«Padre e hija»
Llegamos a nuestro hogar cargando a Abril, Alicia de un lado y yo del otro. Al entrar fuimos recibidos por un silencio sepulcral. Llevamos a Abril hasta el sofá.
—¿Por qué está todo tan callado? —me dirigí a Alicia—. ¿No me dijiste que Mariana estaba aquí con Alba?
—Tal vez estén en la habitación de Alba, voy a ver —dijo Alicia y se fue.
Me senté a un lado de Abril.
—¿Quieres que te prepare algo de comer? —ofrecí.
—Sí, por favor.
—¿Qué quieres que te prepare? —pregunté y acaricié su tersa piel.
—¿Recuerdas la vez que fuimos a ese restaurante caro?
—Claro.
—Pues nada de eso se me antoja—comenzó a reír—. Solo quiero un sándwich, así como tú los preparas.
Antes de comenzar a prepararle su comida, tomé una bolsa y comencé a hacer limpieza dentro del refrigerador, ahí había cosas que ya estaban echadas a perder. No pude evitar hacer uno que otro sonido de asco en voz alta.
—¿Todo bien por allá? —me presionó Abril.
—Ya voy, estoy levantando la cocina, estaba llena de basura.
Tomé la bolsa de basura y salí al pequeño patio trasero. Pero, antes de que pudiera deshacerme de la basura, fui recibido por una imagen desgarradora: Mariana y Alba, arrodilladas en el suelo, sosteniendo el pequeño cuerpo de Catrina. Dejé caer la bolsa de basura y corrí a su lado.
—¿Qué está pasando? —pregunte directamente a Mariana, quien estaba con una apariencia terrible, sus ojos estaban hinchados, rojos y rodeados de pintura corrida.
—Alba la vino a ver... —comenzó a explicar entre sollozos, pero se interrumpió cuando vio entrar al patio a Alicia.
—Mariana, ¿qué es lo que estás sosteniendo? —preguntó consternada.
Mientras más se iba acercando, más se hacía evidente lo que pasaba, allí, entre los brazos de Mariana, yacía su compañera de aventuras. Desesperada, corrió hacia ella y la tomó entre sus brazos, la abrazó con fuerza y derramó sus lágrimas sobre su suave pelaje.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté de nuevo.
—Estuvimos buscándola en la mañana. Le queríamos dar de comer, pero no la encontrábamos. Entonces, Alba salió a buscarla a su casita y la encontró durmiendo, la trató de despertar, pero no pudo —comenzó a llorar—. Vino corriendo a la casa asustada y me avisó.
—¿Qué está pasando? —sosteniéndose de la pared, Abril salió al patio y quedó impactada al ver llorar a su hija tan desconsolada.
Corriendo, fui a ayudarla y la llevé junto a Alicia. Los dos la abrazamos, sabíamos lo mucho que significaba en su vida, todo lo que habían pasado juntas.
Ese mismo día, más tarde, enterramos a Catrina y con una modesta ceremonia le dijimos "hasta pronto".
Una semana después, mientras todavía Abril se recuperaba, la preocupación me carcomía por Alicia.
—Creo que voy a ver cómo está —le dije a Abril.
—Has estado yendo con ella cada cinco minutos —me tomó de la mano—. Dale su espacio, déjala que viva el dolor de su pérdida. Estará bien, estaremos con ella.
—Me preocupa...
—Lo sé, mi vida —me besó en la mejilla—. Mejor ve a ver a Alba, también la afectó mucho lo que pasó con Catrina, y lo que me pasó a mí...
La miré con preocupación, desde que habíamos perdido a nuestro hijo una luz que estaba en sus ojos había desaparecido y me preocupaba que jamás regresara.
—¿Tú también necesitas tu espacio? —pregunté.
Asintió en silencio.
—Te amo con todo mi ser —me levanté y antes de irme, me despedí con un beso.
Salí de nuestra habitación y caminé por el pasillo.
—Princesa, ¿puedo pasar? —toqué la puerta.
—Sí —contestó en voz baja.
Entré y estaba el cuarto a oscuras, ella estaba acostada en su cama, abrazando a uno de sus peluches.
Me senté en la cama.
—¿Estás bien?
Me contestó moviendo la cabeza, "no" era la respuesta.
—Tengo una idea. Me enteré de que pusieron un pequeño parque de diversiones. ¿Qué te parece si vamos los dos? —sugerí
Sonrió.
—Está bien, ¿pero prometes subirte a todos los juegos?
—Me dan un poco de miedo, pero esta vez lo haré. Por ti.
—¿No pueden ir mamá o mi hermana?
—No, ellas necesitan su espacio, pero vamos los dos. ¿Qué te parece?
Asintió.
Nos subimos al carro y partimos hacía la feria. Durante el trayecto, bajé las ventanas para dejar entrar el viento y puse la música favorita de Alba, Sonreí al verla disfrutar la canción, la brisa que alborotaba su cabello.
El ronroneo del motor, la leve brisa cayendo del cielo, los rayos del sol filtrándose por pequeños espacios entre las nubes, la dulce voz de mi hija, sentía que este sería uno de esos recuerdos felices que después te hacen llorar.
Llegamos al parque de diversiones en la tarde, a unas horas de que llegara la noche. Alba exclamó de admiración al ver todos los juegos mecánicos enormes y llenos de luces. La tomé de la mano y entramos.
Las siguientes horas, se la pasó arrastrándome por todo el parque, de un juego a otro, y aunque estaba asustado, me subí con ella a todos los que quiso. Así hasta que se cansó, entonces compramos un helado y subimos a la rueda de la fortuna, algo mucho más calmado.
Hicimos fila y después subimos. En el momento en el que nos sentamos, el juego comenzó a moverse. Alba miraba asombrada cómo nos elevábamos poco a poco. Las luces del parque, de la ciudad, de las estrellas, se reflejaban en sus oscuros ojos, muy parecidos a los de su madre.
Una vez que llegamos al punto más alto, la rueda paró, dejándonos admirar la impresionante vista.
—¡Es muy bonito! —dijo emocionada, pero su felicidad fue abrumada por su tristeza y entonces ya no pudo seguir enmascarando sus sentimientos, y comenzó a llorar.
La tomé entre mis brazos y la consolé.
—Papá...
—Puedes decirme lo que quieras —acaricié su cabeza.
—¿Por qué tenemos que morir? ¿Por qué se tuvo que ir Catrina? —preguntó sin dejar de sollozar.
Miré hacia el cielo y suspiré con pesar.
—La muerte es parte de la vida y es el final de un camino que todos debemos de recorrer —envolví sus pequeñas manos con las mías—. Aunque ya no estén presentes los que ya no están, su esencia sigue en todas las personas con las que hicieron recuerdos. Así que no estés triste, Catrina está contigo, en los recuerdos de todas las cosas que hicieron juntas.
—Si es el final de todos, ¿tú también morirás algún día? —preguntó preocupada.
Sonreí.
—Por supuesto que no, yo siempre voy a estar contigo —mentí, no le quería preocupar más.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Cuando regresamos a casa, tuve que llevar a Alba cargando hasta su cama, después del día tan agitado que habíamos tenido, había quedado exhausta.
Al caminar hacia mi habitación me encontré con que Alicia tenía su puerta abierta, así que aproveché y entré.
La encontré sentada en su cama, leyendo algún libro.
—Alicia, ¿estás bien?
—No —respondió sincera.
Cerró su libro y lo dejó a un lado. Me acerqué y senté con ella.
—Puedes hablar conmigo, te escucharé, no tienes que pasar por esto sola —puse mi mano en su espalda—. Te observo, Alicia, sé que te callas muchas cosas malas porque no quieres parecer malagradecida, y quiero decirte que por favor pares con eso.
Las lágrimas que tanto había estado reteniendo al fin escaparon de sus ojos.
—Todo esto te lo mereces. Puedes quejarte, puedes llorar y puedes buscarme para acompañarte en tu sufrimiento, no tienes por qué pasar por todo sola.
Agarró con fuerza la tela de su pantalón.
—No he podido dejar de pensar en aquellos días en los que estuve vagando a punto de morir con Catrina a mi lado. Ella estuvo ahí cuidándome y yo no pude estar con ella cuando más me necesitó...
Todo su cuerpo comenzó a temblar. La abracé y acaricié su cabeza.
—Abril, yo y tu hermana te amamos. No importa qué tan sola y triste te sientas, recuerda que siempre tendrás una familia que va a cuidar de ti, siempre. No tienes que cargar sola con tanto dolor.
Un par de brazos más se unieron al abrazo. Alba se había despertado y había escuchado nuestra conversación. La pequeña le dio un beso en la mejilla a su hermana.
Mi familia estaba rota y necesitaba sanar, y no pensaba dejarlos solos, aunque las cosas tuvieran que tomar un rumbo diferente del que tenía planeado.
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