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13: El rey de los problemas

CAPÍTULO 13: El rey de los problemas.

Mi madre había adorado a Catalina tanto como yo. A ella se le hacía tan fácil incluirse en cualquier tema de conversación que mamá sacaba y hacía que yo me fascinara más. Eso jamás pasó con Esmeralda. Pensar en ella me hace moverme de nuevo en la cama. Sé que si sigo así, despertaré a Catalina y me preguntará mil cosas, así que mejor me levanto y salgo hasta el patio trasero. El aire me calma un poco.

Mamá nos ofreció quedarnos aquí porque ya era muy tarde para conducir y, más bien, la que aceptó primero, fue Catalina, el plan era que yo dormiría el sofá de la sala y ella en mi habitación, pero, mágicamente, mamá "tropezó" y derramó jugo por todo él, así que tuvimos que dormir juntos. Mi curiosa madre me dijo que aprovechara el momento para darle nietos, incluso dijo "para que terminen lo que empezaron en mi patio". Y yo muriéndome de la vergüenza, además del hecho de que no me atrevo a volver a desatar ese momento, siento que lo terminaré arruinando y ella se irá. Estoy siendo un cobarde.

No puedo evitar comprender a Esmeralda, por un lado, creo que, si yo estuviese en su lugar, me pusiera en ese plan de "quiero lo que es mío", porque me duele que ya no sea mío, pues, como dice mi madre "nadie experimenta en cabeza ajena". Seguramente me vería peor yo. No lo sé, no puedo ponerme de verdad en sus zapatos porque, a pesar de todo, ella y yo somos muy diferentes.

Por otro lado, me da algo de miedo ese lado, esa actitud de psicópata jamás la había visto venir. Era tan calmada y tierna, incluso comprensiva en algunos casos. Y ahora, bien de repente, se convirtió en la mujer que me acecha a diestra y siniestra, como si estuviera queriéndome cazar como cualquier presa en el bosque.

—¿No puede dormir? —Mamá está atrás de mí.

Tomo aire antes de hablar.

—No. Estoy preocupado, Esmeralda nos vio juntos a los tres, en la cena, estaba afuera. —Ella hace un gesto de horror—. ¿Crees que deba hablar con ella?

—Pues le diría que no, mijo, pero pienso que, aclarar todo, hará que ella acepte las cosas. ¿Qué piensa usted?

Suspiro. Pienso que tiene razón, quizás si hablamos y le digo que quedemos bien, como amigos o algo así, no sé. Espero que lo entienda, aunque, si no lo hace, pues mucho no me importa, total, ella me terminó por lo claro, diciéndome, por mucho que me duela, mis verdades. Mis vergonzosas verdades.

El lunes es un completo calvario, falta una hora para que, los de la clase de Catalina, entren, y cinco condenadas horas para salir de aquí. Le mandé un mensaje a Esmeralda para poder vernos en su casa y hablar, nos veremos hoy, quizás es eso lo que me tiene estresado y no pueda concentrarme en la bendita clase. O por la incomodidad de que Catalina se haya tomado bien ese hecho, se lo dije el domingo en la tarde y me dijo lo mismo que mamá, que ella iba a entenderlo si hablábamos como dos adultos civilizados.

Cuando veo entrar a Cata, me tranquilizo un poco porque me sonríe discretamente. Se sienta donde siempre y teclea en su teléfono, me llega un "Buen día" que le respondo al instante. Me siento más calmado.

Me levanto y comienzo a repartir el trabajo de hoy. Quizás sea mi imaginación, pero todos están muy callados. Genial, ya maduraron un poco. Glenda no se ha puesto a molestarme, cosa rara que agradezco. Catalina y yo estuvimos mandándonos mensajes en toda la clase, haciendo que mi tensión por mi encuentro con Esmeralda desaparezca.

A la hora del almuerzo, voy caminando por los pasillos y diviso al conserje que está batallando con la aspiradora, así que me acerco a ayudarlo.

—Gracias —me dice cuando hemos logrado sacarla. Luego comienza a caminar, pero se detiene y se golpea la frente cuando va a medio camino. Desde donde está, me sonríe apenado—. Disculpa, ¿me harías otro favor, ya que estás ahí?

Le respondo un sí y me dice que hay unas herramientas que necesita, y si puedo llevárselas a los baños. El flojo no se regresó porque ya iba demasiado lejos. Aun así, me pongo a buscar entre un estante lleno de cosas del armario.

—Oye, creí que eras profesor de Historia y no un conserje. —Catalina se ríe y, cuando la veo, está recargada en la puerta, sonriéndome.

—Es que me paso de buena gente y le estoy echando una mano. —Me levanto y me acerco a ella. Miro a ambos lados del pasillo, hay demasiada gente, cosa que me obliga a reprimir mis ganas de besarla y suspiro, volviendo a ponerme en cuclillas para buscar las condenadas herramientas que no aparecen.

—Suerte, ya me voy. —Se agacha y como de rayo me besa la mejilla, luego se levanta y, cuando está por irse, de golpe cae al suelo y alguien cierra la puerta con seguro.

—¿Qué chingados? —Me hinco a su lado y la ayudo a incorporarse—. ¿Estás bien?

—Sí, sí, pero creo que lo ha hecho de nuevo. —Sé que se refiere a Glenda—. No puede ser, Darío. ¿Ahora cómo salimos de aquí? La vez pasada iba a llamar a papá, pero me arrepentí porque iba a armar un drama, y por eso te hablé a ti, ¡ahora estamos ambos aquí!

—Pues habrá que llamar...

No puedo terminar de hablar, porque la chillona voz de Glenda se oye por el pasillo.

—Lo lamento tanto, señor director, me apena, pero debo decírselo, es muy triste que su hija haga esas cosas, usted no se lo merece. —Las cejas negras de Catalina se fruncen al igual que las mías, sin comprender qué demonios le está diciendo esa mujer a Lauro—. Créame cuando le digo que a mí no me incumbe con quién esté su hija, pero me parece una falta de respeto que se esté besuqueando con él todos los días en el armario de escobas.

¿Pero qué mierdas? Esta mujer debe estar demente, ¿qué le pasa? ¿Cuál es su maldito problema?

—No —susurra Catalina cuando voy a decirle que nos va a descubrir—. Nos encerró ella, ¿no? A ti te pidieron un favor, ¿no es así? No estamos haciendo nada, Darío. Tenemos una historia convincente.

—Pero va a pensar mal —le digo. Ella lo sabe, su padre es muy imaginativo, va a uno: hacer una broma de esto o dos; Glenda lo hará dudar.

Nos levantamos del suelo y esperamos a que esto termine como deba, incluso me tomo el atrevimiento de besarla y unir nuestraas frentres unos segundos para calmarme un poco. Además, quizás sea la última vez, ¿no?

—Perdón, pero los encerré para que usted mismo lo viera y se entere la clase de cosas que hace su hija —continúa diciéndole Glenda, ahora parecen estar más cerca—. No lo vi a él, por eso no supe con quién se encontraba, pero sospecho que es Osvaldo Vidal. Ya la he visto con él de nuevo.

Catalina aprieta los ojos. Ninguno de los dos dice nada y yo solo puedo preguntarme en la cabeza quién carajos es Osvaldo. "Con él de nuevo". Esto hace que un nudo se forme en mi estómago.

—¿Qué? —Lauro suena furioso mientras se oye que saca un juego de llaves.

Finalmente abre y, con lo que nos encontramos, es con una bola de alumnos a rededor de la puerta y Lauro con la boca abierta y el ceño fruncido. Glenda, al igual que todos los demás, tiene la sorpresa marcada en el rostro, incluso puedo asegurar que se ha puesto roja.

—¿Qué chingados es esto, Darío? —Lauro está emputadísimo.

—Pues lo que creas, te prometo, por mi madre, que no es —digo. Todo el mundo sigue en su sorpresa, la única que ahora parece querer ponerse a llorar es Glenda.

—¿Qué más va a ser, señor Valdéz? Catalina está salvando su semestre. —La voz de José resalta entre la bola y siento unas intensas ganas de romperle el hocico al cabrón. Todos ríen.

No aguanto más.

—¡Cierren la puta boca, bola de inmaduros de mierda! —grito, provocando que despues haya puro silencio, incluso Lauro termina espantado por lo fuerte que suena—. Aquí, lo único que pasó, fue que yo estaba buscando unas pinches herramientas que me pidió el conserje, y de pronto Catalina cayó de bruces contra el suelo, después alguien, o más bien ahora lo sé, Glenda nos encerró. A ver, Lauro, ¿por qué una alumna tiene las llaves del armario? No es la primera vez que la encierra, ¿sabes?

Lauro no dice nada, está sorprendido aún por mi desquicio.

—O tú, Glenda, ¿por qué no dejas de meterte en lo que no te importa? ¿Por qué no dejas de actuar como una imbécil? ¿Por qué no maduras de una maldita vez? ¡Tienes veinticuatro años, por Dios, no cinco! —Glenda se muerde los labios y baja la mirada—. Ahora sí, todo vergüenza, pero muy valiente para levantar falsos e inventarse todo un escenario, ¿no? ¿Tienes al menos una jodida idea de lo que infantil que te ves actuando así? ¿De las consecuencias de tu comportamiento de chamaquita?

Ella parece que va a llorar de verdad, pues no me importa.

—Y tú, José, has de saber muy bien de qué manera se "salva el semestre" que aseguras tú que eso era, ¿verdad, cabrón?

No sé cómo me atreví a esto. Justo cuando termino de hablar, me doy cuenta de que puedo perder mi trabajo por esta pendejada. Maldita sea que ya me tienen hasta la madre todos con sus niñerías.

—¿Entonces? —Hasta en ese momento recuerdo que Catalina está a mi lado y la miro—. ¿Nos dejarás salir de aquí y tomarás cartas en el asunto? Que, por cierto, no es porque sea tu hija, sino porque eres el director y, lo que estamos presenciando todos, es algo completamente injusto e infame. ¿Me crees tan capaz de pisar la misma piedra aún por todo lo que te he demostrado? O mejor: ¿le crees a ella aun cuando te dijo él lo que pasó? Contesta.

El silencio vuele a reinar. Algunos alumnos comienzan a dispersarse, otros, como Glenda y Fernanda, hasta José y sus amigos aún están allí.

—Vuelvan a sus aulas. —Lauro por fin habla, señalando a todos a su alrededor. Luego nos señala a Catalina y a mí—. Ustedes, a mi oficina. Ya.

Comienza a caminar y nosotros lo seguimos. El miedo me invade de nuevo, me va a echar, es seguro que lo hará, acabo de cometer una falta.

—Estás pensando mal, papá, ¿verdad? Te conozco. —Catalina parece frustrada cuando nos encontramos los tres en la dirección.

—¿Es verdad lo que pasó? —nos pregunta. Que aún dude hace que mis ganas de gritar vuelvan, pero me aguanto cuando sigue hablando—. Díganme la verdad, es sencillo, porque...

—Lauro. —Lo detengo, tratando de no sonar furioso—. Es verdad, no tengo por qué mentir, si quieres pregúntale al conserje que me pidió el favor. No entiendo cómo puedes dudar así de mí, qué digo de mí, de tu hija. Y, ¿quieres que sea sincero? Si yo tuviera esa clase de intenciones, primero te lo digo en la cara, no necesito estar escondiéndome en un chingado armario para demostrarle mi afecto.

Puedo sentir, aún sin oírlo, que Catalina se burla de mí. No la culpo, lo que acabo de decir es algo más que irónico. Sí, claro, si así fuera la cosa, él ya sabría absolutamente todo desde hace mucho. Pero no, realmente soy un cobarde.

—Osvaldo —dice de repente, mirando a Catalina. La mandíbula se me tensa y la veo también.

—¡Oh, claro! Lo sabía, sabía que dudabas de mí, ¿es que no ves cuánto me ha costado levantarme que crees que volveré a caer? —Está enojada pero noto que se le quieren salir las lágrimas—. ¿Sabes qué? Me rindo con este tema. ¡Al carajo el puto título, me largo de aquí!

Sale, dejándome con la duda atorada en la garganta y a Lauro con una expresión que desconozco. ¿Desconcierto? ¿Duda? ¿Pena? Ni idea.

Me dice:

—Discúlpame, Darío, puedes irte, tomaré medidas por lo ocurrido.

A Glenda la suspendió por tres días, resultó ser que se robó la llave del armario desde la primera vez que encerró a Catalina y la copió, ¿de dónde había sacado esas ideas y por qué? Glenda rechistó y acusó a Lauro de "defender a su hijita", y fue cuando salté yo a decirle que era así, porque un padre actúa protector cuando le dañan a un hijo. Se enojó y lloró hasta que decidió largarse.

Cuando regreso a casa, le mando un tercer mensaje a Cata, a quien no vi las siguientes horas por ningún lado y no me había contestado los otros dos con los que quería saber cómo estaba.

Yo: ¿Quién es Osvaldo?

Sé que no me incumbe, al menos aún no, pero sí que es la única manera de hacer que ella me responda.

Catalina: Una relación tóxica en la que estuve en primer año, después de que todos me abandonaran. No es importante y no quiero hablar se eso contigo aún. No estoy lista.

Muero por preguntar, pero es evidente que no me va a decir nada, así que no insisto con eso, solo comenzamos a hablar de los planes para mañana, juntos en su casa.

Cuando dan las seis, me encamino hasta la esquina para tomar un taxi e ir a casa de Esmeralda. Me siento confiado, ella entenderá, lo sé. Por la buena relación que tuvimos al principio debe comprender que ser amigos será lo mejor, o quizás no vernos, pero que entre nosotros ya no puede haber nada más que eso, ya las cosas se rompieron feo hace rato.

—¡Darío! —Cuando abre la puerta, noto que está llorando—. ¡Viniste!

Me rodea la cintura con sus brazos y le correspondo dudoso. Entramos y me ofrece algo para tomar, cosa que niego.

A lo que vengo.

—Esmeralda, quiero que estemos bien. —Sonríe, creo que se está tomando todo de manera equivocada—. Quiero decir, no podemos estar juntos por todo lo que pasó, pero podemos ser amigos.

—No... ¡No puedes dejarme, tú me amas! —Avienta algo que se encuentra en la mesa, empujándolo de un manotazo.

—No, ya no te amo. —Retrocedo unos pasos, las cosas no están saliendo como planeaba.

—¿Entonces la amas a ella? —Todo se vuelve silencioso, lo único que puedo sentir es a mi corazón tener palpitaciones como un loco, no sé si por miedo, o por sus palabras. Creo que fue mala idea venir. Ella insiste en saber.

—Sí, la amo a ella.

Me giro y salgo de la casa, con esta mujer no se puede hablar. Marco el número de Catalina, quiero preguntarle si puedo ir con ella ahora, la necesidad de repetirle lo que me atreví a confesarle a Esmeralda me pica en la cabeza y el pecho. Quiero decirle que la amo. Oigo que contesta.

—¡No puedes dejarme, entiende! —Esmeralda sale tras de mí. Quito el teléfono de mi oído, asustado.

—Tú ya déjame en paz, por Dios —le digo calmado, no quiero armar un escándalo a media calle. Me vuelvo a poner el teléfono en el oído—. Cata, yo te a...

—¡No puedes dejarme porque estoy embarazada! ¡Y es tuyo, Darío!

Aprieto el teléfono con fuerza al escucharla.

—¿Qué? —Catalina es la que habla—. Esto... Yo... Ah...

Luego me cuelga. Esto tiene que ser imposible. Malamente salgo de un problema para irme a meter en otro. Soy el rey de los problemas.

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