▫️ Capítulo 28 - La visita -▫️
La luz cegadora hace que despierte de mi desplomo, pero vuelvo a ver negro un segundo más porque mis ojos están adoloridos. Oigo pasos, personas charlando, teléfonos sonando. Hago el intento de abrir mis ojos.
—¿Qué tenemos aquí? —oigo a Dylan decirle lo que me sucede—¡traigan una camilla de inmediato!
—¿Qué me está pasando?
Los doctores corren y Dylan me acuesta en la camilla. Ella me toca la muñeca.
—Está helada y sus ojos están rojos ¿ha dormido en las últimas horas?
—No ha podido.
—¿Qué me hacen? ¿por qué hay enfermeras y doctores aquí?
—Tranquila cariño cuidaremos de ti. ¿presión arterial de la paciente? —pregunta a una enfermera.
—Noventa sobre sesenta, doctora. Tiene dificultad para respirar.
—¡Rápido, busquen una mascarilla de oxígeno! ¡repito, exijo una mascarilla de oxígeno ahora!
—¿Qué? —sí es cierto—no, no, yo no debería de estar aquí, por favor. —le agarro el brazo a... ¿la doctora quizás? no lo sé, mi visión no ayuda mucho.
Ella agarra mi mano y en mí recorre una sensación e calidez humana.
—Cariño, calma. Respira. Vas a estar bien.
—No debería de estar aquí. Tiene que entenderme, él me trajo aquí y no sé por qué, pienso que quiere arruinarme la existencia y sé que va a creer que lo que digo no tiene sentido, pero, lo único que quiero es que Dylan esté… conmigo.
Empiezo a cerrar los ojos. Otra enfermera me coloca la mascarilla para respirar y mis ojos van de un lado a otro semiabiertos.
—Doctora tenemos que llevarla con el psiquiatra, esta chica no está bien.
—¿Dylan? —mi mano se extiende creyendo que él está cerca de mí, pero no es verdad, no lo está. Más bien, los doctores me lo cubren, me lo ocultan de mi campo de visión.
—No, nada de psiquiatras. —siento leve el tacto de la doctora sosteniendo mi mano una vez más—Lo lamento, tu novio no puede venir contigo.
Suspiro y mis ojos semiabiertos se cierran de forma abrupta y mi disnea se detiene.
—Está convulsionando ¡traigan dos dosis de fenobarbital ahora! colóquenla de lado, a mi cuenta, y... ahora.
Me inyectan la primera dosis. Me muevo inquieta y mis ojos se quedan mirando la cara de Dylan. Quiere hacer algo, pero no puede. Justo cuando quiero hablar me inyectan la otra dosis. Los doctores me llevan corriendo a un cuarto y me duermen.
Lo primero que mis ojos ven es un oxímetro de pulso. Estoy acostada en una cama de hospital, ¿por cuánto tiempo estuve aquí? Giro a la izquierda y encuentro a Dylan dormido. Su cabeza reposa en nuestras manos juntas. Sonrío y le acaricio el cabello. Él comienza a despertarse.
—Hola, despertaste ¿cómo te sientes?
—Algo mejor, pero no sé qué fue lo que me pasó ¿la doctora te informó de algo?
—Ella dijo que todo está en orden. Me dio unas pastillas para tus dolores de cabeza. Allie, siento que debí haber estado contigo, me quedé petrificado, tenía miedo por ti.
Niego con la cabeza e indico su mano a tocar mi piel.
—No hubieras podido estarlo. Ellos saben lo que hacen y si no querían que fueras conmigo era por una razón. No te sientas mal por eso.
—Sí, ellos saben lo que hacen. —él me besa en los labios y no deja mi mano—Descubrí mucho después lo que te estaba ocurriendo.
—¿En verdad lo sabes?
—Tu actitud cuando estábamos en casa no se me hacía normal, pensaba que te comportaste así por no haber conciliado el sueño, y cuando estábamos en el carro y luego cuando te pusieron en la camilla. Y cuando empezaste a convulsionar. Allie, fuiste poseída por un demonio, vi al demonio salir de tu cuerpo cuando convulsionaste.
—¿Qué más viste?
—Nada más. Se esfumó en el aire. Y como dijeron que no tienes nada malo, podrías salir cuanto antes.
Una mujer entra.
—Qué bueno que despertó ¿estás recuperada?
—Sí, gracias por atenderme, doctora...
—González. Le conté a tu novio que estás bien de salud y puedes irte si quieres y también le di unas medicinas para ti.
Ella me ayuda a levantarme. Sonríe amigable. Nos despedimos y le damos las gracias una vez más. Me cambio de ropa y salimos del hospital y aun cuando llegamos a casa, no saco de mi mente lo del demonio.
—Vamos a la cocina, debes tener hambre.
Prendemos las luces y vemos que una mujer de cabello castaño.
—Disculpe, esto es propiedad privada. —le dice Dylan.
La mujer deja el vaso de agua en el mesón y se voltea.
—¿Cómo puede ser que no te acuerdes de tu madre? —Dylan deja mi mano y la abraza. De su madre sale una lágrima.
—¿Mamá? ¿en realidad estás aquí?
Su madre le acaricia el rostro y besa las manos.
—En realidad estoy aquí. —sus ojos azules brillan y lo miran de cuerpo entero.
—Lo siento, no te reconocí.
—No pidas disculpas, es comprensible sabiendo que me fui cuando eras todavía un niño. Y ahora mírate, eres un hombre. Fuiste muy fuerte todos estos siglos, Dylan.
—Tú me hiciste fuerte, siempre te lo agradeceré.
—Lo puedo ver y veo que me he perdido de mucho. —me da una mirada y sonrío amigable.
—Quiero presentarte a alguien.
—Soy Allie, su novia, es un placer conocerla señora Martin. Dylan me ha hablado mucho de usted.
—El placer es mío, linda. —Ella me da un abrazo—Disculpa, es que extrañaba los abrazos. Y también estoy exhausta ¿dónde hay una habitación disponible, Dylan?
—Puedes dormir en la habitación de Allie. Sales de aquí y al frente verás una puerta.
Ella sonríe amigable hacía nosotros.
—Bien. No me quiero ni imaginar la reacción de tu padre cuando me vea.
—Se va de estado a estado a veces por trabajo. No creo que lo vayas a ver mañana.
Su madre asiente y le acaricia la mejilla a su hijo.
—Buenas noches, Dylan. —se abrazan por última vez y ella le da un beso en la mejilla—Te extrañé.
—Yo también a ti. Duerme, mamá, hablaremos mañana.
La señora Martin sale de la cocina y nos deja a los dos solos. Él saca de la nevera frutas y nos sirve a ambos. Las manos le tiemblan.
—¿Tienes frío? —sospecho.
—No ¿tú tienes frío? —deja de hacer lo que hace, y yo no le doy respuesta alguna. Se va a la despensa—te prepararé chocolate.
Dylan me sonríe. Coloca el chocolate en una taza y lo mete en el microondas. Nos adentramos a la sala, él enciende la chimenea y unas cuatro velas. Me siento en el mueble gris con mi chocolate en manos. Él agarra una manta lo suficiente grande para los dos, se sienta, nos envuelve y yo tomo mientras exhalo el aire frío por la boca.
—¿Ya estás mejor?
—No sé cómo no tienes frío, no lo entiendo.
—He estado expuesto a climas extremos, esto no es nada para mí.
—¡Qué suertudo eres! Dylan... tengo una pregunta.
—Una respuesta.
—Teniendo en cuenta que me has dicho que has estado aquí desde hace mucho y has vivido en esta casa ¿tú no... extrañas tu antiguo hogar?
—Un poco. Hace mucho que no voy... ¿quieres que te lleve?
—¿Justo ahora? ¿no es tarde? —tomo otro sorbo.
—Ay, amor, nunca es tarde para una aventura.
Él se levanta del sofá con el entusiasmo hasta las nubes y yo dejo la taza en una mesa. Me extiende la mano y pregunta:
—¿Una aventura juntos, Allie Jensen? ¿qué dices de eso?
—¿Quieres revivir esos recuerdos? ¿te gustaría revivirlos?
—Haces parecer mi niñez y adolescencia deprimente.
Suelto una risita.
—Nunca dije esas palabras, Martin.
Agarro su mano y procedemos a los jardines. Deja al descubierto sus alas en la naturaleza.
—Ey ¡ey! con calma o me vas a matar de tu velocidad con los brazos. —digo y él me toma en brazos.
—Sostente fuerte.
En un abrir y cerrar de ojos estamos en las nubes. Cierro los ojos, sin embargo, él me dice que los abra. Y lo hago, disfruto de la vista. El cielo se ve hermoso de noche, las estrellas brillando.
Nos vamos más arriba y los minutos en el aire parecen horas, está bien, estoy exagerado. No le pregunto cuanto falta, más bien espero unos minutos. Descendemos poco a poco hasta que él coloca sus pies en la tierra y me baja de sus brazos. Aprecio su antigua casa: de dos pisos, de color blanco y con los bordes de las ventanas de un color oscuro y con grietas, y un pequeño jardín delantero que ya está destrozado.
Él camina adelante y yo lo sigo. No hay puerta delantera. Bajo el escalón, pero, me resbalo.
—Wou. —Sus manos agarran mi cintura, me sostengo de su hombro—Debemos andar con cuidado.
—Sí, estaba inclinado, alguien debió dejarla así.
—El pueblo lleva sin habitantes desde hace años, nadie consideró repoblarlo. No te pasó nada ¿o sí?
Echo un ojo a mi cuerpo, todo parece estar bien.
—Bueno no hay sangre, al parecer estoy bien.
Asiente. Él me agarra con fuerza y damos unos pasos más adelante, a su sala de estar.
—Te presento mi casa, o lo que quedó de ella.
Camino a la una mesa central y tomo una foto de Dylan pequeño tocando el piano. Miro a los alrededores de la casa y pienso que fue una casa llena de fiestas y risas en su época. Lo volteo a ver:
—Pienso que es linda. Seguro fue la atención de muchos en la época. —observo los portarretratos de su familia, empolvados y llenos del pasado, su pasado. Y también un reloj de oro inmenso sobre la mesa que me transporta a una imagen de ellos comiendo y tomando con sus vecinos o amigos.
—No te equivocas. Venían amigos de mis padres y vecinos cada vez que podían a platicar, tomar vino, verme tocar piano y más que todo a comer en general.
—De seguro que sí.
Él me enseña el comedor y cocina. Subimos a lo que era su habitación, acogedora. No hay mucho por detallar ya que todo está, o destruido o roto.
—¿Dónde es la de tu... hermana?
—Oh, es la habitación de la esquina. —la señala—Bajemos, quiero mostrarte una cosa antes de que nos queramos ir.
Le agarro la mano, él se gira a mí y espera una respuesta.
—¿Sí, Allie? —dice en tono suave.
—¿No extrañas a tu hermana?
Él se aclara la garganta y juega con sus manos antes de volver a mirarme.
—Mi hermana y yo nunca fuimos cercanos, no como Lauren y tú, manteníamos distancia. Apenas intercambiábamos palabras en el desayuno y si acaso cuando nos íbamos a dormir, entonces supongo que... por eso no la extraño mucho, y tampoco creo que ella... me extrañe a mí.
Suspiro y le acaricio la mejilla y beso los nudillos.
—Siento mucho eso, amor. No tenía idea, disculpa si te incomodé.
Niega con la cabeza.
—No, no te disculpes, me alegra que me preguntes sobre mi pasado. Escucha, no me niego a la idea de verla algún día, pero por ahora, no forma parte de mi vida.
—Entiendo. Su relación es complicada.
—Sí, esas son las palabras exactas... —suspira con voz quebrada y sus manos cubren sus ojos, suspira fuerte.
—¿Dylan? —mis manos le quitan las suyas de los ojos. Creo que no lo había visto tan vulnerable, siempre se muestra fuerte, pero es fuerte porque ha vivido cosas impresionantes y dolorosas también, está noche es mi turno de ayudarlo. Le abro los brazos—Amor, ven aquí.
No espera otro segundo. Posa su cabeza en mi hombro, solloza y toma mi ropa con fuerza.
—Así es. —acaricio su cabello—Está bien llorar, está bien tener momentos así. No puedes ser fuerte todo el tiempo, quiero que lo sepas. Aquí estoy para ti ¿sí?
Levanta su cabeza y besa en los labios, uno corto, pero sincero.
—No sé cómo tengo con tanta suerte. Gracias, Allie.
—No es nada, era mi turno de consolarte.
Dylan se recompone, toma mi mano y nuestros pies bajan los escalones al unísono.
—Podremos venir otro día con calma. Debemos irnos ya.
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Sin duda uno de mis favoritos.
¿Cuál ha sido el tuyo hasta ahora?
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