Esmeralda, Darío —dice Melanie y Carlos niegan con la cabeza. Este último está enojado conmigo, al menos eso me ha repetido desde que le conté todo.
—¿Cómo no va a estarlo, Mel? Claro que va a estar toda revuelta de emociones, su novio va a tener un hijo con su ex. Y tú. —Me señala a mí—. Estás bien pendejo, siempre has sido pendejo, pero ahora te mereces un premio. No, ¿sabes qué? Mejor dos, porque de pendejo seguro pierdes el otro.
—No seas tan duro, amor. —Melanie trata de calmarlo. Sé que él está tan frustrado como yo con esto, le jode verme jodido a mí. Qué buen amigo tengo, uno que me dice mis verdades sin medirse.
—Mel, es que Esmeralda es una tremenda cabrona, primero lo engaña y ahora lo quiere amarrar. Y seguramente el hijo es de Manuel o de quién sabe quién. ¡Por eso digo que estás bien pendejo, Darío!
Le doy la razón, ¿qué más decirle? Yo también estoy tan revuelto y estresado que ya no sé ni cómo puedo seguir asistiendo a la universidad. Sí estoy bien pendejo.
Paso por una tienda de flores y le compro un ramo de rosas blancas. Es la tercera vez que le llevo y espero que esta vez me las acepte con una sonrisa y no con un carajito suspiro de cansancio y me mande a la chingada. No quiero estar así con ella, como si nuestra relación fuese algo obligado.
—Hola, cariño. —La saludo cuando me abre la puerta. No sé si era verdad lo del descanso, pero parece que ha funcionado, tiene esa gran sonrisa que me encanta. Se abalanza sobre mí, abrazándome.
Al separarnos, noto que aún tiene puesto ese pijama de pingüinos que tanto ama. Creo que he venido demasiado temprano.
—Te extrañé —le confieso y ella sonríe, luego mira para un lugar en la calle en específico, pero, cuando voy a voltear y ver yo, me sorprende, besándome como si estuviese esperando eso por mucho tiempo. Y debo admitir que yo también, con muchas ansias.
Una vez adentro, dejo mi teléfono en la mesita de la sala junto al de ella y la sigo hacia la cocina, pues me dijo que allá me tiene una sorpresa. Y vaya que lo es; nuestro desayuno en la mesa y hasta un pequeño pastel con un número uno arriba.
—Un mes desde que me pidió ser su novia, profesor —me dice tan sonriente que hace que toda su indiferencia durante el mes se me olvide y le sonrío con amplitud—. El plan para hoy es tomar este rico desayuno que nos preparé y luego ver una película en mi habitación, ¿le parece? ¿Me saqué una calificación perfecta?
—Un diez, alumna Catalina, pero pierde un punto por no decirme qué le ha pasado todo este tiempo que me hizo pensar en cosas terribles —dramatizo, poniendo mi mano en mi pecho. Ella baja la cabeza y se acerca a mí.
—Solo he estado muy cansada, además presionada con esto de que no he encontrado empleo pese a que me la he llevado buscando. Pero el día de ayer me sirvió para reponerme y darte mucho amor. —Me mira y me besa—. ¿Recuperé el punto o tengo que salvar mi semestre en un chingado armario?
Me río fuerte, recordando aquel incidente, mismo con el que nos burlamos a pesar de todo, y mucho más de mi irónica negativa frente a su padre.
—Eso se escuchó muy sexy. —Vuelvo a besarla, esta vez mordiéndole el labio—. Gracias por la sorpresa, cariño.
Después del delicioso desayuno, nos vamos a su habitación con unas botanas. Vemos una película romántica y luego una de terror. Nos la pasamos tan tranquilamente que todo lo que pasamos últimamente se esfuma, quedándose atrás. Casi no prestamos atención a la tercera película, que es una de acción, y ya ni sé cómo se llama, pero la ignoramos entre beso y beso. Muero por tocarla toda, muero por besarla toda, pero el miedo de arruinar todo me invade, me carcome la existencia así que no pasa de besos.
Una hora más tarde, ella se queda dormida, yo no puedo, esta alteración en mis pantalones no me deja ni pensar así que salgo de su habitación y me distraigo un rato con un libro que me encontré en su buró. Se llama Besar a un ángel. En él hay varias notas de colores. Me encontré con una que decía "Daisy no es muy astuta, igual que yo; esperemos lo mejor" entre las primeras páginas, realmente leí sus notas más que el libro. Eran graciosas. "Teodosia es un nombre muy fregón", "Sinjun es mi mascota perfecta, pero mortal", "Esta frase es hermosa", "Alexander tiene sentido del humor" ya ni supe de qué se trataba el libro, creo que de un matrimonio arreglado y un circo, pero me encantó descubrir que es su favorito.
Para cuando ella despierta, yo ya me encuentro dormitando a su lado, son como las seis de la tarde. Al verme sonríe y se acomoda en mi pecho.
—Hola, amor. Creí que ya te habías ido —me dice, bostezando.
—No, claro que no, te observaba dormir y, hacer eso es mejor que ir a casa y estar solo.
Ella se ríe.
—Lo decía porque Esmeralda te llama cada dos por tres minutos para que vayas a hacer nada para ayudarla con sus náuseas. —Noto molestia en su voz y me cae el veinte de lo que ha pasado durante el mes.
—¿Así que ese ha sido el problema en todo este tiempo? ¿Estás enojada por todo esto del bebé? —La frustración con la maldita situación vuelve a pesarme—. ¿Son celos? ¿Te molesta que me preocupe por mi hijo?
Ella se levanta de mi pecho y suspira.
—No, carajo, no. No me molesta, ni siquiera estoy molesta. Solo me frustra tu actitud, vas de inmediato con cada cosa que te dice. Me parece extraño que no te llame para que la limpies después de ir al puto baño.
Su tono se eleva con cada palabra, ahora se levanta y comienza a caminar, tocándose las sienes.
—Sé que te prometí que no dudaría de nada, pero me está jodiendo esto, Darío. Parece como si supiera cuándo vienes a verme para llamarte cada minuto e interrumpirnos. Incluso sospecho que, en estos momentos, tu teléfono va a reventar de tantas llamadas que debes de tener de ella. —Se detiene y me mira—. ¡Es más! Anda a revisarlo que seguro quiere que le ayudes a vomitar o qué sé yo, cualquier babosada.
—Catalina, nomás fíjate en la actitud infantil que estás teniendo. —Al decirlo, siento que he cometido el peor error de todos, porque ahora su expresión de enfado se hace presente.
—¿Actitud infantil? ¡Actitud infantil la de ella! —grita, cansada, cubriéndose la cara. Luego de eso, quita sus manos y me mira pensativa, al final asiente y dice—: Bueno, sí, de acuerdo, estoy teniendo una actitud infantil, ahora mismo pasemos a la madura, pues; vete de mi casa.
—¿Qué? —Me levanto con rapidez.
—Que te vayas de mi casa. —Me señala la puerta—. Estoy evitándote la frustración de dividir a tu hijo de tu novia sin que el otro se sienta excluido, y prefiero ser yo la que se excluya antes de que creas que debes elegir entre los dos, porque sabes bien quién es el importante y te prometo que no soy yo. Vete.
—Cariño... —Me acerco a ella. No quiero esto. No quiero dejarla, no quiero que me deje, no quiero elegir entre nadie sobre ella, pero tampoco sobre mi hijo. Estoy entre la espada y la pared; la amo tanto a ella, no sé qué más pensar de todo, estoy cansado.
—Vete, por favor. Acabemos con esto. —Sus lágrimas comienzan a salir así que aparta la mirada de mí—. No quiero que esto termine en un desastre para ti, Darío. Y yo no quiero otra maldita relación tóxica. Me costó mucho salir de eso, no voy a volver a pasar por lo mismo.
Quiero acercarme, pero ella se aleja y se mete en el baño. Yo no sé qué más hacer, me siento tan ahogado, así que, rendido, me salgo de allí, tomo mi teléfono y me voy. No puedo obligarla a que entienda cómo me siento y mucho menos puedo yo entender por qué razón ahora hemos llegado a tan triste punto de que ella decidiera terminar con el nosotros que tanto deseé.
Camino hasta llegar a casa, me siento derrotado, de las veces que he metido la pata, creo que esta es la mayor. Quiero llamar a Carlos, él sí que me va a decir de una y mil maneras por las cuales soy imbécil, creo que hoy necesito que me dé una regañada como la de ayer, la merezco totalmente.
Tomo mi teléfono, pero, cuando lo desbloqueo, me doy cuenta del brillante diamante rojo en la esquina, me traje el teléfono de Catalina. Maldita sea. Tengo que devolvérselo. Eso significa ir a enfrentarla de nuevo, aunque presiento que no va a querer ni verme.
Cuando estoy por irme, le llega un mensaje de un número que creo conocer, así que, aunque sé que no debería, lo abro, si no mal recuerdo, este es el número de Karina, la mamá de Esmeralda.
Desconocido: Espero que, la razón por la que lo vi salir así de tu casa, sea la que pienso, si es así, desde ya te recuerdo que te lo dije, él se quedará conmigo y nuestro hijo, niñita. Tú solo fuiste un objeto para joderme a mí, él aún me ama.
Siento una repentina desesperación en el pecho y comienzo a revisar los demás mensajes, hay muchísimos del número ese, el de Manuel y, principalmente de Esmeralda y uno es peor que el otro.
Esto no puedes ser.
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