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▫️ Capítulo 27 - Mala Noche - ▫️

Irme de su cama es imposible, es como estar durmiendo en plumas. Ya entiendo por qué a veces pide cinco minutos más. Luego del desayuno, él me anuncia que practicaremos con las armas, y acepto. Ambos con espadas, y yo estoy ganando. Dylan se cae al suelo y yo estoy encima con el arma en su cuello.

—Gané.

—Impresionante —pide que me acerque y me susurra—, sin embargo, yo no estaría tan segura, te olvidas de algo... nunca descuides la espalda.

Me agarra de la cadera y esta vez, él queda encima.

—Yo gané.

—Eso no es justo, estaba distraída, me distrajiste.

Levanta una de sus cejas.

—¿Yo te distraje? no tienes que dejar que nada te distraiga. Tienes que estar enfocada en el objetivo.

Se acerca con lentitud. Volteo y le agarro la camiseta, me le coloco encima y pego la espada al cuello sin hacer daño a su manzana de Adán.

—Estoy enfocada.

Me mira de abajo hacia arriba.

—Sí, ya lo veo.

Besa mis labios, le quito la espada del cuello y la dejo a un lado.

—Ujum... —Ambos nos separamos. Me levanto primero que él. Eso fue incómodo—Saben, deberían de hacer eso en una habitación con seguro, cualquiera puede pasar y puede ser un tanto incómodo.

—Jordan ¿cómo estás? —dice Dylan con tono simpático.

—¿Qué estaban haciendo? —Inquiere sin tantas vueltas y con las manos cruzadas.

—Practicábamos una sesión de combate.

—Da igual, solo vine a ver qué tal todo, así que me iré y los dejaré practicar.

Va dentro de la casa y le digo a Dylan que tenemos que ir al campo abierto esta noche. Me apoyo en su puerta ya vestida, con jeans, camiseta blanca y zapatos deportivos. Él lleva puesto unos pantalones negros y botas. Miro con atención sus músculos de la espalda mientras busca la camiseta.

—¿Qué crees que Emma tenga en mente? ¿no piensas que sea una broma o sí?

Dylan se abrocha los botones de la camiseta negra.

—No pienso que ella haga una broma, es seria cuando debe serlo. Y, además, la conozco, Emma  no es una persona que haga bromas para ser honesto.

—Entonces no tenemos problema con que ocurra algo parecido.

—Exacto. —él da una mirada rápida a su teléfono—Será mejor darnos prisa. Sube al carro.

Llegamos al campo. Emma se voltea vistiendo ropa negra.

—Se tardaron una eternidad, considerando que, tenemos eso en abundancia ¿trajiste la espada?

—Pero antes, tenemos que hablar.

—Veo que sabes cómo funciona. Vayamos cuesta abajo, solo nosotros. —yo asiento y ellos siguen su camino.

Camino un tiempo. Veo todo moviéndose, dando vueltas ¿por qué? siento que el aire se me escapa y que cada vez que inhalo parece que alguien me toma la energía, me la succiona de mi ser. Mi mano se apoya de una superficie de cemento y me obligo a mí misma a respirar y tener control.

La voz de Stefan vuelve a mi mente diciendo: Calma, Allie. Sterling. Nosotros éramos mejores amigos. Él y yo. Tienes que sacar su voz de tu mente, saca esos te quiero que una vez nos dijimos. Necesito olvidar todo por un segundo. Olvida y respira. Olvida y vuelve a ti misma.

—¡Allie! —el ruido de las botas con las pequeñas piedras me dice que ya viene—¿te encuentras bien?

Me doy la vuelta y él me extiende una de sus manos para levantarme.

—Estoy bien solo tuve mareos hace un rato, nada para alarmarse. —ya no tiene la espada consigo.

Él entrelaza nuestras manos y subimos al auto. La casa tiene un silencio en cada esquina, no creemos que haya alguien a menos que se hayan ido a dormir o incluso salieran sin avisar. Dylan se encarga de preparar la cena: ravioli con salsa blanca. ¡delicioso!

—¿Hablaste con Emma? —digo dándole un bocado a la comida.

—Sí. —bebe de su agua. Él puede tomar un sorbo de refresco, pero, intenta evitarlo a toda costa. Lo entiendo, yo también soy igual-Se la entregué, pero cada vez que le preguntaba que para qué la quería, ella no me daba una respuesta. No le quitaré la privacidad, pero me pareció extraño.

—Sí, es extraño. —lavo mi plato y el de él, tomo el último trago de agua—¿has hablado con tu padre?

—No he tenido tiempo con todo lo que está pasando. No pude hablar con él anoche tampoco, pero de seguro lo entiende, espero que lo entienda.

—Seguro lo entiende.

Nos adentramos a su habitación. Me amarro el cabello y los dos entramos a la ducha. Dylan me tira por accidente shampoo con espuma en la cara.

—¡Ey! —exclamo. Él ríe a carcajadas—Dylan mi ojo, me entró en el ojo.

—Ay, no seas exagerada.

—No exagero. Quítamelo. No es juego.

—Bien, bien, tú tranquila. —sus dedos mojados me quitan la espuma de todo el rostro—No me mires con esa cara, fue gracioso.

—Dios, que alivio. Seguro que fue gracioso.

Dylan me voltea y abraza por detrás. Me besa de forma diagonal el cuello.

—La noche es mi hora de diversión, aunque la mañana también cuenta, y nosotros no nos habíamos divertido en todo el día. —me susurra.

—Es cierto, nos lo merecemos.

Unos minutos más tarde, salgo de la ducha y me voy a mi cuarto a cepillarme y agarrar mi ropa interior, franelilla gris con shorts negros y calcetines blancos. Voy de nuevo a su cuarto y lo veo en cama y con una gran sonrisa. Camino a su cama y duermo de un lado. No he podido conciliar el sueño. Me muevo a los lados, pero igual quedo en la misma posición de antes. Veo la hora en el teléfono: 12:30. Mis ojos se siente pesados y mi cabeza da vueltas de nuevo.

Me muevo inquieta en las sábanas blancas, gruño al no poder dormirme de inmediato, ni siquiera hace tanto frío como en la tarde, pero aun así inhalo y exhalo como si me estuviera helando.

—Allie. —él me agita—Allie despierta ya. —me agita más fuerte y yo me incorporo.

—Ya desperté, Dios eres un molesto.

Dylan frunce el ceño y me toca el hombro descubierto.

—¿Por qué estás helada si no hace frío? —sus dedos me toman el pulso. Le pego a su mano y entrego una cachetada—¿estás de mal humor?

—¡Maldición no me toques! ¡al diablo con que esté bien y al diablo contigo!

—¿Qué carajos te ocurre? Dios me rasguñaste la muñeca ¿y por qué tu voz está tan ronca y tus ojos rojos? no has dormido, ¿verdad?

—Eso no te importa. Si te digo que no me toques no lo haces ¿me entendiste?

—Bueno, ya no te molesto. Creo que te ves tan mal porque has tenido pesadillas. Y tengo la herramienta perfecta, te va ayudar.

—¿Qué? no, no es así. No quiero ninguna herramienta o... lo que sea qué crees que necesito.

—Oh, no subestimes el poder del rosario, Allie. Eso sería una ofensa a nuestro padre celestial. —me muestra el rosario, el largo del mismo es plateado con los misterios, aves marías, gloria al padre, padre nuestro y credo de color celeste, y por supuesto la cruz, pero tiene algo peculiar, parece que están cubiertas con vidrio.

—¡No! ¡por favor no! —cubro mi vista con mis manos.

—¿No qué? esto te va ayudar o ¿no crees que lo haga?

—No me lo coloques en el cuello. Eso está…santificado y seguro le esparcieron agua bendita y se quedó allí, es un horror, no lo hagas. No me causes esa molestia. —digo sin bajar mis manos de mi rostro. Está maldito.

—Estás en lo correcto, está santificado y es más sagrado que antes porque le perteneció a un ángel. No se me había ocurrido eso de remojarlo en agua bendita, sería una técnica interesante de usar, quizás sí vamos a la iglesia y lo hacemos aumentaría su valor en ti ¿no te encanta? oh, eres excepcional, no sabes lo mucho que te amo ¿quieres que vayamos ahora? ¿te gustaría?

Noto y certifico la emoción en sus palabras. Haría lo que fuera para hacerme sentirme mejor y es hermoso.

—¡No! —digo con nervios—Dylan es de madrugada, no quisiera hacer un viaje hasta allá por el agua bendita, pérdida de tiempo. —argumento de brazos cruzados—Mejor, olvídalo.

—No me importa manejar si eso puede convertirse en una forma factible para que duermas tranquila. Ahora, úsalo. —me lo coloca en el cuello antes de que pueda decir que no.

Dylan entrelaza su mano con la mía y presto atención cuando sus labios y su voz se mueven a la par y comienza las oraciones principales para que en unos minutos comience el rezo del santo rosario.

Hago un escándalo y mueca extraña, como si me estuviera quemando o quitando vida. Hace mucho que no siento ese calor del infierno, que no tomo esa bebida que me vuelve indefensa y diminuta contra el mundo.

—¡Quítamelo! Dylan, no lo quiero, me hace daño ¡me marea! —respiro con dificultad y refugio mi cabeza en su hombro.

—Tranquila, no pasa nada, pero ¿te marea? no pensaba que te molestaría tanto un simple collar. Mm, extraño.

—Te agradezco la paciencia que tienes y no me gusta decir esto, pero ¿puedes quítamelo, por favor? ya no lo soporto. Me arde.

—Bien, eso es peculiar que te arda, pero lo haré. No lo dañes, es delicado.

Cuando ya no está sobre mi piel, vuelvo a respirar adecuado. Él tiene el rosario en la mano, pero mis veloces manos se lo quitan y tiran al suelo. El vidrio sólido alrededor del collar sagrado evita romperse.

—¡Ey! ¡te dije que era delicado! ¡me lo regaló mi madre! —me regaña y yo evito su mirada furiosa.

—Lo siento, yo…no era yo, disculpa mis acciones. No volverá a pasar, te lo aseguro.

Dylan se levanta de la cama y lo recoge del suelo.

—Tienes suerte, está intacto incluso con su antigüedad. Recuérdame no darte este rosario nunca jamás.

—Entendido. —mantengo mi cabeza cabizbaja, avergonzada.

—Vístete, iremos al hospital, no estás bien y los doctores te ayudarán.

—No iré al hospital. —impongo con autoridad.

—O sí iremos. —se viste rápido y me agarra del brazo, pero yo me libro de su agarre—Escucha, no seré rudo contigo, pero si sigues así no tendré elección. —salimos del cuarto. Lo tomo del brazo en las escaleras y le clavo las uñas—¡agh! Dios Allie.

—Eso era justo lo que quería.

Él me agarra de sorpresa por la cintura y trae las llaves del auto. Me sube forzado y me abrocha el cinturón. Dylan enciende el auto y andamos por la carretera.

—Allie abróchate el cinturón.

—Te dije que no me tocaras y lo hiciste. No seguiré tu orden. Quiero salir. —intento abrir la puerta, pero no se puede—¿qué le hiciste a la puerta?

—Tiene seguro para niños. Lo puse cuando te abroché el cinturón.

—Será mejor que lo quites antes de que rompa la puerta.

—No puedo parar en la vía rápida. Por favor, abróchate el cinturón.

Me lo coloco de vuelta sin refutar. Pasan minutos en la carretera y decido descansar los ojos. Abro los ojos, veo que pasaron treinta minutos y cuando mis ojos miran de reojo encuentran su mano en mi mejilla.

—Te dije que no me tocaras. —digo con la voz ronca y arisca. Él se baja de auto y después lo hago yo—Tengo demasiado frío y un dolor de cabeza que me va a hacer explotar.

Dylan intenta, otra vez, ponerme una mano en la mejilla.

—¿Me dejas tocarte? —su voz suena dulce, pero a la vez átona.

Asiento y él me pega contra su pecho.

—¿Estás entrando en calor?

—No lo sé... —mi respiración se vuelve más fuerte. Me agarro de su camiseta—Dylan, no estoy bien...Dylan. —suspiro y me duermo de repente en sus brazos.

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