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«Encuentro de suicidas»

—Hace un rato me hablaste del suicidio, del dolor que siento como si fuera algo que ya conocieras —en la forma que me hablaba sentía que todavía quedaba un poco de rencor por haberla salvado.

—Lo conozco, muy bien—suspiré y volteé a ver el firmamento de esa noche, estaba extrañamente despejado.

—He tratado, de verdad que lo he hecho. He intentado arreglar mi vida, enfrentar mis problemas, pero es demasiada la culpa—su voz se quebró.

—Quisiera poder ayudarte, ¿me dejarías hacerlo?

—No puedo—contestó—. Ni siquiera te conozco.

—Tienes razón—la miré—. Tal vez si te cuento parte de mi historia me conozcas más y me gane tu confianza. No soy tan fuerte para contarla toda, pero te podría platicar algo. ¿Qué te parece?

Solo asintió.

Comenzó a soplar un viento helado. Este era el inicio de nuestra historia. La caótica ciudad se calló cuando pronuncié mi relato.

—Yo creía que era feliz, ¿no es lo que creemos todos? Iba en segundo año de preparatoria, mis calificaciones no eran perfectas, pero tampoco eran malas, se podría decir que era un alumno mediocre—comencé a platicarle a Abril.

Las cosas me iban como cualquier adolescente pudiera pedir. Salía con Daniela, una chica de mi edad, de la cual yo estaba muy enamorado. Era bajita; de buen cuerpo; de piel pálida; ojos avellana y de un cabello largo color castaño, casi rubio.

Llevábamos seis mese de conocernos. Nos encontramos cuando en una presentación de obra de teatro nos tocó los papeles protagónicos, por lo que, los dos tuvimos que vernos muchas veces para ensayar nuestros diálogos. No diría que fue amor a primera vista, pero conforme fue pasando el tiempo, mi soledad se acostumbró a ella y fue imposible no darme cuenta que la quería. Así que cuando terminó la obra, y fue momento de que nos dejáramos de ver, hablé con ella y le expresé mis sentimientos. Estaba preparado para recibir su rechazo, pero para mi sorpresa, ella aceptó.

Todas mis tardes eran para ella. ¿Qué hacíamos? Solo pasábamos el tiempo. Nunca le hablaba de mi pasado, ni ella me hablaba del suyo, solo hacíamos eso. Vivir en el presente.

Y llegó el verano y comenzaron nuevas preocupaciones, todos estaban muy preocupados por el mero hecho de decidir su futuro y escoger que escuela era mejor para perseguir ese propósito.

Cómo ya era habitual, Daniela y yo pasamos la tarde en nuestro lugar: el parque. Había mucho silencio entre nosotros, pero no era incómodo, los dos disfrutábamos la compañía del otro en paz.

—¿Qué piensas Martín? —interrumpió mis pensamientos.

«En el futuro».

—En nada.

Le tomaba la mano.

—Mis papás quieren conocerte y me pidieron que mañana te llevara a la casa para cenar.

«Qué ansiedad»

—Iré, sabes que cuando hay comida en el asunto, no tengo manera de cómo negarme—mis bromas estúpidas la hacían reír, era algo que me gustaba de ella.

—Me tengo que ir, nos vemos mañana a las 7:00 en mi casa. Por favor, no faltes—se levantó del pedazo de césped en el que habíamos estado sentados durante toda la tarde.

—¿Me puedes asegurar que voy a salir ileso? —bromeé.

—¡Qué tonto! Nos vemos —se adelantó y luego volvió su mirada hacia a mí—. Te quiero.

Me despedí de ella y comencé el largo camino a mi casa muy feliz, pensando solo en una cosa, llegar a tocar guitarra y olvidarme de este mundo.

Cuando pienso en esa época, no puedo evitar sentirme muy avergonzado por lo ingenuo que fui. Pensaba que ella sería la mujer con la que iba a estar toda mi vida, que lo nuestro era verdadero y no una aventura infantil.

Desde el parque donde estaba con Daniela a mi casa era una hora de camino,  pero no me molestaba hacer un recorrido tan largo, al contrario, me encantaba. Ir por la ciudad ensimismado en mis luchas mentales y escuchando música era de mis actividades favoritas.

Todo lo que siguió quedó grabado en mi memoria para siempre. Llegué a mi casa y pasé directamente a mi cuarto a dejar mis cosas, prendí la pantalla, esperaba ver alguna película. Mis tripas me exigieron algo para calmarlas, entonces me dirigí al comedor y me encontré a mi padre; estaba de espaldas, lo saludé y le pregunté por la comida.

Cuando un evento traumático sucede, cada momento, cada segundo se queda grabado por la eternidad. Ese es el castigo, revivirlo todo con solo traerlo a la memoria. Mi padre dio media vuelta y me a los ojos sin hablar. Algo no estaba bien, me pude dar cuenta de inmediato. Estaba llorando. No me dijo nada, solo me abrazó muy fuerte y no me soltó.

Ahora que pienso sobre la mirada de mi padre, ya sé que fue lo que me inquieto tanto al verla. La reconocía  porque ya la había visto. Esa mirada fue la que tuve ese terrible día en que decidí que mi vida ya no valía nada, era la mirada de alguien con la muerte en la pupila.

—Papá, ¿qué es lo que pasa? —pregunté preocupado.

—Mi madre, murió —rompió en llanto.

No supe qué decirle, así que solo no lo dejé de abrazar, esperando que mis acciones dijeran más que mis palabras.

Uno nunca olvida la primera vez que ve a los ojos a la muerte, y esta le guiña el ojo, la falsa ilusión de la vida eterna se revela ante nosotros y nos damos cuenta del escaso tiempo que tenemos en el mundo. Es como despertar de un largo letargo.

Ese día mí padre envejeció ante mis ojos, vi cómo el hombre al que consideraba indestructible se quebraba y yo no podía hacer nada para evitarlo.

Esa misma noche llamé a Daniela, le conté lo que había pasado y me disculpé por no poder ir a su casa para la cena que habíamos acordado. Esperaba que ella me consolara, que me diera algunas palabras de aliento, que me dijera que todo mejoraría. No obtuve nada de eso. Me dijo que no había problema y se despidió de mí de forma cortante.

Estábamos solos. Mi madre no vivía con nosotros, nos había abandonado desde que yo era niño. Yo siempre le había preguntado a mi papá por qué no la había buscado y él siempre respondía lo mismo: «Tu madre me dejó contigo hace años porque no quería estar con nosotros. Sería estúpido obligarla a hacer algo en lo que no está de acuerdo, no la necesito. Tengo todo lo que quiero aquí contigo, Martín». La había buscado una vez y lo que encontré me rompió el corazón, así que, para mí, ella ya no existía.

Mi padre tenía dos hermanas, nosotros éramos de clase media baja y de ninguna manera íbamos a tener dinero para pagar los gastos funerarios de la abuela, así que mis tías se encargaron de todo.

El velorio y funeral fueron como un infierno, la abuela era una persona importante para mi papá, él era lo más preciado para mí, así que odiaba verlo de esa manera. No hubo cosa que me hiciera estar más repugnado que ver ahí a esas personas que nunca se interesaron por la abuela mostrar sus caras compungidas como si se lo merecieran.

Daniela no fue en ningún momento a apoyarme.

Esos fueron grises y lluviosos momentos, como todos los que tienen algún significado.

Pasaron los meses, mi padre y yo tratamos de seguir con nuestra vida como si nada hubiera pasado. Él seguía trabajando en su estudio de música, y yo seguía yendo a la escuela.

Es desgastador usar la misma falsa sonrisa todos los días para encubrir la realidad, y todo tiene un límite. Cada día que usaba esa máscara, se desgastaba un poco más, estaba cerca el momento en el que dejaría de cubrir mis verdaderas emociones, y estas salieran a la luz.

La escuela cada vez me parecía más aburrida y sin sentido, muchas cosas dejaron de importarme y solo me dejé llevar por la monotonía del pasar de los días. Los sonidos y las imágenes cada vez me parecían más lejanas, y mi alma entraba de nuevo a ese oscuro lugar de donde logré salir hace algunos años. Toda esta situación había desencadenado algunos sentimientos que había tratado de ocultar desde años.

—Hermano, ¿estás bien? —me preguntó Eduardo, el que consideraba mi mejor amigo; lo había conocido desde hace mucho tiempo y él conocía todos mis secretos.

—No, no estoy bien. No me puedo concentrar en clase y siento que cada vez me alejo más de Daniela —me sentía desesperado—. Pero no te preocupes, no pasará nada.

«Eso creo»

—Todo mejorará amigo, pero por favor, no hagas ninguna tontería.

Yo sabía muy bien que él se preocupaba por mí, pero esa condescendencia, me parecía muy irritante.

Pensé que lo peor había pasado, y que a partir de ese momento solo lucharía para salir del pozo de mierda en el que me encontraba, pero una vez más el destino se rio al escuchar mis preocupaciones.


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