11: Historia de amor
CAPÍTULO 11: Historia de amor
C A T A L I N A
—¿No van a hablar? —insiste, y yo no hago más que ver cómo Darío pasa sus manos por su cabello, devolviendo a su lugar los mechones que nuestro beso alborotó. Intento hablar yo.
—No es...
—No, Cata, no me van a salir a mí con el cuento de que no es lo que parece, porque no estoy ciega, mucho menos pendeja, se estaban besando, qué digo besando, se iban a tragar, ¿qué está pasando?
No sé ni qué decirle realmente, ser descubierta por Ana me dejó bloqueada. ¿Qué podía decirle? Si le digo la verdad, todo esto estallaría como una bomba al enterarse papá.
—Sí somos novios. —Darío se adelanta a decir mientras intenta no alterarse, más bien intenta actuar seguro—. Pero las cosas son algo complicadas, Ana. Me gusta tu hermana, en verdad, pero no sé cómo vaya a tomárselo tu padre, por eso con ella decidimos esconder nuestro noviazgo.
Me quedo paralizada por unos instantes. Le dijo que somos novios. Quizás eso sirva. Sería un desastre hablarle a mi hermana sobre nuestra relación profesor-alumna que se gustan de mucho y se están conociendo para intentar algo amorosamente. Y, por si fuera poco, la manera en la que nos conocimos... Dios, eso de mencionarlo ni de chiste.
—No queremos decirle por ahora, Ana, no se lo tomaría bien.
—Explícame por qué no. —Se cruza de brazos—. Mi padre te adora, Darío. ¡Acabas de oírlo insinuar el emparejarte con Cata! ¿Cómo iba a negarte ser parte de su familia al relacionarte con ella si ya de plano te considera como uno más?
Buena pregunta. Mi padre y él tiene una relación muy buena, son amigos desde hace como siete años, ni idea, no me sé la historia completa. Por lo que he visto, papá trata a Darío como el hijo que nunca tuvo, lo adula demasiado, y hasta sabe más de él que yo, lo noté cuando habló de los "malos ratos", Darío quedó como piedra al oírlo, como si todo aquello le pesara. ¿Qué será? De verdad estoy interesada en saber.
—Sí, somos buenos amigos. Por eso mismo la pienso, Ana. A ver, dime, ¿crees tú que tu padre acepte que uno de sus mejores amigos salga con una de sus hijas? ¡Me cortará los huevos! Nos llevamos bien y todo, pero no va a influenciar de manera benéfica para que me deje estar con ella. Y, si te soy sincero, temo eso —espeta, tomándome la mano, dejándome más sorprendida que al principio, así como también, enternecida. Está mintiendo, lo sé, pero escucharlo me hace recordar por qué razón comenzó a gustarme el tipo de las llamadas, siempre sabe qué decir, y también hacerme reír. Mi corazón comienza a latir como un loco, tanto que no pienso en lo que digo.
—Está bien, se lo diré ahora.
Darío me mira de inmediato con sus ojos bien abiertos, su mano aprieta más la mía, incluso siento que tiembla.
—¿De verdad? —Me pregunta, su voz deja de oírse tan segura como antes. Miro a Ana, ella tiene el ceño fruncido y una clase de sonrisa complicada.
—Sí, le voy a decir. —Ana analiza mis gestos, como buscando una mentira—. Ahora mismo, con permiso.
Beso de nuevo a Darío y me alejo, dejándolo con los nervios acelerándole el corazón, o eso creo. Me concentro y suspiro. Iré a mentirle a mi padre, bueno, a medias, pero le voy a "confesar" mi relación con mi profesor, que además es uno de sus mejores amigos. Dios, no sé cómo se lo vaya a tomar, pero ahora que Ana lo ha visto, ocultarlo no es una opcción.
Miro a papá. Él está sentado junto a mamá y mi tío Horacio en el sillón más grande de la sala, riendo de algo que tía Sarah acaba de decir. ¿Qué pensará de mí si le digo? Podría no hacerlo, me encantaría no hacerlo aun, pero, conociendo a Ana, ella sería capaz de gritarles a todos la escena que presenció, burlándose, o quizás con otra intención que piense que es buena. No sé, pero conozco demasiado a mi hermana.
Me quedo unos minutos allí hasta que camino.
—No le digas nada. —Giro de manera instantánea, Ana está atrás de mí, su expresión es indescifrable—. Mira, sabes que odio guardar secretos, más como estos que son una cosa importante.
—Sí, recuerdo cuando te confesé mi crush por el chico de la tienda de la esquina y fuiste a decirle, el hijo de su mamá se la pasó una semana aconsejándome buscar chicos de mi edad, ya después no quería ir a la tienda porque me daba vergüenza verlo a la cara. —Ruedo los ojos y ella aguanta la risa.
—Cata, el morro tenía siete años más que tú y tú tenías catorce. Creo que hasta ahora me doy cuenta de que siempre te gustaron mayores. —Niega con la cabeza y luego su rostro abandona la diversión y suspira—. A lo que voy, es que esta vez no te voy a delatar. Menos voy a permitir que le confieses su relación a papá, creo que no es momento, se armará un drama si sucede una negativa de su parte y no quiero arruinarle el cumpleaños a mamá. Aunque te diré que sí o sí deben planear cómo decirle si su relación va como Darío me la acaba de contar. Qué bonita historia de amor, hermanita, ¿eh? Divertida también.
Y riendo, se aleja. "¿Historia de amor?". Ay, no, solo espero que no se le haya ocurrido a él contarle todo, que, la que le cortará los huevos, seré yo y no mi padre.
—Bueno, me van a disculpar, pero debo irme. —Darío regresa con una sonrisa y comienza a despedirse de todos, alegando que tiene un día ocupado mañana.
Yo solo quiero preguntarle qué cosas le dijo a mi hermana para que cambiara de opinión, pero sé que no es el momento ni el lugar para vivir esa escena.
Lo veo irse y suspiro. Se despidió de mí con la mano y con un guiño discreto. En ese momento morí de ganas de correr a despedirlo como se debe, pero ni siquiera sé si, despedirlo como se debe, implique lo que realmente quiero, debo o puedo hacer, como besarlo y tocarlo por todas partes.
Cuando llego a casa, decido mandarle un mensaje, preguntándole sobre lo que habló con mi hermana. Me recuesto en mi cama y suspiro. La repentina vibración de mi teléfono de trabajo me hace entrar en alerta, pensando que había sido el mío y que él me estaba llamando para decirme, pero ni siquiera me contesta el mensaje.
He estado ignorando ese teléfono por una semana entera, mi jefa debe estar odiándome con el alma ahora mismo. Lo primera vez que lo hice, me dijo que, si rechazaba las llamadas de los clientes, la que salía perdiendo más era yo. Tiene razón, de hecho, me estoy quedando sin dinero. Maldita sea que no sé qué me ocurre, aunque me vería muy imbécil negándome a mí misma que en esto ha tenido que ver Darío. Cada vez que me visita, me olvido por completo del vergonzoso trabajo que tengo.
Recuerdo que lo conseguí por medio del periódico y, mi "entrevista" perfecta para que me lo dieran, fue hacer una voz seductora con la que mi jefa quedó encantada y me contrató de inmediato, llamándome "Gema", debido al nombre de la línea Diamantes y flores, donde incluso hay chicas que tienen nombres como Lirio, Rubí, Zafiro, Perla y hasta Gardenia, eso fue lo que más me gustó del trabajo. Y la paga, por supuesto, es muy buena.
Darío: Solo cosas buenas, le conté nuestra historia de amor, cariño.
Cuando miro su respuesta, le muestro mis dientes a la pantalla, este hombre está loco, en las clases no lo parece, se ve tan profesional que cualquiera diría que es un ogro, pero solo yo puedo asegurar que es un amor.
Yo: Pues yo también quiero que me la cuentes. Creo que ya la olvidé, "cariño".
Mientras espero su respuesta, comienzo a quitarme la ropa para remplazarla por mi pijama, que consiste en un short blanco y una blusa de tirantes roja con pingüinos estampados. Me cepillo el cabello, deshaciéndome del exceso de crema para peinar y, cuando termino, me recuesto.
Darío: Te la contaré mañana, con lujo de detalles, mientras vamos de camino a una cita de verdad.
Yo: ¿Cita?
No responde.
Yo: ¿De qué hablas?
¡Darío!
Insisto, pero el desgraciado no me contesta. Al final, decido mejor dormirme. Acordamos vernos hasta el domingo, pero, ¿a quién engaño? Por supuesto que muero por saber qué haremos mañana.
Darío: ¿Ya te levantaste?
Despiesto con ese mensaje. Tallo mis ojos para leerlo mejor. "Estoy afuera", añade y los agrando. ¿Qué?
De inmediato intento llamarle, pero escucho que toca la puerta y salgo como de rayo de la cama, dejando el teléfono en la cama. Abro y es verdad. Está aquí, mirándome como si no notara el hecho de que estoy con un pijama de pingüinos y estoy toda desgreñada, me sonríe grande, mostrándome sus dientes. Lleva una ropa casual de solo una camisa blanca de mangas largas, unos pantalones azules y tenis. También un lindo sombrero que parece de pezcador que luce mucho con sus mechones. Me encanta cómo se ve.
—Buenos días, ¿vamos? —Mi reacción es mirar mi ropa, solo hasta ese momento se da cuenta de lo que llevo—. ¿Pingüinos?
—¿Qué? Son adorables, no te burles —me defiendo, descubriendo que mi voz suena rasposa, estoy seca. Aclaro mi garganta—. ¿A dónde vamos? ¿Y ese auto?
En la entrada está un bocho azul muy gracioso.
—Es de Carlos, se lo pedí prestado, porque, para donde vamos, es un poco lejos. —Me sonríe, como si todo el asunto lo pusiera más que contento, como si estuviera esperando por mucho tiempo a que este momento llegara.
Diez minutos después, estoy montada en el gracioso bocho. Huele a aromatizante de pinos revuelto con no sé qué, y no quiero averiguarlo. En el espejo retrovisor hay un colgante que parece tener un llavero, donde hay una fotografía de un moreno y una rubia, ambos mirándose tan enamorados que sonrío.
—Son Carlos y su novia Melanie, la loca de los colores de cabello; se lo cambia a cada rato —me explica sin que lo pregunte y arranca.
El camino hacia no sé dónde es largo. Me va diciendo en el camino que él paga siempre para que lo lleven, y que es la primera vez que va manejando hasta allá. Le pregunté a dónde íbamos como unas diez veces, y las mismas me las negó. Cuando comienzo a ver solo árboles, la desesperación aumenta.
—Si no me vas a decir a dónde vamos, dime qué fue lo que le dijiste a Ana.
Mis palabras parecen causar un efecto extraño: sonríe y asiente, luego, antes de hablar, gira a la derecha, llevándonos por otro camino más. Ya me cansé.
—Mira, es allá. —Me señala una casa a lo lejos, está sola entre la terracería del camino—. Le dije que fue dos semanas antes de entrar a la universidad y que nos conocimos por una equivocación telefónica.
—Sí, claro. Debías marcar al sexólogo y llamaste a la línea erótica por error. Lo normal. —Me río, pero luego la duda me inunda—. ¿Le contaste la verdad?
—Claro que no, me la imaginé dándome una patada, así que definitivamente no. —Parece imaginarse la escena de nuevo y niega con la cabeza—. Le dije que me equivoqué al anotar el número de una pizzería. Que te pedí una pizza familiar y te di mi dirección sin siquiera dejarte aclarar que no eras una pizzería y te colgué.
Me da mucha gracia imaginarme su voz pidiéndome una pizza y me río, negando con la cabeza mientras continúa con la historia.
—Media hora después te marqué, diciéndote que era un mal servicio y un montón de cosas más y te colgué de nuevo. —Él también comienza a reírse. No puedo imaginar que se lo haya contado a Ana, seguro fue más gracioso para ella escucharlo. Continúa—: Y luego, como tú te habías grabado mi dirección, ya que quedaba cerca de tu casa, me llegaste emputadísima, diciéndome que me había equivocado de número. También que era un imbécil y más insultos, para después irte echando humo. Al final, le dije que me aproveché del hecho de tener tu número para molestarse, pero luego empezaron las llamadas y al final la primera cita. Que quedaste enamorada de mí y yo de ti como un loco.
Lo último me hace sonrojarme y, intentando despabilar los nervios, le digo:
—Cuánta imaginación tiene, profesor, debería escribir un libro.
Él termina sonriéndome mientas se estaciona por fin en la entrada de la casa y me invita a bajar cuando él lo hace. Ambos nos paramos en la puerta.
—Bienvenida a la casa de mi madre —suelta, alterándome de inmediato.
—¡¿Me trajiste a conocer a tu madre?!
Esto está yendo más rápido de lo que debería, de hecho, siquiera es algo concreto aún. Ay, Dios mío. Tengo miedo y vergüenza juntos, ni siquiera lo dejo contestar cuando huyo cobardemente hasta el auto y me encierro de nuevo allí.
Él comienza a reírse de mí sin descaro.
—¿Te da miedo? —asiento, avergonzada—. No, no he venido a presentarte a mi madre. Aunque sí que muere por conocerte, pero no. Ella se fue de viaje, te traje acá para estar solos.
Mi mente viaja de inmediato a donde no debe y le alzo una ceja.
—Eh, no, espera, no mal pienses. —Lo noto nervioso—. Es que, a pesar de que pasamos la tarde agradable juntos en tu casa, no puedo evitar pensar que, en cualquier momento, puede llegar alguien de tu familia.
Esa ternura me derrite. ¡Dios! Que ya se calme porque no voy a aguantar más y le gritaré el mundo lo loca que me tiene. Incluso hasta mi familia se entera.
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