Capítulo 6
Cuando desperté al día siguiente aún no había amanecido. Tuvimos que extender un par de sábanas en el suelo del que sería nuestro dormitorio ya que no teníamos camas. No había realmente ningún tipo de mueble, a excepción de los pocos que llevamos con nosotros en el auto. A pesar de que el piso estuviese tan duro que me provocó dolor de espalda, me fue imposible quejarme por la incomodidad. Era mucho mejor dormir en el suelo que en aquella cama mullida con dosel en casa de mis padres, aquella con resortes que rechinaban cada vez que me sentaba en la orilla para calzarme los zapatos.
No teníamos cortinas en el dormitorio, así que nuestra privacidad era nula.
Alcancé a ver por la ventana los ojos amarillos de un gato negro que brillaban en la oscuridad nocturna. El felino estaba en nuestra terraza y me pareció ver que estaba devorando un ratón. Sonreí y pensé en abrir la puerta de la terraza para que entrara y comiera en la comodidad de nuestro departamento. Al incorporarme, el gato se percató de mi presencia y salió corriendo tan rápido como pudo.
Ese felino seguramente quería ser libre y yo respetaba eso.
Me identificaba con ese deseo de tener libertad. Aunque, a decir verdad, verlo me hizo desear tener una mascota. Quizá podría conseguir un perro faldero, un gato siamés o un par de peces.
Miré a Jimin. Él estaba recostado a mi izquierda envuelto de pies a cabeza con un cobertor púrpura, respiraba acompasadamente, se encontraba en posición fetal y abrazaba una almohada contra su pecho. Sonreí al imaginar que en un par de horas despertaría y se quejaría del mismo dolor de espalda que yo tenía.
Retiré la manta roja que aún cubría mis piernas y me puse de pie. Por un momento me alarmé por la falta de privacidad, creí que algún vecino o vecina indiscreta me estaría espiando en ese momento y me habría visto usando únicamente una delgada camisa y mis boxers color negro. Ni siquiera llevaba puesto el pantalón e iba descalzo. Miré por la terraza y la increíble vista logró hacer que olvidara al posible espía.
Salí de la habitación y me dirigí a la cocina para buscar mi móvil. Lo encontré conectado a la alimentación eléctrica, en el mismo sitio donde lo había dejado la noche anterior. Presioné un botón para ver el reloj en la pantalla; faltaba poco para que tuviera la batería totalmente cargada y según el reloj eran las cinco de la mañana.
No había llamadas perdidas ni mensajes de texto de Jennie.
Dejé de nuevo el teléfono en su lugar y me dirigí al cuarto de baño.
Aseguré la puerta tras entrar para evitar visitas indeseadas por cortesía de Jimin y su mala manía de querer orinar en los momentos menos esperados. Usé el inodoro y me dispuse a darme una ducha. Me desnudé y abrí el agua caliente. Luego tuve que pasar cinco minutos intentando que mis dedos volvieran a su posición original pues se habían adaptado a la forma de las llaves del agua.
Tardé casi quince minutos en salir.
La habitación se llenó con el vapor, se empañaron las ventanas y los espejos. Sentí un terrible dolor al flexionar mis dedos para lavar mi cabello, o para tomar el paño y frotar mi cuerpo. ¿Cómo podría cualquiera vivir así?
Al salir de la ducha cubrí mi cuerpo con una de las toallas que Jimin había colocado sobre el tanque del inodoro. Era suave y de color blanco. Tenía mi nombre bordado con hilo negro. Era un original, y estúpido, regalo de cumpleaños que mi madre me dio cinco años atrás. Me miré en el espejo que estaba sobre el lavamanos, y con el dorso de mi mano derecha limpié el vaho para descubrir mi imagen. Me desconocí por completo al verme. Esos vivos ojos negros que me devolvían la mirada a través del espejo parecían pertenecerle a otra persona, mi piel se veía más pálida de lo que recordaba, mis facciones se habían vuelto más maduras y mi postura se veía más imponente, mi abdomen se percibía más marcado y plano. Era como si recién en ese momento hubiera tomado plena conciencia de cada parte de mí. De cada pequeña fibra de mi cuerpo.
Los rasguños y golpes del accidente habían desaparecido casi por completo, lo único que era aún bastante notorio eran las uniones de mis muñecas.
Comencé a ejercitar mis dedos de la misma forma que lo hice durante el viaje, me cepillé los dientes y salí de la habitación.
Volví a mirar mi móvil en la cocina y lo desconecté.
Aún no había noticias de Jennie.
Volví al dormitorio.
Jimin aún no despertaba. Abrí mi equipaje en busca de ropa. Me vestí en silencio intentando no despertarlo. Esperé a que mi cabello se secara para acomodarlo mejor.
A las nueve en punto, Jimin dio señales de vida.
Yo me encontraba en la terraza, me hacía bien el aire fresco. Él salió a hacerme compañía. Llevaba puesto aún el camisón blanco que usaba para dormir; era corto, apenas llegaba a cubrir su trasero y dejaba transparentar su abdomen y su prenda intima. Me saludó con esa sonrisita estúpida tan propia de él.
—Tengo hambre —fue lo primero que dijo adormilado—. ¿Quedó pizza de anoche?
—Se acabó. Podríamos ir a un supermercado y llenar la alacena.
—No quiero. —se quejó imitando a un niño pequeño.
—¿Qué desayunaremos entonces?
—No quiero cocinar. —respondió con su rabieta.
Entró de vuelta al departamento y volvió para ofrecerme su móvil, diciendo:
—Tomaré una ducha, mientras tanto ordena una pizza.
—Vas a inflarte como globo si sigues viviendo a base de pizzas y cervezas.
—Sólo por hoy —suplicó—. Al terminar iremos a Loreto Plaza y comenzaremos a comprar cosas para el departamento.
—¿Con qué dinero?
—He robado todas las tarjetas de mi padre antes de salir de Georgia —respondió con un guiño—. No pienso volver, así que no me importa gastar todos sus ahorros.
No pude evitar sonreír. Si hubiera tenido acceso a las cuentas del banco de mis padres yo también lo habría hecho.
Tras torturarme para presionar las teclas del teléfono para hacer una llamada, ordené la pizza mientras escuchaba a Jimin cantar una canción de Rihanna.
En la nevera aún había un par de cervezas, así que ese fue nuestro desayuno.
A las once en punto salimos del departamento y subimos al auto. Pude ver a los sujetos que nos habían ayudado a llevar nuestro equipaje, uno de ellos coqueteaba con una jovencita que me recordaba a Jennie. Jimin los saludó agitando la mano, les lanzó besos al aire en broma y nos pusimos en marcha.
Vivíamos bastante cerca de Loreto Plaza, pero Jimin no aparcó el auto en aquel lugar, en vez de eso remontamos State Street para recorrer nuestros alrededores; él pisaba a fondo el acelerador y su selección de música sonaba a todo volumen.
Vimos tres hospitales en nuestro camino, y supuse que debía visitar alguno de ellos para tomar la terapia que necesitaba. Había tantos centros comerciales que no fue difícil adivinar por qué a Jimin le gustaba tanto aquella ciudad. Él amaba las compras. Pasamos por fuera de la librería pública y el museo de arte de Santa Barbara, ambos sitios estaban ubicados cerca de un teatro y otro centro comercial. Clubes nocturnos, restaurantes de comida rápida y hermosos parques eran todo lo que se veía. Jimin no paraba de decir que debíamos visitar todos aquellos lugares luego de ir a Leadbetter Beach.
—Si hubieras traído contigo un bikini sensual, Yoongi, justo en este momento estaríamos en la playa. —él bromeó.
Nuestro paseo duró casi tres largas y divertidas horas hasta que aparcamos afuera de Mesa Village, un centro comercial en Meigs Road. Jimin despilfarró ahí el dinero de sus padres como si no hubiese un mañana, incluso hizo uso de sus encantos para lograr que nos hicieran descuentos que parecían una broma. En tan solo un día logramos amueblar nuestra sala de estar con un estilo minimalista. Debíamos amueblar aún la habitación y comprar electrodomésticos, pero con eso teníamos suficiente para empezar.
El resto del día lo ocupamos en comprar ropa.
—Te ves tan de pueblo, amigo —Jimin me decía—. Ya no estás en Waycross ni mucho menos en Daegu allá en Corea, ¡estamos en California! Debes verte más como alguien de Santa Barbara.
No estaba acostumbrado a utilizar prendas tan coloridas, me sentía demasiado llamativo e incluso creía que no podía verme tan bien como Jimin.
—Luego de la cena vamos a modelar todo lo que hemos comprado hoy. —comentó divertido pasando por mi lado.
Nuestros muebles llegarían tres días después de haberlos comprado, por lo que esa noche tuvimos que cenar sobre cajas de cartón. Llenamos la alacena gracias a un viaje al supermercado más cercano, así que por fin dejamos la pizza en el olvido. Jimin preparó un delicioso plato de pasta y lo acompañamos con un buen trago de vodka. Supuse que mi hígado me cobraría aquellas andanzas en algún momento, pero mientras no reclamara entonces yo no tendría problemas para seguir bebiendo.
La pasta estaba deliciosa.
Jimin era un excelente cocinero.
Me sentía muy hambriento luego de un día tan agotador, tanto que me serví tres platos de pasta. Jimin sólo comió uno antes de ir a tomar una buena ducha para relajarse. Me sentía con ánimos de ayudar en casa, así que intenté recoger los platos. Me costó mucho trabajo hacer que mis dedos recuperaran su posición original pues ya se habían acostumbrado a sostener el tenedor de plástico. Cuando finalmente lo logré, lancé lejos ese pequeño objeto y solté un epíteto.
Un nudo apareció en mi garganta.
No engañaba a nadie diciendo que podría acostumbrarme a vivir sin poder mover mis manos como es debido.
Sentí tremendas ganas de llorar al ver mis cicatrices.
En una de las cajas que aún no desembalábamos estaba resguardado mi amado violín. Solté un sonoro sollozo al recordar aquellas noches en mi casa cuando me atacaba el insomnio y me sentaba en el alféizar de la ventana para dedicarme a componer piezas musicales.
Me preguntaba: ¿cuándo volvería a tocar el violín?
Y, lo más importante: ¿alguna vez podría volver a hacerlo?
—¿Yoongi?
Me giré al escuchar la voz de Jimin a mis espaldas. Me miraba con angustia. Incluso parecía que tenía miedo de acercarse.
—Oh, cariño...
Se conmovió al ver mis ojos anegados en lágrimas. Acortó la distancia entre nosotros y me envolvió en un fuerte abrazo.
Fui incapaz de responder el gesto. Mantenía una lucha interna para evitar llorar enfrente de él. Sentía tanto odio. Tanta ira. Sentí que iba a explotar.
Jimin se separó de mí en ese momento, me miró con sus hermosos ojos y me besó en los labios. Fue tan rápido que me tomó por sorpresa. Me sonrió y me dio una delicada palmada en la espalda.
Aquel beso provocó mariposas en mi estómago. No entendía qué ocurría con Jimin o conmigo. Le devolví la sonrisa y él me tomó de la mano, acariciando mis cicatrices con las yemas de sus dedos. Vi que seguía angustiado.
Nunca me había importado que las demás personas quisieran demostrarme su apoyo, su solidaridad o su lástima. Sin embargo, sentí el deseo de ser fuerte por Park Jimin.
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