«El final de nuestra historia»
Esa noche habíamos decidido cenar afuera, así que yo había preparado todo para hacer un picnic. Mientras comíamos, yo le contaba sobre mi día y ella me escuchaba con atención.
—Es una noche muy hermosa —exclamó—. Jamás había visto una luna llena tan hermosa.
—¿Ya te decidiste por un nombre?
—Todavía no —dejó su comida a un lado y me miró fijamente—. Tengo algo muy importante qué decirte.
—¿Hice algo malo? —intenté bromear.
—Siempre supe que éramos hermanos. Desde el primer día en el que nos encontramos.
La sonrisa de mi rostro se desdibujó.
—¿Por qué lo ocultaste?
—Porque tu padre destruyó mi familia y solo quería vengarme... contigo.
La dejé de ver. Estaba enojado.
—Sabía que tu padre te tenía mucho cariño —siguió hablando—, así que planeé encontrarme contigo y lastimarte, romper tu corazón tanto que ya no pudieras recuperarte, y de esa manera, lograría lastimarlo a él y vengar la memoria de mi madre.
—¿Nada de lo que pasó entre nosotros fue real?
—Enamorarme de ti y embarazarme no estuvo en mis planes...
—¿Por qué decidiste decirme esto hasta ahora? —pregunté y, de nuevo, la miré al rostro.
Estaba llorando, su rostro estaba contraído en dolor.
—Hoy me siento muy mal... no sé lo que me pueda pasar y no quiero seguir cargando con ese secreto.
—¡¿Te sientes mal?! —me acerqué a ella—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Vamos al hospital.
—¿Me odias?
—Tonta, yo jamás te odiaría —le besé la mejilla—. Ya no pienses en eso. He cometido muchos errores en mi vida, pero entregarte mi corazón no es uno de ellos, en eso estoy seguro —me levanté y le extendí mi mano—. Vamos al hospital a que te revisen.
Sonrió y asintió. Tomó mi mano y la usó como apoyo para levantarse, pero, justo cuando comenzó a hacerlo, un chorro líquido se deslizó por sus muslos y mojó sus piernas. Me dirigió una mirada de horror.
—Es la fuente... se me rompió —dijo asustada.
Me moría del miedo, pero actué con rapidez. La tomé entre mis brazos y la llevé hacia el auto. De inmediato comencé a conducir hacia el hospital.
Mientras manejaba imprudentemente por las calles de la ciudad, no podía dejar de verla de reojo para revisar como estaba. Vera mantenía su cabeza recargada en el vidrio, sus ojos estaban cerrados, pero por ellos se deslizaban lágrimas. Rezaba por ella y por mi hijo. No podía perderlos a ninguno de los dos.
—Es demasiado pronto... —soltó en uno de sus quejidos.
—No te preocupes, mi amor. Vas a ver, todo estará bien. Ya casi llegamos.
Una vez que llegamos al hospital, ingresó rápido al quirófano. No me dejaron entrar con ella, así que tuve que esperar afuera. Caminaba nervioso en círculos por la sala de estar, una y otra vez escuchando las palabras del doctor cuando nos recibió: "pueden ser malas noticias, prepárense, puede ser que el bebé ya haya fallecido".
Entonces, dos horas después, me llamaron y me dejaron entrar con ella. El bebé ya había nacido y estaba estable, pero Vera se estaba desangrando y les había pedido que me dejaran pasar para hablar con ella por última vez.
Al verla tan demacrada, sabiendo que iba a morir, me eché a llorar. Me acerqué a ella con pasos firmes. Me miró y sonrió.
—¡Lo vi y lo pude cargar por unos segundos! —exclamó muy feliz—. ¡Es hermoso, Nil!
—¿Al fin te decidiste cómo se va a llamar? —pregunté con la voz temblorosa—. Recuerda que acordamos que el nombre de nuestro segundo hijo lo decidiré yo.
—Se llamará Martín.
—Es un buen nombre.
Sus ojos se apagaban con cada segundo que pasaba.
—No me arrepiento de nada, Nil. No tengo miedo.
—No digas eso, mi vida —acaricié su rostro—. Saldrás de esta.
—No lo creo, este es el final de nuestra historia —sonrió y su corazón se detuvo para no latir nunca más.
Ese había sido el precio que habíamos tenido que pagar por nuestro pecado.
Estaba destrozado, pero tenía que seguir. Quería enterrarla junto a su madre, así que tenía que ir con la única persona que sabía en donde se encontraba ese lugar: mi padre. Así que, al día siguiente, con el bebé entre los brazos, regresé a casa.
Al entrar en la casa, su estado me tomó por sorpresa. Todas las luces estaban apagadas, no había ni un solo ruido y había objetos rotos por todo el suelo. Comprobé que no se podían encender las luces y me adentré en la oscuridad.
Caminé cauteloso hacia las escaleras y las subí. De inmediato pude ver que un resplandor rojo salía del estudio de mi padre, así que me dirigí hacia allá.
Apenas entrar lo vi. Mi padre estaba en el suelo, tirado sobre un charco de sangre, gimiendo de dolor. Se veía mucho más viejo que aquella vez en la que abandonamos la casa, su cabello estaba largo, su barba estaba despeinada y su rostro estaba lleno de canas.
—¡Papá! —grité con horror y dejé a Martín sobre uno de los sillones—. ¡Voy a llamar a una ambulancia!
Me propuse a salir corriendo hacia uno de los teléfonos de la casa.
—¡No! ¡No te muevas! —me detuvo—. No hay nada qué hacer para que sobreviva. Mejor quédate y escucha, tengo que hablar contigo.
Me acerqué y me agaché para verle el rostro.
—Ese bebé que estabas cargando, ¿es tu hijo? —preguntó.
—Se llama Martín. Es mi hijo.
—¿En dónde está Vera?
—Está muerta... no logró sobrevivir al parto
Su rostro se ensombreció y se quedó en silencio.
—¿Qué fue lo que paso? ¿Quién te hizo esto? —al fin tuve el valor de preguntar.
—Todo esto me lo hice yo mismo, esto es todo lo que merezco —sonrió con amargura—. Cuando me casé con la madre de Vera solo era un hombre común y ordinario, tan pobre como los demás. A base de mentiras, traiciones y estafas hice mi fortuna. Entonces, cuando mi vida mejoró, decidí dejar a esa familia, a ese pueblo y comenzar desde cero en la ciudad.
—No me digas que...
Me interrumpió.
—Le debía mucho dinero a un grupo de criminales, así que me estaban buscando para matarme. Como no lograban encontrarme, fueron con la madre de Vera, ya que era el único lazo que yo seguía teniendo allá en el pueblo. La secuestraron y ella me llamó. Me pedían que fuera para allá con el dinero para que la liberaran, pero... yo me negué... y dejé que la asesinaran.
Dejé de verlo. Escucharlo me daba nauseas.
—¿Trajiste a Vera con nosotros para calmar tu culpa?
—Sí, pero solo causé más problemas... ojalá nunca la hubiera traído.
—¡No quiero escucharte hablar así de ella!
—Regresaron, quisieron volverme a cobrar lo que les debo, pero entonces se dieron cuenta que ya no tengo nada, que todo te lo había dado a ti. Así que me dejaron aquí para morir.
Me levanté y retrocedí un par de pasos. Mi corazón se aceleró.
—¡¿Me pusiste en peligro para protegerte?!
—No tenía otra opción.
—Eres un maldito monstruo.
—Tienes tiempo para huir o ir a la policía. No lo sé, ahora es tu dinero, has lo que quieras.
—No voy a poner a mi hijo en peligro por tus errores.
—Hay un sitio en un pueblo lejano, es un orfanato. Es famoso entre los ricos porque van a ahí a abandonar a sus hijos bastardos. Déjalo ahí.
Comenzó a emanar sangre de su boca.
—Esos idiotas —rio—, pensaron que ellos me mataron sin saber que minutos antes que llegaran ya me había envenenado yo mismo.
—Necesito que me digas cómo se llama el pueblo en donde nació Vera, la voy a enterrar ahí.
—Si vas ahí, seguramente morirás.
Las náuseas me invadieron.
—¿En dónde está mi madre? —pregunté desesperado.
—Murió la misma noche que huiste con Vera.
Mi sangre se heló. Tomé a Martín y miré a mi padre por última vez. Lo odiaba.
—¿Nunca te cansarás de hacerme la vida miserable? —reclamé, pero él ya no me pudo responder. Ya estaba muerto.
Sin tener otra opción, enterré las cenizas de Vera en el terreno de la cabaña y sobre ellas planté un árbol. Esa misma noche decidí que buscaría la ayuda de la policía... y que abandonaría a mi hijo por su propio bienestar.
Días después, tras largos kilómetros, llegué al orfanato y lo abandoné ahí, esperando que algún día, después de haber resuelto todo mis problemas, pudiera regresar con él.
Pasaron años en los que era informado cómo crecía mi hijo sin que pudiera acercarme. Sabía que era un niño introvertido, que no sabía hacer amigos, que era solitario, que había niños que lo golpeaban y que una niña siempre estaba pegada a él. Hasta que dejé de recibir información.
Cuando terminó el caso, cuando por fin estaba a salvo fui directo al orfanato, pero ya era demasiado tarde. Martín no estaba, nadie sabía hacia donde había escapado. Lo había perdido para siempre.
Busqué por su paradero, pero no encontré nada. Pensé que había muerto, hasta que te vi en la transmisión de ese concierto y te reconocí de inmediato. Usé mis contactos y llegué hasta acá.
Estoy seguro de esto, te encontré, hijo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro