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"Fuego es Luz"

I. Cruel Presagio

«Fuego danzará la melodía azul.
Sentirá el latir de otro corazón.
Abrazará a quien dedicó su canción.
Y el final de sus llamas;
será el final de su luz»

Tarareaban los duendecillos.

El Viento se encargaba de transportar el rumor a cada rincón que visitaba de las Tierras Oscuras. La triste profecía era recordada por sus habitantes.

Por años, tuvieron la misión de recitarla para que la condujese hacia el protagonista de sus temores. Mantenían la esperanza de poder protegerle del cruel destino.

Su Guardián, no podía caer tan fácilmente, aunque  sus súbditos no entendiesen el significado de aquellas palabras.

El Viento recogió los cánticos, y los llevó hacia el dueño de sus preocupaciones. Nadie sabía quién, qué, o cómo era. Solo existían las suposiciones de ancianos.

Pero él sí le conocía. 

Viento removió los rojos cabellos de la hermosa muchacha que bailaba alrededor de sauces llorones. Sus movimientos eran delicados, libres, llenos de una alegría difícil de no admirar.

Los animales le adoraban, la Tierra le cuidaba. Hasta el Sol se había enamorado de ella.

Rostro amable. Ojos cálidos. Sonrisa amorosa. Palabras tranquilizadoras. Tacto que purificaba cualquier atormentada alma.

Fuego era esperanza, vida.

Luz.

Por lo que temían, que se convirtiera en destrucción.

Por eso, su amigo le enviaba el mensaje de su pueblo, recordándole que permaneciera atenta, firme, ante aquello que estaba destinado a devastarla.

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II. El Límite

Pero Fuego tenía un secreto.

Un secreto que le hacía volar, que le hacían soñar con las estrellas, que alcanzaba hasta a la Luna.

Ya no danzaba solo las canciones de su reino.

Unos meses atrás, por pura curiosidad y sin ser vista, caminó hacia El Límite.

Era su primera vez viendo a las Tierras Claras.

Observó a aquellas iluminadas praderas colmadas de flores extrañas, a aquellos arroyos repletos de agua tan cristalinas casi como el mismo aire. Se lamentó que, nunca podría visitar aquel mundo nuevo.

Estaba prohibido.

Se dio la vuelta para marcharse, cuando de pronto escuchó varios ruidos secos. Sus oídos los asemejaban a los latidos de un corazón, ¿acaso era posible?

Cada pequeño golpeteo se fue intensificando. Se volvieron precipitados, asustados. Cada vez más próximos.

Giró su cuerpo, y brincó por el susto cuando le advirtió.

Al otro lado, donde una barrera invisible impedía el paso entre ambas tierras, un joven le observaba.

Su piel lucía pálida cual nubes en el cielo. Sus ojos eran azules como la lluvia que tanto le relajaba apreciar desde su escondite. Un hoyuelo acompañaba a una bella sonrisa que le brindaba la sensación de paz, de dicha.

Fue allí, en El Límite que separaba a reinos enemigos, que Fuego y Agua se conocieron.

Y fue allí también, donde ambos bailaron la misma danza.

La que les enamoró.













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III. Nuestra Canción

Ambos amantes continuaron viéndose a escondidas. Sin tocarse, sin acercarse. Solo se miraban, hablaban, reían. Se amaban a lo lejos.


Entonaban melodías, creaban nuevas. Las suyas, las que recordarían cuando estuvieran separados. Las que les hicieran pensar, suspirar, añorar, anhelar volver a verse.

Y así fue cada noche. La Luna aprobaba su relación, les ocultaba del envidioso Sol, de los paranoicos que no les dejarían tranquilos.

Un día Fuego quiso darle un obsequio a Agua. Y cuando llegó la noche, y Agua apareció del otro lado, se sorprendió cuando escuchó a su adorada cantar con su angelical voz, las canciones que él había creado para ella unos días atrás.

Pero no estaba sola, la dama pronunciaba aquellos encantadores textos a la vez que pasaba sus frágiles dedos por las teclas de un piano de madera, cuya cola llegaba posiblemente hasta mucho más allá de los árboles que ocultaban sus dulces encuentros.

Se sentó a disfrutar del espectáculo. El talento de la joven era impresionante. Nunca se detendría de admirarla por ello. Agua había aprendido a amarla con sus defectos, con sus virtudes. Con sus costumbres, con su procedencia.

¡Cuánto deseaba él poder terminar con aquella injusta tortura de no poder tocarla, besarla, abrazarla!

La maravillosa melodía fue la cumbre de aquellos dos corazones. Fuego se la dedicó, Agua la recibió gustoso.

Pero, no habían contado con el hecho de que había sido tan espectacular, tan hermosa, tan grande como el amor que ambos sentían, que el Sol se había despertado.

Robó el lugar de Luna. Los vio.

Descubrió la verdad, y alarmó a los reinos de la traición que los dos Guardianes habían cometido.

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IV. El Beso

Fuego se apagaba con el pasar de los días.

Agua, había comenzado a evaporarse sin percatarse.

Los pueblos no sabían que hacer. Desesperados, se consultaron entre sí, buscaban soluciones. La mejor era volverlos a reunir.

El Sol se negaba, decía que era un amor imposible. La Luna lo aprobaba, ambos podrían morir.

Decidieron la opción de la dama nocturna, y sin decirles que se reencontrarían, los llevaron de vuelta hacia El Límite.

Lágrimas brotaban de los ojos de Fuego, provocando que algunas partes de su cuerpo desaparecieran. Agua desprendía tanta felicidad que quemaba, causando que se evaporara mucho más rápido.

Ambos amantes corrieron para encontrarse. La barrera ya no existía para ninguno de los dos.

Y se tocaron, y se abrazaron.

Y se dijeron al oído cuánto se amaban. Cuánto se habían extrañado. Que ya no podrían vivir el uno sin el otro.

Los reinos no entendían lo que sucedía, habían hecho algo mal. ¡Nunca debieron confiar en la Luna!

Intentaron acercarse para separarlos nuevamente, pero les fue imposible.

Allí, fundidos en un tierno beso, Fuego disipó a Agua, y Agua consumió a Fuego.

Ambos se esfumaron, para siempre.






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V. El Viento también canta

Y aún dicen, que el Viento se pasea por los rincones de El Límite, acariciando las manchadas teclas de un piano destrozado, espectador de un amor tan imposible como mágico.

Y canta el Viento, en honor a sus amigos.

Solo que, ya no canta la triste profecía que los encadenaba, sino la preciosa canción que se habían dedicado el uno al otro, donde narraban su amor por encima de todo, y todos.

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