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Capítulo 4 La aburrida normalidad.



Actualidad, en Ekhun.

Volver a casa para Anna Freud después de haberse envuelto en una aventura con un alienígena... fue raro. Pero... su vida volvió a la normalidad en muy poco tiempo. Su madre había vuelto para unir a su familia, su padre lució feliz con el regreso de su desaparecida esposa a la que creía muerta y durante unos años la vida de aquellos desdichados humanos no estuvieron manchadas por la llegada de viajeros interestelares que importunaban su calma. Pero, pese a lo tranquila que eran sus vidas, la mancha de lo que había sucedido siempre los perseguiría.

Marie había estado secuestrada en una caja de cristal por un alienígena la friolera de treinta años y Anna había llevado un baniano dentro desde los siete años de edad. Las vidas de aquellas dos mujeres no volverían a ser las mismas, pese a que pretendiesen que sí.

Cada una intentó seguir con su vida a su manera. La primera se dio a la iglesia y hacía todo tipo de eventos de caridad, pues veía su liberación como un milagro divino. La segunda, se centró en el voluntariado y eso la llevó a lugares muy pobres como el Congo donde ayudó a niños de entre cero y diecisiete años a aprender el difícil idioma que se impartía en la escuela.

No fue hasta que regresó a Nueva York en que nuestros caminos volvieron a encontrarse.

Esa noche llovía a mares sobre la ciudad, era esa la razón por la que los aviones habían tenido que hacer parada en la ciudad e interrumpir sus rutas de vuelo.

El cambio climático estaba alterando el clima de la Tierra y todos esos cambios estaban relacionados con el calentamiento del núcleo del planeta, estaba empezando a afectar a su rotación y pronto llegaría ese punto de la historia que conocía de primera mano, pero ... las cosas habían cambiado tanto desde que ese futuro aconteció, que ni siquiera estaba seguro si en aquella ocasión, la especie humana podría salvarse de la extinción.

La tormenta caía en aquellas silenciosas calles y no fue hasta que un rayo iluminó uno de esos callejones en los que aparecí mojándome como cualquiera de esos terrícolas que corrían en busca de un lugar en el que resguardarse. Pero... yo no estaba preocupado porque un poco de lluvia me mojase, estaba más ocupado mirando hacia una chica pelirroja que salía de un distinguido restaurante hindú y abría su paraguas con la intención de volver al hotel de mala muerte en el que se hospedaría aquella noche.

Sabía que de un momento a otro sus pasos se detendrían, tan pronto como se encontrase conmigo, pues me encontraba en su trayecto. Pero... ya contaba con ello.

Como había esperado, sus ojos se toparon con los míos y vi sorpresa en ellos, mezclados con claras notas de enfado. Sabía que me había extrañado y que hubiese estado años humanos sin contactarla tan sólo la ponía de mal humor.

Su paraguas cayó hacia atrás y ella acortó la poca distancia que había entre ambos, pero justo como siempre... esa mujer volvía a desconcertarme cuando me abofeteó el rostro y se mostró molesta con mi presencia.

Quizás no la conocía tan bien como esperaba. ¿Cuánto tiempo más necesitaba para darme cuenta de que la Anna Freud de esa bifurcación no era la misma que la que yo conocía en el futuro del que procedía?

–¿Cómo te atreves a aparecerte frente a mí después de no haber dado señales de vida durante dos años?, ¿cómo...?

Con tan sólo una petición por mi parte la oscuridad que rodeaba la escena la atrajo hasta mí, dejándola algo confusa y mis manos agarraron las suyas para que no pudiese volver a golpearme.

–¡No puedes volver a hacerme esto! ¡No puedes...!

Acorté las distancias entre nosotros y la besé, dejándola sin aliento, haciendo que aquella situación irreal se volviese incluso más incoherente. Porque yo era un alienígena y no debía involucrarme con una humana. Pero ... lo que sentía por ella era más fuerte que todo eso.

Llegué a pensar que ella me apartaría y volvería a golpearme, pero en lugar de eso se colgó de mi cuello y se dejó llevar por la necesidad del momento.

La lluvia nos caló a ambos por igual y pronto ella empezó a temblar, por lo que un agujero negro nos tragó a ambos y acabamos en la calma de un lugar que yo mismo había creado, en el mundo sin luz.

Lo que sentía por Anna siempre me hizo perder la cordura y convertirme en alguien más sobreprotector de lo que era.

Me empujó en cuanto su mente reaccionó a lo que estaba sucediendo entre nosotros y se tapó la boca, avergonzada con sus propios sentimientos que no hacían si no divertirme. Porque ella ansiaba tenerme de una forma que yo no había vuelto a tener con nadie desde que acepté que la realidad de la que procedía nunca volvería.

Se echó hacia atrás y se fijó poco a poco en cómo el callejón iba tomando color llenándose poco a poco de gente que hablaba en un idioma distinto al suyo y parecían ajenos a lo que ocurría entre nosotros.

–¿Dónde estamos? – quiso saber. Tragué saliva, molesto por aparecer siempre en ese lugar. ¿Por qué seguía aferrándome al lugar en el que nos encontramos por segunda vez? Hacía demasiado tiempo y las cosas habían cambiado demasiado. La Anna Freud por la que yo sentía tanto no era la misma que tenía delante de mí, pero tendía a confundirlas con demasiada facilidad. – Bako...

–Es un lugar seguro – contesté sin querer aclararle al respecto.

–Este sitio está en la tierra, ¿no? – Asentí. – ¿Y qué lugar es?

–Esta localización no es lo importante ahora. ¿No te gustaría más saber dónde he estado estos dos últimos años?

–No. No me interesa nada que tenga que ver contigo. Soy feliz en mi nueva vida. Me va bien. Me va genial. ¿No puedes verlo? – parecía más nerviosa que de costumbre. – No necesito que un alienígena que está buenísimo venga a ... – perdió el hilo tan pronto como mi sonrisa apareció en escena. Me había divertido demasiado la forma en la que ella tenía de alabar mi belleza.

–He estado en el pasado, Anna.

–¡No quiero saberlo! ¿No has escuchado lo que acabo de decir? ¡No quiero volver a...!

–Estuve buscando el lugar en el que la retienen. A Mico. Está viva, Anna. – Su desconcierto apareció en cuanto escuchó ese nombre y se preocupó al verme tan ansioso. – Durante todo este tiempo me hicieron creer que murió, que yo la maté. Pero ... ella está viva. Y ahora estoy mucho más cerca de encontrarla. – Parecía curiosa por lo que le contaba, pero cuando volvió a hablar no lo pareció.

–¿Y a qué esperas para ir a buscarla? ¿por qué has venido a buscarme si aún tienes cosas qué hacer?

Bajé la cabeza, avergonzado. No quería confesarle que volvería a ponerla en peligro porque temía que eso la alejase de mí.

–¡Ah! Eso... quería verte. Te extrañaba.

Y no era mentira. Sólo que aquella no era la única razón por la que había ido a buscarla.

–¿Cómo sabías dónde estaba?

–Por el resto de Ak que hay adherido a ti?

–¿El qué?

–El Ak. Un eco, una huella del poder de Ak-Hannet. Cuando un baniano se adhiere a tu cuerpo... deja residuo a tu alrededor. Ella ya no está dentro de ti, pero su rastro tardará en desaparecer de tu alrededor.

–Ella ya me habló sobre esto. Pero... han pasado dos años, Bako.

–¿Crees que el rastro de Ak se irá en sólo dos años humanos?

–Ella dijo que se iría con el tiempo.

–¿Eso dijo? – Me rasqué la cabeza. ¿Cómo podía Hannet ser de esa forma? – No especificó el tiempo, ¿verdad?

–¿Cuánto tiempo tardará?

–¿Quieres que te lo diga en tiempo humano? – Ella asintió. – Morirás antes de que desaparezca. – Su asombro fue notorio.

–Odio esta maldita situación. ¿Por qué has vuelto? ¿por qué...?

–Ya te lo he dicho, quería verte. – Una tímida sonrisa que se obligó a hacer desaparecer apareció en sus labios.

–No puedes hacer esto. ¿Por qué siempre haces las cosas sin tomarme en consideración? ¿Por qué tienes que venir a importunar mi vida? ¿y si yo no quiero...?

–No te he visto disgustada antes, cuando te he besado. – Acorté las distancias entre nosotros mientras ella se echaba hacia atrás, como si intentase evitar mi cercanía. Su espalda chocó contra la pared que había detrás y se sintió acorralada. Desperté de mis propios anhelos en ese mismo instante, porque yo no quería obligarla a hacer algo que ella no ansiase.

Un gran agujero se abrió bajo sus pies con tan sólo una orden mía y ella gritó al caer en él. Lo hizo tan rápido, hacia un abismo del que no podía ver el fondo, hasta que sus pies se depositaron dulcemente sobre el suelo de una habitación de hotel que conocía a la perfección. Era el lugar en el que iba a pasar la noche.

–¿Bako? – Me llamó confusa mientras daba vueltas sobre sí misma, intentando entender qué era lo que estaba pasando.

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