«Una navidad diferente»
De nuevo era diciembre. Las calles de la ciudad eran recorridas por los vientos helados del invierno, y por las festividades de fin de año, la monotonía dela rutina había cambiado momentáneamente.
Las cosas se habían calmado, pero todo el ajetreo que había arrastrado desde aquella noche en la que nos encontramos con Alicia me había terminado por pasar factura y había terminado por reprobar dos materias. Así que, mientras los demás descansaban en sus vacaciones, yo estudiaba para mis últimos exámenes. Era molesto tener que estarme ocupando de esa manera, pero no tenía otra opción.
Aquella tarde, cargando mi guitarra en la espalda, mientras expulsaba humo de tabaco y calentaba mis pulmones con tabaco, caminaba por el sector industrial, al oriente de la ciudad.
Me quité los audífonos y guardé mis cosas al sentir el peligro en el ambiente. Comprobé que estaba cerca del lugar al que me dirigía y apresuré mis pasos.
Me acerqué a la puerta de aquel almacén y caminé por un largo pasillo lleno de músicos hasta la sala que me habían indicado. Al entrar, me encontré con Miguel afinando su bajo eléctrico y a otro hombre sentado detrás de una batería.
Saludé a Miguel.
—Martín, te presento a Gabriel, nuestro baterista
Gabriel me saludó de lejos sonriéndome. Era muy alto, moreno y su cabello largo le llagaba hasta la cadera.
—¿Por qué trajiste tu guitarra? —preguntó Miguel mientras señalaba el cargamento que llevaba en la espalda.
—¿No se supone que vamos a tocar?
Rodó los ojos, dejó su bajo y se levantó.
—No vas a necesitar tu guitarra porque vas a usar esta —se acercó al equipo de sonido y me extendió una guitarra eléctrica Les Paul de color negro—. Ya está conectada, súbele el volumen y pruébala.
La tomé extrañado.
—¿De dónde la sacaste? —acomodé la cinta a mi medida y me la puse.
—La compre para ti, para la banda.
Toqué canciones de rock que me sabía, probé su sonido limpio y comencé a experimentar con los sonidos de los pedales.
—¿Crees poder tocar nuestras canciones con un poco de distorsión y un ritmo más animado? —preguntó Miguel.
Asentí sonriendo de oreja a oreja.
Comencé a tocar, primero probando el nuevo estilo, y una vez que me acostumbré, agregué mi voz. Sonaba extraño haciéndolo solo, pero una vez que se unió el bajo de Miguel y la batería de Gabriel, sucedió magia. Nuestro sonido era agresivo, melódico, nostálgico, pero distorsionado.
Seguí la vieja estructura de mis canciones hasta que la misma fuerza del nuevo sonido me guio a improvisar nuevos compases. Miguel y Gabriel me seguían sin yo decirles una sola palabra. Habíamos conectado de inmediato. Aprovechando la agresividad de mi guitarra, mientras cantaba, liberé todos los sentimientos oscuros de mi alma en la música.
—¡Mierda! ¡Eso sonó increíble! —gritó Gabriel al terminar de tocar.
Los tres sonreímos convencidos de que lograríamos hacer algo con nuestros instrumentos.
Al salir de la sala de ensayo, prometimos vernos de nuevo la siguiente semana para escribir más canciones y decidir el nombre de nuestro grupo.
Afuera había anochecido y las oscuras calles habían comenzado a ser iluminadas por las hileras de luces de colores y adornos navideños.
Tomé un camión y el tren suburbano para llegar al centro de la ciudad. Era un trayecto muy largo y hacía mucho frío, pero tenía un cita especial ese día.
Era una noche especial, era el 24 de diciembre: nochebuena. Así que la ciudad estaba más apresurada de lo normal e iluminada con mucha nostalgia y tristeza.
Bajé en la última estación y me adentré en la estación Buenavista, muy cerca de la biblioteca en donde había pasado tanto tiempo junto a Abril, en donde ella se convirtió en mi refugio del mundo.
Me sentía extraño. Yo pertenecía a ese grupo de la población al que la navidad los ponía tristes, jamás había significado nada para mí este día. Los años pasados, buscaba quedarme solo encerrado en mi habitación o salía a vagar en la ciudad para unirme a los demás solitarios desgraciados. Pero esta ocasión era diferente, esta noche tenía una cita, tenía una familia que me esperaba, que me llenaba el corazón de su calidez y alejaba la fría tristeza de mi mente.
Desde lejos las vi esperándome, estaban en la explanada de la plaza, paradas frente al árbol de navidad gigante. Mientras caminaba hacia ellas me fue imposible dejar de sonreír. Parecía imposible, pero me sentía muy feliz en una fecha como esta.
Al llegar con ellas, besé a Abril y la abracé con fuerza. Al separarme, miré a Alicia, que estaba vestida con ropa abrigadora.
—¿Lista?
Me sonrió, y para mi sorpresa, me abrazó. Mientras sentía su cariño miré a Abril, estaba a punto de llorar. Era extraño para mí que fuera mi hija, a veces no sabía cómo tratarla. Pensaba que tal vez le incomodaría que fuera cariñoso con ella tan solo unos meses después de habernos conocido, por eso su abrazo me había descolocado tanto.
Comenzamos a caminar para salir de la estación y de la plaza.
—¿Cómo te fue? —preguntó Abril.
—Creo que lograremos hacer algo bueno —sonreí recordando el ensayo—. ¿Y a ustedes?
—Creo que Alicia encontró una escuela que le gustó.
—¿En serio?
—Sí —habló Alicia en voz baja—. Me gustó mucho ahí —sus ojos se iluminaron.
—¡Entonces está decidido! ¡Ahí será tu escuela!
Tomé a Abril de la mano. Estaba fría y mis manos estaban cálidas, así que traté de pasarle calor. Jamás dejaba de sorprenderme con lo mucho que la amaba.
—¿Por qué estás sonriendo? —me atrapó mirándola.
—Hoy te ves bellísima —sonreí.
Apretó mi mano con cariño y se detuvo para besarme.
Subimos a un taxi y partimos con rumbo a nuestra casa. Alicia y yo nos habíamos terminado mudando junto a Abril en su departamento y habíamos hecho ahí nuestro hogar. Nos unimos en el tráfico a las demás familias que viajaban para reunirse con sus seres queridos en aquella noche.
No pasó mucho tiempo cuando Alicia cayó dormida. Nuestro lento avance y la radio reproduciendo música de la temporada había terminado por arrullarla. Recargó su cabeza en mi hombro. Me alegraba verla tan tranquila después de todo lo que había tenido que sufrir.
Mirando por la ventana hacia las casa adornadas, recordé todos los años en los que me refugié en la soledad de las calles en esta fecha. Seguía sin poder creer que esta ocasión estuviera tan emocionado por esta noche.
Al llegar, desperté a Alicia y bajamos del auto. La calle estaba llena de luces amarillentas y neblina. Era tan hermoso como nostálgico.
Al entrar a la casa, Catrina corrió a recibirnos emocionada. Abril y yo fuimos directo a la cocina y comenzamos a preparar la cena. Alicia se sentó en la sala y prendió la televisión.
Un par de horas después, mientras la cocina despedía un aroma delicioso, los tres nos sentamos a escuchar música. Alicia reía mientras Abril y yo bailábamos. Amaba escuchar cantar a Abril, su voz no era privilegiada, pero era afinada y su manera de hacerlo siempre conseguía derretirme el corazón.
Tocaron la puerta.
—¡Yo voy! —anunció Alicia y corrió a abrir.
Vi entrar a mi padre.
—¡Hola, Samuel! —Alicia lo saludó muy feliz.
La abrazó con fuerza.
Caminamos hacia ellos.
—Papá —lo saludé con un abrazo—. Pensé que no ibas a venir —dije sorprendido.
—Yo también —su rostro se ensombreció—, pero sentí que esta noche debía ser diferente y tuve ganas de estar con mi familia.
Desde que tengo memoria, mi padre siempre hallaba una forma de desaparecer durante navidad. Salía días antes y regresaba unos días después de las festividades, siempre sin ganas de hablar y con el ánimos por los suelos. Por esa razón nunca habíamos festejado su cumpleaños, que era un par de días antes de navidad. Y esa era la razón por la que me era muy fácil no pasar la noche en casa durante estas fechas.
Verlo aquí, celebrando con nosotros, me tomó de sorpresa.
Cenamos entre risas y anécdotas. Disfrutando la compañía de todos nosotros.
Más tarde, cuando la madrugada ya estaba avanzada, decidimos que era momento de abrir los regaños debajo del árbol.
Abril fue la primera. Le quitó la envoltura su caja y se encontró con unos lentes nuevos, del mismo color rojo, pero de un diseño diferente. Se los probó.
—¿Cómo me veo? —me preguntó.
—Hermosa. Nunca he visto algo mejor—le respondí.
—No seas mentiroso—sonrió avergonzada.
—¡Ahora te toca a ti! —alentó Alicia a mi papá.
Mi padre tomó una pequeña caja con su nombre.
La abrió y sacó un cuaderno envuelto en cuero negro. Pasó las páginas y admiró los dibujos que Alicia le había hecho. Ilustraciones hechas por ella donde dibujaba partes de la ciudad que le gustaban. En la última página estaba dibujada una niña parada en medio de una calle, rodeada de árboles gigantes; mirando al cielo estrellado. Solo que esta vez, no estaba sola. A su lado se encontraban tres siluetas observándola. La niña sonreía porque sabía que no volvería a estar sola.
—Muchas gracias —sonrió mi padre a punto de llorar—. Lo voy a guardar por siempre —apretó su regalo contra su pecho.
—Ahora abre el tuyo, Martín —Abril me extendió una pequeña caja.
Dentro había varios álbumes de mis bandas favoritas.
—Muchas gracias —la besé.
Papá se levantó del sillón y fue hasta la lavandería. Regresó con una caja enorme entre sus brazos.
—Alicia, este es un regalo para ti —colocó la caja frente a ella—. Creo que te va a gustar.
Con un cuchillo, la ayudó a abrir la caja.
Alicia soltó un grito de emoción al ver lo que había dentro.
Era la guitarra que le había pertenecido tanto tiempo, la más preciada entre su colección, la que nunca pudo volver a hacer sonar.
Alicia la colocó entre sus manos.
—¡Es hermosa! —agradeció emocionada e intentó hacer sonar las cuerdas con torpeza.
Sonreí con nostalgia, viéndome en ella.
—Espero la disfrutes mucho —suspiró—. La música es un lenguaje más, una herramienta para expresarte. Usa esta guitarra para decirle al mundo lo que hay en tu corazón.
Alicia abrazó a la guitarra.
Pasadas un par de horas, mientras Alicia y mi padre ya descansaban en su habitación, Abril y yo salimos a la azotea del edificio a fumar.
Abril abrazaba mi brazo con su cuerpo mientras mirábamos en silencio la solitaria noche.
—Nunca había visto a tu padre tan feliz.
—Yo tampoco —contesté sonriendo.
Mientras expulsaba humo, su mirada se posó sobre mi rostro, intentando adivinar la naturaleza de los pensamientos que estaba teniendo.
—¿Qué es lo que piensas? —recargó su cabeza en mi hombro.
—Pienso que es uno de los días más extraños de mi vida.
—¿Por qué dices eso? —se separó de mi brazo y me miró a los ojos.
—Odiaba estos días, los solía pasar solo porque mi padre todos los años salía de casa en esta fecha. El paso de las horas se me hacía eterno mientras vagaba por la ciudad o leía en la biblioteca. Rezaba porque se acabaran las festividades rápido. No sé, un horrible sentimiento me abrumaba hasta que todo regresaba a la normalidad.
—¿Y ahora? ¿Es diferente?
—Muchísimo —reí—. Antes de ti, todo en mi vida era tristeza y soledad. Ahora, incluso una fiesta como esta, que la odiaba con todas mis ganas, me emociona solo porque sé que voy a estar contigo. Estar contigo me da ganas de vivir, Abril.
Tomé su rostro y la besé despacio, saboreando cada momento como si fuera el último.
Era raro, pero podía jurar que me llené de nostalgia al estar allá arriba con ella.
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