Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

«Dulce, dulce muerte»

La ausencia de mi madre siempre fue mi punto débil. Cuando era niño, me partía el corazón ver a mis compañeros siendo felices con sus mamás. Deseaba experimentar eso.

No podía entender por qué decían que el amor de una madre era incondicional, si la mía me había abandonado.

Desde que mi papá había tenido su accidente, se había ausentado más de casa, lo que me hacía sentirme más solo. Sabía que lo hacía para mantenerme, pero yo solo quería cariño.

Era un niño callado, tímido e inseguro, incapaz de poderme relacionar con las personas de mi edad. En la escuela, era un fantasma, estaba ahí, pero para los demás no existía.

Desde aquellos años, la música fue mi única acompañante. Con mi walkman a todo volumen, recorría la escuela durante el receso.

Mi padre me advertía que los amigos no existían y yo le daba la razón. Hasta que una tarde, solitaria como siempre, conocí a Eduardo.

Escuchaba música a todo volumen, haciendo retumbar las ventanas de la casa. Bailaba e imaginaba que daba el concierto más épico de la historia cuando me tropecé con el cable del estéreo, causando que se apagara y la canción se interrumpiera. Me sobé el tobillo.

—¡No quites la canción! —gritó alguien desde afuera.

Avergonzado, me asomé por la ventana y descubrí a un niño viéndome por la ventana del edificio frente al mío.

—¿Conoces la canción? —le pregunté gritando.

—¿Qué si la conozco? ¡Es un clásico! —respondió—. ¿Por qué la quitaste?

—Me tropecé... —expliqué avergonzado.

Se comenzó a reír.

—Estoy jugando un videojuego de terror, ¿quieres venir?

Miré hacia dentro de mi habitación. No estaba mi padre en casa, tal vez si salía un rato y regresaba antes que él, no se daría cuenta. Le grité que aceptaba y dejé el departamento.

Obviamente, mi papá llegó primero y le tuve que explicar después de ser regañado en donde estuve. Aunque, al principio, estaba molesto, después de escuchar que había hecho un amigo se alegró por mí.

Ahora, en lugar de estar solo en casa, hice de la casa de Eduardo mi segundo hogar. Todos los días sin falta me presenté ahí para jugar, ver películas, platicar o escuchar música.

Hasta que Eduardo y su familia salieron de vacaciones, y volví a mis solitarias tardes. Sus padres me habían invitado, pero no me habían dado permiso.

Estaba aburrido. Decidido a practicar con la guitarra, decidí tomar prestado uno de los libros de mi padre, así que me escabullí en su habitación.

Mientras hojeaba una revista con partituras, encontré un bonche de cartas escondidas. No estaba el contenido de las cartas, solo eran los sobres. Todas eran escritas por Karen Sarís, mi madre. Sabía que era ella porque conocía su nombre. Noté que tenían escrita su dirección, sin pensarlo dos veces corrí a mi cuarto por una pluma y un papel y la copié.

Desistí de mi idea de tocar la guitarra y dejé todo como lo había encontrado.

Por días, atormentándome, se me aparecía esa dirección en mi sueños. Por mi mente rondaba la idea de irla a buscar y no podía borrar esa intención.

—Creo que sé dónde está mi mamá —le comenté a Eduardo cuando regresó.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó después de escuchar mi hallazgo.

—Aún no lo sé. Quiero verla.

Se acostó en el suelo y se quedó en silencio mientras pensaba.

—Supongo que tienes el derecho de buscarla y preguntarle por qué te abandonó —opinó sin tacto—. Aunque también puede ser muy peligroso. ¿Qué tal que lo que descubres al verla es demasiado terrible? ¿Lo soportarías?

—Lo he estado pensando mucho... y creo que tengo que hacerlo —al fin pronuncié en voz alta mis pensamientos.

—¿Y cómo lo harás? ¿Le vas a decir a tu papá?

—¡No! ¡No lo puede saber! —expuse nervioso—. Investigué en dónde es y ya averigüé la manera más segura de hacerlo, así que ya tengo todo resuelto, lo único que me falta es una forma de distraerlo.

—¿No puedes hacerlo mientras él trabaja?

—Es lo que quiero hacer, pero creo que no alcanzaría a llegar antes de él. Así que necesito de tu ayuda.

—No lo sé, Martín... No me quiero involucrar.

—Solo le tenemos que decir que me voy a quedar a dormir en tu casa ese día. ¿Qué te parece?

Después de todo, terminé convenciéndolo para que me apoyara, y así como lo planeamos, seguimos el plan. Esa misma noche, cuando mi papá regresó del trabajo, le pedí permiso para quedarme a dormir en la casa de Eduardo al siguiente día y él aceptó sin hacer muchas preguntas.

Al siguiente día, cuando él se fue a trabajar, salí de casa en busca de mi madre. Usé por primera vez el metro por muchas estaciones y tomé un camión al bajar. Mientras dejaba la ciudad, imaginaba a mi madre, planeaba lo que le diría, las preguntas que le haría. ¿Me abrazaría? ¿Me diría que me había extrañado?

Después de un trayecto de horas, llegué a mi destino. El chofer anunció que hasta ahí llegaba la ruta y bajamos.

Estaba en una avenida larga, conectada con muchas calles. Por unos metros, seguí a las personas con las que había viajado y caminé detrás de ellos. El paisaje de la ciudad había sido sustituido por el de casa en obra negra amontonadas. No había ni un solo árbol y el sol quemaba como nunca. Vi a un policía parado en la esquina de la calle y me acerqué a él.

—Buenas tardes —saludé para llamar su atención—. Sabe en dónde queda este lugar —le mostré el pedazo de papel en donde había anotado la dirección.

Lo leyó y me regresó el papel de mala gana.

—¡No tengo tiempo para tus juegos, niño! —gruñó.

—¿Juego? No, le estoy preguntando en serio.

Me examinó.

—¿Para qué quieres ir allá?

—Mi mamá está ahí y la voy a buscar.

La molestia desapareció de su mirada y fue sustituida por lástima. Lo escuché tragar saliva.

—Tienes que caminar como vas unas veinte cuadras hasta que veas un bar pequeño en la esquina. Das vuelta ahí a la derecha y entras en la casa de fachada verde a un lado. La puerta siempre está abierta, solo pasa.

Anoté sus indicaciones en mi mente.

—Muchas gracias —comencé a caminar.

—¡Niño! —me llamó y me detuve—. Ten mucho cuidado ahí dentro.

Me despedí a la distancia y emprendí mi camino como me había indicado.

Mientras caminaba por la banqueta, el sol me quemaba el cuello. Me preguntaba por qué mi madre viviría en una zona como esta, tan insalubre e insegura.

Divisé el bar y di vuelta a la derecha. Me paré frente a la casa color verde, como me había dicho el policía, la puerta estaba abierta. Tomé aire y respiré hondo para tranquilizar mi agitado corazón y entré.

Me encontré en una recepción improvisada. Las paredes estaban forradas de terciopelo rojo y habían dispuestos dos sillones raídos de piel, adornados con macetas de plantas artificiales. Al fondo, sentada detrás del mostrados, una mujer obesa me miraba mientras fumaba. Me acerqué a ella.

—Buenas tardes.

—¡Lárgate, niño! No tengo comida para regalarte —exhaló una bocanada de humo.

—No vengo a pedir limosna —tosí—. Estoy buscando a alguien.

Me observó sin dejar de fumar.

—¿Tienes dinero?

—¿Dinero? —pensé en los ahorros que traía en el bolsillo—. Sí.

Alzó los hombros.

—¿A quién quieres?

—Karen Sarís.

Rio.

—¿Karen? No, aquí no se llama así —se levantó—. Llamaré a Zoe, sígueme.

Me llevó por la puerta detrás de ella hasta una habitación pequeña y oscura. Salió y yo me quedé sentado en uno de los sillones.

Pasaron un par de minutos y entonces entró en la habitación una mujer. Estaba ojerosa, con un vestido de noche sucio, peinada con una coleta. Sonreía. Se sentó a mi lado.

—¿Tú me pediste?

—Sí —respondí nervioso.

Me acarició la mejilla. Pude notar que la parte interior de sus brazos estaba moreteada.

—¿Es tu primera vez? —acercó su rostro, apestaba a alcohol.

—¿Cómo?

—Ya sabes...

Incómodo por el contacto físico, me deslicé un par de centímetros lejos de ella.

—¿Estás nervioso?

—Sí, la verdad sí.

—¿A qué viniste? Solo disfruta.

Decidido a eliminar los malentendidos. Me levanté.

—Vine a buscarte —mi actitud la hizo sonreír—. Mamá. Soy yo, Martín, tu hijo.

Al escuchar mi nombre, su rostro se ensombreció de inmediato. Dejó de sonreír y evitó verme a la cara.

—No debiste haber venido... —se levantó.

Pude sentir mi corazón partiéndose en pedazos para nunca poder ser reparado.

—¿No me reconoces? —le pregunté desesperado al ver que huía de la habitación.

—No me vuelvas a buscar jamás —dijo mirándome a los ojos por última vez y salió.

No podía creer lo que había pasado, no podía ser verdad. Me quedé ahí dentro tratándome de convencer que todo había sido una ilusión, que tal vez, en cualquier momento, mi verdadera madre entraría por esa puerta, me abrazaría y me pediría perdón por haberme abandonado. Pero no pasó nada.

Salí del edificio arrastrando el alma entre los pies. Mientras caminaba y subía al camión de regreso a casa, no dejaba de revivir los acontecimientos sin poder dejar de llorar. No veía el bonito paisaje del otro lado de la ventana, seguía dentro de aquellos cuartos de ese burdel, esperando para conocer a mi madre.

Bajé del camión y subí al metro.

«¿Por qué no me quiere? ¿Por qué me desprecia si ella me cargó en su vientre? ¿Soy tan despreciable que prefirió huir a verme de nuevo?».

Al llegar a la estación de metro cerca de mi casa, bajé. Quise caminar a la salida, pero no pude. Como si fuera a transbordar en el lado contrario del andén, me volví a poner en línea para esperar al tren.

Había sido rechazado y humillado, pero jamás por alguien tan cercano como mi madre. La odiaba por haberme abandonado, me odiaba por no ser suficiente para nadie.

El tren se acercaba, me acerqué a la orilla.

«Estoy mal, todo está mal. Estoy harto de todo... de vivir. Todo sería más fácil si no existiera»

Se acercaba más.

«¿Qué duele más? ¿Matarse o vivir?»

Sentí la vibración del metro en mis pies, el tren estaba a punto de llegar.

«Estoy cansado. No soportaré más».

Sabiendo que faltaban un par de segundos para su llegada, cerré los ojos y dejé caer mi cuerpo hacia las vías.

El metro frenó de emergencia, causando un estruendo terrible. Antes de caer, alguien notó mis intensiones y me jaló del brazo para detenerme, cayendo al suelo junto a mí. La gente a mi alrededor gritó por la sorpresa.

Abrí los ojos aturdido y me encontré con mi padre sosteniéndome. Eduardo nos veía sin moverse, paralizado por el impacto.

—¿Papá? —pregunté balbuceando.

Mi padre me abrazó con fuerza, sus lágrimas caían sobre mi ropa.

—¿Qué demonios tratabas de hacer? —me reclamó sollozando—. ¿Acaso pensabas dejarme solo?

Las personas nos comenzaron a rodear.

Un grupo de policías alejó a los curiosos y nos llevaron a los cubículos de seguridad. Después de mentir para que nos dejaran ir y llegar a casa, por fin pude hablar sobre lo que había pasado.

Al recordar, comencé a llorar sin consuelo.

—Fingió no conocerme. ¡Me ignoró! —recordé con coraje.

Mi padre escuchó en silencio cómo es que había llegado hasta allá.

—Traté de mantenerla en secreto para evitarte pasar por todo esto. Esto es mi culpa.

—¿Sabías en dónde estaba todo este tiempo?

—Por supuesto que lo sabía —reconoció con dolor—. Eso lo hacía más doloroso.

—¡La odio! —dije apretando los dientes.

Mi padre me abrazó.

—Prométeme que no harás eso de nuevo, Martín. Por favor... prométemelo —sollozó—. Yo te amo, hijo. Por mucho rechazo que haya allá afuera, nunca olvides que aquí hay alguien que daría su vida por ti sin pensarlo.

Me quedé en silencio.

—Perdóname, papá...

Se aferró a mí, sintiendo que, si me soltaba, iría flotando directo hacia mi muerte.

—Si no hubiera sido porque Eduardo me contó todo, hubiera sido demasiado tarde... —siguió llorando—. No intentes volver a cargar todo solo, déjame compartir la carga contigo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro