«De vuelta a casa»
—No me siento muy segura dejándote solo —dijo Abril.
—Alicia necesita que la acompañes, yo estaré bien. Además, Nil me dijo que me iba a acompañar al hospital, así que no estaré solo.
Por más que tratara de darle paz y tranquilidad con mis palabras, no parecían hacerle efecto y me seguía viendo igual de consternada.
—Listo, mamá. Ya estamos listas —dijo Alicia mientras bajaba las escaleras.
Titubeando, se acercó a mí y me abrazó. La tomé entre mis brazos con fuerza.
—No te preocupes por mí, yo voy a estar bien. Sabes que no me dejo vencer fácil.
—Haré mi mejor esfuerzo para hacerte orgulloso... —dijo sollozando.
—Sé que vas a estar maravillosa.
Al separarse de mí pude ver sus ojos rojos e hinchados.
—Te iremos a visitar al hospital antes de que sea el examen.
—Las estaré esperando.
Habíamos hablado con las niñas sobre mi salud y ahora ellas sabían toda la verdad. Lo difícil de la situación las había destrozado, pero habíamos acordado que abordaríamos la problemática juntos y que compartiríamos nuestro dolor.
Al despedirse de mí, Alba me abrazó con fuerza. Me partió el corazón ver su cara de tristeza al dejarlas en la estación de autobuses.
Al regresar a la casa, una vez que estuve solo, puse toda mi vida en unas maletas y me preparé para mudarme al hospital. Al dejar el edificio me pregunté si es que volvería.
Nil fue por mí. Una vez que subimos mis maletas a su auto, dejamos mi hogar atrás.
—¿Entonces? ¿Qué haremos primero? —preguntó mientras conducía.
—A mi universidad.
Después de caminos llenos de encrucijadas, trampas de humo tóxico y un silencio eterno, llegamos al edificio en donde me reencontré con Abril aquella noche.
—¿Te llamo cuando termine? —pregunté antes de bajar.
—No, mejor te espero aquí.
—¿Estás seguro? Esto va a ser algo tardado.
—No importa, ve.
Bajé del auto y entré al edificio. Cuando llegué a la recepción tuve que formarme para entrar como todos los demás estudiantes.
—¿Credencial? —exigió la secretaria cuando llegó mi turno.
Le mostré mi vieja credencial.
—Soy egresado —aclaré.
La examinó con detenimiento.
—¿Y? ¿Cuál es el propósito de su visita? —me devolvió mi credencial.
—Tengo que arreglar algunos papeles.
Le sostuve la mirada, esperando por su respuesta.
—Pase. Anote su nombre en la lista frente a usted —indicó señalando—. Bienvenido.
Sin demorarme para observar los pasillos de la escuela, crucé el edificio principal y me dirigí hacia el auditorio. Al entrar en él me detuve un par de segundos para observar la pared llena de fotografías que adornaba la entrada, de nuevo, pude verme junto a Miguel en aquella noche en donde fuimos ganadores. Sonreí lleno de nostalgia.
Reanudé mi camino y crucé por el auditorio hacia las escaleras que me llevarían hacia la azotea en donde me reencontré con Abril aquella noche. Con cada escalón que subía me transportaba a aquella época.
Suspiré al abrir la puerta y verme de nuevo en esa azotea. Me detuve para admirar la vista y recordar todos los detalles de mi memoria. Me adentré y me senté cerca de la orilla, saqué mi computadora y comencé a escribir.
Considerando como buen punto de partida la noche en la que detuve el suicidio de Abril, comencé a relatar todo lo que sentí, pensé y vi. Tuve el tiempo suficiente para regresar un poco en mi infancia, mis sueños, la relación con mi padre y mi amor a la música. Escribí todo el desarrollo de nuestra historia hasta llegar al momento en el que conocimos a Alicia.
Cuando me di cuenta, el sol había desaparecido y faltaban un par de minutos para que cerraran la escuela. Cerré y guardé la laptop, me levanté, me estiré y bajé hacia el auditorio.
Recorrí por última vez los pasillos de mi universidad en silencio, me despedí de mis recuerdos, de todas las lágrimas y carcajadas que había dejado allí dentro.
Cuando salí a la calle y llegué al carro de Nil lo encontré dormido. Le había advertido que me iba a tardar, pero se había negado a irse sin mí. Toqué la ventana con los nudillos y lo desperté. Entré mientras se tallaba los ojos para espantar al sueño.
—¿Nos vamos? —preguntó.
—Sí, ya terminé de escribir por ahora.
—¿Tienes hambre?
Mi estómago gruñó en respuesta.
—Sé de un lugar en dónde podemos comer algo —comentó orgulloso.
Encendió el auto y comenzó a manejar.
Recliné el asiento hacia atrás y suspiré de alivio. Estaba mentalmente agotado.
—¿Qué estás escribiendo? —preguntó serio Nil.
—Toda mi historia.
—¿Tiene algo que ver con tu enfermedad?
Respiré hondo.
—Sé que pronto voy a olvidar todo... y eso me aterra. No quiero olvidar a mi padre, la música, mi historia, mis niñas... a Abril —me detuve para deshacer el nudo que se me estaba formando en la garganta—. Tengo que terminar de escribir esto pronto. Así, cuando no recuerde ni quién soy, mis propias palabras me lo recordarán.
Se quedó en silencio y siguió conduciendo.
Miré el techo del carro por los siguientes minutos, admiraba el baile de luces y reflejos que bailaban por su superficie. Me seguía atormentando la horrible sensación de aquella vez en la que me perdí en la ciudad por horas, me paralizaba la idea de tener que vivir algo como eso tarde o temprano.
—Llegamos —anunció Nil.
Estacionó el auto con cautela y apagó su silencioso motor. Bajó del auto primero. Enderecé el asiento, abrí la puerta y salí.
Al salir, me encontré frente a una imponente mansión que me observaba tanto como yo lo hacía ella, me invitaba entrar y encontrar entre sus habitaciones la historia perdida de mis orígenes.
—Bienvenido a mi hogar —anunció Nil.
—Creí que íbamos a comer —reproché.
—Pues sí vamos a comer. Lo creas o no, sé cocinar muy bien y pienso preparar la cena —presumió.
Caminamos hacia la entrada, abrió y lo seguí adentro.
Al ingresar, todas las luces se encendieron automáticamente. Lo seguí a través de espaciosos pasillos llenos de lujo hasta que llegamos a la cocina.
—Siéntate —me ordenó, y sin perder tiempo comenzó a buscar los ingredientes para preparar la cena.
Tomé asiento en la barra de desayuno y lo observé sacar sartenes de todos lados, picar verduras y sazonar la carne como un verdadero profesional. Después de cocinar, puso todos los ingredientes en un recipiente de vidrio y los metió al horno.
—Tardará un poco en estar —comentó mientras se lavaba las manos—. ¿Qué te parece la casa?
Miré a mi alrededor.
—Demasiado para una persona. Es bonita, elegante, llena de comodidades y lujo, pero no encuentro nada de calor aquí —expresé sincero—. Pensé que me encontraría a la casa llena de personal.
Suspiró.
—Tienes razón. En el momento en el que murió tu madre esta casa perdió su última chispa de vida. Es un hermoso mausoleo y yo soy el fantasma que se lamenta en su interior.
—Perdona, no quise sonar tan agresivo.
—No te preocupes —se acercó a mí—. Hay personal de limpieza, pero trabajan en el día mientras yo no estoy. En cuanto a la cocina... es algo que me gusta hacer.
—Ya veo...
—Martín, en lo que está lista la cena, ¿qué te parece si te muestro algo?
—¿Qué es? —me llené de curiosidad.
—Es algo que creo que te podría ayudar a completar esa historia que estás escribiendo. ¿Quieres verlo?
Asentí.
—Sígueme —ordenó.
Cruzamos por la recepción, subimos las escaleras y nos adentramos por el laberinto de pasillos y puertas infinito. Mientras caminaba detrás de él comencé a imaginar a mi madre caminando por estas paredes, traté de pensar un rostro para ella, pero solo era una aparición llena de niebla sin facciones.
Se detuvo frente a una puerta blanca y después de forcejear con el cerrojo, se abrió con un aterrador rechinido.
Era un cuarto pequeño con sus paredes repletas de libros, tanto que, por mucho que me esforzara, no podía encontrar un hueco en donde pudiera ver el color de la pared. Al fondo, casi camuflajeada con los libreros, estaba una puerta angosta.
—Esta era la habitación de tu madre.
—¿Aquí? —pregunté incrédulo mientras miraba a mi alrededor—. Solo veo libros. ¿Dormía en el suelo?
Sonrió.
—Esta es solo la entrada. Como a ella le gustaban los libros, y mi tenía remordimiento de sobra, siempre trató de que tuviera todo lo que deseara —explicó mientras caminaba por el cuarto—. Allá arriba es su habitación.
Se acercó a la puerta angosta y la abrió, dejando al descubierto un pasillo empinado lleno de escaleras. Comenzó a subir y a la mitad del caminó encendió las luces de las escaleras y del techo. Lo seguí.
Era un ático convertido en habitación, y aunque llevaba décadas deshabitado, estaba impecable. Aparte de la cama en la esquina, el escritorio frente a la ventana, un sillón y un ropero, no había nada más, lo que hacía parecer la habitación vacía a comparación de lo que había visto abajo.
—Aquí durmió, estudió, lloró y se sintió muy sola —comentó mientras se acercaba al escritorio.
Abrió uno de los cajones y sacó una foto. Me acerqué y después de observarla por unos segundos me la entregó. En ella estaba mi madre, muy joven, antes de que llegara a esta casa, sonreía mientras miraba a la cámara.
De pronto recordé mi infancia, lo desesperado que estaba por conocer a mi madre, el rechazo de Karen, el dolor, y ahora tenía frente a mí el rostro de la mujer que me había concebido y estaba feliz y hermosa. No pude evitar sentir un nudo en la garganta al ver su rostro.
Del mismo cajón de donde había sacado la foto, Nil sacó una libreta. La dejó frente a mí.
—Esto era lo que quería enseñarte, esto es lo que necesitas para completar tu historia.
Dejé la foto y lo tomé.
—¿Qué es?
—Es su diario.
Lo abrí cuidadosamente y lo hojeé con rapidez, noté que no había dejado ni una sola página en blanco para escribir.
—¿Lo leíste?
—¡Jamás! —dijo indignado y se sentó en la cama—. Lo encontré después de que murió, pero jamás pensé en leerlo. No sé... sentiría que estaría faltándole el respeto a su privacidad, además de que no puedo ver su letra sin ponerme a llorar como un bebé.
Miré la letra de mi madre en silencio.
—Tal vez allí dentro encuentres algo que te pueda ayudar a encontrarte —se levantó y se acercó a la escalera—. Te dejo a solas con ella. Tómate tu tiempo, pero no olvides que tienes que bajar a cenar.
Asentí y abrí el cuaderno. Y antes de leer, aprecié lo marcado de sus letras en la libreta, la forma en la que escribía, lo apretadas que estaban las palabras entre ellas. Regresé a la primera página y me preparé para oír la olvidada voz de mi madre.
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