Capítulo 8
Nuestros amigos fueron a visitarnos tal y como lo habían prometido.
Debo confesar que en un principio creí que no irían y que sólo lo habían dicho para quedar bien con Jimin.
Fue un día largo para nosotros. Tuvimos que salir de compras para abastecernos de frituras y comida chatarra. Decidimos comprar comida tailandesa para cenar pues Jimin no tenía ánimos de cocinar; estaba tan emocionado por volver a ver a Taehyung que daba botes de alegría por todas partes. Compramos ropas especiales para ese día en Loreto Plaza. Jimin se consiguió un par de camisetas y pantalones entallados. Yo vi en los escaparates un hermoso esmoquin de terciopelo negro en una tienda de trajes de noche, robó mi atención y me enamoré de él desde el primer momento en que lo vi, venía junto a una elegante camisa negra y el maniquí que lo llevaba puesto lucía un reloj con pequeñas piedras negras que hacían juego. No podía dejar de verlo. Era encantador. Pero Jimin se negó a comprarlo.
—Es como para usar en un funeral —comentó—. Nadie ha muerto, así que no lo compraremos.
Tenía razón hasta cierto punto, pero yo quería poseer ese traje.
Pensé, medio en broma, que debía asesinar a Jimin para tener una razón y comprarlo.
Al decirle lo que había imaginado, él soltó una carcajada y rodeó mis hombros con un brazo.
Luego del incidente con el traje me negué a seguir participando en las compras, así que Jimin se encargó de todo y me compró los mismos conjuntos que él había elegido, aunque de colores más oscuros y no tan ajustados. A él le gustaba usar ropas coloridas, a mí me gustaban más las escalas de grises.
Nuestros amigos llegaron esa noche al departamento cargados con su equipaje. Aparcaron su auto junto al nuestro en el estacionamiento. Hubo un intercambio de besos y abrazos. Harvey tuvo el descaro de saludarme con un delicado beso en los labios, Jimin sonrió divertido ante ese gesto y yo quise golpearlo.
Nos sentamos a la mesa, entre bromas y risas, y comenzamos a devorar la comida tailandesa. Acompañamos cada bocado con tragos de cerveza. La habitación se llenó con el sonido de sus carcajadas pues yo hacía todo lo posible por mantenerme en silencio; no me sentía con ánimos de socializar con ellos. Me era imposible desenvolverme estando en presencia de otras personas distintas a Jimin. La conversación que ellos mantenían no tenía ningún sentido, un minuto hablaban sobre el clima y al siguiente estaban quejándose del tránsito de la carretera.
—¿Cuánto tiempo se quedarán? —pregunté luego de sumirnos en un breve silencio.
Mi voz se escuchó un poco ronca, como si hubiera pasado mucho tiempo sin pronunciar una sola palabra en la vida.
—Una semana. —Taehyung sonrió.
—¡Debemos ir a Leadbetter Beach mañana mismo! —exclamó Jimin dando una palmada.
Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que sólo organizaba esa salida porque quería lucir medio desnudo ante Taehyung y Jungkook.
Luego, los escuché hacer planes para su estancia en Santa Barbara mientras que Harvey quería visitar las tiendas en busca de un lindo obsequio para su pareja.
Aquella noche no logré conciliar el sueño.
Pensé al principio que se debía a que no estaba nada acostumbrado a que hubiera más personas en nuestro apartamento.
Harvey y Jungkook dormían en dos sofás.
Taehyung compartía la cama con Jimin.
Pasé tres horas moviéndome en la cama sin encontrar la posición más cómoda, sin poder conciliar el sueño. No lograba comprender qué era lo que me provocaba tanta inquietud. No entendía por qué era que me afectaba tanto que mis viejos amigos estuviesen de visita.
No...
Sí lo entendía.
No quería tener que compartir a Jimin con ninguno de ellos.
Desde que los vi entrar por la puerta supe que Jimin me haría a un lado para estar con sus viejos amigos. Nuestro vínculo, que apenas comenzaba a surgir, peligraba mientras Taehyung, Harvey y Jungkook estuvieran presentes. Jimin no tardaría en comenzar a enviarme lejos para gastar todo su tiempo con ellos.
Tenía que evitarlo a toda costa. Jimin no podía hacerme a un lado.
Llamó mi atención el sonido que produjo Taehyung al removerse bajo las sábanas. Mis ojos viajaron hacia la almohada sobre la que descansaba su cabeza. Por un segundo me dio la impresión de que podría ahogarlo con ella y al día siguiente fingiría que estaba destrozado por su muerte. Jimin me creería. Quizá mataría a dos pájaros de un tiro y conseguiría ese hermoso traje negro; lo usaría para asistir al funeral de Kim Taehyung.
Jungkook y Harvey se irían de vuelta a Georgia.
Y Jimin se quedaría conmigo.
Me levanté sigilosamente y avancé hasta la cama que compartían ellos dos. Estaba a punto de tomar la almohada de Taehyung cuando Jimin soltó un quejido y se removió bajo su cobertor escarlata. Retrocedí un par de pasos. Jimin seguía dormido, pero sin duda despertaría al sentir a Taehyung retorciéndose bajo la almohada. No podía eliminarlo en ese momento. No con Jimin siendo un potencial testigo.
Si él me descubría, ¿qué podría hacer yo?
Volví a mi propia cama y me hice un ovillo bajo mis propias sábanas.
A la mañana siguiente, desperté gracias al aroma de waffles y café negro recién preparado. Cuando me incorporé me percaté de que Jimin y Taehyung ya habían despertado. Me levanté y me acicalé un poco el cabello antes de salir de la habitación arrastrando los pies. Los cuatro estaban sentados a la mesa devorando el desayuno que al parecer Taehyung había preparado. Jimin habría ordenado comida a domicilio y los muchachos no iban a prepararnos nada para comer, par de inútiles.
Estaba tan enfurecido, los cuatro habían comenzado el desayuno sin mí.
Y a juzgar por las ropas veraniegas que vestían, supe que irían a Leadbetter Beach.
Estaba ocurriendo tal y como yo lo había imaginado.
Jimin se mostraba demasiado cariñoso con Taehyung. Lo llenaba de besos en las mejillas y le pasaba un brazo por encima de los hombros mientras reía a carcajadas. Parecía que nadie se daba cuenta de mi presencia. De pronto me había vuelto invisible para todos ellos.
Esos besos eran míos.
Esos abrazos me pertenecían.
Nunca había odiado tanto a Taehyung como en ese momento.
Me acerqué a ellos y tomé asiento entre Jungkook y Harvey. Ambos me saludaron con amplias sonrisas rebosantes de hipocresía. Taehyung me dio los buenos días. Tuve que reprimir un impulso para evitar dedicarle una señal obscena con el dedo medio, aunque seguramente tardaría tanto en flexionar mis dedos al intentarlo que no lograría el efecto deseado.
Me ofrecieron un plato con tres waffles cubiertos de miel de abeja y una taza de humeante café negro sin azúcar.
Antes de siquiera probar un bocado, todos ellos se levantaron.
Ni siquiera los miré.
—Iremos a recorrer Leadbetter Beach, Yoongi. —dijo Jimin esbozando una cínica sonrisa.
—Te invitaríamos, pero hace ya bastante tiempo que no salimos sólo nosotros cuatro. —secundó Taehyung intentando parecer dulce.
Apreté con fuerza los dientes y asentí con la cabeza. Se despidieron de mí y se fueron, cerrando la puerta detrás de ellos. No me habría sorprendido que me dejaran encerrado en el departamento, aunque no podrían hacerlo ya que yo tenía mi propio juego de llaves.
Esperé a escuchar el sonido del motor del auto de Jimin.
¿Por qué?
Era todo lo que me preguntaba.
Ellos solían ser mis únicos amigos, al menos los únicos con quienes podía escapar del infierno de vivir con la feliz familia Min, y parecía que me habían olvidado.
Pero... ¿Eso era lo que me dolía?
No.
No dolía.
Me enfurecía ver cómo alejaban a Jimin de mi lado.
Park Jimin.
El único que fue a visitarme en el hospital mientras me recuperaba. La persona que me había ayudado a salir de Georgia, aunque no fuera esa su principal intención. Park Jimin, el chico que me provocaba mariposas en el estómago a pesar de su promiscuidad. No me atraía, en lo más mínimo. Pero era mío, y no estaba dispuesto a compartirlo con ninguno de ellos.
Ni con Taehyung, ni con Jungkook, ni con Harvey.
La furia me invadió.
De pronto me encontraba lanzando lejos los platos y las tazas de café, que se hicieron añicos al impactarse contra el suelo. Poco me importaba pensar en una excusa para ellos cuando volvieran. Culparía a ese maldito felino que nos visitaba cada noche, diría que había provocado un desastre mientras yo estaba en la ducha.
Me dirigí a la cocina. Debía borrar todo rastro de Taehyung que hubiese en nuestro departamento. Los utensilios para cocinar el desayuno aún estaban esparcidos por toda la pequeña habitación. Los miré con desdén, ¿así que además de dejarme ahí, esperaban que hiciera la limpieza de ese desastre? Lancé todo con furia al suelo. Mis pies desnudos se ensuciaron con la mezcla para hornear los waffles, me provocó asco.
Debo haber estado gritando, pues alguien llamó a nuestra puerta.
Tardé un poco en controlar mi respiración, que en ese punto era pesada y agitada.
Acudí a abrir la puerta y me encontré con nuestra vecina del departamento de abajo. Era una madre soltera, de treinta y cinco años aproximadamente, morena y de ojos color avellana, piel apiñonada y esbelta como un mondadientes. Tenía un hijo pequeño de unos cinco o seis años que siempre jugaba con un balón de soccer en el aparcamiento. A juzgar por la hora, el niño debía estar en el colegio. La mujer me miraba como si yo estuviera a punto de morir, ¿acaso tanta lástima le provocaba a las personas?
Eso me enfureció más.
—Buen día, joven Park.
¿Park?
Era como si ese día el mundo conspirara en mi contra.
—Jimin no está aquí —respondí con desdén y sin dignarme a mirarla—. Yo soy Min Yoongi.
Era la primera vez que cruzaba palabras con ella.
—Mil disculpas, joven Min.
—¿Qué quiere?
A cada segundo estaba más enfurecido.
—Escuché ruidos y me preocupé... ¿Se encuentra bien? ¿Puedo pasar? ¿Necesita ayuda?
Yo no necesitaba ayuda.
¡Todo era culpa de Taehyung y ese par de inútiles!
Mi respiración comenzó a agitarse nuevamente. Quería empujar a esa mujer a través de la baranda del balcón que conectaba todos los apartamentos de la baranda superior. La caída no la mataría, pero quizá le rompería un par de huesos.
Vi que tuvo la intención de entrar sin mi autorización. De pronto ella tenía una mano sobre el marco de la puerta y un pie dentro de nuestro departamento. Así que cerré la puerta gritando que se fuera.
La violencia fue tal que logré sacar su pie por la fuerza pero sus dedos quedaron atrapados entre la puerta y el marco. Ella gritó como una condenada, como si la estuviera asesinando. Abrí y cerré la puerta con violencia un par de veces para que ella sacara sus inmundos dedos. Cuando lo logró, escuché los murmullos de los otros vecinos. Aseguré la puerta y vi que había rastros de sangre en la pared y en el marco.
Se había atrevido a ensuciar mi pared, la muy maldita.
Los vecinos continuaban hablando, cotilleando; escuché lloriquear a la mujer.
—¡Lárguense! —grité tan fuerte como pude y se hizo el silencio en el pasillo.
Recargué mi espalda contra la puerta y me deslicé hasta llegar al suelo, con la esperanza de que eso fuera suficiente para que nadie entrara. Me cubrí la cara con las manos e intenté relajarme. Mi pulso estaba tan acelerado que podía escuchar mi corazón, lo sentía retumbar contra mi pecho. Me costó bastante lograr que mi respiración se normalizara.
Por extraño que parezca, no me arrepentía de lo que le había hecho a la mujer. Ella se lo había buscado y yo deseaba con todas mis fuerzas poder tener su mano atrapada entre el marco y la puerta de nuevo. Si eso ocurría, aprovecharía el momento para tomar un cuchillo y cercenar su mano.
Tuve un momento de lucidez.
Aquello me había dado algo en qué pensar.
Miré las cicatrices que rodeaban mis manos y me pregunté: ¿Por qué debía ser yo el único que sufriera con esa maldición?
Jamás volvería a ser el mismo. No importaban las terapias ni los ejercicios para recuperar la movilidad. Había quedado destrozado y ellos tenían la culpa. Harvey, Jungkook, Jimin y Taehyung eran los únicos responsables. Debía hacerlos pagar por haberme condenado a vivir sin poder mover mis manos.
Un sonido que me pareció ajeno me hizo salir de mis pensamientos tan de golpe que me desorienté por un segundo.
¿Yo había provocado todo ese desastre? ¿Yo había roto toda la loza y había dejado la cocina mucho más sucia de lo que ya estaba? Me pareció todo tan distante, tan lejano, y ese sonido no dejaba de escucharse. Era una canción de Coldplay cuyo título no podía recordar.
Sonreí al recordar a Jimin. A él le encantaba la música de Coldplay.
Busqué la fuente de ese sonido hasta que lo encontré.
Olvidado en el sofá donde había dormido Harvey, estaba su móvil.
Lo tomé en mis manos y vi que había una llamada entrante. El número no estaba registrado en su agenda de contactos. Algo me compelió a pasar un dedo por la pantalla táctil para responder.
—¡Hola, bonita! ¡Te extraño mucho!
—¿Hola? —dije inseguro, y un por un momento me sentí como uno de esos novios celosos que espían a sus parejas infieles.
—¿Yoongi?
Sentí que mi mundo se derrumbaba. Tantas cosas que me habían pasado, y luego eso... Reconocí la voz perfectamente. No podía siquiera imaginar que Harvey fuese tan descarada como para meterse con ella. Y no quería creer que los comentarios que ella hacía sobre ser bisexual no fueran realmente bromas y que fuese tan estúpida como para haber caído en sus trampas seductoras. Quizá Harvey la contagiaría de alguna enfermedad venérea incurable y ella aprendería a dejar de acostarse con cualquiera. Especialmente con mi ex novia. Escuchar su voz al otro lado de la línea provocó que por primera vez experimentara el dolor de tener el corazón roto. Estaba claro que ella había llegado al mundo para quitarme todo lo que me pertenecía. Primero el amor de mis padres, luego a la chica con la que solía salir. No tenía límites. Por eso ella quería ir a visitarme, para robarme también a Jimin.
La persona que me hablaba al otro lado de la línea era Jennie.
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